Autobiografía de una gran mujer (07)
Me gusto su físico desde el primer momento: algo más alto que yo, hombros anchos, torso fornido sin exageraciones de masa muscular, ojos claros y pelo largo castaño recogido en una coleta. No sé porque, los hombres con coleta me han excitado siempre mucho.
Capítulo 9: Excursión a la nieve
Un día Alex vino a verme con una cara que me indicaba que buscaba algo de mí. Nos conocíamos lo suficiente para poder ocultarnos nada el uno al otro.
En efecto, venía a hacerme una propuesta. Él y un amigo estaban organizando una salida a la nieve. Disponían de dos coches y pretendían reunir a cuatro chicos y cuatro chicas. Ellos se encargaban de buscar a los "elementos masculinos" que faltaban y yo debía buscar tres amigas dispuestas a "pasarlo bien" (daba por supuesto que yo me apuntaba). Una cosa debía quedar clara, lo de la nieve era pura excusa: La única superficie blanca que debía interesarles era la de las sábanas, la única "nevada" que mojaría sus cuerpos sería de semen de su compañero de cama y los únicos movimientos de cadera los que harían follando.
No me costó nada encontrar compañeras de viaje. Quedamos con ellos un viernes por la tarde en un parque, las cuatro nos encontramos antes y llegamos juntas. Los chicos ya estaban esperando y, tras una breve presentación, nos distribuimos en los coches.
Yo iba en el coche de Alex, en la parte trasera con un amigo suyo que no conocía; pero que en cuanto te diga como se llamaba imaginarás como acabamos.
Era Roberto. Me gusto su físico desde el primer momento: algo más alto que yo, hombros anchos, torso fornido sin exageraciones de masa muscular, ojos claros y pelo largo castaño recogido en una coleta. No sé porque, los hombres con coleta me han excitado siempre mucho.
La distribución en los coches no presuponía nada, para que los conductores tuvieran las mismas oportunidades, las parejas debían formarse después de cenar en la discoteca del hotel; pero en realidad todo el viaje fue una sucesión de morreos y meteduras de mano de todos. De todos menos de Roberto y yo, lo único que hizo todo el trayecto fue mirarme con ojos tímidos, como si no supiera a lo que íbamos o como si yo no le interesara. Mi amiga se había propuesto comprobar por si misma lo que le había contado de Alex y el sexo, y no paraba de insinuarse, de ensañarle sin recato sus grandes y turgentes pechos y de acariciarle el paquete.
En el otro coche, las cosas debían haber transcurrido igual. Al llegar, mantuvimos las formas tomando habitaciones separadas para chicos y chicas; pero al cuarto de hora de estar en la discoteca, del grupo, sólo quedábamos Roberto y yo mirando al techo y con una copa en la mano.
Decidí hacer algo para aclarar la situación y le pedí que bailáramos (el baile siempre me ha dado buenos resultados). Una vez en la pista le pregunté:
¿Es que no te gustan las mujeres o soy yo la que no te pone?.
Claro que me gustan las mujeres y tú especialmente. Respondió sonrojándose.
¿Y entonces?. Dije sin entender nada.
Acercó su cuerpo al mío, me beso metiéndome la lengua hasta el fondo de la boca, noté sus manos acariciando mis pechos y la presión de su sexo contra mi vientre.
Subimos a la habitación, entramos en la mía y sobre la cama encontramos a Alex arrancando gritos de placer a su compañera de cama comiéndole el coño. Parecía que mi amiga había conseguido su objetivo. Fuimos a la suya, cruzando los dedos para que hubieran pensado en nosotros y estuviera libre, abrimos la puerta y sólo había silencio y oscuridad.
Nada más cerrar la puerta, comenzó a besarme mientras me desnudaba, me tumbó sobre la cama y siguió paseando su lengua por todo el cuerpo: Los ojos, la nariz, la boca, las orejas, el cuello, los pechos, el vientre, el ombligo, el pubis y, por fin, el coño.
Estuvo besándome los labios sin apenas insinuar la punta de la lengua entre ellos. Los separó suavemente con sus delicados dedos y tomo las ninfas entre sus labios, me lamió una y otra vez cada rincón de mi sexo, metió su lengua lo más profundamente que pudo en mi vagina y acabó centrándose en mi clítoris que yo sentía caliente y a punto de reventar. Con sentimientos contradictorios, le gritaba que parara y me follara, a la vez que le sujetaba la cabeza apretándola contra mi sexo empapado de saliva y flujos. Me corrí gimiendo y gritando y caí exhausta sobre la cama.
Entonces me di cuenta de que Roberto seguía vestido, de que yo ya me había corrido y sin embargo todavía ni le había visto la polla. Empezó a desnudarse mientras yo le miraba embelesada; lo hizo pausadamente, sin prisas como recreándose en lo que hacía.
Su verga saltó cuando se quitó los calzoncillos, se colocó sobre mí y penetró en mi coño totalmente lubricado. Me follaba con ritmo sostenido mientras me besaba en la boca y los pechos. Yo acababa de tener un orgasmo, pero una sensación placentera embargada todo mi cuerpo.
Respiró hondo, me la clavo hasta el fondo y se detuvo. Iba a correrse, a inundarme con su semen, pero parecía como si quisiera evitarlo todavía. Me pareció entender lo que pasaba y le pregunté:
¿Dónde quieres acabar?. Te dejo elegir.
Entre tus pechos. Respondió sin dudarlo.
Todos los hombres sois iguales. Tienes suerte, me encanta el tacto cálido del semen en la piel.
Se retiró de mi sexo y se situó con la polla entre mis senos y los apretó para aprisionarla. Estaba caliente, húmeda y se deslizaba suavemente. El glande brillante y amoratado llegaba a rozarme la barbilla y doblé la cabeza sacando la lengua para lamerlo. Jadeaba, gemía gritaba y finalmente uno tras otros los chorros de esperma a presión llenaron mi cara, mi boca y mis pechos.
Calló a mi lado, nos abrazamos y nos besamos. Su semen nos empapaba a ambos la piel y compartíamos su sabor en nuestras bocas. Debí dormirme entre sus brazos y lo siguiente que recuerdo todavía de noche, es de nuevo sus besos y sus caricias y su verga semierecta penetrando en mi vagina. No me follaba, sólo me la había metido mientras me decía que se había enamorado de mi nada más verme y que por eso no se había atrevido a acercarse en el coche; que era una chica maravillosa, como persona y en la cama y que se encontraba en el paraíso con su polla en mi acogedor coño.
Yo me sentía llena de él y también estaba en la gloria; no sabía si me había enamorado, pero Roberto me gustaba un montón y era un genio en la cama. Empecé a mover lentamente las caderas y notaba como poco a poco su verga iba engrosándose y endureciéndose. Se dejaba hacer, tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente. Sin sacarla, le hice girarse hasta ponerse boca arriba y yo me senté sobre él empalada en su polla que ya estaba como un mástil. Era yo la que me movía viendo los gestos de placer que mostraba en su cara. Inclinada hacia detrás, tome una de sus manos y la llevé a mi coño. Sus caricias en el clítoris acabaron actuando como un disparador y me corrí poco antes que Roberto.
A la mañana siguiente, me desperté antes que él, como he venido haciendo de manera regular desde aquel día, y me metí en la ducha. Bajo el reparador chorro de agua tibia le oí entrar en el baño, levantar la tapa de la taza y el inconfundible sonido de un hombre orinando. Antes de que yo le dirigiera la palabra, me sorprendió metiéndose en la ducha conmigo.
Me abrazó tiernamente tomándome por detrás y me llenó de besos y caricias
mientras su verga se iba endureciendo aprisionada entre su cuerpo y el mío. Me di media vuelta y nuestras bocas se fundieron en un apasionado beso mientras me sentía penetrada por su virilidad. Me empujó contra la pared y yo me abrí de piernas y brazos, quedando como una mariposa ensartada por el alfiler del entomólogo. Me follaba besando mis pezones y me abandoné al inmenso placer que me proporcionaba el estar cumpliendo una de mis fantasías sexuales, ser follada en una ducha.
Roberto se separó de mí, me tomo de los hombros y volvió a hacer que le diera la espalda inclinándome hacía adelante y dejando mi culo a su disposición. Note como su húmedo y cálido glande resbalaba entre mis glúteos. Estaba convencida de que me iba a sodomizar, sentí un escalofrío cuando con su verga tanteó mi ano, cerré los ojos, me mordí una mano e intenté relajarme dispuesta a soportar la envestida; pero Roberto dudó por un instante y finalmente su polla se deslizó como una flecha clavándose de nuevo en mi coño, arrancándome un grito de placer cuando sus huevos chocaron con mi trasero. Todavía no era mi hora de ser introducida en los placeres del sexo anal.
Me cabalgó al trote, sin dejar un instante de pellizcarme suavemente los pezones y el clítoris hasta que me corrí retorciéndome en medio de jadeos y gemidos. Me sentía como un pelele en una vorágine de placer.
Caí al suelo rendida desenganchándome de la verga de Roberto. Tome aliento por un instante y me lance sobre su polla erecta que goteaba y no paré de mamársela hasta que se corrió en mi boca, me tragué hasta la última gota y su verga se convirtió en un trozo de carne flácido.
Me levante y besándole en la boca le pregunté:
¿Porqué no me la has metido por el culo?.
No sabía si te gustaba. Respondió tímidamente.
Hubieras sido el primero. Musité al oído.
¡Y lo seré!. Dijo con firmeza antes de que su lengua entrara en mi boca.
El aperitivo me ha abierto el apetito. Añadí, cambiando de tema.
En el comedor nos estaba esperando los demás, que nos recibieron entre sonrisas y comentarios jocosos.
El fin de semana pasó rápidamente en medio de intercambios sexuales entre las otras tres parejas.; Roberto y yo seguimos juntos y, como sabes, seguimos así.