Autobiografía de una gran mujer (06)
Ha sido uno de los hombres con más aguante que he conocido, era capaz de llevarte al orgasmo varias veces seguidas sin correrse y cuando lo hacía tenía las eyaculaciones más abundantes que he visto.
Capítulo 8. Una mente organizada
Como todas las mañanas del curso escolar, estaba esperando el autobús de la línea 7 en la primera parada de la Rambla de Cataluña. No recuerdo la razón, pero aquel día iba más cargada de libros que de costumbre y el autobús tardó más de lo habitual y como consecuencia, llegó lleno a rebosar y no pude sentarme.
Tras dar un par de bandazos, un chico me cedió su asiento. No estaba acostumbrada a esas galanterías y probablemente en otras circunstancias las hubiera rechazado; pero iba muy cargada y le agradecí el gesto.
Al llegar a la parada de destino, junto al Palacio Real de Pedralbes, le vi descender delante de mí, cruzar la Diagonal y entrar en mi facultad. A media mañana, baje como todos los días a la cafetería a tomar algo y hacer una pausa y lo vi en la cola para pagar el ticket de la consumición.
Me acerque a él, le salude agradeciéndole su amabilidad y nos sentamos juntos. Le dije que hasta ese día no había visto y él me respondió algo turbado con un simple:
Yo, sí.
Yo repetía tercer curso y él acababa ese año la carrera, se llamaba Jose (sin acento), hablamos de trivialidades y al final quedamos para vernos otra vez.
Nuestros encuentros se hicieron cada vez más frecuentes, empezamos a salir los fines de semana y acabamos siendo como novios, aunque nunca hubo una petición formal. Lo que más me sorprendía, y que empezaba a irritarme, era que no había intentado tocarme ni un pelo, nada de sexo, sólo inocentes besos de despedida.
Un día ya no pude más y al acabar las prácticas a última hora de la tarde, le tomé de la mano y, casi arrastrando, me lo llevé a unos de los rincones del sótano en el que Alex y yo nos desfogábamos.
¿Qué hace?, ¿Dónde vamos?,... No paraba de hacer preguntas que yo no contestaba.
Sin darle tiempo a hablar, me lancé sobre él en la oscuridad de aquel cuartucho lleno de polvo y trastos viejos. Le besé con ansias y reaccionó, por primera vez noté en él un signo de excitación. El bulto de su sexo presionaba sobre el mío y sin, perder un segundo, le abrí la bragueta y liberé su verga erecta.
¿Estás loca?. ¿Qué pretendes?. Exclamó asombrado.
¡No lo ves!. ¡Hacer que nos corramos los dos!. Le contesté con un tomo algo sardónico.
Como por ensalmo, su polla se encogió entre mis dedos. Lo miré, reconozco que con cara de pocos amigos y empecé a masturbarlo como una loca. Nada, no había manera de lograr una erección que mereciera ese nombre. Jose estaba cada vez más nervioso; pero yo, obcecada, me arrodille y me la metí en la boca. Al final conseguí que se corriera; pero su miembro permaneció sin fuerza todo el rato.
Totalmente azorado, tanto me pedía perdón por haberse corrido en la boca, como se disculpaba por la falta de erección y se justificaba diciendo lo clásico de que era la primera vez que le pasaba y que normalmente tenía unas buenas erecciones.
Tuve ocasión de comprobar que tenía razón. Follamos muchas veces y realmente tenía una técnica impecable. Ha sido uno de los hombres con más aguante que he conocido, era capaz de llevarte al orgasmo varias veces seguidas sin correrse y cuando lo hacía tenía las eyaculaciones más abundantes que he visto. Sin embargo era una especie de autómata follador; más que una polla moviéndose en tu coño, parecía el embolo de una máquina con un pistón perfectamente ajustado a las paredes de la vagina. Pero de su boca no salía ni un suspiro, ni un gemido, ni un jadeo.
Jamás me pidió que le hiciera una mamada, ni salía de él comerme el coño. No rechazaba el sexo oral, se dejaba hacer hasta ducharme con sus ríos de tibia esperma y enseguida me lamía el sexo con una precisión de relojero. Se sabía la anatomía genital femenina con más detalle que la tabla periódica de los elementos; me proporcionaba unos orgasmos increíbles, pero no había pasión en lo que hacía. Tendida en la cama jadeando de placer, sustituía su falta de ardor con el morbo de sentir su semen chorreando por mi cara, su persistente sabor en mi boca y el goce de unas caricias en mis senos lubricados con tan formidable corrida. Acabé pensando que era un desperdicio que me inundara el coño de esa manera y creo que le debo Jose ese gusto por sentir el cálido contacto del esperma sobre la piel.
A pesar de los grandes momentos de placer que me proporcionaba, le deje pronto. Sin duda es preferible la pasión a la técnica.