Autobiografía de una gran mujer (05)
aquel piso se convirtió en nuestro sitio de reunión habitual y fue el detonante para que se iniciara una temporada de tórridas fiestas con poca luz, mucho alcohol, algunos porros y todo el sexo que podíamos; y que dejaban tras de sí un rastro de vasos sucios, ceniceros llenos, condones usados y olor a semen.
Capítulo 7: La cabaña del árbol
La cabaña de madera en la copa de un árbol es un elemento típico de las películas norteamericanas de adolescentes, por el que yo personalmente siempre he sentido una atracción especial.
Mi grupo de amigos también tuvo su "cabaña del árbol". El abuelo de uno de mis amigos enfermó y la pareja de ancianos se fue a vivir con su hija, dejando su piso libre. A mi amigo se le ocurrió la idea de pedir a sus padres que le dejaran el piso vacío para estudiar, ya que con los abuelos en casa andaban escasos de espacio para poder estudiar en grupo con sus compañeros. No entiendo como "coló", pero sus padres aceptaron.
Como era de esperar, aquel piso se convirtió en nuestro sitio de reunión habitual y fue el detonante para que se iniciara una temporada de tórridas fiestas con poca luz, mucho alcohol, algunos porros y todo el sexo que podíamos; y que dejaban tras de sí un rastro de vasos sucios, ceniceros llenos, condones usados y olor a semen.
Las parejas de hacían y deshacían a diario. La de pajas y mamadas que hice en aquellos meses, la de ríos de esperma que corrieron sobre mi piel y la de dedos, lenguas y vergas que exploraron mi coño. Iba casi todos los días al salir de clase; el ambiente te llevaba a ello: Poca luz; música tenue y acaramelada; cuerpos entrelazados; murmullos, gemidos y jadeos. Acababas abrazada a un cuerpo masculino: Entrelazado de lenguas; besos en los pezones y primer gemido; verga erecta en la mano y murmullo de complacencia; dedos abriéndose paso en tu coño y jadeo incontrolado; polla entre los labios y un "¡así, así!" libidinoso; lengua lamiéndote el clítoris y gritos contenidos de "¡no pares, no pares!; y, a partir de aquí, ríos de semen llenando bocas, vaginas y algún culo que otro. Y luego, bocas saturadas de sabor a sexo, sexos empapados de fluidos y saliva, ropas manchadas y deseos calmados hasta al próxima vez. Aquellos excesos me llevaron a tener que repetir un curso en la facultad.
Creo que todas follamos con todos y todos con todas. Bueno no con todos. Escribir sobre esta etapa de mi vida, me trae a la memoria uno de sus episodios más duros, que no me resisto a relatar.
Se llamaba Carlos y jamás mantuvo un contacto sexual con ninguna de nosotras. Pero estaba allí siempre, con un cigarro en la boca, un vaso en la mano, sentado junto al tocadiscos, haciendo de DJ y dispuesto a escuchar el relato de nuestros éxitos o a compartir las penas de los fracasos del día. Se rumoreaba que era homosexual; pero nadie estaba seguro de ello.
Poco a poco los ánimos se fueron calmando, surgieron parejas estables y las fiestas pasaron de ser partidas de caza a reuniones de parejas de amigos. Carlos se quedó solo, sin pareja femenina, tan buen amigo como siempre y yo tampoco tenía pareja todavía.
Se acercaba Carnaval, y organizamos una fiesta de disfraces.
La fiesta trascurría normalmente, bailábamos, bebíamos y reíamos en un ambiente totalmente festivo. En eso, Carlos, absolutamente borracho, se subió a una mesa, bajándose los pantalones y mostrando una tremenda erección, empezó a masturbarse gritando:
¡Soy un maricón, un maricón de mierda!. ¿Nadie quiere chuparme la polla?. Por favor, que algún tío me haga una mamada.
Su hermano, que también estaba en el grupo, lo bajo de la mesa y se lo llevó a casa. Al día siguiente, ya sereno, Carlos confirmó su homosexualidad. La cosa no tuvo mayor trascendencia.
Poco a poco, a medida que las parejas se iban consolidando, el grupo fue diluyéndose. Mi relación con Carlos fue haciéndose cada vez más lejana, y finalmente perdimos el contacto; pero me iban llegando noticias de su vida. Las relaciones con su familia nunca habían sido buenas; un padre tirano y una madre pulpo le había amargado la adolescencia y finalmente se había marchado de casa, abandonó los estudios y entró en el mundo de la marginalidad: paro, drogas, pequeños robos, etc., etc.
Un día llegó la terrible noticia que en el fondo todos esperábamos, Carlos estaba ingresado en un hospital, agonizando víctima del SIDA.
El día de su entierro ha sido él más duro de mi vida. Alguien, que había sido mi amigo, moría con apenas 30 años. La muerte siempre es dura, pero en estas condiciones más. Como complemento, tuvimos que oír al cabrón del padre de su diciendo a todo el mundo:
No sé a que vienen tantos lloros. A fin de cuentas ha muerto como se merecía por drogadicto y maricón.
Mas de uno tuvo que contenerse, para no agarrarle por el cuello y darle de bofetadas allí mismo. Al final del acto, me dirigí a dar el pésame a su pareja, la persona con la que había convivido y le había cuidado los últimos años de su vida. Mientras me acercaba a él escuché a un grupito de hombres de una cierta edad que le señalaban diciendo con evidente desprecio:
Mirad, ese es la "viuda".
Debían ser bestias de la misma calaña que el mal nacido de su padre, probablemente del mismo circulo de machos intolerantes. Es increíble que pueda haber gente que sea así. No nos conocíamos, me presente. Me miró fijamente a la cara y se me abrazó llorando.
Sentí que con aquel abrazo compartíamos cosas que las palabras no pueden describir y yo también lloré, lloré amargamente, en el hombro de aquel desconocido.