Autobiografía de una gran mujer (04)
La primera vivencia de relación entre sexo y automóvil me sucedió una noche de fin de semana a la salida de un cine, al que habíamos ido un grupo de amigos y conocidos.
Capítulo 6: Anécdotas de coches y otras situaciones.
La primera vivencia de relación entre sexo y automóvil me sucedió una noche de fin de semana a la salida de un cine, al que habíamos ido un grupo de amigos y conocidos. La mayoría decidió continuar la velada en un bar musical. Yo tenía un examen que preparar, una pareja tenía ganas de "otra cosa" y un chico que apenas conocía se ofreció a llevarnos a casa.
La pareja se acomodó en los asientos traseros y yo me senté junto al conductor. Apenas habíamos arrancado, y empezaron a llegar a mis oídos gemidos y jadeos. Se besaban como locos y sus manos se perdían entre las ropas del otro buscando el contacto con los respectivos sexos. Ella acabó con los pechos descubiertos, que él chupaba mientras ella asía con su mano, agitándola, la erecta verga de su pareja.
Nuestro sufrido chofer se mostraba visiblemente incómodo y no paraba de acomodar su sexo que se agitaba bajo el mal disimulado bulto de su pantalón. Yo estaba muy excitada y, sin pensarlo dos veces, apoyé mi mano sobre su muslo.
Me miró sonriente, aceleró y se desvió del camino llevando el coche hasta un solar en construcción. A estas alturas, los de atrás ya estaba follando y nosotros nos lanzamos el uno sobre el otro uniendo nuestros labios y cruzando nuestras lenguas.
Le abrí la bragueta y su polla salto como un resorte. Él intentaba acariciarme el coño; pero no lo conseguía. Nos desnudamos de cintura para abajo; pero nuestros movimientos eran torpes por lo incomodo de la situación.
Salimos del coche y me apoyé sobre el capó sintiendo su calor en mi culo desnudo. Separé las piernas dejando mi coño totalmente accesible. El coche se movía rítmicamente y los gemidos de placer llenaban el ambiente. Se me acercó sosteniendo el ariete con su mano y, sin más preámbulos, me la clavó hasta el fondo.
¡Dios, que sensación!. Era la primera vez que follaba sin condón y se notaba la diferencia. Me abracé a aquel cuerpo y no paramos hasta corrernos los dos.
Aquel polvo salvaje me enseñó dos cosas: Lo maravilloso que era el sexo sin barreras artificiales y lo mal que lo pasas cuando se retrasa la regla. Ambas cosas me llevaron a empezar a tomar anticonceptivos.
Otra situación muy didáctica me ocurrió una tarde que había quedado con Marta. Llegué a su casa antes de la hora a la que habíamos quedado y no me abría nadie la puerta.
Oí el ascensor y pensé que era ella; pero al volverme me encontré con su vecino. Era un chico simpático con el alguna vez habíamos hablado y que había sido alguna vez el centro de las fantasías eróticas que Marta y yo poníamos en común.
Me saludó y, al ver que yo insistía llamando y no me abría nadie, me invitó a esperar a Marta en su casa.
Me senté en su sofá, me dijo que no había nadie más en la casa y el se disculpó diciendo que iba a dejar las cosas en su habitación. Al volver se sentó a mi lado y vi en sus ojos el brillo del deseo.
Me deje llevar recordando las fantasías eróticas que sobre él habíamos inventado Marta y yo, acerqué mis labios a los suyos y él me respondió con un beso salvaje mientras que apretaba los pechos. Busqué su sexo en la abultada entrepierna; pero fue él mismo el que se desabrochó los pantalones dejando libre su polla y sus cojones.
Así fuertemente el mástil de su sexo y comencé a masturbarle; pero de inmediato sentí como su mano presionaba mi cabeza haciendo evidente lo que deseaba.
Me incliné sobre aquella verga rotunda y venosa que se erguía sobre la base de unos testículos grandes y cubiertos de pelo y lamí las gotas de licor seminal que ya perlaban su cabeza henchida y amoratada. Presionó con fuerza sobre mis labios y no cejó hasta que se deslizó entre ellos hasta el fondo de mi garganta haciéndome sentir el cosquilleo de su vello pubiano en la nariz. Recorrí una y otra vez el camino de ida y vuelta, deteniéndome apenas unos instantes cada vez que el glande quedaba encajado entre los labios.
Sentí que se corría e intenté apartarla de mi boca; pero él me sujetó firmemente impidiéndomelo hasta que en medio de un grito y de una convulsión tetánica inundó mi boca con su esperma. Quedó sobre el sofá, con la cabeza hacia atrás apoyada en el respaldo y las piernas separadas mostrando su miembro flácido y brillante, empapado de saliva y semen.
No me había gustado su comportamiento; pero decidí olvidarlo y mirándolo con una expresión de picardía le dije:
Ahora me toca a mí.
Pero levantándose y subiéndose los pantalones, me respondió:
¿A ti?. Tú ya has conseguido lo que buscáis todas las tías: Que se os corran en la boca. ¿Quieres algo de beber o te gusta mantener en la boca el sabor de la corrida?.
Le llamé cerdo, cabrón, hijo de puta y todos los insultos que me vinieron a la mente en ese momento; pero el sólo añadió:
Si te pones así, es mejor que te vayas.
Y me empujó hasta echarme a la calle y cerrarme la puerta en las narices.
Las lágrimas se me agolpaban en los ojos; pero no quise darle el gusto a ese indeseable y bajé las escaleras. En el portal me encontré con Marta que volvía y no tuve que decirle nada para que se diera cuenta de que algo me había sucedido.
Ese día me juré que no volvería a mamársela a un hombre si no estaba absolutamente segura de que iba a ser correspondida.
El mejor recuerdo de sexo en un coche se lo debo una vez más a Alex. Me vino a buscar con su coche nuevo, acababa de recogerlo y era la primera persona a la que se lo enseñaba.
¡Vamos a estrenarlo!. Me dijo entusiasmado.
Viniendo de él, supuse de inmediato a lo que se refería.
Salimos de la ciudad hacia el Tibidabo. Parecía saber muy bien a donde se dirigía y en una curva de la carretera de la Rebasada desvió el coche por un camino. El sendero llevaba a una explanada llena de marcas de neumáticos y desde la que se tenía una vista panorámica de Barcelona.
Sin decirnos nada, empezamos a besarnos a desnudarnos el uno al otro. Ya sin ropa, saltamos al asiento trasero y allí me senté sobre él haciendo que su verga me penetrara profundamente. Mientras yo me movía, él iba chupándome los pezones duros y erectos y ambos gemíamos de placer.
Me pidió que me levantará, me puso a gatas sobre el asiento y empezamos a follar como perros. No recordaba haberlo visto nunca tan excitado; acompañaba su mete y saca frenético con pellizcos en los pechos hasta ese difuso límite entre el dolor y el placer. Se le veía ansioso por vaciarse en mí y se corrió mordiéndome el cuello y haciendo que le siguiera en el éxtasis.
Quedamos, el uno junto al otro, sudorosos y jadeantes; pero de inmediato note que su polla verga seguía erecta. De improviso me suplicó:
¡Chúpame la polla!. Siempre he tenido la fantasía de que me hicieran una mamada en la parte trasera de un coche.
A Alex no podía negarle nada y comencé a besarle el miembro erecto y sus cojones suaves como el terciopelo, a lamerlo desde la base hasta la punta, a juguetear con mi lengua en su frenillo. Quedó tan lleno de saliva que, cuando dejé que resbalara lentamente entre mis labios, se veía tersa y brillante como de cera; pero caliente y palpitante. Hice que se corriera en mi boca y mantuve unos momentos el esperma caliente en mi boca sin tragármelo ni escupirlo.
Sentí sus manos que atraían mi boca hacia la suya y su semen y mi saliva mezclados pasaron de mi boca a la suya y de la mía a la suya en un beso largo y profundo. No sé si lo hizo adrede o si pensaba que yo me lo había tragado todo; pero no aflojó ni un momento ni hizo la menor señal de desagrado. Al contrario, abandono mi boca, lamiendo mi cuerpo bajó hasta mi coño, también inundado del semen de su primera corrida, y me lo lamió y chupó como solía hacerlo. Que el hombre que acababa de llenarme la boca y el coño con su esperma, ahora estuviera sintiéndolo en su paladar era para mí algo totalmente nuevo, inesperado y tremendamente lujurioso.
Alcancé el clímax sujetando la cabeza de Alex, gritando y agitándome como una posesa. Como de costumbre, Alex no me había defraudado.