Autobiografía de una gran mujer (03)

Ocurrió en una fiesta estudiantil. Se acercó a mí me preguntó si quería bailar con él. Se llamaba Alex, era el chico más popular de la clase y algunas compañeras decían de él que era estupendo en la cama.

Capítulo 3: Descubriendo a los hombres

Ocurrió en una fiesta estudiantil. Se acercó a mí me preguntó si quería bailar con él. Se llamaba Alex, era el chico más popular de la clase y algunas compañeras decían de él que era estupendo en la cama. A pesar de esa fama, no era engreído y su trato era estupendo.

Las hormonas funcionaron. Abrazados, el contacto de su cuerpo me hacía sentir en las nubes y nuestras bocas se fundieron en un profundo y sensual beso. Notaba la presión de su sexo contra el mío totalmente mojado y movía las caderas frotándome contra él al compás de la música.

Me tomó de la mano y me sacó de la zona de baile. Me llevó a un área en la penumbra y apartada de la gente. En la oscuridad se oían suspiros y gemidos y se adivinaban cuerpos enlazados en busca del placer.

Nos sentamos en un rincón, descubrió mis pechos y mientras los besaba, su mano alcanzó mi sexo. Yo le abrí el pantalón y su verga erecta salto como un resorte. Empezó a masturbarme suave y lentamente y yo así su polla con mi mano. Apenas si podía verla, pero la sentía cálida, suave, firme y palpitante entre mis dedos. Movía mi mano como había visto tantas veces hacerlo a mi hermano e iba notando como cada vez estaba más dura. Su mano en mi coño iba alternando las caricias en el clítoris con la penetración con los dedos.

Sentí que iba a correrme, le besé con ansia y su polla respondió con una serie de espasmos rítmicos. Tomó mi mano con la suya, la deslizó hacia el glande y apretó fuertemente sobre él. Una sensación caliente, húmeda y viscosa llenó mi mano. Acabábamos de corrernos los dos unidos en un beso.

Él siguió jugueteando con los dedos en mi sexo y yo continué moviéndome arriba y abajo sintiendo el excitante tacto de su polla empapada de semen.

Apartó sus labios de los míos, me miró y dijo:

  • ¿Era la primera vez, verdad?.

Reconocí que era así y él siguió:

Entonces, eres virgen y tendremos que arreglarlo.

En los días siguientes se repitieron contactos como aquel. Lo hicimos en oscuros rincones del sótano de la facultad, en los lavabos de bares e incluso en el cine. Solamente nos masturbábamos y aprendimos el uno del otro como nos gustaba más que nos lo hicieran.

Un día lo vi llegar a clase especialmente contento. Se acercó a mí y sin disimulo, me empezó a besar en el cuello y en la oreja diciéndome, mientras ponía mi mano en su entrepierna:

¿Te apetece?. Yo me muero de ganas.

Estaba excitadísimo y me lo contagió. Fuimos a uno de nuestros rincones favoritos y en el momento de correrse, exclamó:

¡- Por fin este fin de semana podremos follar como te mereces!.

Al terminar me explicó que se quedaba solo en casa y que si quería podía pasar con él el fin de semana. Mi respuesta fue un beso profundo y empezamos a fantasear sobre como me la iba a meter la primera vez que posturas íbamos a ensayar y cuantas veces nos íbamos a correr. Acabamos tan excitados que volvimos a pajearnos como locos.

Capítulo 4: El gran día

Vino a buscarme a casa, yo había dicho a mi familia que iba a estudiar a casa de un amigo.

¿De Marta?. – Preguntó mi madre, con un extraño tono de voz.

No, de Alex. – Respondí secamente.

Llamó al timbre desde el portal y por el interfono le dije que ya bajaba. Cuando fui a salir, mi padre estaba en la puerta con un paquete de preservativos en la mano. Los cogí, le di un beso y salí corriendo escaleras abajo.

El viaje en autobús se me hizo interminable. Había muy poca gente, sentados el uno junto al otro no parábamos de acariciarnos y besarnos. Cada vez estábamos más excitados, la sangre nos hervía.

Nada más cerrar la puerta de su casa, nos lanzamos el uno sobre el otro besándonos como si nos fuera la vida en ello. Allí mismo, de pie, entre gemidos y suspiros, nos desnudamos el uno al otro.

Por primera vez podía contemplarlo desnudo y me pareció extraordinariamente sensual y atractivo. Realmente se comprendía porque era el chico más deseado de la clase.

Abrazados, entre lametones y caricias me fue llevando hacia su habitación. Mis manos habían ido recorriendo todo su cuerpo, sintiendo la firmeza de su pecho, la ternura de su rostro, la voluptuosidad de su culo y la dureza de su verga. Estaba loca de deseo y no paraba de decirle que me follará, que me la metiera de una vez; pero él seguía besándome y acariciándome mientras su glande rozaba mi pubis, se insinuaba entre los labios de mi sexo y finalmente se deslizaba entre mis muslos.

Suavemente hizo que me tumbara sobre la cama, pensé que el ansiado momento había llegado y cerré los ojos esperando sentirme atravesada por aquel dardo. Pero en lugar de eso, hundió su cara en mi coño y empezó a besarlo, a lamerlo, a tomar el clítoris con sus labios haciéndome gritar de placer mientras le pedía una y otra vez que me penetrara, que quería sentir su polla entrando en mi coño.

No tengas prisas, quiero que estés bien lubrificada. Por ti y por mí. Me gustan los coños muy húmedos. – Musitaba con voz entrecortada mientras seguía ensalivándome el sexo.

Por fin se levantó, abrió un cajón, se puso un preservativo y de una vez entró en mi. Dios mío que sensación, me sentía colmada, totalmente llena. Su polla dilataba mi vagina, que hasta ahora sólo había recibido dedos propios y ajenos, sintiendo como rozaba en toda la pared y produciéndome unos tremendos espasmos de placer. Fue avanzando muy lentamente hasta que sentí su pubis sobre el mío y entonces me besó diciéndome:

¿Cómo estás, cariño?.

En la gloria. – Le respondí contrayendo mis músculos sobre su verga provocándole un gemido de placer.

Con todo seguridad, y dadas mis costumbres masturbatorias, yo no debía ser "técnicamente virgen", pues no noté nada especial mientras penetraba en mi.

Quería sentirlo dentro de mí, como su polla llenaba mi coño, quería prolongar aquel momento hasta el infinito y lo abracé con piernas y brazos para evitar que se retirara.

Nos besábamos, nos mordíamos, mientras hacíamos oscilar nuestras caderas; pero sin que su verga se saliera un ápice. Me corrí así, abrazada a él y cuando el orgasmo provocó que lo soltará, empezó a follarme cada vez más rápidamente. Creo que el primer orgasmo no me abandonó en ningún momento y cuando él gritó que se corría, clavándomela hasta el fondo, yo volví a alcanzar el clímax.

Capítulo 5: Epílogo de una noche

Fue una noche interminable. Yo no deseaba otra cosa que tenerlo dentro de mí; que sentir la suave cabeza de su verga buscar entre los pliegues de mi sexo la entrada a lo más profundo de mi cuerpo; que vivir segundo a segundo el avance de su duro ariete y que compartir los movimientos rítmicos y cadenciosos de sus caderas hasta que caía sobre mí, besándome como un loco mientras se derramaba. Pero sobre todo, había descubierto que el sexo era algo más que manos y bocas, en incluso que pollas, que provocaban un orgasmo. El sexo es sobre todo contacto cuerpo a cuerpo, piel contra pie, olores y sabores, humedad y calor, pasión animal.

Penetrada hasta el fondo, ensartada en su polla, devorando su boca, bebiendo su sudor, cada milímetro cuadrado de mi cuerpo sentía su presencia y compartía sus fluidos, su aliento vital.

Casi no intercambiamos palabras, sólo follamos y follamos hasta la extenuación. Quedábamos enmadejados, abrazados el uno al otro, y yo deseaba que no saliera de mí ni esos momentos de descanso; pero el se retiraba de mí cada vez en la más pura ortodoxia anticonceptiva.

Le dejaba descansar adormilado entre mis brazos; besándole y acariciándole, encontré en su nuca y sus orejas sus puntos más sensibles y no paraba hasta lograr que de nuevo estuviera dispuesto para mí. Se calzaba un nuevo condón, y volvía a la carga.

Desperté antes que Alex. Lo observé dormido boca arriba, con la boca abierta y su verga semierecta reposando sobre su pubis y no puede contenerme. Me incliné sobre su sexo, besándolo y acariciándolo y al poco él comenzó a pronunciar entre sueños palabras inconexas. Su polla y él despertaron al unísono y me miró sonriente mientras lentamente la hacía resbalar entre mis labios. Lo hacía por primera vez y era algo que había deseado casi desde que lo conocí.

Se relajó y me dejó hacer mientras acariciaba dulcemente mi pelo. Totalmente por intuición, alternaba el deslizamiento entre mis labios con golpecitos con la lengua en el glande y el frenillo y penetraciones profundas hasta casi ahogarme.

Cada vez la tenía más dura y su sabor iba cambiando; para mí era todo un descubrimiento. Era evidente que estaba en el paraíso; es extraordinario como les gusta a los hombres las felaciones.

Empezó a gemir, a jadear y a agitarse e hizo un gesto como para sacarla de mi boca. Era evidente lo que iba a ocurrir; pero yo estaba dispuesta a llegar hasta el final; así que aceleré el ritmo y a los pocos instantes una sensación cálida y viscosa, absolutamente nueva y sensual llenó mi boca.

Alex y yo nunca fuimos novios, ni siquiera amantes. Éramos buenos amigos que compartíamos sexo cuando alguno de los dos teníamos necesidad del otro. Él siguió siendo el furor de las chicas de clase y yo empecé a alternar con otros; sin embargo, de vez en cuando nos buscábamos el uno al otro simplemente para follar. El resto del tiempo éramos, como se decía en aquel famoso concurso de televisión, "compañeros de clase y residentes en Barcelona".