Autobiografía de una gran mujer (02)
Desde siempre he vivido los temas relativos al sexo como algo normal, sin tabúes ni hipocresías. No recuerdo que mis padres nos dijeran nunca nada parecido a hijos, tenemos que hablar de cosas de la vida; aprendimos como lo hicimos a andar o a comer, de una manera espontánea y natural que el sexo es algo más que una función reproductiva, que además es reflejo de cariño y amor, pero que puede ser simplemente una fuente de placer sin más connotacion
Capítulo 1: Recuerdos de familia
Para empezar de un modo convencional, te diré que nací en una familia acomodada pero sin grandes lujos. Mi padre, abogado de un cierto prestigio profesional y con inquietudes políticas y mi madre profesora de universidad, cuando eso no era tan corriente. Era una familia liberal, de eso que se ha venido en llamar la "izquierda sociológica" y mi hermano, un año mayor que yo, y yo vivíamos en un ambiente de mayor libertad de la que se acostumbraba en la España de mediados de los 60.
Desde siempre he vivido los temas relativos al sexo como algo normal, sin tabúes ni hipocresías. No recuerdo que mis padres nos dijeran nunca nada parecido a "hijos, tenemos que hablar de cosas de la vida"; aprendimos como lo hicimos a andar o a comer, de una manera espontánea y natural que el sexo es algo más que una función reproductiva, que además es reflejo de cariño y amor, pero que puede ser simplemente una fuente de placer sin más connotaciones.
En casa la desnudez también se vivía como algo natural. Toda mi vida he visto a mi padre y a mi hermano desnudos, como ellos me han visto a mí. Así que desde siempre he sabido como era el sexo de un hombre adulto y he visto con naturalidad los cambios que sufría mi hermano.
La casa era suficientemente grande para que mi hermano y yo tuviéramos habitaciones separadas; pero las puertas de baños y dormitorios no tenían pestillos. Más de una vez me había sorprendido mi hermano masturbándome con mi osito de peluche preferido y yo a él en similar actividad. He de reconocer que me excitaba mucho espiarlo y ver como salía disparado el semen de su verga para caer sobre su pecho y como luego resbalaba entre sus dedos.
Mi dormitorio estaba contiguo al de mis padres y pegando, el oído a la pared, podía escuchar lo que ocurría en la intimidad de su alcoba. Era "voyeurismo" auditivo e incestuoso; pero de esta manera me construí todo un mundo de prácticas sexuales imaginadas a partir de lo que podía escuchar. Cosas como: "Me vuelves loca comiéndome el coño", "que delicia sentir tu polla clavada en el culo", "me encanta el sabor de tu coño" o "no pares de chupármela y méteme los dedos los dedos en el culo", eran para mí una muestra de las innumerables variantes que podía tener la actividad sexual.
Sin embrago, a pesar de ese ambiente, que muchos tacharían de libertinaje, llegué a los 18 años no sólo virgen, sino sin haber tenido una verga entre mis manos y sin que nadie que no fuera yo misma (o mi oso de peluche) hubiera acariciado mi sexo.
Capítulo 2: Lecciones inolvidables
La primera amistad que hice en la facultad fue Marta. Una chica muy simpática y muy buena compañera con la que enseguida congenié.
Solíamos estudiar juntas y frecuentemente se quedaba a dormir en mi casa o yo lo hacía en la suya. Una noche que estábamos solas en su casa, ya de madrugada y cansadas de libros, nos tumbamos en la cama. Poco a poco nuestra conversación derivó hacia el tema del sexo y Marta comenzó a explicarme sus experiencias con chicos. Yo permanecía callada y me iba excitando con su relato, cuando me miró y con cara maliciosa me preguntó:
¿Y tú porque no dices nada?. ¿No serás virgen, verdad?. No tuve más remedio que reconocerlo y ella riendo me preguntó.
¿Al menos te masturbarás, no?.
Eso sí que lo hago y con cierta frecuencia. Le respondí algo turbada.
¿Y no te apetece hacerlo ahora?.
Sin darme tiempo a responder empezó a hacerlo y yo la seguí muy excitada. Tumbadas una junto a la otra oíamos la respiración profunda y los jadeos de placer de la otra. Estaba tremendamente mojada y mis dedos resbalaban suavemente por mí lubrificado coño.
Sentí la mano de Marta que tomaba la mía y la apartaba de mi sexo diciéndome:
Déjame a mí. Verás como te hago gozar.
Cuando sus dedos rozaron los labios de mi sexo, un intenso escalofrío de placer recorrió mi cuerpo. Sentí como los separaba y como tanteaba buscando el clítoris. Un gemido salió de mi boca cuando lo encontró y empezó a frotarlo suavemente. En un acto reflejo, mi mano se dirigió al suyo y empecé a masturbarla como si fuera el mío. Erá calido y húmedo, como el mío; pero la sensación de acariciar otro sexo era distinta y muy sensual.
Giramos nuestras caras para mirarnos frente a frente, sonreímos y nos besamos mientras sus dedos penetraban en mi vagina y con su rítmico movimiento me llevaba al paraíso. Noté los espasmos de su coño y como su beso se hacía más profundo.
Aquella práctica, infinitamente más placentera que la masturbación solitaria, se convirtió en habitual y yo seguía sin acercarme a los chicos, como si pensara que un simple beso me fuera a dejar embarazada.
Un día, en medio de los besos y caricias, percibí como la boca de Marta tomaba mis pezones entre sus labios. ¡Dios que sensación!. Me estaba acariciando el coño con la palma de la mano y sentía su presión sobre mi clítoris; pero sus dedos no entraban en mí como otras veces, a la vez que seguía chupándome los pezones. Intuí que algo diferente iba a pasar y rápidamente comprendí el qué, cuando dejó mis pechos y empezó a besarme el vientre.
Cuando sus labios besaron mi sexo y su lengua se abrió paso por entre los pliegues de mis labios alcanzando las ninfas y el clítoris, mi cuerpo se arqueó en respuesta al mayor placer que yo nunca había sentido hasta el momento. Devoró mi coño mientras yo le sujetaba la cabeza como para impedir que se marchara y entonces comprendí los gritos de mi madre en su alcoba, cuando le pedía a mi padre que no parara de comerle el coño.
Después de tan sublime orgasmo, fui yo la que hundí mi cabeza entre las piernas de Marta y sentí el olor y el sabor embriagador de un sexo palpitante de placer y aprendí lo que se siente no con el placer propio, sino haciendo que alguien a quien estimas goce al máximo del sexo. Entendí totalmente los murmullos placenteros de mi padre y de mi madre: De mi padre besando el sedoso coño de mi madre y arrancándole con su lengua aquellos gritos tan característicos; y de mi madre chupando la verga de mi padre, mientras este le pedía que se tragara hasta la ultima gota de su semen. Y porque ambos gozaban haciendo gozar a su pareja.
Llegamos a tener una relación muy intensa. Nuestras sesiones de sexo eran cada vez más salvajes. Tanto que llegué a pensar que yo era lesbiana; pero la verdad no me sentía preocupada en absoluto.