Auto satisfacción
Una madrugada calida, un auto, un lugar oscuro y una ventana abierta al placer.
Estacionó el auto en una calle oscura, muy arbolada. Me dio un beso largo y húmedo y puso su mano entre mis muslos. Lo abracé, mientras sentía como su mano subía hasta alcanzar el borde de mi tanga, por debajo de la mini que llevaba puesta.
Un dedo se coló debajo del tul, rozando los labios de mi vulva. Abrí las piernas. Dos, tres dedos alcanzaron la hendidura carnosa, se ubicaron, se deslizaron y se acomodaron en la entrada de mi vagina.
Con la otra mano reclinó el asiento y se me puso encima.
Tenía una erección formidable.
La sentía contra mi pubis, con el entre mis piernas abiertas.
Empezó a subirme la mini con cierto esfuerzo.
Después se desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta las rodillas, junto con su slip. Miré su pija enorme y me empecé a bajar la tanga.
Me dijo que me la dejara puesta, que le gustaba así.
Y a mi también, así que me la corrió un poco y puso su verga entre los labios de mi vulva.
Calcé mis piernas en el apoyabrazos de la puerta y en el volante y el me penetró.
Me entró casi toda del primer empellón. La tenía gruesa y bastante larga y sabía como usarla. Empezó a moverse con lentitud, bombeando despacio hasta que pudo acomodármela toda adentro. Tenía sus testículos calzados contra mis glúteos y la base de su verga frotándome en el clítoris. Le arañé la espalda cuando me la puso toda. Mi concha hervía, empapada.
Me empezó a dar más fuerte.
Le pedí que no me acabara adentro y entonces se detuvo. Resoplaba, agitado. Se levantó, se sacó el pantalón y el slip y yo aproveché para quitarme la mini.
Buscó en la guantera una caja de preservativos, abrió uno y se lo colocó. Tenía una verga enorme, pensé, mientras miraba como iba desenrollando el látex por su pene.
Me quité la tanga y la dejé sobre el tablero. El la colgó del espejo retrovisor, con una sonrisa encantadora.
Entonces me acomodé de nuevo, acostada boca arriba, con una pierna en el tablero y la otra en la ventanilla abierta.
Se me puso encima, con la verga en la mano.
Me la colocó entre los labios de la vulva y se acostó sobre mí. Me penetró fácilmente, casi hasta la base. Empezó a moverse, mientras yo guiaba los movimientos de su pelvis apretándolo por la cola con mis dos manos.
Me hundía la pija muy adentro, la sacaba, volvía a metérmela y yo lo sentía muy grande y ancho, dentro de mi estrechez.
Estábamos cogiendo desaforadamente, cuando vi que desde una ventana del edficio que teníamos a un lado, alguien nos miraba.
Lo detuve y se lo conté al oído, entre jadeos.
Quise quitármelo de encima, pero el estaba muy excitado como para detenerse.
Me quedé quieta y se lo repetí: “nos están mirando desde esa ventana…”
El entonces se detuvo. Sacó su verga enorme de mi concha y se sentó en su asiento. Me cubrí mi desnudez con su pantalón y me senté. El se inclinó para ver hacia la ventana. “Son dos chicas” me dijo, como si eso fuera la solución. Miré, medio escondida por el parasol y era verdad, dos chicas mas o menos de mi edad, asomadas a la ventana abierta, sin ningún tipo de pudor, miraban como el me cogía en su auto.
Reían, mientras señalaban al auto estacionado delante de su puerta. “Envidiosas…” pensé. Mientras trataba de vestirme de nuevo. No encontraba mi tanga, así que empecé a buscarla por el asiento.
“Te la colgó del espejo…putita” escuché que decían, entre risas, las chicas desde su ventana.
Me dio mucha vergüenza.
La descolgué con una mano. El me miraba, desnudo, sentado en su asiento.
“¿Y si les damos lo que están esperando…?” preguntó, sin ponerse colorado.
“¿No me vas a dejar así…nena…no?” me dijo enseguida señalándose su verga enorme y tiesa. No me explicaba como podía seguir excitado con esta situación.
Intenté una protesta. Era en vano, él estaba decidido a seguir cogiendome y no le importaba que nos vieran.
Me tomó veinte segundos decirle que si. En ese tiempo pensaba en el morbo que me provocaba el saber que las dos chicas estarían mirando como me garchaba a unos pocos metros de sus ojos.
Arrojé el pantalón de él hacia el asiento trasero, me quité el top y me quedé completamente desnuda. El encendió la luz del auto para que nos vieran bien.
Coloqué de nuevo una pierna en el tablero y la otra por la ventana abierta y me aseguré que nuestro público viera bien la escena y le pedí a él que me la metiera toda.
Sonrió, pasó por entre mis piernas abiertas, dirigió su ariete a mi abertura empapada y me lo insertó casi todo del primer empellón.
Crucé una pierna por su espalda y lo abracé con ambas manos. Miré hacia la ventana y las dos chicas estaban con medio cuerpo afuera, mirándonos.
Él empezó a moverse. Sabía bien como hacerlo. Me ensartaba, la sacaba, volvía a metérmela y yo gemía cada vez más fuerte. Las chicas lo alentaban: “Putita… te van a llenar de leche…”
Me dio un rato así, por adelante y después se me bajó de encima.
La pija estaba enorme, la blandía con orgullo de macho y me pedía que me le pusiera arriba.
Ocupó mi lugar en el asiento.
Me eché sobre el, con las piernas abiertas a los lados de sus caderas, mi cola hacia los ojos que nos miraban y con una mano coloqué su verga otra vez en mi vagina.
Me la introduje toda de un solo empuje de mi pelvis.
Empecé a cabalgarlo lentamente. Puse las manos en su pecho, eché la cabeza hacia atrás hasta casi rozar el techo del auto, el me empezó a apretar mis pechos pequeños y turgentes y yo me entregué por completa al placer de tenerlo dentro.
Empecé a sentir el orgasmo enseguida. Oleadas de contracciones me venían cada vez más rápidas y todo dentro de mí se convulsionaba.
La verga enorme me llegaba bien adentro, pulsante, ensanchándome toda.
Las chicas arriba silbaban.
Yo empecé a moverme más y más deprisa, jadeando, gimiendo cada vez más fuerte, meneando las caderas, frotando mi clítoris hinchado contra su cuerpo, con las contracciones que me hacían erizar la piel en cada vaivén, hasta que toda yo exploté en un orgasmo fabuloso.
Hundí las uñas en su pecho y sus brazos, lo arañé, empujé con mi pelvis para sentirlo mas adentro y con un gruñido exagerado, acabé.
La vagina se me contraía alrededor de su pija, envolviéndola entre mis músculos tensos, los labios de mi vulva, mi pubis echado sobre su cuerpo. Me derrumbé encima de él, derretida en el orgasmo.
Escuché algunos aplausos desde la ventana de arriba.
“Entregale el orto, putitaaaa… dale, que queremos ver mas!!!” gritaba una de las chicas.
El se sonrió. “Hacele caso, nena… tengo unas ganas de hacerte la cola…” me dijo, mientras yo resoplaba en su cuello, disfrutando de mi orgasmo.
Lo besé con lengua y saliva.
“Hacémelo, pero despacio… no me hagas doler mucho…” le dije, mientras me levantaba de encima suyo.
El se corrió para que yo pudiera colocarme en el asiento.
Me arrodillé, sacando la cabeza y parte de mi torso por la ventanilla.
El se sacó el preservativo, me untó entre los glúteos con un poco de gel, introdujo un dedo muy despacio en mi abertura, después otro y me la dilató bastante mientras que yo miraba a la ventana, a las chicas que seguían mirando y comentando.
“Cogételo bien, puta… si no vamos a bajar nosotras y vas a ver lo que siente un tipo cuando goza…” decían, entre risas.
“Haceme la cola, rey…” le dije, para que ellas me escucharan.
Empezó colocándome la punta de la verga entre los glúteos, buscó el lugar justo, me la apoyó despacio y agarrándome de las caderas, me penetró.
No le costó mucho metérmela.
Sentí como me ensanchaba con su tamaño, como mi resistencia cedía y con un empujón firme, como entraba por mi culo la cabeza de su verga.
La dejó allí un momento, sin moverse, mientras yo me mordía el labio para no chillar.
Cuando abrí los ojos, ya no había nadie en la ventana.
Las chicas bajaron desde su departamento en el primer piso hasta el palier del edificio, justo delante de nuestro auto.
El empujó más fuerte y me la puso toda. Empezó a menearse, hacia delante y atrás, sujetándome de las caderas. Yo, colgando de la ventanilla con medio cuerpo afuera, soportaba sus embates, aguantándome el dolor.
Logró meter todo su tamaño por mi culo. Contuve el aliento y empecé a jadear, con sus meneos y los empellones que lo introducían cada vez más dentro de mi abertura.
Las chicas me miraban, como hipnotizadas Ya no me insultaban.
El me daba cada vez más fuerte. Metido en mi culo, bombeaba con fuerza, haciéndome salir cada vez más por la ventanilla. Tuve que sujetarme del espejo y de la puerta para no caerme hacia la vereda.
“Despacio, bestia, que le vas a romper el culo…” oí que le decían. “Hacécelo despacio, así no le duele.” acotaron.
El, alentado por las voces, se apresuró y empezó a bombearme con más fuerza. Me clavaba las uñas en las caderas, me sujetaba con fuerza y con mas fuerza me penetraba, cada vez mas profundo.
“Te lo voy a llenar todo de lechita, nena…” me dijo, resoplando, casi en mi cuello.
“Dale, rey… terminame de una vez, adentro, dejame toda la leche adentro, por favor…” le supliqué, justo cuando él acababa dentro de mi.
Dejó escapar un gruñido grave y profundo, se tensó como una cuerda y de su verga hundida en mis entrañas, empezó a salir el fluido viscoso que me llenó toda. Empujó hasta el fondo y se quedó inmóvil.
La pija palpitaba dentro de mi cola y con cada latido, un poco más de semen me soltaba adentro.
Escuché aplausos y vítores.
Las chicas en el palier me felicitaban.
“Que bien te lo cogiste, nena… ahora si se va a ir tranquilito a casa, ¿no? Jajaja… “ rieron a coro.
El sacó la verga goteando de mi cola, se limpió con mi tanga y se sentó en su asiento.
Yo me acomodé en el mío, toda mojada. Me sequé con un pañuelo descartable, él apagó la luz, puso en marcha el auto y salimos despacio, por la calle oscura, dejando atrás las miradas envidiosas de las dos chicas.
Estacionó el auto en una calle oscura, muy arbolada. Me dio un beso largo y húmedo y puso su mano entre mis muslos. Lo abracé, mientras sentía como su mano subía hasta alcanzar el borde de mi tanga, por debajo de la mini que llevaba puesta.
Un dedo se coló debajo del tul, rozando los labios de mi vulva. Abrí las piernas. Dos, tres dedos alcanzaron la hendidura carnosa, se ubicaron, se deslizaron y se acomodaron en la entrada de mi vagina.
Con la otra mano reclinó el asiento y se me puso encima.
Tenía una erección formidable.
La sentía contra mi pubis, con el entre mis piernas abiertas.
Empezó a subirme la mini con cierto esfuerzo.
Después se desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta las rodillas, junto con su slip. Miré su pija enorme y me empecé a bajar la tanga.
Me dijo que me la dejara puesta, que le gustaba así.
Y a mi también, así que me la corrió un poco y puso su verga entre los labios de mi vulva.
Calcé mis piernas en el apoyabrazos de la puerta y en el volante y el me penetró.
Me entró casi toda del primer empellón. La tenía gruesa y bastante larga y sabía como usarla. Empezó a moverse con lentitud, bombeando despacio hasta que pudo acomodármela toda adentro. Tenía sus testículos calzados contra mis glúteos y la base de su verga frotándome en el clítoris. Le arañé la espalda cuando me la puso toda. Mi concha hervía, empapada.
Me empezó a dar más fuerte.
Le pedí que no me acabara adentro y entonces se detuvo. Resoplaba, agitado. Se levantó, se sacó el pantalón y el slip y yo aproveché para quitarme la mini.
Buscó en la guantera una caja de preservativos, abrió uno y se lo colocó. Tenía una verga enorme, pensé, mientras miraba como iba desenrollando el látex por su pene.
Me quité la tanga y la dejé sobre el tablero. El la colgó del espejo retrovisor, con una sonrisa encantadora.
Entonces me acomodé de nuevo, acostada boca arriba, con una pierna en el tablero y la otra en la ventanilla abierta.
Se me puso encima, con la verga en la mano.
Me la colocó entre los labios de la vulva y se acostó sobre mí. Me penetró fácilmente, casi hasta la base. Empezó a moverse, mientras yo guiaba los movimientos de su pelvis apretándolo por la cola con mis dos manos.
Me hundía la pija muy adentro, la sacaba, volvía a metérmela y yo lo sentía muy grande y ancho, dentro de mi estrechez.
Estábamos cogiendo desaforadamente, cuando vi que desde una ventana del edficio que teníamos a un lado, alguien nos miraba.
Lo detuve y se lo conté al oído, entre jadeos.
Quise quitármelo de encima, pero el estaba muy excitado como para detenerse.
Me quedé quieta y se lo repetí: “nos están mirando desde esa ventana…”
El entonces se detuvo. Sacó su verga enorme de mi concha y se sentó en su asiento. Me cubrí mi desnudez con su pantalón y me senté. El se inclinó para ver hacia la ventana. “Son dos chicas” me dijo, como si eso fuera la solución. Miré, medio escondida por el parasol y era verdad, dos chicas mas o menos de mi edad, asomadas a la ventana abierta, sin ningún tipo de pudor, miraban como el me cogía en su auto.
Reían, mientras señalaban al auto estacionado delante de su puerta. “Envidiosas…” pensé. Mientras trataba de vestirme de nuevo. No encontraba mi tanga, así que empecé a buscarla por el asiento.
“Te la colgó del espejo…putita” escuché que decían, entre risas, las chicas desde su ventana.
Me dio mucha vergüenza.
La descolgué con una mano. El me miraba, desnudo, sentado en su asiento.
“¿Y si les damos lo que están esperando…?” preguntó, sin ponerse colorado.
“¿No me vas a dejar así…nena…no?” me dijo enseguida señalándose su verga enorme y tiesa. No me explicaba como podía seguir excitado con esta situación.
Intenté una protesta. Era en vano, él estaba decidido a seguir cogiendome y no le importaba que nos vieran.
Me tomó veinte segundos decirle que si. En ese tiempo pensaba en el morbo que me provocaba el saber que las dos chicas estarían mirando como me garchaba a unos pocos metros de sus ojos.
Arrojé el pantalón de él hacia el asiento trasero, me quité el top y me quedé completamente desnuda. El encendió la luz del auto para que nos vieran bien.
Coloqué de nuevo una pierna en el tablero y la otra por la ventana abierta y me aseguré que nuestro público viera bien la escena y le pedí a él que me la metiera toda.
Sonrió, pasó por entre mis piernas abiertas, dirigió su ariete a mi abertura empapada y me lo insertó casi todo del primer empellón.
Crucé una pierna por su espalda y lo abracé con ambas manos. Miré hacia la ventana y las dos chicas estaban con medio cuerpo afuera, mirándonos.
Él empezó a moverse. Sabía bien como hacerlo. Me ensartaba, la sacaba, volvía a metérmela y yo gemía cada vez más fuerte. Las chicas lo alentaban: “Putita… te van a llenar de leche…”
Me dio un rato así, por adelante y después se me bajó de encima.
La pija estaba enorme, la blandía con orgullo de macho y me pedía que me le pusiera arriba.
Ocupó mi lugar en el asiento.
Me eché sobre el, con las piernas abiertas a los lados de sus caderas, mi cola hacia los ojos que nos miraban y con una mano coloqué su verga otra vez en mi vagina.
Me la introduje toda de un solo empuje de mi pelvis.
Empecé a cabalgarlo lentamente. Puse las manos en su pecho, eché la cabeza hacia atrás hasta casi rozar el techo del auto, el me empezó a apretar mis pechos pequeños y turgentes y yo me entregué por completa al placer de tenerlo dentro.
Empecé a sentir el orgasmo enseguida. Oleadas de contracciones me venían cada vez más rápidas y todo dentro de mí se convulsionaba.
La verga enorme me llegaba bien adentro, pulsante, ensanchándome toda.
Las chicas arriba silbaban.
Yo empecé a moverme más y más deprisa, jadeando, gimiendo cada vez más fuerte, meneando las caderas, frotando mi clítoris hinchado contra su cuerpo, con las contracciones que me hacían erizar la piel en cada vaivén, hasta que toda yo exploté en un orgasmo fabuloso.
Hundí las uñas en su pecho y sus brazos, lo arañé, empujé con mi pelvis para sentirlo mas adentro y con un gruñido exagerado, acabé.
La vagina se me contraía alrededor de su pija, envolviéndola entre mis músculos tensos, los labios de mi vulva, mi pubis echado sobre su cuerpo. Me derrumbé encima de él, derretida en el orgasmo.
Escuché algunos aplausos desde la ventana de arriba.
“Entregale el orto, putitaaaa… dale, que queremos ver mas!!!” gritaba una de las chicas.
El se sonrió. “Hacele caso, nena… tengo unas ganas de hacerte la cola…” me dijo, mientras yo resoplaba en su cuello, disfrutando de mi orgasmo.
Lo besé con lengua y saliva.
“Hacémelo, pero despacio… no me hagas doler mucho…” le dije, mientras me levantaba de encima suyo.
El se corrió para que yo pudiera colocarme en el asiento.
Me arrodillé, sacando la cabeza y parte de mi torso por la ventanilla.
El se sacó el preservativo, me untó entre los glúteos con un poco de gel, introdujo un dedo muy despacio en mi abertura, después otro y me la dilató bastante mientras que yo miraba a la ventana, a las chicas que seguían mirando y comentando.
“Cogételo bien, puta… si no vamos a bajar nosotras y vas a ver lo que siente un tipo cuando goza…” decían, entre risas.
“Haceme la cola, rey…” le dije, para que ellas me escucharan.
Empezó colocándome la punta de la verga entre los glúteos, buscó el lugar justo, me la apoyó despacio y agarrándome de las caderas, me penetró.
No le costó mucho metérmela.
Sentí como me ensanchaba con su tamaño, como mi resistencia cedía y con un empujón firme, como entraba por mi culo la cabeza de su verga.
La dejó allí un momento, sin moverse, mientras yo me mordía el labio para no chillar.
Cuando abrí los ojos, ya no había nadie en la ventana.
Las chicas bajaron desde su departamento en el primer piso hasta el palier del edificio, justo delante de nuestro auto.
El empujó más fuerte y me la puso toda. Empezó a menearse, hacia delante y atrás, sujetándome de las caderas. Yo, colgando de la ventanilla con medio cuerpo afuera, soportaba sus embates, aguantándome el dolor.
Logró meter todo su tamaño por mi culo. Contuve el aliento y empecé a jadear, con sus meneos y los empellones que lo introducían cada vez más dentro de mi abertura.
Las chicas me miraban, como hipnotizadas Ya no me insultaban.
El me daba cada vez más fuerte. Metido en mi culo, bombeaba con fuerza, haciéndome salir cada vez más por la ventanilla. Tuve que sujetarme del espejo y de la puerta para no caerme hacia la vereda.
“Despacio, bestia, que le vas a romper el culo…” oí que le decían. “Hacécelo despacio, así no le duele.” acotaron.
El, alentado por las voces, se apresuró y empezó a bombearme con más fuerza. Me clavaba las uñas en las caderas, me sujetaba con fuerza y con mas fuerza me penetraba, cada vez mas profundo.
“Te lo voy a llenar todo de lechita, nena…” me dijo, resoplando, casi en mi cuello.
“Dale, rey… terminame de una vez, adentro, dejame toda la leche adentro, por favor…” le supliqué, justo cuando él acababa dentro de mi.
Dejó escapar un gruñido grave y profundo, se tensó como una cuerda y de su verga hundida en mis entrañas, empezó a salir el fluido viscoso que me llenó toda. Empujó hasta el fondo y se quedó inmóvil.
La pija palpitaba dentro de mi cola y con cada latido, un poco más de semen me soltaba adentro.
Escuché aplausos y vítores.
Las chicas en el palier me felicitaban.
“Que bien te lo cogiste, nena… ahora si se va a ir tranquilito a casa, ¿no? Jajaja… “ rieron a coro.
El sacó la verga goteando de mi cola, se limpió con mi tanga y se sentó en su asiento.
Yo me acomodé en el mío, toda mojada. Me sequé con un pañuelo descartable, él apagó la luz, puso en marcha el auto y salimos despacio, por la calle oscura, dejando atrás las miradas envidiosas de las dos chicas.