Aura

Eduardo va a pasar el verano al chalet de su padre. Allí, tendrá que convivir con su hermana menor Aura, una chica un poco complicada, pero que oculta mas de lo que se imagina.

Eran las nueve de la mañana y ya hacía un calor infernal. Ni con la ventana abierta se podía descansar bien. Resultaba insoportable, así que Eduardo decidió levantarse, pese a que todavía se sentía cansado.

Tras estirarse un poco, salió de la habitación y se dirigió al baño. Una vez allí, se colocó frente al lavabo y se refrescó. Mojó su cara, cuello y cogote con agua fría, quedando más despejado. Luego, se miró frente al espejo, notando la expresión relajada que tenía. Ahora, se sentía mucho mejor. Salió de allí y, mientras bajaba las escaleras hacia el piso de abajo, observó el lugar donde se hallaba.

A sus veintiséis años, Eduardo vivía solo en un piso desde hacía tiempo. Así era como creía que pasaría el verano, pero cuando su padre se enteró de que tenía vacaciones, le sugirió que se viniera a su espléndido chalet. Se encontraba a las afueras, en una zona tranquila y contaba con una piscina. Parecía una buena idea, pero el problema era que tendría que convivir con alguien que no le iba a poner las cosas nada fáciles, su hermana menor Aura.

Bajó las escaleras y avanzó por la planta baja. No había nadie. Sabía que su padre y Diana, su esposa y madre de Aura, no estarían, pues habían decidido irse a la playa, pero no encontraba a su hermana menor por ningún lado. Igual se había ido con ellos.  Un poco sorprendido, se fue a la cocina para prepararse el desayuno. Mientras preparaba una taza de café, Eduardo se puso a reflexionar sobre lo caótica que era su vida.

Teniendo solo seis años, su madre decidió divorciarse de su padre. Fue una situación devastadora, sobre todo por la edad de Eduardo, pero era mejor que estar viendo a sus progenitores pelearse a todas horas. También fue un escándalo, pues su padre no era otro que Raimundo Cifuentes, jefe de Cifuentes y Asociados, una de las empresas más importantes del país, así que hubo muchas habladurías que no gustaron a nadie. Tras eso, se fue a vivir con su madre y ella lo crio sola, aunque su padre le pagó una buena pensión para su sustento y los estudios. Lo vio en contadas ocasiones, no solo porque se marchó a otra ciudad, sino porque un par de años después, se casó y tuvo una hija, aunque siempre mantuvo el contacto de alguna manera.

Dio un sorbo del caliente café. Al notar que quemaba, decidió echarle un poco más de leche para enfriarlo. Suspiró un poco. Que su padre lo hubiera invitado a pasar el verano con él y su familia le daba mala espina. Tenía la sensación de que quería proponerle que se uniera a su empresa para trabajar en algún cargo importante. Era algo que ya le había mencionado en más de una ocasión y no lo quería para nada. De hecho, ayer celebró una fiesta y le presentó a algunos de sus compañeros, altos directivos con los que el hombre parecía querer que se congraciara. Cuando entendería que ya tenía un trabajo como técnico de laboratorio y una vida propia en otra parte. Le frustraba mucho que fuera así. Ya viendo la bebida más fría, cogió la taza y la bebió tranquilo. Se dio la vuelta y miró hacia la cristalera que daba a la piscina. Entonces, fue cuando la vio.

Aura se encontraba recostada sobre una de las tumbonas, tomando el Sol tan placida. La veía serena y quieta, como si aquel ambiente la apaciguase, cosa rara, conociendo el temperamento de la chica. Desde donde estaba, pudo notar que llevaba un fino bikini blanco que cubría de manera parcial su bonito cuerpo. Un escalofrío le recorrió el espinazo. No muy convencido, decidió salir para ver que tal estaba, aunque sabía que no era una buena idea.

La convivencia en la casa no había sido fácil. Diana, la esposa de su padre, era una buena mujer y siempre se comportaba de manera simpática con él, pero no podía decir lo mismo de Aura. Apenas conocía a su media hermana y tan solo la había visto en unas cuantas ocasiones donde esta se había mostrado totalmente esquiva con él. Ahora que estaban más tiempo juntos bajo el mismo techo, no habían estado más que peleándose. Ella siempre se mostraba de manera desagradable y, cada vez que se hablaban, no era más que para intercambiar insultos. Llegados a ese punto, Eduardo estaba muy harto y solo pensaba en los pocos días que le quedaban para largarse. Por eso, ahora que salía para ver que tal estaba, lo hizo con sumo cuidado. A saber de qué humor andaría la niñita.

Cuando llegó a su lado, no pudo más que abrir los ojos deslumbrado. Ante él, tenía a una escultural y joven mujer de diecinueve años. El bikini blanco, tal como intuyó antes, apenas cubría su hermosa anatomía, dejando cuanto podía de su morena piel al descubierto e insinuando hasta el extremo sus increíbles atributos femeninos. La observó de pies a cabeza, fijándose en que su larga melena castaña clara la llevaba suelta, cayéndole por los hombros, y sus ojos los tenía ocultos bajo unas gafas de Sol. Estaba impresionante.

—Así que aquí estabas —comentó antes de darle otro sorbo al café.

Al escucharlo, Aura reaccionó moviendo su cabeza para mirarlo. Esperaba que no se pusiera tonta como de costumbre.

—¿Pues donde querías que estuviera? ¿De paseo por la Luna? —dijo ella de forma lacónica.

En fin, no sabía para que se hacía ilusiones. Algo exasperado, trató de calmarse y le respondió.

—Como no había nadie en casa, pensaba que te habías ido con papá y…tu madre.

—Pues ya ves que no —habló la muchacha tajante.

Tras decir eso, volvió a recostar la cabeza sobre la tumbona y quedó otra vez en aparente calma. Eduardo seguía allí, sin saber que decir. Algo decaído, se sentó en la tumbona que había a su derecha mientras terminaba de apurar lo poco que le quedaba de su café.

Miró hacia la piscina. El agua se veía limpia y transparente. Seguro  que también estaba fresca, perfecta para darse un buen chapuzón y quitarse todo el agobiante calor que llevaba encima.

—Que bochorno, ¿eh? —soltó en un vano intento por tener conversación.

Aura se mantuvo imperturbable, pero no tardó en responder.

—Oye, no tengo ganas de hablar y menos contigo, así que déjame tranquila, ¿vale?

Se quedó de piedra ante sus palabras. Iba ya a contestarle de mala manera, pero prefirió no hacerlo. Lo mejor era mantenerse en calma y no liarla como en otras ocasiones, donde hasta su padre tuvo que intervenir para separarlos.

—En fin, voy a darme un chapuzón en la piscina—comentó antes de levantarse.

—Descuida, yo no te lo voy a impedir —volvió a decirle la chica de manera burlona—. Aparte, papá lo paga todo. Que te aproveche.

Ese último comentario le sentó como una patada en los mismísimos. Se volteó un momento para mirarla. Ella seguía allí recostada, tan tranquila y despreocupada. Iba a decirle algo, pero optó por callarse y se marchó de allí.

Fue a su cuarto y se quitó el pijama. Luego, buscó su bañador y se lo puso. Solo con eso y una toalla, volvió a bajar en dirección hacia la piscina. Mientras iba hacia allí, no dejaba de pensar en Aura y en lo complicada que era. Entendía que le resultara difícil tratar con una persona con la que apenas había tenido contacto, pero eso no significaba que se mostrara de forma tan irritante con él. Nunca había tenido intención de molestarla, aunque a ella le daba igual. Su padre siempre había deseado que se llevaran mejor y deseaba que los dos se llevaran mejor en esas vacaciones, aunque tenía claro que no sería así.

Regresó a la piscina y colocó la toalla en la tumbona que había a la derecha de Aura. La chica lo miró detenidamente y, por un momento, se fijó en que las gafas de Sol se le habían caído un poco, dejando entrever sus preciosos ojos color café.

—¿Pasa algo? —preguntó al sentirse observado.

Aura rehuyó su indiscreta mirada y se colocó bien las gafas.

—Nada, solo que no me salpiques —contestó con cierto desagrado.

—Descuida, no lo haré.

Estuvo tentado de dar un salto desde el filo para ponerla llena de agua, pero se abstuvo. En vez de eso, bajó por las escaleras metálicas que tenía allí mismo. Nada más descender, el frio envolvió su cuerpo y tembló bastante. Quizás debería meterse más lentamente, pero teniendo en cuenta que ya estaba casi todo su cuerpo sumergido, lo mismo daba. Terminó de entrar y comenzó a nadar.

Al inicio, fue de forma lenta, limitándose a dar pequeñas brazadas para ir calentando su cuerpo. No sumergió todavía la cabeza, aunque no era porque se le fuera a mojar el pelo. Se lo había rapado y no suponía una molestia para él, pero tampoco deseaba pillar un resfriado tan rápido. Cuando ya notó que estaba a la temperatura del agua, se zambulló.

Estuvo sumergido por un ratito, no demasiado, en verdad. Cuando era más joven, podía aguantar por bastante tiempo la respiración, pero había perdido práctica. Emergió en cuanto vio que le faltaba aire. Ya fuera, exhaló cuanto pudo. Se limpió los ojos de agua y, en cuanto los abrió, notó que Aura estaba observándolo. No entendía por qué lo miraba, aunque decidió ignorarla. Era lo preferible.

Nadó dando fuertes brazadas y yendo de una punta de la piscina hacia la otra. En total, llegó a contar cuatro vueltas, un pequeño record, teniendo en cuenta que no era habitual que nadase. Cuando terminó, notó su cuerpo algo fatigado. No hacía demasiado ejercicio y la pasada que acababa de darse lo había dejado agarrotado. Descansó un rato, flotando bocarriba sobre el agua, mientras aspiraba aire para relajarse. Se vació de cualquier pensamiento estresante y se dejó llevar por la calmada quietud que el agua le ofrecía. Permaneció así por un buen rato, disfrutando de tan acuoso descanso, aunque no tardó en verse perturbado por una inesperada invasión.

Comenzó a escuchar un leve chapoteo en el agua y eso hizo que se saliera de su particular trance. Al incorporarse, vio como Aura entraba en la piscina. Se quedó bastante sorprendido. No esperaba que su hermana fuera a bañarse a estas alturas.

—Al final te has animado, ¿eh? —comentó un poco divertido.

Desde la distancia, ella lo observó en silencio. Sin sus gafas puestas, sus ojos se mostraban como dos pequeñas esferas oscuras. Le parecían muy bonitos, aunque en ellos, ya adivinaba una evidente molestia por su parte.

—¿Qué pasa? ¿Es que acaso no puedo darme un chapuzón como tú?

Otra vez su desagrado y antipatía volvían a hacer acto de presencia.

—Por mi parte, claro que puedes —le dejó bien claro—. Además, como tú misma dices, lo paga papá.

La mirada enfurecida que le lanzó la chica al escucharlo, le divirtió muchisimo.

Se fue al otro lado de la piscina para darle un poco más de espacio, aunque lo hacía más por él que por ella. Seguro que si estuviera cerca, Aura no dudaría en enfadarse y gritarle. Siempre era igual, una niñata caprichosa y malcriada que la tomaba con cualquiera que no le agradase. Vio cómo se echaba bocarriba sobre el agua y comenzaba a nadar hacia atrás. Lo hacía con una elegancia sinigual, alzando un brazo seguido de otro mientras movían sus piernas en un constante vaivén que levantaba un poco de agua, todo ello, guiado de forma armoniosa y sin prisas. Le recordaba a un cisne meciéndose tan placido sobre un estanque.

Se pegó al filo y, desde allí se limitó a observar como su hermana nadaba de un lado a otro. Lo cierto era que resultaba entretenido verla. Se la veía muy calmada y bonita moviéndose en el agua, toda una delicia. Fue entonces, cuando a Eduardo se le ocurrió algo. Sabía que se arrepentiría si lo llevaba a cabo, pero resultaba tan divertido que, incluso, puede que le gustase a ella. Eso esperaba, al menos.

Aprovechando que se daba la vuelta un momento, Eduardo se sumergió bajo el agua. Podía ver las piernas de su hermana desde ahí abajo y se percató de que estaba de espaldas a él, lo cual era perfecto. Comenzó a acercarse a ella hasta quedar muy próximo y, sin dudarlo, salió a la superficie. Aura se giró al escuchar el estruendoso sonido del agua y, antes de que pudiera darse cuenta, su hermano la rodeó por la cintura con sus brazos y tiró de ella, sumergiendo a los dos.

Eduardo notó como Aura se revolvía con violencia mientras la tenía agarrada. Viendo que no podría retenerla por más tiempo, decidió soltarla y, juntos, emergieron. El hombre respiró nada más sintió el aire. Dio varias bocanadas al tiempo que se limpiaba los ojos. En cuanto los abrió, se encontró a su hermana frente a él. Tenía todo el cuerpo mojado. Un sinfín de gotas recorría su morena piel. El pelo castaño claro lo tenía húmedo y aplastado, envolviendo su rostro. Se la veía muy bonita, aunque también notaba algo diferente en su rostro.

—¿Qué tal estás? —preguntó divertido— ¿Te ha gustado el chapuzón que te he metido?

La respuesta de la muchacha no tardó en llegar y no fue lo que esperaba. Le metió un fuerte guantazo en la cara, haciendo que casi perdiera el equilibrio. El dolor era terrible y quedó confuso. Cuando miró a su hermana, ella ya se disponía a salir a la piscina.

—Aura, espera —la llamó.

Sin embargo, la chica no le hizo caso. Nadó hasta llegar a una zona escalonada que había en el otro extremo de la piscina y salió fuera. Eduardo fue tras ella, pero no la pudo alcanzar. Su hermana cogió la toalla que había traído él y se envolvió el cuerpo. Tras eso, entró en la casa.

Eduardo se quedó metido en la piscina, sin creer en lo que había pasado. Todavía le ardía la mejilla del tortazo que le había metido. Se sumergió hasta la mitad de su cabeza, por encima de la nariz. Notaba lo fría que seguía el agua y no dejaba de pensar en lo que acababa de ocurrirle. No se esperaba esa reacción por parte de Aura y lo cierto era que la notaba muy dolida por lo ocurrido. ¿Se había pasado de la raya? La respuesta era obvia, pero no deseaba escucharla. Lo único que hizo fue sumergirse por completo en el agua, aguantar la respiración y esperar que todo se calmase. Si es que lo hacía.


El resto del día no volvió a ver a Aura. Cuando sus padres regresaron, la chica se encerró en su habitación y tan solo bajó para comer y cenar. En esas dos ocasiones, no cruzaron ni una palabra y cada vez que él la miraba, ella lo rehuía con disgusto. Su padre le preguntó si todo había ido bien entre los dos y su respuesta fue escueta: un mero “ si ” muy desganado.

A la mañana siguiente, volvió a despertar con el mismo agobio. Otra vez hacía un calor infernal y no merecía la pena seguir durmiendo, a pesar de que esta vez, se había despertado más temprano. Eran las ocho y cuarto. Frustrado, se levantó.

De nuevo, como el día anterior, su padre y Diana no estaban en casa. Hoy se habían ido a un club privado a pasar la mañana jugando al golf y montando a caballo. Eduardo rechazó la oferta de ir. No le agradaba ese estilo de vida. Llegó a la cocina y se preparó otro café, todo ello, de la misma forma que hizo ayer. Por un momento, creyó estar atrapado en el día de la marmota, reviviendo los mismos eventos una y otra vez. Cuando se asomó por la cristalera y vio a su hermana menor sentada en la tumbona frente a la piscina, supo que así era.

En un principio, pensó que lo mejor era quedarse allí y no ir a verla. ¿Para qué? Lo único que conseguiría era que se volvieran a pelear y que ella le metiese otro buen guantazo. Sin embargo, algo en su interior le decía que más valía que la confrontase. Podía entender el cabreo de ayer. La bromita fue muy pesada, eso no lo iba a negar, pero su actitud desde el primer día en el que llegó siempre había sido de desagrado, como si no lo quisiera tener cerca. Tenía que zanjar este asunto y entender que pasaba entre los dos.

Tras terminar el café, se subió arriba y se puso el bañador. Estaba decidido. Sabía que no era buena idea, pero necesitaba hacer esto. Bajó y salió a la piscina. Aura seguía recostada sobre la tumbona, con las gafas de Sol tapando sus ojos y en una pose relajada, justo como ayer. Las únicas diferencias eran que el escueto bikini que portaba esta vez era de color negro y que se encontraba en la tumbona de la derecha, no en la de la izquierda. Él se sentó de lado en la otra y se quedó mirando a la chica hasta que ella reparó en su presencia.

Cuando lo vio, se bajó las gafas, como si no se creyera que lo tuviera delante.

—¿Qué coño haces aquí? —preguntó disgustada.

La manera de hablar mostraba lo enfadada que estaba con él. Eduardo sabía que debía tener mucho cuidado.

—Quiero que hablemos de lo que pasó ayer —dijo con calma— Solo eso, ¿vale?

Pese a intentar ser lo más delicado posible, estaba claro que eso no convencía a su hermana.

—Yo no tengo nada de qué hablar contigo —sentenció la chica con rabia—. Ahora, déjame en paz.

Acto seguido, se subió las gafas para ocultar sus oscuros ojos color café y se recostó de nuevo.

A Eduardo le sentó como una patada en los mismísimos la pasividad de su hermana. Por un momento, creyó que lo mejor era pasar de ella y listo, pero algo en su interior se lo impedía. Necesitaba llegar al fondo de la cuestión y averiguar por qué ella lo odiaba tanto.

—¿Sé puede saber por qué eres así conmigo? —cuestionó disgustado— Yo nunca te he dicho o hecho nada malo. No comprendo por qué te pones así.

Aura se alteró de una forma que ni Eduardo esperaba. Se incorporó y también se sentó de lado sobre la tumbona, quedando cara a cara con él.

—¿A ti que mierdas te importa? —lo encaró— Ayer te comportaste como un auténtico gilipollas y te mereciste esa guantada. Más te tenía que haber dado.

—Muy bien, no voy a negar que no lo merezca —habló con tono conciliador—, pero en todo el tiempo que llevo aquí, no has parado de mostrarte muy enfadada conmigo, como si yo te molestase o no te gustara que anduviera cerca. ¿Por qué?

Entonces, fue cuando se dio cuenta de que algo andaba raro con Aura. Notó ciertas dudas en su cara, como si la chica ocultara más de lo que aparentaba. Sin embargo, se negaba a querer decirle que era.

—Te repito, yo no tengo que hablar nada contigo, así que déjame en paz —le reiteró la muchacha—. Si no, le voy a decir a papá que no dejas de molestarme y ya verás la que te caerá.

Se quedó sin palabras. Actuaba por completo como una niña pequeña. Lo peor era que seguía sin decirle la razón por la que estaba tan cabreada con él. Todo le parecía un sin sentido.

—Aura, lo único que quiero es hablar contigo, eso es todo —insistió, a la espera de ver algo de cooperación por parte de ella, aunque no fue así.

—Dios, que coñazo de tío —se quejó la chica. Harta se levantó y se fue a la piscina.

Eduardo se quedó allí sin saber qué hacer. Tan solo se limitó a ver como su hermana se metía en la piscina mojando su cuerpo y empezaba a nadar. Sin dejar de observarla, comenzó a evaluar su situación y lo mucho que le frustraba que su relación con Aura fuera tan mal. ¿Por qué demonios tenía que importarle? Era normal, en cierto modo. No se habían visto más que en contadas ocasiones, sin estar juntos el suficiente tiempo como para considerar que eran familia. Sin embargo, su empeño por querer hacer las paces con ella, conocerla mejor y considerarla como….una hermana, lo tenían obsesionado. Sin mediar palabra, se levantó y fue hasta donde estaba ella.

Nada más meterse, Aura se volvió al instante y lo miró inquieta.

—¿Pero qué haces? —dijo apretando los dientes en un claro gesto de enojo.

Nada más verlo acercarse, la chica intentó ir hacia las escaleras metálicas. Sin embargo, el hombre se colocó justo en medio de ella, lo cual la puso muy tensa. Cuando se percató de la situación, Aura lo miró impactada.

—¿De qué vas? —se la notaba cada vez más exasperada.

—Te guste o no, hablaremos —dejó bien claro su hermano.

Los dos permanecieron en silencio sin quitar la vista el uno de la otra. El sonido del agua chocando contra el borde la piscina y el lejano canto de algún pájaro eran lo único que se escuchaba. Eduardo dejó salir una bocanada de aire, muy tenso. Lo mismo hizo su hermana. Ambos estaban muy pendientes de cada movimiento que hiciesen. Parecían como dos pistoleros del lejano Oeste enfrascados en un duelo para ver quien desenfundaba el arma antes y fulminar de un tiro a su rival. Siguieron así hasta que los ojos de la chica se volvieron hacia la izquierda. En el otro lado, había otras escalerillas por las que subir. En ese mismo instante, los dos comenzaron a nadar como posesos.

Aura nadó lo más rápido que pudo y, en nada, llegó hasta las escalerillas metálicas. Alzó sus brazos para aferrarlas, pero Eduardo logró agarrarla por una de las piernas y tiró de ella.

—¡No! —gritó desesperada.

A Eduardo le había costado horrores ir tras su hermana. La condenada nadaba más rápido de lo que aparentaba y el sobreesfuerzo que había tenido que hacer para pillarla lo dejó casi agotado. Respiró muy continuado para intentar recuperarse, pero le costaba horrores, pues al mismo tiempo, trataba de retener a la muchacha.

La joven se revolvió con violencia, haciendo chapotear mucha agua. Eduardo consiguió envolverla por la cintura con sus brazos y tiró de ella hacia su cuerpo para inmovilizarla.

—¡Estate quieta! —le decía mientras no dejaban de forcejear.

Sin embargo, su hermana pequeña, no parecía dispuesta a ello. Se siguió revolviendo, levantando más agua y poniéndolos más mojados de lo que ya se encontraban. Le costaba mucho mantenerla retenida y, en un punto, casi se le escapó. Pese a todo, logró resistir lo suficiente hasta que la muchacha se calmó, rendida al ver que no tendría manera de escapar. Cuando la vio más relajada, él también se tranquilizó un poco.

—Joder, no hacía falta llegar a esto —se lamentó.

La chica seguía pegada a él, bien sostenida y sin hacer nada. Viendo que apenas se movía, la llevó hasta la zona escalonada de la piscina. Subieron un par de escalones hasta llegar a una parte donde ya no les cubría tanto el agua y se sentaron.

—¿Podemos hablar ahora? —le preguntó mientras se sentaba.

Ante la apremiante cuestión, Aura se limitó a mirarlo con desconcierto y algo de temor. Eduardo se percató del miedo que había en ella y trató de calmarla acariciando su hombro, pero eso hizo que se retirara asustada.

—Oye, no…no pretendo hacerte daño.

—Ah, ¿no? —soltó ella con voz angustiada— ¿Y lo que has hecho ahora que era?

Le angustió verla así. Sabía que se había excedido demasiado y eso la había dejado bastante asustada. Lo último que deseaba era verla llena de miedo.

—Te prometo que no pienso lastimarte —habló sincero—. Joder, es que jamás te haría nada malo Aura, pero quiero hablar contigo, eso es todo, y no me lo has puesto fácil.

Apretó un poco más su hombro para reafirmar su postura y que ella entrara en confianza. Pareció lograrlo, pues se calmó un poco. Siguió tocándola, pero no tardó en retirar la mano. Como siguiera sintiendo la suavidad de su húmeda piel, se alteraría bastante.

Aura agachó su cabeza avergonzada al tiempo que Eduardo no cesaba de admirarla. Ahora que la tenía más cerca, podía atestiguar con mayor claridad la increíble belleza de su hermana. El escueto bikini apenas dejaba lugar a la imaginación. Sus pechos medianos se le salían por los lados y se movían libres por el sujetador, conformando un exquisito escote que daba gusto admirar. Las finas braguitas tampoco ocultaban demasiado y desde su posición, con las piernas abiertas, se podía fijar en como la mojada tela dejaban entrever las formas de su sexo. Eso lo puso bastante nervioso.

—¿Y de qué quieres que hablemos? —preguntó ella de forma lastimosa.

Miró su rostro y notó sus ojos impregnados de mucho dolor. Eso conmovió bastante a Eduardo y le acarició una mejilla como señal de cariño. Lo que no se esperó fue que ella pegase su cara contra la palma de la mano. Le resultaba increíble que su hermana buscara ese roce. Fue entonces, cuando vio como de sus ojitos café brotaban lágrimas.

—Eh, eh, tranquila —dijo el hombre mientras la atraía para calmarla.

La abrazó con todas sus fuerzas y, pese al contacto, ella no pudo evitar romper a llorar. Él la estrechó más, pegando sus cuerpos, cosa que lo alteró bastante. Sentía su calidez, la suavidad de su piel y sobre todo, esos pechos aplastados contra su torso. Su polla se empezó a poner dura y Eduardo no pudo evitar maldecirse por ello. Era un completo idiota, excitándose con su propia hermana y, encima, cuando ella se encontraba muy triste y dolida.

Dejó que se desahogara y cuando se apartó de su lado, pudo notar el estado en el que se hallaba la pobre. Sus ojos estaban rojos y todavía le caían lágrimas. Además, su cara estaba contraída en una terrible expresión de dolor que le rompía el alma. Aura sollozó un poco más. Eduardo la limpió un poco, en un claro gesto fraternal.

—Yo…yo quería un hermano —soltó de repente la chica.

—¿Qué? —preguntó extrañado el hombre.

La mirada que Aura le lanzó estaba llena de decisión ante lo que le iba a contar.

—Veía a todas mis amigas presumiendo de tener un hermano o una hermana. Yo siempre fui hija única y nunca pude compartir mi vida con alguien más. Siempre estuve sola —confesó con solemnidad—. Papá siempre hablaba de ti, de ese misterioso hermano mayor que tenía, pero al que nunca había conocido. Deseaba tanto hacerlo, pero la primera vez que nos vimos, pasaste de mí y así, fueron muchas otras veces. Por eso, comencé a odiarte hasta hoy…

A Eduardo se le descompuso el alma. No podía creer que esa fuera la razón para que Aura estuviera tan enfadada con él. Si, se encontraron en unas cuantas ocasiones, pero entre la incomodidad del momento y la diferencia de edad, nunca tuvieron oportunidad de hablar y conocerse. Siempre trató de acercarse a ella, aunque le costó horrores y el resultado siempre fue el mismo. Eso, por lo visto, creó en ella un enorme resentimiento a quien veía como su hermano mayor.

—Ahora, vienes pretendiendo creer que podemos tener una relación normal, pero eso es imposible —continuó hablando la chica—. No te pienso perdonar y no hay nada que puedas hacer para solucionarlo.

Sus palabras no podrían sonar más devastadoras. Eduardo había topado con una persona muy dañada a nivel sentimental, no tanto por sus padres, sino por él. Creía que todo era una tontería, pero resultaba ser más serio de lo que aparentaba.

—Po…podemos resolverlo —habló en un desesperado intento por arreglar todo—. Estoy aquí y más que dispuesto a resarcirte por lo ocurrido.

—No, ya no hay nada que hacer —sentenció con pesimismo Aura.

Todo parecía indicar que era imposible, pero los dos seguían allí juntos como si nada. Peor todavía, Eduardo no dejaba de acariciar el rostro de su hermana y ella se dejaba hacer con total tranquilidad. En ese momento, Aura le parecía la chica más bonita del mundo y una criatura necesitada de amor. Deslizó sus dedos por esas mejillas rosadas a la vez que se perdía en esos oscuros ojos, tan hipnóticos que no cesaban de atraerle. Estaba perdido por completo en ellos, razón por la que no pudo evitar lo que ocurrió a continuación, los dos se besaron.

No tenía ni idea de quien había realizado el movimiento. Creyó haber sido solo él, pero recordó que Aura lo esperaba con ganas. Ahora, sentía esos finos y tibios labios rozando los suyos, cosa que le hizo pensar en retirarse, pero ese suave roce le gustaba y no dudó en pegarse más. No fue demasiado intenso, más bien tranquilo, pues no quería asustar a su hermana. Ella apretaba su boca, pero lo hacía un poco incomoda, como si le costara hacerlo bien. Respiraron un poco y luego, decidió separarse de ella.

Al apartarse, se miraron de nuevo. Aura estaba pletórica. Sus ojos tenían un brillo increíble y sus finos labios rosados se hallaban entreabiertos en una clara expresión de ardor. Los dos estaban muy calientes por lo que habían hecho y el deseo de ir a por más era muy fuerte. Sin embargo, Eduardo tenía que detenerlo.

—Aura, no podemos hacer esto —le dejó bien claro—. Somos familia y no podemos seguir.

Sin embargo, su hermana no quedó convencida por sus palabras.

—Precisamente por eso debes hacerlo —le habló ella con tono suplicante—. Si me quieres de verdad, esta es la única forma.

No lo comprendía, pero cuando ella se aproximaba de nuevo con intención de besarlo, no pudo resistirse. Volvieron a sellar sus labios en una incestuosa unión que no podían frenar. Sabía que estaba mal, pero en esos momentos, lo único que les llamaba era la pasión.

La abrazó para atraerla más. De hecho, abrió sus piernas e hizo que ella se colocara entre estas para tenerla sobre su regazo. La chica accedió por completo y reanudaron el beso. Sus labios se restregaban sin cesar y sus lenguas jugueteaban entre ellas, intercambiando cálida saliva que tanto les encantaba. Sentía el frio contacto del agua sobre su cálido cuerpo. Era un contraste que, unido al repetido contacto con su querida hermana, lo estaba llevando al cielo.

Sus manos no se quedaron quietas y recorrieron la escultural figura de Aura. Recorrieron la fina espalda, palpando esa tibia piel salpicada de gotas de agua, y descendieron hasta sus rotundas caderas antes de regresar hasta sus omoplatos. Una de ellas acarició el húmedo cabello castaño claro. Abrió su boca para que la lengua de su amante se introdujera en ella y la chupara. Todo estaba resultando maravilloso y, pese a tener pensamientos que le avisaban de lo que hacía, los apartaba de su lado. Carecían de importancia justo ahora. Siguió acariciando su pelo y degustando su lengua hasta que sus manos enfilaron hacia abajo y apresaron el redondo culo de su querida hermana.

Aura gimió cuando su hermano le apretó su trasero. Las manos del hombre atraparon cada prieta nalga con avidez. Eran perfectas y la fina braguita dejaba al descubierto la mitad de cada una, pudiendo tocarlas con total libertad. Ella acariciaba el torso bien formado de Eduardo e, incluso, se atrevía a pellizcarle algún pezón. No pararon de toquetearse, totalmente enfebrecidos por una pasión irrefrenable.

—Edu…Edu…te quiero —murmuró la chica entre tanto beso.

—¿Qué? —preguntó él extrañado.

Ya no era solo que lo llamara acortando su nombre, sino que le hubiera soltado tan alegre que lo quería. ¿A que venía eso? Ella, al verlo tan raro, le sonrió con ternura.

—Que te odie como hermano no significa que no te ame como hombre.

Se quedó perplejo ante lo que acababa de soltarle. ¿Estaba enamorada de él? No se lo podía creer, aunque poco pudo hacer ante semejante revelación, pues Aura se abalanzó sobre él y le dio un morreo más salvaje que los anteriores. La timidez que tenía antes estaba dejando paso a una pasión indescriptible. La chica se mostraba más impetuosa que nunca y eso le gustaba.

Eduardo la cogió de la cintura y con suavidad, la colocó a su lado. La miró, tan hermosa y radiante. No podía negar que la muchacha le atraía mucho, pero el hecho de que fuera hija de su padre resultaba un tanto incómodo. Sin embargo, cada vez discernía menos entre su hermana y la preciosa mujer que tenía delante.

—¿Te gusto? —preguntó ansiosa.

—Eres preciosa —confesó él con ronca voz.

Sin dudarlo, volvieron a besarse, pero esto no era suficiente para Eduardo. Colocó sus manos por la espalda de Aura y le desabrochó el bikini, sacándolo por su cuello. Así dejó al descubierto sus maravillosas tetas. Eran medianas y, a diferencia de su morena piel, más claras, pues les había dado poco el Sol. Tenían unos pezones rosados pequeños rodeados de unas areolas también claras. El hombre miró esas maravillas embobado.

—¿Te gustan? —preguntó de nuevo su hermana con tono muy coqueto.

—Sí, son muy bonitas.

Llevó sus manos hacia ellas y las apretó con suavidad. Estaban un poco caídas, pero mostraban una firmeza y una turgencia admirables. Las siguió palpando, haciendo que Aura gimiera de manera muy tierna. Sin embargo, esto no era suficiente para él. De repente, agarró a la chica y la volvió a colocar sobre su regazo. Acto seguido, hundió su cabeza entre esas dos increíbles tetas.

—Agh, Eduardo —murmuró Aura mientras sentía como besaba y lamía sus pechos.

El hombre no dudó en engullir uno de los rosados pezones, los cuales ya estaba bien duros, pero gracias a su boca, se pusieron más. Succionó uno y no tardó en ir a por el otro, dejando cada mama llena de saliva. Aura acariciaba su cabeza rapada al tiempo que cerraba sus ojos y gemía con mayor fuerza. Además, comenzó a mecer sus caderas, pues contra su entrepierna sentía el duro miembro de su querido hermano. No cesó de rozarse con este, dándose mayor placer.

Tras un rato así, Eduardo volvió a separarla de su lado e hizo que se subiera en el borde de la piscina. Entonces, el hombre comenzó a acariciar sus largas y torneadas piernas, las cuales no tardó en besar.

—Que bonitas son —dijo muy encantado.

La muchacha le sonrió divertida. Él continuó su avance hasta quedar encima de ella. Ambos se recostaron y se volvieron a besar. Eduardo acarició sus pechos otra vez y no tardó en descender para devorarlos de nuevo. Aura disfrutaba de toda la atención brindada y cerraba sus ojos al tiempo que degustaba de toda esa placentera estimulación. El hombre siguió bajando hasta su vientre plano, donde le dio varios besos y jugueteó con su pequeño ombligo, cosa que le causó cosquillas a su hermana hasta el punto de hacerla carcajear.

El avance de Eduardo se detuvo al llegar a las caderas de la fémina. Una vez allí, llevó una mano desde su muslo derecho hasta la ingle, cosa que hizo vibrar a Aura. Ella lo miraba muy atenta, pendiente de cual fuese su siguiente movimiento y el hombre no tardó en hacerlo. Sus dedos no tardaron en rozar la tela de la braguita, la cual notaba pegajosa y cálida. Su hermanita no pudo reprimir un súbito grito que ya mostraba lo incontenible que se hallaba. Sin perder más tiempo, la desprendió de su última prenda, sacándosela por entre sus sinuosas piernas.

Una vez hecho, Eduardo admiró el cuerpo desnudo de su hermana. Palpó cada centímetro con sus manos, perdiéndose entre sus maravillosas curvas y apreciando la rotundidad de sus caderas.

—Dios mío, ¡eres perfecta! —exclamó impresionado.

—¿De veras te gusto? —preguntó Aura dudosa.

—Sí, cariño —contestó él—. Me tienes loco.

Le cogió las piernas para que las abriese y así lo hizo. Cuando admiró lo que había allí, quedó maravillado.

Su vulva era una cerrada rajita rodeada de pelos por arriba y por los lados. En un inicio, podría parecer que no estuviera bien cuidada, pero se notaba el vello púbico bien recortado y arreglado. Le sorprendió. La mayoría de las mujeres con las que había estado se lo solía afeitar por completo o se dejaban un poco.

—¿Qué te parece? —le dijo un tanto desconfiada.

Eduardo llevó unos dedos hasta su sexo y lo acarició. La chica gimió como una gatita y con ayuda de dos, se lo abrió, tocándolo por dentro. Notó lo viscoso y calentito que era su interior. Se mordió un poco el labio ante esto.

—Me encanta.

Sin mediar palabra, enterró su cabeza entre las piernas de Aura y comenzó a devorar su coño.

Su lengua comenzó a lamer esa rajita de finos labios e interior rosado claro. Su hermana gritaba como una posesa al sentir ese musculo viscoso retorciéndose por todo su sexo. Eso preocupó en un inicio a Eduardo, pero reparó en que ellos eran las únicas personas que habían en la casa y no había nadie más cerca por los alrededores, así que dejó que ella chillase cuanto quisiera.

—¡Oh, Dios! ¡Esto es maravilloso!

Le encantaba escucharla. Estaba desatada por completo, lo mismo que él, quien no cesaba de degustar ese increíble manjar que tenía delante. El sabor amargo inundó su paladar y ese calor jugoso le encantaba. Continuó así hasta que Aura no pudo contenerse más y se corrió.

—¡¡¡Aaaah, siii!!! —aulló desesperada.

Notó una fuerte explosión húmeda contra su boca. Varios flujos se derramaron del sexo de la chica y ella se retorció varias veces, contoneando sus caderas y arqueando su espalda a la vez que degustaba el maravilloso orgasmo. Enseguida, acabó rendida, pero aquello no había terminado.

Tras limpiar su sexo de restos de flujo vaginal, Eduardo volvió a devorarlo sin piedad. Su lengua se adentró más en su interior, notando lo estrecha que estaba, aunque no tardó en sacarla para ir a por su clítoris. Cuando halló esa rugosa protuberancia, hizo que su hermana temblara como una loca.

—Joder, Edu, ¡me vas a matar!

Le encantaba escucharla tan excitada y loca. La muchacha llevó sus manos a las sienes de su hermano, empujándolo más contra su sexo y él dedicó toda su atención al clítoris. Lo succionó, lo golpeteó con la punta de su lengua, lo lamió y lo atrapó entre sus labios. Aquella cadena de estímulos fue suficiente para hacer que Aura se corriera de nuevo, más aún, si cabía. Gritó varias veces y tembló bastante, llegando a alzar las piernas. La dejó agotada por completo y podía escuchar como respiraba de forma profunda para recuperar el aliento.

Se incorporó, colocándose sobre ella, y se besaron. Le dio a probar de su sexo y ella relamió sus labios, además de chuparle la lengua. Le sonrió encantada y entonces, habló.

—Te quiero.

La miró. Era tan bonita. Sus ojos café brillaban de una manera tan increíble. Se veían irradiados de una felicidad muy grande. Era como si su hermana hubiera estado esperando esto con todas sus fuerzas.

—Yo también te quiero, Aura.

Aquellas palabras fueron suficiente para que la chica lo besase con ese ímpetu tan intenso que demostraba. El hombre no tardó en volver a comerle las tetas, poniendo aún más duros de lo que ya estaban sus pezones. A la vez, su mano derecha descendió hasta la entrepierna de la chica. Sus dedos no tardaron en volver a acariciar su húmeda rajita.

—Oh, Edu —suspiró maltrecha.

Atrapó su clítoris entre dos de sus dígitos, pero aquello no era más que un precalentamiento. Tras torturarla un poquito así, Eduardo comenzó a refregar su dedo corazón contra su coño, dejandolo bien impregnado con sus jugos vaginales. Cuando ya estaba bien húmedo, no dudó en introducirlo dentro de ella.

Aura contrajo su rostro, cerrando los ojos y abriendo la boca, dejando escapar un fuerte gemido. Eduardo aprovechó y le dio un fuerte beso a la vez que su dedo se adentraba en el interior de ella. El conducto vaginal se notaba estrecho, pero estaba lo bastante mojado como para penetrarla. Siguió avanzando hasta que notó que chocaba con algo. Era una pared elástica que se estiraba al avanzar un poco más: su himen. Se detuvo en seco ante este inesperado descubrimiento.

—Aura, ¿eres virgen?

Ella asintió en consecuencia y lo volvió a besar. Eduardo quedó bloqueado ante este descubrimiento, pues nunca creyó que su hermana jamás hubiera tenido sexo. Nunca había pensado en ella como alguien desinhibida por completo, pero con la edad que tenía, suponía que ya debió estrenarse. Pr lo visto no era así, aunque ahora, parecía desearlo con todas sus fuerzas.

—Fóllame, por favor —le pidió con entelerida voz—. No puedo aguantarlo más, porfa.

Su cabeza era una tempestad de dudas y prejuicios. Miraba a su preciosa y joven hermana retorciéndose de place debajo suya. La tenía a su completa merced y le suplicaba que se la follase. Estaba al límite. No dejaba de pensar en su padre, en la familia, en lo que estaba haciendo. Todo estaba a punto de estallar y no lo aguantaba más. Miró a esos ojos oscuros y lo tuvo claro.

Sin pensarlo más, besó a Aura en la boca y sacó el dedo del interior de su vagina. Se lo colocó en su nariz y tras aspirar el aroma a sexo húmedo, lo chupó. Ver como esa falange entraba entre sus finos labios fue lo más erótico que jamás había presenciado. Se lo retiró y volvió a besarla. Al mismo tiempo, se bajó el bañador.

—¡Agh, Edu! —gimió ella al sentir la polla de su hermano restregarse contra su sexo.

Su miembro palpitaba como si tuviera vida propia. Lo pasó varias veces por ese caliente coño hasta que lo colocó justo frente a la entrada. Entonces, ambos, hermano y hermana, se miraron a los ojos. Aura estaba deseosa de que entrara en ella. Lo veía en esos orbes color café tan llenos de deseo. No pudo más. Situó el glande justo en la entrada y empujó.

—Um, si —gruñó la chica.

Con suavidad, se tumbó sobre ella y entró poco a poco en su coño. Debía tener el mayor cuidado posible.

Conforme más entraba, más tensa se ponía Aura. Notaba como lo abrazaba con fuerza e, incluso, le clavaba las uñas en la espalda. Él la calmó con suaves besos y caricias. Su polla siguió avanzando y, pese a lo estrecho que estaba el conducto, la penetraba bien al estar lubricado por la excitación. No tardó en traspasar el himen y, al romperlo, vio que su hermana se estremeció un poco. Continuó adentrándose hasta que, al fin, su miembro estaba por completo dentro de ella.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Si —respondió de forma escueta la muchacha.

Besó su frente al escucharla. Dejó su polla en el interior, sin moverse, para que se habituara a ella y, cuando vio que Aura ya no se quejaba tanto del dolor, comenzó a menear sus caderas. Solo un leve bombeo para comprobar que todo estaba bien. Al no ver queja alguna por parte de su hermana, inició un movimiento más intenso.

—Agh, sigue —le pidió.

—¿Ya no te duele?

—No, ahora me da placer.

El hombre bombeaba su polla de forma más continua en el interior de la chica. Ella no tardó en gemir ante el placer resultante. Eduardo no apartaba su vista del rostro de su querida hermana. Verla con los ojos cerrados y abriendo su boca para dejar salir tantos gemidos y gritos le pareció lo más hermoso del mundo.

—Sí, Edu, no pares —lo animaba la joven para que no cesara.

Estaba disfrutando como nunca. Había estado con varias mujeres a lo largo de su vida, pero ninguna podía equipararse a Aura. Su coño apretado y caliente, esa suavidad tan increíble, el morbo de que fuera su propia hermana... Era indescriptible.

Gimió varias veces y notó su polla contraerse un poco. No podía aguantarlo más. Iba a correrse.

—Aura, no creo que tarde en venirme —le confesó a su querida hermana.

—¡Hazlo en mí! —le pidió ella— ¡Quiero que lo descargues todo en mi interior!

Oír aquello fue demasiado para su psique.

Buscó su boca y, tras besarse con deseo ardiente, aceleró el ritmo de su penetración. Veía como su hermana se estremecía ante el poderoso movimiento. Sus tetas bailoteaban hacia los lados con cada embestida y sus pezones arañaban el torso del hombre. Siguió así hasta que la clavó una última vez y se corrió.

—¡¡¡Me vengo, Aura!!! —anunció con aullante voz.

—¡¡¡Yo también!!! —la acompañó su querida hermana.

Chorros y chorros de semen salieron disparados al interior del coño de Aura. La caliente corrida hizo que ella tuviera un fuerte orgasmo, provocando terribles contracciones en su vagina. Eduardo terminó con la mente ida ante semejante corrida. Bajo él, su amada hermana se retorcía desesperada, gozando como nunca. Cuando todo acabó, se desplomó sobre ella y ambos acabaron casi muertos.

Pasó un largo rato en el que los dos descansaron sin demasiada preocupación. De hecho, al correrse, fue como si dejaran marchar todos sus problemas y tribulaciones. Con todo, Eduardo fue el primero en moverse.

Al incorporarse, sacó la polla del interior de su hermana y no tardó en ver como todo su placer se derramaba.

—Joder, como te he dejado —comentó disgustado.

Aura contempló como restos de semen mezclados con flujo vaginal y un poco de sangre salían de su coño. Miró fascinada semejante compuesto, el cual recogió entre sus dedos, notando lo pegajoso que era.

—Es increíble —expresó impresionada.

Eduardo fue hacia una de las tumbonas y cogió la toalla que había traído para limpiar a ambos. Primero, lo hizo con Aura y luego con él. Cuando vio las manchas de semen y sangre, se sintió un poco nervioso.

—Habrá que meterlo en la lavadora bien rápido para limpiarlo —comentó divertida la chica.

Le sonrió cómplice y luego, se vistieron. Ya listos, se prepararon para marcharse y fue cuando la realidad regresó para Eduardo. Había tenido sexo con su hermana y, lo peor, se había corrido en ella.

—Aura, ¿qué vamos a hacer con….ya sabes?

Al principio, cuando escuchó lo que acababa de decir, la chica quedó desconcertada, aunque no tardó en reparar de a qué se refería.

—No te preocupes por eso —lo calmó—. Tomo la píldora para regular el periodo, así que no hay problema si te has corrido en mí. De hecho, te dejé que lo hicieras por eso mismo.

Esa respuesta lo tranquilizó, pero seguía teniendo otras preocupaciones igual de graves en su cabeza. Sin embargo, decidió dejarlas pasar por el momento.

Cada uno regresó a su habitación y se ducharon. Tras eso, vestidos con ropa cómoda, se reencontraron en la cocina. Tenían hambre y, aunque no era mediodía todavía, ya estaban pensando en que almorzarían.

—¿Qué te apetece? —preguntó Eduardo a su hermana.

—¿Por qué no pides una pizza? —sugirió ella—. Hay un pequeño restaurante que las hace supercrujientes y con un queso fundido delicioso. Hacen reparto a domicilio.

La idea le gustó bastante, así que le pidió el número y llamaron. Encargaron dos, una primavera y la otra, cuatro quesos. Cuando las trajeron, se las comieron en el comedor, viendo la tele.

A Eduardo le encantó ese momento. Por un instante, parecían un hermano y hermana normales compartiendo un rato divertido y cómplice. A veces, la miraba y podía notarla más feliz que en otras ocasiones, sin rastro de enojos o tristeza como otras veces había presenciado. Le sorprendió el inesperado cambio. Para ello, solo tuvieron…que echar un polvo. Se preocupó bastante al recordar todo lo que había pasado. De hecho, comenzó a pensar en las implicaciones de lo que hicieron y eso lo perturbó mucho. Al mirarla, prefirió apartar esos pensamientos, de momento.

Cuando terminaron, llevaron los platos a la cocina y se pusieron a ver la tele. Él, sentado cómodamente en el sofá con las piernas bien estiradas. Ella, recostada de lado y apoyando su cabeza contra el pecho de su hermano. Estaba encantado de hallarse así. Acariciaba su terso pelo y sentía su profunda respiración. Era maravilloso, pero un terrible malestar no tardó en invadirlo. Tenían que hablar de lo ocurrido, no podían dejarlo apartado por más que quisieran.

—Aura, tenemos que hablar —dijo de repente.

La chica se incorporó y lo miró extrañada.

—¿De qué? —preguntó desconcertada.

—De lo que hemos hecho.

No se mostró demasiado preocupada al mencionar ese tema. Más bien, la vio indiferente.

—No hay mucho que decir, tan solo echamos un polvo, eso es todo.

El pasotismo de Aura volvía a hacer acto de presencia. Le divertía que para ella no fuese para tanto.

—Ah, no fue nada —habló irónico Eduardo—. Me he follado a mi hermana y eso no es un problema.

—Poco pareció importarte cuando me la metiste, ¿no?

No lo podía negar, la muchacha le echaba un buen par cuando se encaraba con él. Desconocía si con el resto de la gente sería igual, aunque pensaba que era probable.

—No voy a negarte que lo he disfrutado, pero eres mi hermana, joder. —Estaba dudoso ante todo lo que decía—. Esto no ha estado bien.

—Media hermana —corrigió Aura—. Técnicamente, no es tan grave.

—Qué más da, sigues siendo hija de nuestro padre —habló cortante el hombre—. Es más grave de lo que imaginas.

Su hermana guardó silencio. La estaba notando otra vez igual de molesta que esta mañana y eso, no le gustaba. Esperaba que no estallase.

—Haz lo que quieras —se limitó a decirle—. Yo te quiero como más que a un hermano y por eso, no he tenido problema para follar. Si tienes remordimientos, es cosa tuya.

Se levantó, cosa que extrañó a Eduardo.

—¿Adónde vas? —peguntó.

—Voy a echarme una siesta —le informó—. Si quieres venir y dormir a mi lado, eres libre de hacerlo.

Se fue del comedor y subió las escaleras en dirección hacia su cuarto.

Eduardo se quedó allí, dándole vueltas a todo. No dejaba de pensar en que opinaría su padre. Se lo imaginaba furioso, diciendo que ya no era su hijo y dejándole bien claro que ya no quería saber nada más de él. Era una imagen que no deseaba visionar. Se llevó las manos hacia el rostro, incapaz de concebir lo que acababa de hacer. Se maldijo por haber sucumbido a algo así, aunque, por otro lado, pensó en Aura y en lo que hicieron. Fue maravilloso. Ver su rostro crispado por el placer, besarla y acariciarla… No había nada que se le comparase. Encima, dijo que lo quería, como hombre y no como hermano. Eso le resultaba extraño, pero, ¿y él? ¿La amaba como hermana o como mujer? No lo entendía. Una parte si la veía como alguien de su misma sangre y había otra que la representaba como una preciosa fémina ansiosa de amor y cariño.

No pudo más. Subió a la planta de arriba y fue a su cuarto. La vio allí, tumbada de lado y de espaldas sobre la cama. Avanzó un par de pasos y se detuvo. Llevaba un vestido blanco de tirantes ligero y el pelo lo tenía suelto, cayéndole por la espalda. No sabía qué hacer, así que se lo preguntó.

—Aura, ¿puedo dormir contigo?

La chica se volvió y lo miró con esos ojitos café que tan loco lo volvían.

—Claro que puedes —respondió ella con una espléndida sonrisa.

Sin perder más tiempo, Eduardo se acostó al lado de su hermana y la abrazó, atrayéndola. Hundió su cabeza en la preciosa melena y aspiró su aroma. Aura sollozó feliz al sentirlo tan cerca de ella.

—Te quiero, pequeña —le dijo el hombre.

—Y yo —repuso feliz la muchacha.

De esa manera, se quedaron dormidos.


A la tarde-noche, regresaron Diana y su padre. A esas horas, Eduardo ya no dormía en la cama con Aura. Tampoco tuvieron sexo al despertar, pues no lo veía seguro. Nada más aparecieron sus padres, se comportaron de manera normal, aunque al hombre le costó horrores.

—¿Cómo lo habéis pasado en nuestra ausencia? —preguntó Raimundo Cifuentes a ambos.

—Muy bien —contestó alegre Aura—. Hemos pasado la mañana en la piscina y luego, hemos comido pizza. Después, hemos estado viendo la tele.

—¿Los dos juntos? —El hombre se hallaba sorprendido ante estas inesperadas noticias.

—Claro, nos lo hemos pasado genial —afirmó la chica—. Verdad, ¿Edu?

Al sentirse observado, la inseguridad creció en él. Miró a su padre y se veía incapaz de mentirle. Estuvieron en silencio por un momento y hasta Aura se puso nerviosa al no ver reacción por parte de su hermano mayor. Al final, Eduardo terminó por responder.

—Sí, hemos pasado el día juntos y muy a gusto.

El alivio llegó a ambos hijos tras escuchar esto. El padre sonrió satisfecho y les dijo que estaba muy contento.

Cenaron juntos y, aunque todos se veían muy contentos, Eduardo se quería morir por dentro. No tenía suficientes fuerzas para mirar a su padre. A Aura la notaba tan tranquila, como si ese día no hubiera pasado nada. ¿Cómo lo hacía para no pensar en eso y que los remordimientos la devorasen? Siguió comiendo y, una vez terminó, llevó los platos al fregadero y se marchó de allí.

Necesitaba despejarse, así que se fue al porche trasero del chalet, el cual daba a un amplio y bonito jardín con estanques. Observó el lugar y logró relajarse un poco. Con todo, no pudo evitar que el malestar siguiera en él, carcomiéndolo por dentro. Respiró varias veces, intentando serenarse. Creyó conseguirlo, pero la voz de su padre lo alteró de nuevo.

—Así que aquí andas —dijo a su espalda.

Tenso, vio cómo se ponía a su lado. Fumaba una pipa y notó como el aroma a tabaco seco inundó el ambiente. No le gustaba, pero tampoco le pareció demasiado molesto, así que lo toleró.

—¿Por qué te has venido al porche? —preguntó el hombre desconcertado— Podrías haberte quedado a ver la tele con nosotros en el salón. Para un rato que estamos juntos.

Tragó saliva, muy inquieto.

—Me apetecía tomar el fresco —le contestó.

Su padre dio una calada a la pipa y luego, dejó salir todo el humo. Eduardo trató de mantenerse tranquilo. Los nervios lo devoraban y temblaba un poco.

—Te irás en unos días, ¿no?

—Si, en cuatro.

—Me gustaría que te quedases más tiempo.

Pudo notar el desasosiego que desprendía el hombre. Se veían tan poco que las dos semanas que estaba pasando allí no le parecían suficiente.

—Ojalá, pero el trabajo siempre me llama —comentó alicaído.

—Sabes que puedo conseguirte algo en la empresa —dijo su padre.

—No empieces por ahí —lo interrumpió él.

—Solo era una sugerencia.

—La gran razón por la que me has invitado, ¿no?

Estaba muy molesto por todo ese asunto. Eduardo ya tenía su vida propia y no necesitaba que su padre metiese las narices ahora. Agradecía su preocupación, pero no lo necesitaba.

—Sabes que ese no es el motivo por el que te llamé.

—¿Y cuál es el verdadero?

—Por tu hermana.

Se volvió sorprendido al escuchar eso último. Su padre lo miraba taciturno mientras fumaba de su pipa.

—¿Qué…qué pasa con Aura? —preguntó temeroso Eduardo.

El hombre permaneció en silencio un poco. Parecía querer hacerse esperar en su respuesta, como si quisiera desesperarlo. Eso no le gustó ni un pelo.

—Quería que pasarais tiempo juntos —contestó al fin—. Ver si afianzabais vuestra relación.

—¿Por qué?

—Porque sois familia y yo sé que Aura siempre quiso tenerte cerca. Por lo que he visto hoy, parece que lo habéis arreglado.

Si su padre supiera lo que había ocurrido esa mañana, aunque prefería que no se enterase. De hacerlo, su reacción no sería nada buena.

—Sí, bueno, nos llevamos mejor, aunque tampoco es que sea para tirar cohetes.

—No pido milagros, hijo, pero ese primer acercamiento ya es algo.

Eso de acercamiento no fue una palabra muy acertada. De nuevo, si su padre supiera…

—Además, me viene bien para lo siguiente de lo que te quiero hablar.

Eduardo quedó desconcertado ante lo que acababa de soltarle.

—¿De qué se trata?

De nuevo, su padre volvió a guardar otro incomodo silencio. Si seguía así, lo volvería loco.

—Verás, es que quiero que dentro de dos meses, ella se vaya a vivir contigo.

Cuando escuchó eso, se quedó sin habla.

—¿Qué?

—Para eso te invité, hijo —le desveló bien resuelto su progenitor—. Podría haberte llamado, pero creí que hablarlo cara a cara aquí sería lo más justo.

Seguía sin poder creer lo que escuchaba.

—¿Por qué quieres que se venga a vivir conmigo?

—Empieza la universidad en septiembre y bueno, ella quiere estudiar arqueología. En la universidad de tu ciudad se puede hacer, así que creo que es perfecto que viva contigo.

Todavía se veía incapaz de creerlo.

—Quiero que cuides de ella —continuó hablando tan tranquilo el hombre—. En tus manos, podrás vigilarla de que no le pase nada malo, sobre todo, de que se aprovechen chavales con malas intenciones, tú ya me entiendes.

—Cla…claro. Se a lo que te refieres.

Sería reiterativo, pero si el pobre hombre supiera.

—Entonces, ¿puede tu hermana irse a vivir a tu piso y que cuides de ella?

La pregunta sonaba tan inocente y, a la vez, tan equivocada en miles de cosas.

—Por supuesto —respondió decidido—. Aura se puede venir conmigo. No es ningún problema.

Raimundo Cifuentes sonrió satisfecho ante la respuesta de su hijo.

—Me alegro —comentó muy orgulloso—. Sé que dejo a Aura en buenas manos.

En buenas manos ”. De verdad, si su pobre padre supiera….  El problema era que nunca lo sabría. Jamás tendría idea de lo que acababa de hacer, pero que culpa tenía el hombre.

—¿Cuántos años son de estudio? —preguntó por curiosidad.

—Según me contó ella, cuatro años más uno de posgrado y, creo que luego quiere hacer un master que dura dos. —El hombre se alteró un poco al enumerar— ¿No supondrá algún problema?

—Para nada —no dudó en calmarlo Eduardo—. De hecho, me alegro de que sean tantos años. Cuanto más estudie mejor.

—Eso mismo pienso yo —repuso el hombre.

Ambos sonrieron felices por la conversación que acababan de tener. Sin embargo, los motivos para estar alegres eran muy diferentes en cada uno. En el caso de Eduardo, no podrían ser más terribles, aunque ya no se arrepentía de nada en absoluto.

—Cre…creo que voy a contárselo a Aura —dijo de forma repentina— ¿Ella aún no lo sabe?

—Para nada —le confirmó su padre—, pero me parece fantástico que se lo digas tú mismo. Así se irá acostumbrando.

—Sí, es bueno que se vaya haciendo a la idea —comentó Eduardo cada vez menos convincente— ¿Dónde está?

—En su habitación —dijo el hombre.

—Vale, pues voy para allá.

Subió las escaleras lo más rápido que pudo y llegó al dormitorio de su hermana. Llamó a la puerta y ella no tardó en abrirle. Cuando lo vio, se quedó sorprendida.

—¿Qué pasa? —preguntó la chica desconcertada.

—¿Puedo entrar?

Aura se lo quedó mirando indecisa por un momento, pero no tardó en dejarlo pasar.

Ya dentro, la muchacha se sentó en su cama y él decidió acompañarla. Estaban muy cerca el uno del otro y lo cierto era, que después de lo ocurrido, se sentía cierta incomodidad. Se fijó en que llevaba el mismo vestido blanco de tirantes que portó durante la tarde. La hacía ver muy bonita.

—Oye, tengo que hablar contigo de una cosilla —comenzó Eduardo.

Aura no tardó en mirarlo preocupada.

—Sé de qué se trata —habló ella sin más.

—Ah, ¿si? —comentó sorprendido.

—Claro, de nuestra relación —respondió la muchacha con tono angustioso.

Eduardo descubrió una tristeza enorme en su rostro que parecía indicarle que su hermana estaba muy apenada. Habían tenido no hacía mucho una conversación donde le había mostrado sus dudas respecto a lo que hicieron. Parecía que deseaba hablar de ello y eso que él tenía pensado decirle algo muy diferente. De hecho, quería decírselo.

—Mira, yo…

—No, déjame hablar a mí primero —lo interrumpió su hermana.

Se quedó sin habla cuando vio la determinación que mostraba. Desde luego, no podía negar que la muchacha tenía un carácter fuerte y decidido cuando quería.

—Sé que has mostrado dudas respecto a nuestra relación y lo entiendo —comenzó con un angustioso tono de voz que le dio bastante pena—, así que no me importa si no quieres que sigamos, pero me gustaría decirte que yo no me arrepiento y hasta en cierto modo, te quiero por eso, pese a que me siga costando verte como a mi hermano. Lo que hemos hecho hoy ha sido lo más bonito que viviré en mi vida y nunca lo olvidaré.

Eduardo se mordió el labio, tratando de contenerse. Iba a hablar de nuevo, pero ella, otra vez, lo detuvo para volver a hablar.

—Además, sé que nunca tendremos futuro —Su voz se notaba más quebrada, a punto de llorar—. Te marcharás en unos días y regresarás a tu vida, olvidándote de mí, así que ya no importa nada. Me haré a la idea y punto.

Iba a continuar hablando, ya entre sollozos, pero Eduardo se adelantó, la abrazó y le dio un tierno beso. Aura se quedó paralizada al ver lo que su hermano mayor le hacía y cuando se separó, lo miró extrañada.

—Que mal pensada eres a veces —expresó un poco divertido.

—A mí esto no me hace ninguna gracia —contestó contrariada la chica.

Eduardo la retuvo cuando trató del levantarse y la acercó a su vera, quedando a escasos centímetros el uno del otro.

—Escúchame bien, tú no te vas a separar de mí porque en septiembre te vienes a vivir conmigo.

Cuando dijo esto, Aura lo miró repleta de dudas.

—¿A qué te refieres? —preguntó tan extrañada como curiosa.

—Verás, he hablado con papá y me ha dicho que quieres estudiar arqueología. —La muchacha asintió al decir esto—. El caso es que esa carrera está en la universidad de la ciudad donde vivo, así que ha pensado en mandarte allí y quiere que te vengas a mi piso.

—Pero allí solo vives tu —puntualizó Aura— ¿Dónde me metería yo?

—Bueno, ya abriré otro hueco para ti y, si no, siempre podemos dormir en mi cama.

Una sonrisilla se le dibujó al decir eso último. Su hermana, por el contrario, lo miró desconcertada, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Por un momento creyó que no se lo había tomado bien o que no lo habría entendido, pero esas dudas se despejaron cuando ella se abalanzó sobre él y comenzó a besarlo.

—Te quiero, te quiero, te quiero —murmuraba la joven mientras no cesaba de darle besos.

Eduardo la abrazó y correspondió a los labios de su hermana, uniéndolos con los suyos. Se dieron un intenso y húmedo beso a la vez que él le acariciaba el pelo. Luego de un rato así, ella se puso de lado y lo miró muy alegre. Notaba un intenso brillo en sus ojos color café que indicaba lo feliz que estaba.

—¿Estás mejor ahora? —preguntó el hombre para comprobar que todo iba bien.

—Sí, soy muy feliz —respondió ella con mucho entusiasmo—. No puedo creer que vayamos a estar tanto tiempo juntos. Nunca creí que algo así pudiera hacerse realidad.

—Aura, ¿de verdad estás enamorada de mí?

La pregunta que acababa de hacerle la dejó un poco insegura, tal como notó en su huidiza mirada. Le acarició la mejilla y ella le besó el dorso de la mano.

—Creo, aunque no lo tengo muy claro.

—¿Y eso?

—Es que eres muy guapo y encantador. En fin, no pude evitar fijarme en ti y sentirme atraída, pero la rabia, porque eras mi hermano y nunca podría tenerte, me consumió. Con todo, no niego que ahora deseo estar a tu lado.

Una cálida sonrisa se dibujó en su rostro y Eduardo la besó de nuevo.

—Yo también te quiero, Aura —le dejó bien claro—. No puedo distinguir entre mi hermana y la preciosa mujer que tengo delante. Os deseo y amo por igual.

Le alisó el pelo y unieron de nuevo sus bocas. Se dieron un beso lento, aunque no tardó en tornarse en uno más intenso y deseado. Antes de que pudieran darse cuenta, Eduardo y Aura se devoraban el uno al otro como posesos. Respiraban agitados y no cesaban de apretar sus bocas al tiempo que sus lenguas se unían en un húmedo abrazo.

—Edu, fóllame —le pidió ella al ssepararse.

Como le encantaba que lo llamara así. Estaba muy excitado y las ganas de hacerlo eran enormes, pero no podían.

—Aura, nuestro padre y tu madre están abajo —le informó, pese a no querer hacerlo en verdad—. No creo que sea buena idea. Podrían enterarse.

—Porfa, estoy muy cachonda —insistió la joven mientras restregaba sus finos y rosados labios contra la boca de su hermano—. Te prometo que no haré ningún ruido.

No aguantaba más. Su polla estaba muy dura y el recuerdo de encontrarse dentro de ese cálido coño hizo que se acabara rindiendo.

Volvió a besarla y su mano viajó por debajo de la falda del vestido, subiendo por sus sinuosas piernas hasta llegar a la entrepierna. Cuando tocó la húmeda raja de Aura de forma directa, quedó sin habla.

—¿No llevas bragas? —preguntó estupefacto.

—Así voy más cómoda —contestó ella mientras trataba de acallar un gemido.

—Que malilla eres —comentó el hombre divertido.

Le dio un fuerte beso para evitar que sus gemidos se escucharan. Con su mano, comenzó a masturbarla. Sentía la calidez que brotaba de entre los mojados pliegues de ese coño, notando también los suaves pelitos que lo envolvían y el jugo vaginal que se derramaba. La miró, tan colorada y tensa. La tenía a su completa merced y eso le encantaba. Siguió acariciándola allí abajo hasta que se corrió.

Ver como su hermana contraía todo su cuerpo, como sus piernas aprisionaban su mano y el increíble estallido de humedad procedente de su sexo, fue algo maravilloso. Tras el increíble orgasmo, dejó que descansara un poco, pero la muchacha no tardó en volver a la carga. Lo beso con mayor fuerza y llevó su mano hasta el pantalón, desabrochándole el botón y metiéndola por dentro.

—¡Aura! —exclamó sorprendido Eduardo.

—Quiero tocártela —le dijo de una manera que solo podía sonar como provocativa.

Estaba claro que la chica iba ganando más confianza. La timidez se iba esfumando y ahora, buscaba aquello que la estimulaba. Cuando atrapó su polla con la mano y comenzó a acariciarla, Eduardo creyó que se derretiría.

—Guau, está muy dura —comentó maravillada.

—Cómo no va a estarla si tengo a la cosa más sexy del mundo a mi lado —dijo él antes de comerle la boca.

Mientras ella trataba de hacerle una paja, Eduardo bajó uno de los tirantes de su vestido y dejó al descubierto uno de sus pechos. Sin dudarlo, se lo llevó a la boca y chupó su rosado pezón. Aura se estremeció ante el súbito contacto y apretó un poco el miembro del hombre, cosa que le encantó. Le descubrió el otro pecho y le dio el mismo tratamiento. A esas alturas, su hermana no pudo más que gemir del placer que disfrutaba. Para él, fue suficiente.

Puso a la chica bocarriba sobre la cama, se desabrochó el pantalón y se lo bajó, haciendo que su polla quedara al fin libre. Aura la miró impresionada. Se colocó sobre ella y dirigió su duro pene hacia el coño de su querida hermana. Ella se abrió de piernas y una vez llegó, se la metió sin dudarlo.

—Agh, Dios —masculló la chica al sentirse penetrada.

Eduardo no dudó en besarla para acallar su excitada voz. Su polla fue adentrándose en aquella estrecha y cálida gruta. Cuando ya estaba toda dentro, se sintió morir. Era el lugar más increíble en el que jamás había estado. Se sentía todo apretado y, cada vez que se movía, el placer se intensificaba.

Sus bocas no se separaban en ningún momento. El hombre siguió bombeando en el interior de su hermana, clavando su polla hasta lo más profundo de ese coño tan maravilloso. Cada estocada hacía que sus cuerpos temblasen. Notaba su respiración tan intensa y como sus pechos se movían descontrolados. Sabía que no tardaría en correrse y a él tampoco le faltaba demasiado. Siguió meneando sus caderas hasta que llegaron al clímax.

Aura fue la primera en venirse. Todo su cuerpo entero se tensó y su coño sufrió fuertes contracciones. Eduardo sintió como si estuviera succionando su polla y ese súbito estimulo hizo que también se corriera. Derramó varios chorros de semen en el interior de su hermana mientras temblaba desesperado. Cuando todo acabó, terminaron agotados y sudorosos. Separaron sus bocas, jadeando como animales en celo.

Se miraron. Los ojos de su hermana tenían un brillo hermoso, llenos de una vitalidad tan bella como increíble. Era muy feliz, igual que él.

—Te amo, Eduardo —habló con un tono de voz que casi sonaba trágico.

—Y yo a ti, Aura —dijo él.

Acarició su suave pelo y ella le tocó la frente. Se besaron un poco más y al separarse, se lo dejó bien claro.

—Ahora eres mía. —Su hermana ni se inmutó al oírlo.

—Y tú mío —sentenció ella con claridad.

Sonrieron felices y sus bocas se unieron de nuevo, sellando así ese nuevo pacto.

A partir de ahora, vivirían juntos como hermanos y como amantes. Nada ni nadie los separaría y se amarían por siempre hasta el final.