Aun no te conozco... pero ya te deseo
Aun no te conozco... pero ya te deseo - Lydia. Ha llegado el momento de que nos conozcamos.
"A ti"
Aun recuerdo como si fuera hoy la primera vez que me escribiste, dejándome tan sorprendida y completamente impresionada. Aunque lo pareciera, aquel no fue un correo normal, fue algo muy especial, quizás ni te acuerdes, aunque es imposible, un momento como aquel ninguno de los dos podremos olvidarlo. Me río de pensar tu ocurrencia cuando me decías que eras una especie de diablillo que había quedado hechizado con uno de mis relatos y que habías conseguido colarte en mi corazón sin que apenas yo me diera cuenta, pero lo mejor de todo es que tú me causaste ese mismo efecto. Dicen que es la química y algunos podrán pensar si eso a través de la red es de algún modo posible, pues sí, sí que lo es Algo nos atrajo y no me digas lo que fue, porque no lo sé.
Desde ese primer e-mail, empezamos a reír de todas esas cosas comunes que nos pasaban, como dos chiquillos, como dos almas gemelas, con esas ingeniosidades tuyas para hacerme reír continuamente y conseguir en relativamente poco tiempo que tuviéramos algo más que un intercambio diario de correos algo más que una amistad normal y corriente. Nuestra relación pasó a ser de "complicidad total" como tú me decías, de cariño sincero a admiración mutua y sobretodo de una gran atracción, algo que nos mantenía vivos y expectantes a la llegada de un nuevo mensaje del otro.
Nuestras cartas fueron tomando color, pero pasando directamente a un rojo ardiente, el día aquel en que me dijiste lo caliente que estabas y lo mucho que me deseabas. Lo nuestro pasó a ser más que feeling, más que confabulación, en un deseo mutuo que se fue intensificando. A pesar de ser nuestra timidez, no dejábamos escapar nuestras más fogosas pasiones a la hora de excitarnos, de calentarnos de una forma increíble en cada mensaje. Aquello se convirtió en una droga para los dos. Yo quedé enganchada a ti y tú de mí.
Aquellas frases tuyas estaban cargadas de apasionamiento, de un calor que hacía que yo me contagiase de ese ardor con suma facilidad, para llegar a sentir que estabas ahí a mi lado, no solo deseándote, sino, sintiéndote. Nadie me había proporcionado ese placer a tan larga distancia, nadie había conseguido acelerar mi corazón como tú lo hacías. Nadie me llevó a esos rincones ocultos como tú. La necesidad de tenerte se acrecentaba cada día.
Cuando dimos el paso de dejar nuestros mensajes apasionados para continuarlos por teléfono, todos los sentidos se multiplicaron hasta llegar a ser nuestra inevitable dosis diaria creándonos una adicción difícil de superar. Ninguno pretendíamos haber llegado a tanto, pero el caso es que no nos conformábamos con cualquier cosa, sino con un sexo pasional, salvaje y más que real al otro lado del hilo. Nos excitábamos con solo oír la voz tan deseada. Las palabras eran tan calientes, cuando nos susurrábamos, cuando nos contábamos aquellas cosas Al principio yo me mostraba más cortada, pero después mis palabras salían con más furia. Ya no nos limitábamos a decir solamente lo suave, sino lo mucho que nos necesitábamos hasta el punto de encendernos a más no poder. Tú desde casa, junto a tu mujer, que no sabía de tus juegos y yo en la mía con mi novio algo mosqueado que intentaba adivinar quién estaba al otro lado de una conversación llena de risas y susurros. Lograbas hacerme estremecer con esas frases y provocabas en mí unas sensaciones fascinantes. Era todo tan latente, tan sentido, que soñábamos con que aquello nos estaba ocurriendo en la realidad en vivo, imaginando como tu mano se colaba traviesa por mi escote o entre mis muslos y yo al tiempo creyéndome que acariciaba tu torso desnudo, que podía palpar tu vientre, tus brazos, morder tu cuello
La noche aquella tan memorable que tantas veces hemos recordado, en que hablábamos al principio de cosas sin importancia, donde incluso llegamos a discutir con la posibilidad de acabar con nuestro juego secreto fue incluso más intensa que las demás. Cuando entrábamos en nuestro pequeño mundo más íntimo, donde solo estábamos tú y yo, nadie más, ni tu mujer a poca distancia, ni el mosqueado de mi novio dormido en la habitación de al lado podían impedir nuestros juegos. Ese día estábamos dispuestos a todo, como si nadie más existiera en el mundo. Creo que ese riesgo nos mantenía con mayor excitación y con un morbo añadido lleno de erotismo y de locura desenfrenada. Nuestras voces eran de plena fogosidad, con la posibilidad de ser escuchados, con el miedo a ser descubiertos Cuando me relatabas lo que me harías, yo te pedía silencio, te rogaba que no lo dijeras, pero era falsa mi petición, porque lo que más me apetecía era escucharte esas cosas que iban calentándome más y más, llamándome "zorrita", como si realmente me lo estuvieras susurrando al oído.
Saber que mis palabras te estimulaban, me llenaba de un entusiasmo enorme. Saber que estabas empalmado me hacía mojarme, más cuando me llamabas "guarra", más cuando yo te decía "cabrón como me pones " Jugabas a ser perverso y cada vez lo eras más hasta ser mi diablillo particular, ese que despertaba mis instintos más animales, más pasionales. Conseguiste ponerme más cachonda que nunca aquella noche. La humedad y el cosquilleo en mi sexo eran más que palpables. Me estremezco solo de recordarlo
No sé como lo hicimos, pero ese día no éramos dueños de nosotros mismos, estábamos completamente locos, poseídos por la sensualidad del momento, por la pasión más irrefrenable y acabamos acariciándonos como si fuera el otro quien lo hiciera. Pasaba mi dedo por mi rajita y me parecía que era el tuyo realmente, mientras tu voz al otro lado susurraba las frases prohibidas, las palabras más ardientes y yo hacía lo mismo, provocándote, incitándote me decías que te estabas acariciando de igual manera imaginando que era mi mano la que tenía agarrado tu miembro de tal forma que no faltaba mucho para que acabases derramándolo todo sobre la alfombra. Esa fue nuestra última llamada, nuestra promesa a que aquello nos volvería completamente locos y que nuestro deseo nos iba a costar caro
Ahora ha llegado el momento, lo más decisivo de todos nuestros encuentros, cuando ayer me enviaste un mensaje diciendo que nos encontráramos, que diéramos el paso a sabiendas que hoy pudiera ser nuestra despedida, pero que tendríamos que vernos de una vez por todas era y es necesario. Es nuestro momento, vernos cara a cara. Me parece una auténtica locura, porque a pesar de nuestras cartas, a pesar de todo el tiempo que hemos pasado tan cerca solo separados por el teléfono, ahora estoy asustada, tremendamente aterrada sin embargo mi deseo es cada vez mayor: Quiero abrazarte, sentirte... No nos conocemos de nada, ni siquiera una foto y al mismo tiempo sabemos todo el uno del otro. Es tanto lo que te empuja a verte que estoy dispuesta a arriesgarme a llevar nuestros sueños y fantasías a la realidad, cueste lo que cueste y olvidarme de todo lo demás. Quiero abrazarte en vivo, no puedo esperar por más tiempo conocerte personalmente y no me importa si puedas ser tan diferente a como te tengo fabricado en mi mente. Aun no te conozco pero te deseo de tal manera, que no me importa nada más. Quiero abrazarte, besarte, chuparte, que me digas al oído todas esas cosas que antes me nombrabas al teléfono, aquellas que quiero escuchar con tus labios pegados a mi oído. Quiero que tu lengua me recorra entera y quiero ser tuya, completamente tuya Tu zorrita está dispuesta a todo, a complacerte y a morirse de gusto junto a tí.
Estoy esperándote aquí, en la cafetería y observando cada hombre que entra esperando que uno de ellos seas tú, se acerque y me diga un "hola bomboncito" y aunque no sepa como es tu cara, sé que te reconoceré. Lo presiento.
Posiblemente tú sepas quién soy, porque tal y como me pediste, me puse ese ceñido jersey rojo que tantas veces imaginaste, mis botas negras altas y la minifalda de cuadritos sin nada debajo. Solamente, como a ti te gusta.
Lydia