Aún no me lo creo (01)

De como de la noche a la mañana paso de ser virgen a follar como un auntentico porn-star...

Aun no me lo creo Un joven descubre placeres ignorados a través de una amiga de sus padres, lo que inicia una espiral de sexo imparable

Esta historia parecerá rozar el absurdo, no lo niego. Extraña, alocada e incluso increíble, no lo vamos a discutir a estas alturas. Pero lo que por otro lado me alegra es que la verdad no obedece a razones siempre lógicas, y mucho menos a democracias casuales. Así que sin esperanza alguna de ser creído cuento mi historia, no para ser admirado o envidiado, sino para contar desde el anonimato lo que jamás me atreveré a firmar. Y quizás para no pecar de originalidad empezaré presentándome, como en cualquier relato mediocre en primera persona escrito para la autosatisfacción. De todos modos avisaré que esta breve introducción de mi mismo va ser una sarta de mentiras sacadas de alguna mañana de inspiración en que la televisión no fue consuelo suficiente a mis alocadas fantasías y mi cabeza andaba loca en deseos de enajenarse a una vida mejor. Mi nombre es Arnau. Resultará extraño para muchos un nombre tan regional pero en esta historia ya contada yo escribo el guión del que mi nombre forma parte y si intentaré no mentir en cuanto a fechas, formas o sucesos, permítanme algunas licencias en cuanto a la descripción de las personas, que todos quisimos un día ser simplemente más. Vivo en Catalunya (me da igual lo que diga Microsoft, aunque me lo subraye lo voy a dejar con "ny"), lo que por imperativo legal significa la esquina nordeste de esa gran patria de los tres barrotes que a algunos nos han obligado a aceptar. Pero no entremos en ese tema escabroso… no es eso lo que nos ha traído hasta aquí, ¿cierto? ¿Físicamente? Un desastre. Bueno, quizás no tanto. Más bien normalito. Mido cerca del metro ochenta y no destaco en ningún aspecto, ninguno. Intenten imaginarse a un estudiante de veinte años y antes de que en su mente empiecen a dibujarse rasgos identificativos habrán hecho un retrato de mi humilde persona. En la actualidad estudio periodismo, que si bien no consigue hacerme sentir realizado, es lo suficientemente sencillo como para que dedique gran parte de mi tiempo al pasatiempo nacional, ¿jugar a fútbol?, no se flipen, son otras las pelotas que me toco. Supongo que eso se debe también en parte a que los cabrones de mis padres están forrados y no tengo ningún tipo de prisas en incorporarme al mercado laboral. Aún no se muy bien a que se dedican. El cargo que tiene mi padre en la empresa tiene un nombre realmente raro, y encima para vacilar, lo pone en las tarjetas de visita en inglés. Por lo que a mi respecta se dedican a comprar y vender de todo quedándose por el camino una pequeña comisión de la que nunca discuten el color. Resumiendo, casi cincuenta líneas para contar que no soy más que un maldito niño de papá catalán de veinte años que estudia periodismo y tiene un ordenador con el maldito office, pero avisé que me tomaría ciertas licencias. Continuando con mi línea de escritor nefasto voy a situar la historia en el tiempo como si se tratase de un cuento para niños donde más vale dejar ciertas cosas claras antes de empezar, o como si yo fuera un simple payaso sin más recursos literarios que la simple narración lineal y omnisciente, pero si los tuviese no pedería el tiempo en una absurda historia de aventuras sexuales y me entretendría en aliviar las penas del mundo explicando como un maldito loco se monta en un caballo en busca de una tal Dulcinea del Toboso. La historia empezó hace un año en mi pueblo, Vilassar. ¿Y saben que? No se lo voy a describir, cómprense una guía turística que me han dicho que están baratas. Y sin más dilaciones, como no siento ningún tipo de obligación formal voy a empezar a relatarles mi historia, al fin y al cabo, ¿quien obliga a nadie a leer? Debo empezar diciendo que para esas alturas, dos años atrás, mi experiencia sexual era prácticamente nula, fuera de algún que otro toqueteo y tonterías varias con las que amigas mías me habían premiado. La casa dónde vivíamos mostraba el estatus económico de mis padres. Mi habitación era grande y la envidia de mis amigos. En ella había todo lo que se puede desear, desde un baño propio a una enorme y desaprovechada cama donde me tumbaba a mirar la tele, jugar a la play o escuchar música. Lógicamente había un escritorio con un superordenador, capricho de mi padre, al que escribiendo esta historia he descubierto utilidades más allá de la grabación ilegal de música. Mi riqueza (la de mis padres), no significa que esté dispuesto a pagar 1000 pelas al corte inglés y otras mil a una productora para que un cantante se lleve veinte duros (que gustazo representa por un momento resucitar a mi vieja amiga la peseta, y lo que es peor ¿porqué nadie ha celebrado un funeral por el duro?, por lo que a mi respecta es cinco veces más importante que la peseta). Pues bien, era un domingo cualquiera (ya hemos comentado lo de mi capacidad narrativa), y yo estaba tranquilito en mi cama y en mi mundo haciendo ver que los vodkas con naranjada de la noche anterior no me estaban amartillando la cabeza y disfrutando del recuerdo de alguna aventurilla nocturna, en ese estado de semi-inconsciencia del que los padres han olvidado disfrutar. Mi…, vamos a llamarlo "hermanito", se había despertado ya y pedía a gritos algo de libertad pero no podría obtener más que una partidita al famoso cinco contra uno así que me limité a hacerlo esperar. Por el ruido indescifrable que entraba por mi ventana abierta (acabo de dejar ver que era verano, empiezo a mejorar en eso de escribir), deduje que mis padres habían llenado la casa de gorrones deseoso de comida gratis y un baño en mi piscina. Supuse que mis padres no requerirían mi presencia y empecé a pegarme una solemne paja. En esa época seguía todo un ritual. Sin abrir en ningún momento los ojos, y intentando no salir de mi estado somnolente empezaba con una sutil caricia a lo largo de mi…polla, seamos claros. Y bueno, aceleraba el ritmo y lo paraba y jugaba un rato hasta que la naturaleza llamaba a la puerta, la de mi capullo, claro. Pues bien, estaba yo aún en las primeras caricias cuando Anna, la mujer del abogado de mi padre entró alocada y riendo a carcajadas en mi habitación me miró al exagerado paquete (recordemos que tenía la mano dentro de los calzoncillos), sonrió picadamente, cerró con pestillo y se puso el dedo índice derecho delante de los labios pidiendo silencio. No sabía para que quería silencio, y eso me ponía nervioso. Más incluso que el saber que una íntima amiga de mis padres me había visto en ese lamentable estado (eso de lamentable era solo por poner algún adjetivo, que siempre quedan bien). En un momento entendí para que pedía silencio. Se oyeron gritos desde el pasillo de su marido que la buscaba siguiendo algún juego estúpido que no debía estar regido por la norma de no entrar en las habitaciones. Yo, instintivamente saqué la mano de los calzoncillos y miré a la puerta, como si fuese a ver a través de ella quien corría por el pasillo. Entre los nervios y el miedo no me había fijado en Anna. La conocía desde hacía mucho tiempo y siempre me había puesto como una moto. Estaba delante de mí, enfundada en un diminuto bikini estampado con motivos florales. No me atrevía a decir nada en esa situación e intentaba no mirarla, lo que conseguí solo durante unos segundos. Sin querer empecé a mirarla de arriba abajo. Observé que su piel aún estaba húmeda e incluso pude adivinar sus pezones bajo su bikini. Yo estaba en un estado de trance en el que no me había encontrado nunca antes. Ni siquiera me cuestionaba el silencio y simplemente clavé su vista en su cuerpo. No podría hablar de altura, ni de tallas. Era simplemente esa mujer de más de treinta años, cuidada, y con un marido veinte años mayor que ella al que todo el mundo atribuye una fortuna proporcional a la belleza de su esposa. Era rubia, de esas rubias de toda la vida que logran conseguir tras muchos años que la gente se crea que son realmente rubias. Tenía unos ojos marrones enormes, de esos que son ignorados hasta que un día alguien decide fijarse en ellos para no olvidarlos y era realmente guapa. Para describirla sin que quede lugar a dudas era una de esas mujeres a las que los chavales dedicamos siempre la misma frase: "cuando tenga cuarenta años, quiero que mi mujer tenga ese aspecto". Pero en ese momento yo no tenía en mi cabeza más que dos cosas con sus respectivos pezones. Supongo que ella no rompía el silencio porqué se sintió alagada por mi cara de embobado pero al final tuvo que hacer un suave ruido con su garganta. Entonces la miré a los ojos. De repente me puse rojo como un tomate. ¡Ella no me miraba a los ojos! La picarona me estaba clavando la mirada en mi hermanito, el gamberro delatador. La situación también hizo que ella se sonrojara por lo que me sentí algo aliviado al no ser el único que se sentía incomodo. Pensé que haría algún tipo de comentario, pero no fue así. Se limitó a sonreír, se giró mostrándome un imponente culo, redondito y torneado, abrió la puerta, miro un momento fuera, se colocó bien el bikini por la parte de detrás (lo tenía medio metido en el culo) y simplemente salió. Yo estaba recostado sobre la cama y me dejé caer al cerrarse la puerta. Avergonzado y excitado no puede evitar llevarme una mano debajo de los calzoncillos mientras cerraba los ojos. En ese momento, se volvió a abrir la puerta y Anna asomó la cabeza con una enorme sonrisa y me dijo: -"Cuando acabes con… ejem… eso, te vienes a la piscina". Yo me quedé petrificado y mi polla se hinchó de golpe como si fuese a reventar y mientras cerraba la puerta concluyó: -"Hombretón". Yo estaba que me moría. Solo pude terminar con esa tremenda paja. Al fin y al cabo a ella no le había importado, así que se la dediqué. ¡¡¡Va por ti!!!. Muy asustado, o más bien nervioso baje al primer piso, me llené un tazón de cereales y tuve un típico desayuno de domingo a las dos del mediodía. Nervioso, pero con mucha curiosidad salí al jardín, donde a pesar del ruido no habían más de quince personas, algunas conocidas, otras simplemente no me importaban y no importan, las consideraremos simples extras. De los que conocía estaban el abogado de mi padre y su mujer (la rubia en bikini de la habitación), un amigo-cliente de mi padre con su mujer y sus dos hijas (prometo hablar de las hijas, queda anotado como tema importante) y un matrimonio realmente joven que eran una especie de ahijados de mi padre. Los dos estuvieron haciendo prácticas en el despacho de mi padre y se ve que el era una especie de genio de los negocios. Lo cierto es que más o menos honradamente había conseguido una pequeña gran fortuna contando con menos de treinta años. Antes de empezar a contar lo que sucedió aquel día os hablaré de las dos hermanitas (no es termino cariñoso, es admiración). ¡Vaya par de hermanas! En aquel entonces tenían diecisiete y veinte años y estaban, echando mano de frases hechas, "pa mojar pan". De pequeño yo había creído estar enamorado de Sonia, la menor, pero luego creció y le crecieron y el amor desapareció para dar lugar a un sentimiento mucho menos bonito o loable y bastante más animal. Eran prácticamente iguales, con alguna salvedad. Nuria, por eliminación la mayor, era algo más alta y con algo más de pecho, aunque ninguna de las dos andaba sobrada en eso. Las dos tenían el pelo castaño medían cerca del metro setenta y eran terriblemente guapas, de una belleza casi diabólica. No tenían mucho pecho, o al menos eso era lo que se decía cuando cualquiera se encontraba en la situación en que el zorro se daba media vuelta convenciéndose de que la manzana está verde. Pero lo que a todos traía locos eran ese par de culos. Increíbles. No eran precisamente grandes, más bien pequeñitos, redonditos. Con unas nalgas justo en su sitio, y al menos por ese día, separadas por un hilito de tela que llamaremos tanga por no llamarlo maldito hijo de puta con suerte. Lamentablemente ese día yo no estaba por prestar atención a las dos hermanitas que llenaban mis fantasías de tríos prohibidos. Al salir al jardín solo tenía ojos para Anna. La observé mientras tomaba el sol bocabajo, con la parte superior del bikini desabrochada y mostrando su culo respingón, pidiendo a gritos ser manoseado. Mientras pensaba en como hacer que Anna se levantase de golpe y me mostrase sus pechos un grito de mi madre me distrajo: -"Buenos días Arnau". Me limité a contestarla con un efusivo y típico saludo de adolescente, es decir, levanté ligeramente la cabeza y la di por saludada. Supongo que haría algún comentario a las señoras que tomaban el sol con ella de lo antipática que se ha vuelto la juventud. Pero sinceramente, ¿a quien coño le importa? Tengo que admitir que mi madre fue realmente oportuna. Al oír mi nombre las dos hermanitas se giraron y al verme salieron de la piscina y empezaron a correr hacia mi, estableciendo una estúpida competición de risa ruidosa, movimiento de pechos y porqué no, como aditivo, de velocidad. Ambas me dieron un par de sonoros besos en las mejillas y se cogieron de un brazo cada una. Por su parte, Anna se limitó a girar levemente la cabeza, subirse las gafas de sol y deleitarme con un pícaro guiño de ojo. Yo entablé una conversación con Nuria y Sonia. La verdad sea dicha, tenía un buen rollo con ellas increíble. Aparentemente eran unas chicas de una frialdad pasmosa, paseándose siempre con unos aires de superioridad exagerado, casi pidiendo a su paso que su suelo se llene de rosas. Pero al hablar con ellas descubrías unas chicas normales, muy simpáticas y realmente agradables, lo que facilitaba el pasarse horas hablando con ellas. Aunque Nuria tenía más o menos mi edad y estudiaba en mi misma facultad, con el paso del tiempo había llegado a tener un nivel de complicidad con Sonia mucho más elevado y por supuesto envidiado por mis amigos que disfrutaban pensando que entre ella y yo había existido algo, aunque fuese de forma casual. Habíamos crecido juntos. Nuestros padres eran muy amigos y los cuatro habíamos hecho mil diabluras juntos. ¿los cuatro? Sí, los cuatro. En esta historia falta mi hermana, dos años mayor que yo y que aún no se donde coño andaba ese día. Uno de los mejores momentos que he vivido fue cuando Nuria nos explicó como perdió la virginidad no mucho antes de ese domingo. Debéis saber que de pequeños hicimos una especie de pacto según el cual debíamos contarnos todo. Mi hermana cumplió al desvirgarse y Nuria hizo lo propio sin sentir ningún tipo de presión. Os aseguro que una vez vences la envidia, ver explicar a una tía buenísima como pierde la virginidad es tremendo. Con mi hermana fue diferente, nos reunimos un día que no estaban mis padres en mi casa para cenar y lo soltó, así sin más, con todo tipo de detalles. Pero no nos perdamos del hilo, volvamos a la piscina. Sonia, Nuria y yo nos sentamos en el borde de la piscina y empezamos a hablar de cosas nuestras, como si aquel lugar fuera el más íntimo del planeta: -"¿Qué te cuentas? Supongo que nos sorprenderás con algo interesante" - empezó Nuria muy picarona. -"En absoluto, eso vosotras que sois las "sociables". -"¿Que quieres decir con eso?" -"Cosas mías, je je je je je". -"¿Porqué siempre eres tan malo con nosotras?" -"¿Malo yo? ¿No seré malo simplemente por tiraros al agua? -"¿Qué dices?", la verdad es que Sonia estaba realmente extrañada "¿Por tirarnos cuan...?-. Sin dejar que terminara les pegué un empujoncito y como estaban apoyadas sobre las rodillas cayeron con facilidad. Parece mentira lo que puedes llegar a entretenerte con un empujoncito de nada. Las dos se incorporaron en seguida dentro del agua y me miraron mientras se colocaban bien el pelo. No parecían enfadadas. Todo lo contrario, sonreían, lo que me hizo temer lo peor. Así que me agarré al final de la piedra que hacía de bordillo de la piscina. No me importaba bañarme, lo haría de todos modos, era simplemente una cuestión de autoridad y orgullo, no me podía dejar vencer. Ellas no se dieron cuenta e intentaron arrojarme al agua muy disimuladamente primero, con fuerza después. Al no conseguirlo, se miraron la una a la otra y sonrieron. Malditas sonrisas. Te hacen pensar lo peor. Cada una puso una mano en una rodilla y empezaron acariciarme la pierna. Fueron subiendo la mano por la parte interior haciéndome unas caricias realmente placenteras hasta que me di cuenta de su inteligente plan. Mi hermanito empezaba a ponerse peleón y no tuve más remedio que lanzarme al agua para disimular el bulto. Ellas, victoriosas, convirtieron sus sonrisas en auténticas carcajadas, y supongo que yo entendí que el hombre sólo manda mientras es hombre, y la mujer no manda hasta que se transforma en mujer. Supongo que sus risas hicieron ver a Anna que me había olvidado por completo de ella. Pero es que realmente con esos bellezones yo no podía tener otra cosa en mente. -"¿Para que quieres tu fuerza bruta?-dijo Sonia. -"Pues ya ves, para tirarme al agua con estilo". No hace falta decir que las risas fueron considerables. Aún hoy no se si simplemente nos reímos, o nos estábamos riendo de mi. El hecho es que como de costumbre la conversación empezó a subir de tono. -"He podido observar que eres de reflejos rápidos"- me susurró Nuria. -"No tanto como tus manos pícaras". -"No lo sabes tu bien. Hacen auténticas virguerías". -"Pues la mías no se quedan cortas". Diciendo esto, Sonia me pegó un apretujón en el paquete que me dejó helado. Su hermana nos miró extrañada. No se había dado cuenta de lo sucedido y yo intenté seguir la conversación como si no hubiese pasado nada. -"Desde luego que no. Vaya par… Me vais a volver loco". -"Sabes que eso nos encanta" -"Bueno, bueno. Vamos a cambiar de tema. ¿Preparadas para empezar el curso la semana que viene?". -"Mira que eres plasta"- dijo Sonia -"Ahora que sacas el tema… ¿porqué coño pasas de mi en la uni? Nos cruzamos y ni siquiera me saludas. -"Pide grado". -"¿Grado de que?" -"¿De sinceridad? -"Toda". -"Tu misma. La primera es que en la universidad te vuelves completamente estúpida. Paseas con unos aires absurdos y no estoy dispuesto a que mis amigos me vean relacionarme con alguien así". -"Joder. Quizás no hacía falta tanta."

-"Tu la has pedido. No te lo tomes a mal". -"No, que va. Soy consciente". -"Eso si que me sorprende". -"Es una especie de defensa. Se te acercan menos tíos a tocarte los cojones". -"Que complicadas sois las mujeres…"

-"¿Cual es la segunda?"

-"¿La segunda qué?"

-"La segunda razón por la que me ignoras". -"De nuevo debo preguntarte por el grado de sinceridad". -"Ya que estamos, tira "palante". -"No te lo tomes a mal"-esperé a que asintiese con la cabeza y continué-"Estás buenísima"-ella puso cara de sorpresa por verme hablar tan sinceramente, pero se que le gustó-"estoy harto de oír a amigos míos que quieren conocerte, que estás tremenda, que si esto que si lo otro, solo me falta que sepan que somos amigos…Me volverían loco". Nuria se quedó petrificada y simplemente me miró sorprendida, pero se podía ver satisfacción en su mirada. Le habían dicho abiertamente que estaba buena, y aunque había sido de forma vulgar le gustó. Sonia había permanecido callada y tenía ganas de recobrar protagonismo, así que muy melosa dijo: -"¿Yo no estoy buena?" No sé como se me ocurrió, pero la agarré fuertemente de una nalga y le susurré al oído: -"De miedo". La solté y salí del agua. Yo mismo no me creía lo que acababa de hacer. Lo mejor no fue tocarle el culo, sino ver la cara con la que las había dejado. Se miraban la una a la otra sin decirse nada, realmente sorprendidas. Me tumbé en una butaca que quedaba libre bocabajo y me limité a tomar el sol hasta que me llamasen para comer. No me di cuenta, lo juro, pero me había tumbado al lado de Anna. Tenía otras cosas en la cabeza. Pero ella si se dio cuenta y simplemente me dijo: -"¿Por qué te conformas con jueguecitos?" Me quedé pensativo. Intentando entender a que se refería. Me volvió a la mente la imagen de mi habitación, y mis pensamientos cambiaron de nuevo de protagonistas. Creo no recordar un día con más calentura que ese. Mi padre no tardó mucho en llamarnos a todos para que nos sentáramos en la enorme mesa de piedra del jardín. Al incorporarme pude ver que Nuria y Sonia estaban sentadas en el césped con mi hermana Laura. No sé de que estarían hablando pero la conversación era animada a juzgar por el volumen de las risas. Lo que realmente me sorprendió al ver que mi hermana se levantó fue que llevaba tanga. Sé que tenía, pero hasta entonces se limitaba a llevarlo en la playa y nunca en casa. Supongo que al llegar y ver que las otras dos llevaban, pensó que mi padre no se atrevería a echarle la gran bronca. No se la echó, pero la mirada de cabreo tuvo que dolerle. No es que mi hermana no tenga cuerpo para ponerse un tanga, pero me ponía enfermo verla con tan poca ropa. La había visto en la playa, pero en casa y con gente era pasarse. Hay que poner ciertos límites de comportamiento. La verdad, y me cuesta reconocerlo, es que el mejor cuerpo que había ese día en casa era el de mi hermana. Estaba más "hecha" que las otras dos y era más joven que Anna, así que todas se la miraban con algo de envidia. Supongo que a nadie le importará lo que sucedió durante la comida, así que simplemente pasaré de largo. Al terminar de comer todas las mujeres, Juan y yo corrimos al agua para no interrumpir después la digestión. Juan era el "protegido" de mi padre, el "genio" de las finanzas. Al principio nos limitábamos a "estar" en el agua, sin más. La compañía de Juan me aliviaba, así que empecé a hablar con él de cosas de hombres, es decir, de mujeres. Empezamos a analizar a todas las allí presentes de arriba abajo. Tuvo el detalle de no comentar nada de mi madre. Pero no se pudo resistir a hablar de mi hermana: -"Oye macho, no te ofendas, tu hermana está como un puto tren. Me gustaría que mi mujer tuviese un buen par de tetas". No pude más que reírme, auque le hubiese metido el comentario por el culo. No nos dimos cuenta, pero como nosotros pasábamos de ellas, decidieron jugar a un juego, al que nos invitaron y nos obligaron a jugar sin que nuestra opinión contase. El juego era realmente estúpido, era una especie de pilla-pilla acuático en el que lógicamente no se podía salir del agua y las tres escaleras metálicas eran "casa". Si todo el mundo menos el que pillaba estaba agarrado a las escaleras, tenían veinte segundos para salir y tenían prohibido volver en el minuto siguiente. La cosa rara es que para salir se necesitaba que alguien te tocase. Estúpido lo era, pero nos obligaron. Aceptaron no hacernos empezar a nosotros perseguir. Es más, Anna se ofreció voluntaria para empezar ella. Al principio fue nadar arriba y abajo y la cosa parecía bastante normal. Luego Anna se medio obsesionó conmigo y me perseguía como una loca. Al final, cansado, paré de nadar un momento y en vez de simplemente tocarme un brazo o la cabeza se tiró encima y me hizo una ahogadilla, al hundirme empecé a patalear, la agarré y la hundí también a ella y saltaron las risas. Todas menos la mía. Debajo del agua y muy conscientemente, con el ajetreo que nos llevábamos me acarició durante unos segundos el paquete. No es que me desagradase pero comprendí que eso merecía respuesta. Al sacar la cabeza a coger aire ví como todos seguían riendo y me alegré de que no se diesen cuenta. Pero decidí ir a por Anna. Al principio tuve que disimular y hacer ver que iba a por todas, pero me resultó muy difícil porque parecían dejarse pillar. Pero en unos momentos ya pillé a Anna y le devolví la ahogadilla, lógicamente se defendió y me hundió a mí con ella, lo que aproveché para manosearle las tetas debajo del agua. Al sacar la cabeza del agua empecé a alejarme pero todo el mundo la estaba mirando. Se le había salido una preciosa teta del bikini y que coño, yo también me entretuve a mirar hasta que ella se la escondió y se puso colorada. Entonces todos me miraron a mí hasta que una se puso a reír y todas rieron quitándole importancia. De todos modos mi madre se olió algo a juzgar por su cara, así que Anna y yo dejamos el juego ahí temiendo que se diesen cuenta. A la hora de estar jugando y de estar todos realmente cansados me había llevado unos cuantos manoseos de paquete. Tanto la mujer de Juan, como Sonia como Nuria hicieron lo mismo que Anna. Eso no fue nada. Lo que realmente me repugnó fue cuando mi hermana, harta de no divertirse me echó la mano al paquete. Eso me dejó helado y creo que en ese momento fue cuando mi madre se dio cuenta del jueguecito submarino que nos llevábamos y lo paró ahí diciendo que todos debíamos estar cansados y que lo mejor era parar para tomar una limonada. Al rato de estar ahí, sentados a una mesa del jardín Sonia dijo que le hacía gracia ir al gimnasio. Bueno, no lo he dicho, en el jardín tenemos un gimnasio subterráneo que tiene unas ventanitas a la piscina. Supongo que el cristal debe ser la leche de gordo. Diciéndolo me guiñó un ojo. Nunca he destacado por inteligente pero supuse que quería que la acompañara, así que lo hice, cualquiera se negaba tal y como se había puesto el día. Los dos fuimos hacia el gimnasio solitos, pero antes miré la cara de mi madre. Parece ser que no le importaba que tuviese mis jueguecitos con alguien de más o menos mi edad dada la mirada de consentimiento que me soltó. Debo decir que también hubo algo de cabreo entre las presentes y alguna que otra sonrisa pícara, que cada cual decida de quien eran.