Auditor de calidad (2)

Sigue la iniciación.

AUDITOR DE CALIDAD II

Supongo que recordarán la experiencia que les conté en mi relato anterior; la cuestión es que la semana siguiente, un martes, Javier, que así se llamaba, volvió a verme mientras me cambiaba, pero no dijo nada, pero al llegar la hora de apagar las luces y ponernos los pijamas, él no lo hizo, se quedó en ropa interior; mi cama era la inferior en una litera, no dejó de mirarme mientras me cambiaba, cuando me acosté él también lo hizo, pero en mi cama; se tumbó boca arriba, me atrajo hacia él, y empezó a tocarme las nalgas.

"Hazme lo de la semana pasada, despacio; si lo haces bien, tendrás un regalo"

Yo esperaba aquel momento, y lo temía también; el viernes anterior había estado a punto de contárselo todo al jefe de estudios, que dormía en un dormitorio en nuestra misma planta, y que ya me había felicitado por las notas de la 1ª evaluación (había sido el 2º de mi clase); pero era una hombre muy alto y seco, no tenía confianza con él y no me atreví; también pensé en contárselo a mis padres durante el fin de semana, pero, ¿y si habrían una investigación en el colegio y Javier les decía que al final yo había tenido una erección? Y esa era la parte que me desconcertaba, nunca había pensado en chicos, todo era nuevo para mí.

El caso es que empecé a tocarle por encima de su bóxer, ya estaba medio empalmado, y le agarré aquello con decisión y sentía cómo crecía por segundos; luego me dijo que me bajase la ropa hasta las rodillas, y mientras obedecía él hizo lo mismo con su bóxer; me atrajo hacia él y siguió sobándome; yo le volví a tocar, bastante menos nervioso que la semana pasada, y me fijé más; tenía una polla de, por los menos, veinte centímetros de largo, sin circuncidar, que acababa en un capullo rosado, que estaba enrojeciendo; me pegó un palmetazo y me dijo:

"Bien zorrita, muévelo más deprisa, desde abajo"

Lo hice, desde luego, y poco después expulsaba gotazas de semen entre gemidos de placer; ahora háztelo tú, me dijo; si no, te lo haré yo; estaba excitado pero no me decidía, pero cuando él se inclinó y me tocó, le aparté y empecé a moverlo rápido; mi pene parecía el de un niño al lado del suyo, pero al poco tiempo se hinchó más y eyaculé. Entonces él se levantó, fue a su armario y después volvió con una cajita de bombones, y me dijo:

"Toma zorrita, te lo has ganado"

No sabía qué hacer, pero abrí la caja y me comí uno, estaba muy bueno, y se lo dije; él me observaba, todavía con el bóxer bajo, y sonreía; creo que fue la primera vez que me sonrió; le devolví la sonrisa, y me comí otro bombón.

El día siguiente me ocurrió otra cosa; yo estaba en el equipo de balonmano, jugaba de extremo, de suplente por supuesto, tenía cierta habilidad con el balón, y eso me permitió entrar en el equipo, aunque apenas jugaba; el caso es que en el entrenamiento se me rompieron las gafas, y yo no tenía dinero para otras, estaba en el colegio gracias a una beca; sin las gafas no podía estudiar.

Se le conté a Javier, y aquella tarde, después de hablar con el móvil con alguien, en el rato que nos permitían salir, me acompañó a una óptica; estaba lejos del colegio, y me extrañó que no hubiese otras más cerca; al llegar, era un establecimiento pequeño, con el jefe, un hombre mayor que mi padre, tendría unos cincuenta años, y una chica que le ayudaba, en ese momento salía una clienta; entramos y el dueño y Javier se saludaron, y después la chica me hizo sentarme en una silla, cerca de una mesa donde yo miraba través de un agujero, y aparecían letras de diversos tamaños, y yo contestaba, mientras Javier y el dueño observaban detrás de mí. Hicimos otras pruebas hasta que tuvieron clara la graduación, elegí una montura, Javier empezó a hablar con ella, y yo fui con el dueño a su despacho, que cerró tras entrar yo.

Era un hombre grande, con una buena barriga; me dijo que había jugado al balonmano de joven, se sentó en una butaca de piel tras una bonita mesa, y me preguntó si tenía dinero; le dije que no; él me dijo que la montura que había elegido era cara, pero que todo se podía arreglar; yo vi el cielo abierto y me acerqué; entonces él se acercó el teclado del ordenador, y entro en internet, en un sitio donde había dibujos porno, pero sólo de chicos; se bajó la cremallera del pantalón y me dijo que si era bueno con él la factura estaría pagada; yo asentí, no me atrevía a hablar; me dijo que me bajase la ropa hasta los tobillos y me acercase a él; mmm, Javier tenía razón, tienes un culo interesante, me dijo mientras me tocaba; después me dijo que leyese en voz baja el cómic en el que había entrado, y yo lo hice, iba de un joven excursionista que se liaba en un bosque con un guarda forestal; cuando el chico del cómic empezó a tocarle la entrepierna al guarda, el dueño me dijo que yo hiciera lo mismo; alargué la mano y acaricié un bulto considerable, a través del pantalón; en la siguiente viñeta el chico le sacaba la polla al guarda, y sin que me dijera nada yo me giré, le desabroché el cinturón, abrí el pantalón y se la saqué por el hueco que tenía el bóxer; tenía una buena polla, no tan larga como la de Javier, pero sí mucho más gruesa, con venas muy marcadas; la meneé hasta que estuvo dura, y entonces me volví a girar, y seguí leyendo mientras la meneaba con la mano izquierda; un par de viñetas después el excursionista se inclinaba y se la chupaba al guarda; yo dudé unos segundos, pero me atrajo hacia él y me hizo arrodillarme; chupa, me dijo, y yo abrí la boca al máximo y lamí aquello como pude; me preguntó si no lo había hecho antes, y yo le dije que no; tienes que mejorar, dijo, y sacándosela empezó a menarla con fuerza, y después eyaculó en mi cara.

Bien, me dijo, no eres muy bueno con la lengua pero has puesto interés, las gafas puedes venir a recogerlas mañana; ven solo, y acabarás de saldar la cuenta.