Au restaurant

Sin duda, la mejor manera de celebrar un ascenso...

Le Petit Palace du Charme ” había sido siempre mi restaurante favorito. Sin embargo, desde que me casé no había vuelto por allí, pues mi mujer lo consideraba demasiado caro. De todos modos, esa noche hice una excepción y decidí ir allí para celebrar mi reciente ascenso.

-          Rober, querido… ¿te encuentras bien?

El tono era claramente irónico, e iba acompañado de una sonrisa pícara. Desde hacía un rato había notado cómo su pie desnudo recorría mis piernas sutilmente bajo la mesa, y justo en el momento en que me había hecho la pregunta, lo había sentido en la entrepierna. Súbitamente, el calor se apoderó de mí, mientras notaba cómo mi miembro se hinchaba. Sonreí a mi vez, e intenté distraerme pensando en cualquier asunto macabro para que se me bajara la erección, pero mi morbosidad provocó que la presión aumentara. Al cabo de un rato me vi en la obligación de excusarme e ir al servicio todo lo disimuladamente de que fui capaz.

Tenía prevista toda una noche de sexo desenfrenado y lujuria sin límites, pero en ese momento estaba tan empalmado que la polla me dolía, y tuve que desabrocharme los pantalones. Con ellos por los tobillos, comencé a masturbarme frenéticamente y, con los pequeños gemidos que emitía, no me di cuenta cuando la puerta se abrió y una figura femenina apareció a mi lado. Era ella. No creí que viniera...

-          Dios, preciosa… Ven acá.

Tal y como la conocía, sabía que su recato le impediría hacer nada en los baños pero, a fin de cuentas, era ella quien había entrado en el servicio de caballeros…

-          ¡¡¡ROBERTO!!!, ¡¡¡¿QUÉ COÑO HACES?!!!, ¡¡¿SIEMPRE TIENes qu…e… ser… a…s…?!!!

No hay mejor manera de persuadir a una mujer que besándola (para que se calle, cómo no), susurrándole piropos y cosas bonitas al oído y mordiéndole el cuello suavemente. A las putas les pone que se les trate como a princesas… y a mí me gusta hacerlo, porque así están más contentas y sumisas; se vuelven más perras y obedientes, como tiene que ser.

-          Joder… ¡¡¡FÓLLAME DE UNA PUTA VEZ!!!

Abrí con furia su camisa, tirando todos los botones por el suelo, y esos senos redondos y perfectos que tan bien conocía salieron a mi encuentro. Aunque no había mucha luz, se distinguían perfectamente sus pezones erectos a través del sujetador. Se lo desabroché y lo tiré en un rincón, al tiempo que ella se quitaba la falda, mostrando un fino tanga de hilo. Comencé a chuparle los pezones mientras, con las manos en sus prietas nalgas, la acercaba a mi miembro y notaba cómo su excitación iba en aumento. Pasé una de las manos por su entrepierna, por ese coñito tan húmedo y caliente.

-          Guarrilla… Mira qué mojada estás… ¿No te da vergüenza? –dije mientras le ofrecía el dedo, que chupó desesperadamente - Quizás te apetezca un poco más esto otro…

Le puse de rodillas y le metí la polla en la boca. Agarré con las manos su cabeza y comencé a follármela, ignorando sus sacudidas por la falta de oxígeno.

-          ¿Qué quieres, eh? ¿Acaso no es esto lo que deseabas?

Al poco rato la levanté violentamente del suelo y, poniéndola de espaldas, la estampé contra los lavabos. Agachado, aparté la fina tira del tanga y pasé la lengua por todo su coño, tan rico, recién rasurado… Después, subí un poco y lamí su culito, pero lo justo, solo para lubricar.

La muy zorra gemía tanto que temí que nos oyeran, pero en el fondo era eso lo que me daba morbo, la posibilidad de llamar la atención de alguien…

Me incorporé y le metí mis 22 centímetros por detrás, de golpe. Pude oír un grito entre placer y dolor, que me animó a acelerar el ritmo. Cogí sus brazos y los mantuve fuertemente sujetos a su espalda. Para no caerse (pues además llevaba unos taconazos de aguja), tuvo que apoyarse con la parte superior del cuerpo en la repisa del lavamanos. Estaba completamente inmovilizada, bajo mi poder, y emitía pequeños y continuos gemidos. La poseí salvajemente, doblemente excitado con la idea de que era yo quien tenía la capacidad de darle o no placer.

Tras pensar un rato (todo lo que fui capaz, pues la mayor parte de mi sangre estaba dentro de su culo, y no era plan de ponerse filosófico), decidí que no valía la pena esforzarse por hacer gozar a una viciosa como ella y, tras sacar la polla de su trasero, le hice agacharse para chupármela de nuevo. Estaba pensando que tenían que hacerle un monumento a su garganta cuando me corrí en su boca y se la restregué por toda la cara, esparciendo el semen blancuzco.

Me subí los pantalones y, una vez hube comprobado que no me había manchado y que todo estaba en orden, salí del baño, dejándola tirada en un rincón.

Me senté a la mesa y seguí cenando. Por suerte, la comida todavía estaba caliente.

-          ¿Seguro que estás bien, cariño? Has tardado mucho, y pareces un poco tenso…

-          Estoy perfectamente, mi vida. Solo es que acabo de acordarme de que… olvidé el cumpleaños de mi mujer.