Atreviendome

Una situación no planificada provoca que dos amigos se sinceren y se dejen llevar por sus sentimientos.

Mi nombre es Sonia, y la historia que os voy a contar ocurrió hace un par de semanas. Rubén (mi pareja) y yo, habíamos quedado con Carlos, un amigo de su infancia que nos iba a enseñar a coger setas en el monte, y dado que a Rubén y a mí nos chiflan, decidimos no dejar pasar la oportunidad de aprender de alguien que sabía; aunque el día empezó a torcerse al poco de empezar. De camino a la casa de Carlos, Rubén recibió una llamada de su hermano, su madre se había caído por las escaleras y se había roto la pierna, y dado su hermano no tenía coche, lo llamó para que fuera a llevarlo al hospital.

-“Bueno cariño, que se le va a hacer, otro finde vendremos a por setas. Ahora llamo a Carlos y le digo que no nos espere”- Le dije tratando que mi tono de voz no descubriera cuanto me jodía la situación.

-“De eso nada”- contesto Carlos- “yo ahora mismo te dejo en su casa, y os vais los dos a por setas, que lo de mi madre no es nada. Además, así puedes tener una cita romántica con Carlos. ¿No decías que te ponía?”

-“Uy si, romántica del todo, con botas de agua, impermeables y metidos entre el barro. No sé qué de romántico puede tener eso”- Le dije yo, pero la verdad es que tenía razón. Nosotros siempre habíamos fantaseado con la idea de hacer un trio, incluso algo más. A Rubén le excitaba muchísimo que yo pusiese cachondos a los tíos, y siempre me incitaba a vestir sexy o a exhibirme por la cam. Incluso algo tan inocente como que hiciese top-less en la playa, bastaba para que él estuviera todo el día con el rabo tieso. Y si a eso le sumamos que yo le conté que alguna vez había fantaseado con Carlos, pues para él blanco y en botella.

-“Mujer, eso del barro en ocasiones puede tener su puntito”- me dijo él intentando ahogar una risilla.

-“Hay que ver cómo eres ¿Eh? Bueno llámame cuando le digan algo a tu madre ¿vale?- Le dije mientras me bajaba del coche en la puerta de la casa de Carlos.

-“Vale jefa, y recuerda lo que hemos hablado. ¡Aprovecha!”- dijo Rubén.

-“¡Anda tira cansino, que me tienes frita, siempre igual!” le dije mientras le daba un beso de despedida.

-“¡Hola Sonia! ¡Hay que ver qué guapa estás hoy!”- dijo Carlos que había salido de casa, seguramente al oírnos hablar en la calle.

-“¡Uy si, guapa del todo!” –Contesté- “Con estas botas y este impermeable parezco más el capitán Pescanova que una excursionista”-. La verdad es que mi pinta era indescriptible. Carlos nos aconsejó llevar botas de agua para no mojarnos los pies, y como el día amenazaba lluvia, dijo que cogiésemos un impermeable. Lo de las botas era lo de menos, tenía unas rosa en casa que no me las ponía nunca, pero el impermeable, eso sí que tenia delito… Era uno amarillo, recuerdo de nuestra última visita a Port Aventura, con el dichoso pájaro loco dibujado que me daba un estilo que ya lo quisiera Lady Gaga, en fin, menos glamour imposible.

En cambio Carlos lucia como si fuese el mismísimo Coronel Tapioca, con botas de agua verdes,  y una parca marrón, que era en cuanto a moda, las antípodas de lo que yo llevaba. Si yo parecía Lady Gaga, digamos que el podría ser George Clooney.

Después de haberle explicado la situación, y de haberse despedido de Rubén, Carlos sacó su coche del garaje y nos fuimos al monte. La verdad es que no quedaba lejos, solo unos 20 km que pasaron rápidamente hablando de cosas triviales.

Al llegar pude comprobar que había hecho bien cogiendo el dichoso impermeable, pues el cielo cada vez se estaba volviendo más gris. Carlos me iba explicando que lo ideal para coger setas es justo después de una tormenta. Me explicaba los distintos tipos que había, y como diferenciar las comestibles de las que no lo son. Pero para ser totalmente sincera, cada vez que se agachaba a por una seta, los ojos de una servidora no podían dejar de fijarse en ese par de glúteos que seguro que no tendrían nada que envidiar a los de George Clooney. Sí lo sé, soy pesada con George, pero qué se le va a hacer, cada una tiene sus fantasías, y a mí me van los maduritos.

Así entre seta y seta, fue pasando la mañana, hasta que decidimos hacer un alto para comer. El plan original era que si el tiempo lo permitía, haríamos un picnic por eso me había llevado un mantelito a cuadros rojos que me había comprado ex profeso para la ocasión. Sí, ya sé que es típico, pero qué se le va a hacer, siempre había querido hacerlo… jejejeje.

Durante la comida, estuvimos hablando sobre la última pareja de Carlos, me contó los problemas que tuvieron por culpa de sus celos. Era una persona tremendamente posesiva que incluso le hizo distanciarse de sus amigos. Menos mal que el pobre entró en razón y termino con aquello.

-“¿Sabes lo que más le jodía a María?”- Me espetó así de repente Carlos.

-“Pues no, no lo sé”- Le contesté intrigada por la respuesta.

-“Pues lo que más le jodía era que estuvieras tú. Cuando salíamos a algún sitio, si nos veíamos, sabía que a la vuelta a casa iba a haber bronca segura. Ella estaba obsesionada en que nosotros teníamos algo” -Me dijo Carlos.

-“¡¡No me jodas!!- Le conteste sorprendida- “¿Por eso siempre estaba tan arisca conmigo?”

-“Pues sí, incluso me prohibió ir a vuestra boda, y ahí ya fue la gota que colmó el vaso”- Me dijo él mirándome a los ojos.

Yo sabía que habían cortado días antes de nuestra boda, pero no conocía los motivos, y la verdad que al saberlo me dejó una extraña mezcla en mi interior; por una parte estaba orgullosa de que Carlos hubiera defendido la amistad que nos une, sobre todo con Rubén, al que conoce de toda la vida. Pero por otra me sentía en parte responsable de su ruptura, porque sé que la quería mucho, y porque ví lo mal que lo pasó los meses siguientes a eso.

-“Joder Carlos, ahora me siento mal, me siento como que he sido, en parte, responsable de vuestra ruptura”.

-“Anda no digas tonterías chiquilla. Lo mío con María no iba a ningún lado, empezó bien, pero los celos se la fueron comiendo; al final tú sólo eras la punta del iceberg, porque no podía ver que hablara con nadie.”

-“Pero ¿por qué me cogió tanta manía?, ¿es que acaso hice algo que se pudiera malentender?”- Le dije yo.

-“Pues creo recordar que todo empezó al poco de salir con ella. En ese finde que pasamos en Valencia ¿Recuerdas?” -Me dijo él.

-“Si, ese que nos alquilamos los 4 una casita en un camping en la playa”- Le dije yo recordando ese finde.

-“Ese mismo”- Dijo Carlos- “y todo fue porque cuando fuimos a la playa te pusiste a hacer top-less”.

-“¿Fue por eso?- dije sorprendida. ¿Pero si yo sabes que siempre hago top-less? Si lo que no hago nunca es ponerme la parte de arriba.”

-“Si, fue por eso, se ve que se obsesionó al pensar que yo te miraba las tetas”- dijo Carlos.

-“¿Cómo que al pensar que me las mirabas?”- le interrumpí- “No pensaba que me las mirabas, es que de verdad me las mirabas. Que las primeras veces que me viste haciendo top-less, creo que memorizaste cada poro de piel de mis tetas”.

-“¿Y cómo no iba a hacerlo?” -Contestó Carlos ruborizado por mi acusación- “Si son preciosas”.

-“Vaya, eso no me lo esperaba”- dije yo sorprendida por la sinceridad de Carlos- “Supongo que tendré que darte las gracias por el piropo” – Le contesté intentando quitar hierro al asunto; pues había observado que Carlos cada vez estaba más ruborizado.

-“No es un piropo, es la verdad, tienes un pecho muy bonito. Bueno también tienes otras cosas bonitas” -dijo él tratando de salir del atolladero donde se había metido.

-“Jejejejeje”- La respuesta de Carlos provoco que estallara en una sonora carcajada que seguro que todo el bosque había sido capaz de escuchar. -“¡Menos mal que tengo más cosas bonitas, aparte de mis tetas!”- decía yo entre risas-. “Bueno, si tanto te gustan mis tetas, ya te falta menos para poderlas ver otra vez, recuerda que estas navidades nos vamos todos a Canarias, y te aseguro que por lo menos un día de playa pienso hacer.”

-“Pues en ese caso, yo tendré que acompañarte. Más que nada para protegerte de los mirones”- dijo Carlos intentando aparentar la seriedad que se escapaba por sus ojos sonrientes.

-“Si, que para eso ya estás tú ¿no?”- le dije yo.

-“Por supuesto”- Me replicó Carlos.- “Que mi esfuerzo me ha costado ser el voyeur de las tetas de Sonia. Este puesto no se le puede dar a cualquiera, requiere mucha concentración y sacrificio”.

-“¿Concentración y sacrificio para que Carlos?”.

-“Pues para qué va a ser Sonia; para controlar al amiguito de abajo y que al ver tus encantos no se emocione y rasgue todo el bañador”.

-“Jejejeje. ¡Qué loco estás!”- dije entre carcajadas- “Pero no pasa nada, si ese es tu único problema, se cómo solucionarlo”.

-“¿Cómo?”- preguntó Carlos.

-“Muy fácil, iremos a una playa nudista” –dije clavando en Carlos mi mirada traviesa.

-“Pff…entonces no me preocuparé por el bañador, pero seguro que me llamarán el perchero” -dijo Carlos.

-“Bueno, pues entonces mejor para mí. Así me alegras la vista, que tú estás cansado de ver mis tetas, pero yo nunca he visto nada de tí” – Le dije echándole un órdago.

-“Bueno, eso se soluciona fácilmente. Dime, ¿Qué quieres ver?”- Me dijo Carlos mientras se esfumaba su sonrisa de la cara.

-“¿Lo estás diciendo en serio Carlos?”.

-“Si, completamente. Así te indemnizo por mis miradas” – dijo clavando sus ojos llenos de excitación sobre mí. – “Así que dime, ¿Con qué te puedo indemnizar?”.

Nunca he sido una chica remilgada, y mentiría si dijera que no había fantaseado muchas veces con esta situación, pero al oír lo que Carlos decía no pude evitar sentir una mezcla de sentimientos, por una parte me estaba excitando la idea de que pudiera pasar algo con Carlos, por otra mi mente volaba hacia Rubén. Habíamos fantaseado muchas veces con estas situaciones, y sé que él me animaba a que pasase, pero ¿sería igual una realidad que una fantasía? ¿Le seguiría gustando cuando fuera realidad, o por el contrario sería un escollo en nuestra relación?

-“Venga dime, ¿qué quieres ver?”- Me dijo Carlos sacándome de mis pensamientos.

-“Pues no sé, Carlos. Porque aun no sé si vas en serio o en broma” – Dije yo en un vano intento por zanjar el tema.

-“Compruébalo tú misma”- Dijo él con una seguridad que me hizo tener miedo a lo que pudiera pasar.

-“Bueno, pues supongo que debería aprovechar y pedirte ver tu polla”- dije con una seguridad que me sorprendía hasta a mí misma.

Acto seguido, Carlos se levantó del mantel rojo a cuadros donde estábamos sentados, y con una seguridad aplastante, se fue desabrochando uno a uno los botones de su pantalón. Lo hacía sin prisas, como si supiera que a cada botón que desabrochaba crecía en mi interior la impaciencia por ver lo que escondía dentro de esos pantalones. Pero no, Carlos estaba decidido a hacerme sufrir, cuando acabó de desabrochar sus botones, como si siguiese un ritual infinitas veces realizado, se bajó los pantalones quedándose en calzoncillos. ¡El muy cabrón sabía cómo hacerme sufrir!

-“¿Sigo?”- Pregunto Carlos.

-“Por supuesto”- Le respondí.- “Es más, o te lo quitas tú, o te lo quito yo”- No podía creer las palabras que salían de mi boca, era como si otra persona se hubiera apropiado de mi cuerpo. Me había convertido en una autómata que solo respondía a los estímulos que la excitación de momento me producía.

Al oír mis palabras, Carlos empezó a bajar sus calzoncillos, y justo cuando su polla quedó libre, ésta saltó como un resorte agradeciendo que la liberaran de semejante cárcel de algodón. El espectáculo era increíble, Carlos de pie sobre el mantelito que había comprado para el picnic, con los pantalones en los tobillos y su polla apuntando desafiante hacia el cielo gris que cubría nuestras cabezas. Mis ojos no pudieron evitar clavarse en semejante herramienta. Alguna vez Rubén me había contado que a él y a Carlos, en el equipo de fútbol los llamaban los pistoleros por el calibre del arma que tenían, y aunque él la tenía grande, la de Carlos no se quedaba atrás y yo diría que estaba a la par o incluso superaba la de mi amado esposo.

-“Wow” – exclamé- “Como estés así cuando vayamos a la nudista seguro que le sacas un ojo a alguien”.

-“Pues que sepas que tú tienes la culpa de esto, además de la cura”- Replicó Carlos.

-“La culpa y la cura. ¿Qué insinúas que no debería hacer toples?” contesté.

-“Al contrario”- dijo Carlos- “Quiero que hagas algo más que top-less. Y quiero que sea ahora mismo.”

Sus palabras sonaron en mis oídos como si fuesen órdenes, y otra vez el autómata tomó el control de mi cuerpo, no podía reaccionar, sentía que mi cuerpo no reaccionaba a mis órdenes, sentía que había algo que me impulsaba a mover mis brazos, para desprenderme de mi ropa. La primera víctima fue mi horroroso impermeable, casi me sentí aliviada de podérmelo quitar de encima, la siguiente fue mi sudadera dejándome sentir el frio viento de octubre sobre mi tripa desnuda. Pero no fue lo único que sentí. Carlos había dejado las palabras a un lado, estas ya no importaban, ahora era el turno de las caricias, y así rodeando con sus manos mi cintura, me atrajo de forma suave pero firme hacia él y nuestros labios se juntaron en un ardiente beso. Nuestras lenguas eran como fuego devorando un leño.

Sus habilidosas manos pronto me arrebataron mi sujetador y su lengua paso de mi boca a mis pezones. Los succionaba como si le fuera la vida en ello, los lamía como si quisiera borrar el color café del que estaban hechos, y con cada lametón, una descarga de electricidad recorría mi cuerpo.

Mis manos decidieron que era hora de corresponder a sus lametones, y así cogí su polla sólo para comprobar la dureza que de ella emanaba. Ese cimbel de mármol estaba pidiendo guerra, y yo se la iba a dar. En cuanto conseguí liberarme un poco de sus caricias, me agaché y de un solo bocado la introduje hasta el fondo de mi boca.

En condiciones normales no hubiera podido metérmela entera, pero afortunadamente estaba acostumbrada a la polla de Rubén, y aunque ésta diría que tenía un poco más de grosor, conseguí metérmela hasta la campanilla. Su polla recibió con gusto mi mamada, y parecía como si por momentos se fuese poniendo más dura. Recorría su glande como si fueses una lámpara mágica y solo mi lengua fuera capaz de liberar el genio del placer.

Pero Carlos era ante todo un caballero, y no podía consentir que disfrutase solo él, así que con una facilidad que me dejo atónita, me levantó, desabrochó mis pantalones, y me tumbó encima de él para empezar un 69. Ahora me resultaba más difícil concentrarme en mi mamada, Carlos sabía muy bien lo que hacía. Su lengua se internaba en lo más profundo de mí ser, y con cada movimiento un latigazo de placer recorría mi cuerpo. Si continuaba así no iba a aguantar mucho más, y él al notar esta situación intensificó su comida, y el orgasmo estaba llamando a mi puerta con la insistencia de un vendedor de enciclopedias, y así, tumbada sobre el cuerpo de Carlos encima de ese tapete a cuadros rojos y blancos, me encontró el orgasmo, estallando en mi interior como una mascletá, haciendo vibrar cada parte de mi cuerpo.

-“Uff Carlitos, que bien me comes”- Dije intentando sobreponerme- “pero veo que tú aún no te has corrido, así que prepárate”- dije mientras me quitaba las botas y los pantalones.

Sin darle tiempo a reaccionar me senté encima de él, y sin más preámbulo me empalé. Sentía mi coño rebosante de su polla, pero no era suficiente, con cada movimiento mío intentaba metérmela más. Carlos decidió subir un poco más el listón, y acompañó sus embestidas con un suave masaje de mi ano. Sus dedos se movían siguiendo el endiablado ritmo de su polla. Poco a poco su dedo índice se fue introduciendo en mi rosado ano. ¿Cómo podía saber que eso me volvía loca? La respuesta era evidente. Rubén me contó una vez que él y Carlos se lo contaban todo, que más que amigos eran como hermanos.

Desde luego sabía cómo follarme, así estaba yo abandonada al intenso placer que sentía, cuando noté algo frío recorriendo mi espalda, primero un punto, seguido de otro, y otro y otro, evidentemente había comenzado a llover, pero eso no me importaba, sino al contrario, el roce de las gotas de lluvia con mi piel, me hizo sentir salvaje. Las gotas se deslizaban por mi espalda, recorriéndola como si infinitos dedos se tratase, mientras Carlos seguía penetrándome, y podía leer en sus ojos que no faltaba mucho para que su orgasmo llegase. Aceleré el ritmo, poseída por el espíritu de la lujuria, cabalgaba como una amazona al galope, y justo en el instante en que un rayo cruzaba el cielo gris, ambos estallamos en un sonoro orgasmo sólo ahogado por el estruendo del trueno que siguió. Fue, por decirlo de alguna forma, como si el mismísimo cielo se corriera también.

Mojada y agotada me derrumbé sobre Carlos.

Un par de horas más tarde, Rubén pasó a recogerme casa de Carlos. Se extrañó que llevase otra ropa, a lo que Carlos le contó que me había tenido que duchar en su casa porque había resbalado por un terraplén y toda mi ropa se había llenado de barro. El pobre nos contó que a su madre solo le habían tenido que escayolar la pierna, y que ya la habían mandado a casa. Así que nos despedimos de Carlos, y mientras bajábamos las escaleras Rubén me dijo:

-“¿De verdad te has manchado la ropa así?”.

Al oír su pregunta no pude evitar recordar todo lo vivido en el bosque. Me acerqué a Rubén, le besé apasionadamente, y le susurré al oído:

-“En casa te cuento…Cornudito”.