Atrevidas Caricias Subrepticias... (1)

Por casualidad descubro que lo que más me calienta son los contactos subrepticios. Comenzó en un viaje en colectivo con un compañero de facultad y su novia.

Atrevidas Caricias Subrepticias... (1) por Lado Oscuro 4 ladooscuro4@hotmail.com

Capítulo 1. Un pecho aplastando el dorso de mi mano.

Todo comenzó en un colectivo. Íbamos Andrés, su novia Silvia y yo, de regreso de la facultad. Y el colectivo estaba bastante lleno, así que debimos viajar un poco apretados. Silvia es bastante linda chica, pero hacía un par de meses que salía con mi amigo Andrés, de modo que aunque en algunas ocasiones me pareció ver alguna que otra mirada de interés por mí, había desechado toda intención sexual hacia ella.

En este viaje yo iba tomado del barral vertical y en un bandazo del colectivo Silvia se vino contra mi mano, haciéndome sentir su linda teta, durante todo el tiempo que duró la inercia del bandazo. Yo hice como que no me hubiera dado cuenta, claro. Pero dentro mío, el recuerdo de la sensación de su pecho contra mi mano, quedó reverberando en forma un tanto perturbadora. Alejé esa sensación de mi cabeza, y proseguí la conversación que sosteníamos.

El colectivo daba leves bandazos que, aunque no tan bruscos como el anterior, producía oscilaciones en la vertical de los pasajeros, y consecuentes empujones involuntarios. Nada del otro mundo, casí ni para tener en cuenta, si no hubiera sido por un detalle: en forma irregular e intermitente, la teta de Silvia tocaba mi mano, con distintos grados de roce, que iban de un toquecito hasta aplastamientos imposibles de no percibir. Por suerte Andrés no se daba cuenta de nada. Pero a mi se me fue produciendo una erección sin que pudiera evitarlo. Estaba un poco nervioso. ¿Se daba cuenta Silvia de los toques y apretones que su pecho daba a mi mano? Su cara, que checkee con rápidas miradas, no evidenciaba nada. Pero los apretones de su teta continuaron todo el viaje. Y mi erección también, aunque cada vez más consolidada.

Me despedí de ellos y bajé en la parada cercana a mi casa. Hice el resto del camino inquieto, entre excitado y culpable. No podía evadirme del recuerdo de la perturbadora sensación de esa maciza teta contra el dorso de mi mano.

Capítulo 2. La historia del pecho se repite.

Tres días después Andrés, Silvia y yo, volvimos de la facultad con el mismo grado de apretujamiento. Esta vez, al tomar con mi mano la barra vertical, lo hice con total deliberación. Y me quedé a la expectativa. Silvia llevaba una blusa liviana que, aunque no era transparente, marcaba sus pezones. O sea que no llevaba sostén. (¡Ni que lo precisara!)

Cuando vio mi mano nuevamente en el barral, me dio un rápido vistazo a los ojos, apenas dos décimas de segundo, pero alcanzó para que yo la interpretara en el sentido de que había estado conciente la otra vez, de sus apretones sobre mi mano.

Yo seguí mi charla con Andrés, en la que de vez en cuando participaba Silvia. Y dejé mi mano a la altura exacta de sus pezones. La vez pasada había sido todo por casualidad pero esta vez, si pasaba algo, sería deliberado, al menos de mi parte.

Y llegó el bandazo del colectivo, y con él la teta, mejor sería llamarla "tetona" de Silvia, que se aplastó con ganas contra mi mano. La miré, pero ella no enfrentó mi mirada, aparentando no acusar recibo de la situación. "Bien", me dije, "ahora veremos."

Giré mi mano sobre el barral, de modo que ahora, en vez del dorso estaban los nudillos intermedios de mis dedos índice y mayor, algo separados.

De modo que cuando llegó el nuevo aplastamiento de tetón, el pezón pasó entre ambos nudillos. Yo continué charlando "distraídamente" con Andrés, pero toda mi atención estaba sobre ese pezón, al que las entradas y salidas entre mis nudillos le habían producido un endurecimiento muy significativo. Esta vez la teta no se retiraba tan rápido, demorándose en la presión. Pronto mis nudillos comenzaron a acariciarle el pezón, en una suerte de pellizco; sin dejar de empuñar el barral, claro. Y la teta comenzó a quedarse, apretada contra mi mano, ya sin retirarse con los vaivenes del colectivo. Y su hinchado pezón recibió un tratamiento intensivo. Una leve ojeada a Silvia me mostró su rostro congestionado, y su respiración agitada. Proseguí con mi insidioso cuan subrepticio masaje hasta que ella, presa de la terrible excitación que le producía la situación, se derritió con un largo suspiro, apretando al máximo su teta contra mis dedos.

Andrés seguía charlando, totalmente ajeno a lo que acababa de pasar.

Mi erección había alcanzado proporciones descomunales, y pude ver la mirada de Silvia, bajando con interés, o quizá intuición, hacia mi inocultable erección.

Cuando bajé del colectivo recorrí el camino hasta mi casa con paso algo tambaleante, de la excitación. Al llegar a casa evité la tentación de pajearme, a favor de una ducha tibia, que fui enfriando gradualmente. Estuve largo rato en la ducha fría, hasta conseguir calmarme.

Capítulo 3. Esto no iba a quedar así, claro. Estábamos lanzados.

No busqué a Silvia en esos días (y mucho menos a Andrés), de algún modo no quería blanquear la situación, prefiriendo mantenerla en ese nivel perverso.

En el siguiente viaje cruzamos una rápida mirada de entendimiento, nos metimos en la manada de pasajeros apretujados.

Pero esto te lo cuento otro día, si es que te interesa, claro.

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