Atrévete -3-

Espero que disfruten esta continuacion.

Hola…. Espero que estén muy bien… aquí tienen la continuación, que lo disfruten. Acepto sus críticas y sus comentarios. Ahí está visible mi correo. Saludos

CAPÍTULO TRES

Dulce despertó con los bien torneados brazos de Anahí y sus esbeltas piernas sobre ella. Echó un vistazo al luminoso dormitorio.

Había un enorme televisor contra la pared, a los pies de la cama, y grandes ventanales dobles dejaban entrar la luz. ¿Cómo podía tener una casa tan grande y hermosa? Ninguna stripper de la que hubiera oído hablar, podía pagarse aquel estilo de vida. ¿Sería Anahí una señorita de compañía? ¿Una prostituta?

Dulce no acababa de creerse que la mujer que había escondido sus partes más deliciosas a sus fans fuera capaz de ofrecerlas por dinero. Sin embargo, lo que estaba claro es que de alguna manera pagaba aquella casa... O bien se la pagaba alguien. Se imaginó a un viejo amante adinerado, con su bastón y su millonaria cuenta corriente incluidos. No, no podía ser eso. A lo mejor alguna lesbiana rica quería tener a Anahí y su cuerpo exquisito en casa esperándola cuando regresara de algún viaje de negocios. ¿Volvería de París en su jet privado, se lo montaría con ella y la pasearía por todo Los Ángeles, para que la viera todo el mundo?

Quienquiera que pagase aquella casa ganaba un montón de dinero o estaba gastándose un montón de dinero para mantener a Anahí en un entorno tan lujoso. Resultaba extraño que Anahí siguiera haciendo strip-tease, dadas las circunstancias. Dulce estudió a la bella mujer que había echada a su lado, a la que se había follado una y otra vez la noche anterior. Estaba dormida profundamente, con los labios entreabiertos, y Dulce sintió el impulso de meterle la yema del dedo en la boca y notar cómo se lo chupaba. «Venga ya. La última vez que te despertaste con una mujer tardaste un año en librarte de ella.»

Anahí cambió de posición y se desperezó, abrió los ojos y miró a Dulce; después se dio la vuelta para comprobar la hora.

―        ¡Maldición! Te tienes que ir. Llego tarde.

―        ¿Tarde para qué? ― preguntó Dulce, sin apartar la mirada de aquel culo perfecto, mientras Anahí saltaba de la cama y se metía en el baño ― Es sábado.

Oyó el sonido de la ducha. Atónita, Dulce salió de la cama y siguió a Anahí a la ducha. El jabón se deslizaba sobre su cuerpo bronceado y la espuma se concentraba en su sexo. Anahí le sonrió fugazmente.

―        No empieces ― le dijo bajo el chorro de la ducha.

Dulce se metió con ella y le besó el cuello. Saboreó el champú afrutado y le acarició las nalgas. Anahí le apartó las manos de un palmetazo.

―        Hablo en serio. Llego tarde.

―        Seguro que puedes perder un par de minutos.

Dulce todavía no quería separarse de ella. Follársela unas cuantas noches más no le haría daño a nadie. Cuando la espuma se deslizó sobre sus pezones endurecidos, Dulce no se pudo resistir y se los lamió con delicadeza. Al instante, los dedos de Anahí se enredaron en su cabello.

―        Muy bien, solo un par de minutos...

Una hora después, Anahí conducía a través de las bulliciosas calles de Los Ángeles. Todavía tenía el cuerpo insensible después del orgasmo matutino y no dejaba de pensar en Dulce. Normalmente aquel tipo de recuerdos no le duraban tanto después del sexo.

Apartó a Dulce de su mente y trató de concentrarse en el trabajo que la aguardaba. Billings Industries estaba a punto de absorber a otra empresa farmacéutica e incrementar los beneficios vendiendo activos de la compañía y recortando la plantilla. Como muchas de las pequeñas empresas que compraba Billings Industries, ésta estaba anclada en el pasado y fabricaba sus productos en Estados Unidos, en lugar de en China, echaba mano de personal local para actividades que deberían externalizarse a la India y aún se preguntaban por qué no eran competitivos.

Aparcó detrás de un edificio de ladrillos blancos, aburrida sólo de pensar en el procedimiento legal de la absorción y cansada de volver a ser la mala en un proceso más de reestructuración empresarial. Su padre se revolvería en la tumba si supiera lo poco que le interesaba la empresa y lo mucho que deseaba dejar todo por lo que había trabajado.

La odiaría por tener aquella tentación. ¿Por qué le había tocado ser la lista de la familia? ¿Por qué no podía haber dejado a su hermano Kevin al frente de todo? Anahí puso los ojos en blanco ante la idea. Kevin era un fracasado. Su padre le había dejado un fideicomiso en lugar de legarle unas responsabilidades que no sería capaz de asumir. Kevin vivía en Hollywood y fingía ser actor. Hacía poco había puesto dinero en una película que protagonizaba él mismo. Ni siquiera había llegado a los cines; se había estrenado directamente en DVD, pero aquello no le impedía dejar caer nombres de grandes estrellas, como si fueran sus amigos íntimos. En aquellos momentos estaba en un festival de cine en el extranjero, en busca de un puesto como coproductor en una película que la gente pagara para ver.

Anahí se sentía aliviada. Al menos cuando no estaba en la ciudad no tenía que preocuparse por el siguiente desastre. Kevin sólo le hablaba cuando quería algo. Era ella la que pagaba a los abogados que lo sacaban de sus líos, como ya había hecho su padre desde que Kevin era niño. Era la única que lo llevaba a clínicas de desintoxicación y se aseguraba de que la madre de su hijo recibiera la pensión cuando Kevin «olvidaba» enviar los cheques.

Su hermano nunca se lo había agradecido. De niños habían estado muy unidos. Anahí no estaba segura de cuándo habían cambiado las cosas, pero lo cierto es que se sentía como si ya no lo conociera en absoluto y eso le dolía. Suspiró y cogió su maletín de detrás del asiento del conductor, cerró el coche y atravesó el asfalto, hacia el reluciente vestíbulo de la parte de atrás del edificio.

Sus tacones repiquetearon sobre el suelo de mármol al atravesar el complejo escáner de seguridad y luego se dirigió a unas pesadas puertas de cristal. Había recorrido aquel corto trecho casi cada día de su vida durante los últimos diez años, ya desde que iba a la universidad. Kevin siempre se había metido con ella por ser «la niña de papá», porque su padre la había elegido a ella para enseñarle el negocio. Le guardaba rencor, pero no porque él deseara sentarse en el despacho de su padre, sino por el prestigio que aquello conllevaba.

El sonido de sus pasos en el vestíbulo desierto hacía que Anahí deseara echar a correr. Odiaba su trabajo en el club por muchas razones, pero en la intimidad de The Pink Lady podía ser ella misma. Al menos en parte.

Douglas Whitaker se levantó de la butaca en cuanto ella entró en la sala de reuniones. Le llevaba pocos años y era la única persona con la que estaba unida en aquel horrible y apagado edificio. Era casi como un hermano. Habían tenido muchos años para conocerse, porque se habían criado el uno junto al otro. En el negocio siguieron apoyándose mutuamente y, tras la muerte de su padre, dos años atrás, ella había ascendido a Douglas a vicepresidente financiero. La decisión había despertado las iras de varios socios más antiguos que creían que aquel puesto les correspondía. Douglas sabía que Anahí se sentía fatal por destrozarle la vida a la gente y durante los últimos meses habían estado trabajando codo con codo en un plan para cambiar el rumbo de la compañía de su padre.

Anahí dejó la chaqueta sobre el respaldo de una de las sillas y se sirvió una taza de café. Al sentarse, preguntó:

―           ¿Ya has encontrado novia?

La vida de Douglas estaba dedicada por entero al trabajo y Anahí solía bromear con que lo que necesitaba era un buen revolcón. Por su parte, él opinaba que ella tenía que sentar la cabeza.

―           Algunos tenemos otras prioridades más importantes que acostarnos con alguien ― repuso Douglas.

Anahí rió y sacó unos expedientes de su maletín.

―           No sé ― dijo, mientras abría el esquema del proyecto ― No veo cómo puede funcionar esta idea.

―           ¿Has pensado lo de cambiarle el nombre y punto?

―           ¿Para qué? Si no puedo cambiar la compañía, ¿de qué iba a servir?

Douglas se sentó hacia atrás y la fulminó con la mirada.

―           ¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes tanto miedo últimamente?

―           No tengo miedo.

Anahí desvió la mirada. La había calado, eso seguro. Le horrorizaba hacer cambios en algo que le había importado tanto a su padre, aunque no estuviera de acuerdo en el modo en que hacía los negocios. Había querido a su padre más que el aire que respiraba y se sentía culpable por despreciar la empresa. En lugar de estar orgullosa, se avergonzaba de la mentira en la que se veía obligada a vivir. Lo único que quería era asumir el papel de su padre y preservar su legado. Si cambiaba la empresa, sería como ignorar sus últimos deseos y aquello era algo que la atormentaría de por vida.

El dilema le hacía pasar las noches en vela. Para alcanzar sus deseos, tendría que ir en contra del curso que había sentado su padre. Si fallaba, sería como clavarse un cuchillo: tendría que seguir haciendo algo que acabaría por destrozarla, que le chupaba el alma adquisición a adquisición.

―           Si lo hago, estoy jodida, y si no lo hago, también ― Volvió a mirar a Douglas a los ojos ― ¿Es que no lo ves?

Él le cogió la mano y su rostro cincelado de rasgos duros se dulcificó.

―           Cariño, sabes que tu padre te quería más que a nada en este mundo. Te dejó esta empresa porque sabía que podrías con ella. No le gustaría saber que eres desgraciada. Y a mis padres tampoco.

A Anahí se le llenaron los ojos de lágrimas. Artie y Ellie Whitaker eran los mejores amigos de su padre y prácticamente la habían adoptado cuando éste murió. Ellie también había llenado el vacío que le había dejado la marcha de su madre. Hacía las cosas que normalmente haría una madre y, al crecer, Anahí siempre supo que podía acudir a ella si necesitaba hablar con alguien. Artie era más reservado que su afectuosa esposa. Incluso a sus treinta y un años, Anahí todavía se encogía de miedo como una niña cuando él la reñía. Douglas tenía razón. Ellos querrían lo mejor para ella, pero no podía fallarle a su padre, costara lo que costara. Dejando las cosas como estaban se aseguraba de no decepcionarlo. Era el amor de su vida, nadie la había entendido nunca mejor que él. Conocía sus esperanzas y sus sueños, y ella los compartía todos con él. Anahí sacudió la cabeza y reprimió las lágrimas.

―           No estoy lista para cambiar las cosas.

Douglas retiró la mano y se cruzó de brazos.

―           Así que vas a seguir escondiéndote el resto de tu vida, siempre temiendo que alguien te pegue un tiro en la cabeza o por la espalda. ¿Crees que la libertad que necesitas está en ese bar repugnante al que vas?

―           Es mi vida ― gruñó Anahí, que estaba empezando a enfadarse. Se apartó de la mesa ― ¿Sabes qué? Quizá lo que tendría que hacer es vender esta maldita empresa y ya está.

Antes de que Douglas tuviera tiempo de responder, Anahí salió de la sala hecha una furia y abandonó el edificio sin mirar atrás. Se metió en su Explorer, encendió el motor y se incorporó al tráfico.

―           ¿Acabo de decidir vender el negocio sin reflexionarlo bien antes? ― murmuró para sí mientras esperaba en un semáforo. ¿Por qué no? ¿Qué se lo impedía? A lo mejor podía mudarse a Hawai y colorín colorado. Asintió frente a su reflejo en el retrovisor. Empezaba a considerar seriamente la decisión que le había venido a la cabeza en un arrebato. Ojalá lo hubiera hecho antes, en lugar de esperar a que su lista de enemigos se extendiera desde allí hasta China.

Había mucha gente, probablemente cientos de personas, que desearían ponerle la soga al cuello y abrir la trampilla para ver cómo se asfixiaba hasta morir. Billings Industries la había convertido en multimillonaria, así que no perdía nada si la vendía. Podía asegurarse de que fuera a parar a buenas manos, unas manos que pusieran en marcha su plan. Aquello era algo esencial, por muchas ganas que tuviera de dejarlo todo y no mirar atrás.

Dulce dejó salir a sus dos últimos alumnos y cerró la puerta de la escuela de kárate de la cual era la orgullosa propietaria. Esperó a ver cómo los niños de diez años entraban en el coche de sus padres y luego fue a la parte trasera del edificio, donde estaba su Viper.

Mientras se sentaba al volante, se preguntó si debía ir a The Pink Lady o a otro local de strip-tease del bulevar. Si regresaba tan pronto parecería desesperada, pero, si no iba, sería como si no quisiera volver a ver a Anahí y no había nada más lejos de la verdad. Se había pasado todo el día deseando sumergirse entre los muslos firmes de aquella diosa. Sonó el móvil justo cuando salía del aparcamiento.

―           Hola, cielo ― La voz de su madre fue como un jarro de agua fría para sus fantasías.

Dulce hizo una mueca y se arrepintió de haber descolgado.

―           Hola, mamá.

―           ¿Por qué no llamas nunca? ¿No estarás trabajando demasiado? Ya sabes que no eres de acero...

―           Estoy bien, mamá. El mes que viene tengo competición. Debo estar preparada.

―           Tonterías. Les das palizas a los chicos desde que aprendiste a andar.

―           No es lo mismo. Además, podría ser mi último torneo. Me gustaría salir por la puerta grande.

―           ¡Oh, Dios! ¡Cuánto me alegro de oír eso! Podrías romperte un brazo... o peor: ¿y si alguien te rompe el cuello?

―           Mamá, deja de preocuparte tanto. Tengo treinta y dos años, y nunca me ha pasado nada.

―           Soy tu madre, preocuparme es mi trabajo.

―           Hablando de trabajos, ¿te han dicho algo de las solicitudes que enviaste?

Obtuvo un hondo suspiro como respuesta. Su madre detestaba hablar de su incapacidad para encontrar trabajo, pero Dulce no podía pasarlo por alto. Su madre no debería vivir de la beneficencia. Y en un apartamento de protección oficial, por Dios. Aun así, se negaba a aceptar la ayuda de Dulce, por mucho que ésta se lo suplicara. Se las arreglaba para llevarle comida con la excusa de que sólo quería dejar en la nevera cosas que le apetecía comer cuando iba de visita.

Eso sí, Dios librara a Dulce de pagar alguna factura más sin que su madre se enterara. Cuando Dulce intentó pagarle el alquiler, Susan Porter estuvo a punto de arrancar de cuajo el techo de su pequeño apartamento.

―           No quiero hablar de eso ― le dijo ― Tengo comida en la mesa y electricidad para cocinarla. Es lo único de lo que tienes que preocuparte.

Dulce puso los ojos en blanco y suspiró, exasperada.

―           Como quieras, pero no sé por qué te empeñas en no querer venir a vivir conmigo. No puedes seguir viviendo rodeada de basura, en un barrio donde los traficantes de drogas ocupan las esquinas cada noche. No está bien.

―           No te preocupes por esas tonterías. Soy una mujer dura. En mis tiempos les habría pateado el culo sin despeinarme. ¿O de dónde te crees que has sacado lo de ser tan butch?

Dulce no tenía la menor duda de que su madre había sido de armas tomar, pero ya no era tan dura. Los tiempos habían cambiado. A Dulce le ponía enferma pensar que, a pesar de tener un negocio próspero y conducir el coche de sus sueños, no se le permitía ayudar a la persona que más quería en el mundo. No entendía por qué su madre era tan terca. Todo el mundo tenía derecho a conservar su orgullo, pero a veces tenía la impresión de que su madre la estaba castigando. Si lo que quería era hacerla sentir culpable e impotente, lo estaba consiguiendo.

―           Te quiero, mamá ― dijo, para disimular su frustración ― Te llamaré dentro de unos días.

Nada más colgar ya se había decidido: iría al club y bebería hasta olvidar la voz de su madre y el hecho de que viviera en la miseria.

Si llegaba cuando ya estuviera avanzada la noche querría decir que no estaba completamente desesperada por ver a Anahí por mucho que se muriera de ganas de volver a contemplar sus curvas y abrazarla y besarla apasionadamente una vez más. Eso sí, siempre que Anahí estuviera dispuesta a convertir su rollo de una noche en un doblete.


Anahí aparcó en la parte trasera de The Pink Lady y se abrió paso hacia el interior. Fernando  asomó la cabeza y dejó escapar un silbido agudo.

―           Me la pones dura cada vez que vienes vestida con tu traje de ejecutiva.

―           Cierra el pico, pervertido.

―           Huy, alguien se ha levantado gruñona. Ven aquí y dale a papaíto un buen beso con lengua.

Fernando se le acercó agitando los dedos y con la lengua fuera, imitando a Gene Simmons. Anahí gritó y corrió a esconderse en el camerino. Él le pisaba los talones cuando ella saltó sobre la silla y se hizo un ovillo. Fernando la rodeó con los brazos y la embistió como un perro en celo.

―           Venga, nena ― la apremió. Hizo un sonido húmedo y ella gritó de nuevo y se tapó la oreja ― Mi preciosa y sensual dragqueen.

―           Quítate de encima, chucho.

Fernando soltó una risita y se apartó.

―           Has llegado pronto. ¿Qué ha pasado?

Anahí se alisó la ropa.

―           No estaba de humor para trabajar después de mi reunión con Douglas.

―           Oh, là, là... Ese cuerpazo...

―           Es hétero.

―           ¿Y?

―           Voy a vender ― soltó, antes de que le diera por cambiar de idea.

―           Maldición, ya era hora. ― Fernando  se dejó caer en su regazo ― ¿Puedo retirarme contigo a alguna isla paradisíaca? Por favor, mami. Seré bueno y me lavaré toda la ropa. Hasta guardaré mis muñequitos en la cama para usarlos sólo de noche ― Se metió el pulgar en la boca y arqueó las cejas repetidas veces.

―           Apártate, loco.

Anahí se lo sacó de encima y empezó a desabrocharse la camisa.

―           Hablando de locos, has recibido una llamada muy rara hoy. Una mujer que decía que te iba a matar o algo así. Hablaba con uno de esos aparatejos que distorsionan la voz. Le he dicho que eras cinturón negro y que podías romperle el cuello como si fuera una ramita con las manos desnudas. No parecía muy impresionada.

Le quitó el papel a un chicle y se lo metió en la boca, como si aquella conversación fuera lo más normal del mundo.

―           ¿Matarme?

―           Sí. Seguro que será alguna gilipollas a la que habrás rechazado ― sonrió con sorna ― Cariño, no hagas como si fuera la primera vez que oyes algo así. Yo estaba aquí la noche que tu ex trajo a aquella bomba de relojería.

―           Cierto.

La imagen de la nueva novia de Pam le vino a la cabeza. Vaya si se había puesto celosa por culpa de Anahí. Pam la llevó al club una vez: craso error. Se había mostrado muy desconsiderada durante su aventura, así que Anahí había decidido demostrarle a su nueva novia la «joya» que se estaba llevando. Contoneó su cuerpo sudoroso por todo el escenario con la intención de que Pam no le quitara ojo de encima y el plan funcionó durante un rato. Sin embargo, en lugar de montarle un número a Pam o largarse de allí, la novia la tomó con Anahí. Saltó al escenario, gritando como una loca, y amenazó a Anahí con hacerle de todo menos maquillarla y pintarle las uñas. Pobre Pam. Ya no podía volver a ningún local gay de strip-tease mientras se acostara con aquella monada. No es que a Anahí le importara una mierda con quién salía Pam.

En realidad lo sentía por la novia, porque sabía lo que le gustaba flirtear a Pam. Sonrió, se quitó el sujetador y escogió un top del armario. La llamada debía de tratarse de una broma para asustarla. Por suerte, no se asustaba con facilidad.

Alguien llamó a la puerta y Fernando dejó escapar un chillido agudo que le heló la sangre. Anahí se volvió, con el corazón en un puño. Sharon estaba en la puerta y parpadeaba conmocionada, con la mano en el pecho.

―           ¿Por qué gritas, tonto?  ― exclamó, lanzándole a Fernando una mirada furibunda.

―           No te irás a dejar el pelo así, ¿verdad? ― Fernando se abanicó ― Va en contra de la ética de la belleza. Los dioses de la moda llorarán de pena. Ríos de lágrimas saladas arrasarán las calles y contaminarán los pantanos. Se gastarán millones en plantas desalinizadoras. La ciudad se arruinará. ¡Tienes que hacer algo con ese pelo!

Anahí se dobló sobre sí misma, muerta de risa. Tampoco es que fuera el fin del mundo. Sharon llevaba rulos, simplemente.

―           Serás capullo ― Sharon puso los brazos en jarras y esbozó una sonrisa cáustica ― Lárgate de aquí y llévate a los cobardicas de tus dioses de la moda.

―           Ay, perdóname, Cruella de Vil. Con un pelo como ese deberías llevar una carnada de cachorritos detrás de ti. La próxima vez te arreglas antes de venir a visitarnos.

Salió por la puerta, esquivando a Sharon cuando intentó darle un manotazo. Anahí se quitó los pantalones y se puso una minifalda, tratando de ignorar a Sharon. No obstante, ésta le rodeó la cintura con los brazos y le lamió la espalda.

―           ¿Por qué no dejas que cierre la puerta y te acelere un poco el pulso?

Anahí le apartó las manos.

―           Ya te lo dije. No mezclo los negocios con el placer. No deberías haberme pedido que trabajara aquí si no eres capaz de mantener tu parte del trato.

―           Entonces estás despedida. Ya no puedo pasar un día más sin este cuerpo tan delicioso.

Anahí se apartó de ella.

―           Lo siento, jefa, no puede ser.

―           ¿Es por esa mujer que te llevaste a casa anoche?

―           Eso no es asunto tuyo.

―           Vaya, lo siento. No te alborotes ― Sharon le sonrió con amabilidad y le tendió un sobre amarillo ― Habían dejado esto para ti en la barra cuando salí del despacho.

Anahí cogió el sobre, sin despegar los ojos de la mirada seductora de Sharon.

―           Gracias.

―           De nada.

Sharon le dio una palmada en el trasero al salir. La pobre estaba enamorada de Anahí. Tenía un buen polvo, pero el amor era lo último en lo que había pensado Anahí cuando estaba con Sharon. Lo último en lo que pensaba, y punto. Debería haber dado por finalizada aquella aventura hacía tiempo, antes de romperle el corazón a Sharon. Quizá debería pensar en dejar el trabajo. En realidad no lo necesitaba y estaba harta de los clientes de The Pink Lady. Sin embargo, valía la pena todo aquel lío por la libertad que le daba para jugar y divertirse. Y, si se iba, echaría de menos a los amigos que había hecho allí.

Anahí miró el sobre. Llevaba su nombre escrito, pero nada más. Lo abrió y sacó una nota doblada por la mitad. Cuando leyó el mensaje fue como si el corazón se le fuera a salir del pecho. Tres palabras.

Nada más.

Estás muerta, zorra.


HombreFX (ID: 853437) : muchas gracias por comentar y qué bueno que le agrade la historia que ponderó, vendrá una nueva si la quieren leer.

UnadeCordel (ID: 1256105) : Me alegra mucho que te haya gustado y espero que hayas disfrutado esta continuación. Saludos.