Atrévete -2-
― ¿Por qué no? A no ser que tengas a alguna «guarra barata» en mente. Anahí le sonrió con sarcasmo. ― Bueno, por lo menos las guarras baratas terminarían lo que empiezan si les diera la oportunidad. La tensión se concentró en su interior. En lugar de admitir que había algo empezado, tendría que h
Hola chicos aquí les vengo con el segundo capítulo de esta historia, ya la tengo terminada pero la iré subiendo cada 5 días o una semana. Espero que lo disfruten. Saludos
CAPÍTULO DOS: Atrévete
Dulce Porter se sentó en uno de los taburetes de la barra. Sintió una punzada en la entrepierna después de que aquella mujer se restregara en su regazo como una muñeca de trapo hacía tan sólo un momento. Había deseado tirarse a Verónica, o como quiera que se llamara de verdad, ponerla de espaldas, abrirla de piernas como un libro y devorarla. Desde el mismo momento en que aquella rubia despampanante había puesto el pie en el escenario, Dulce había sabido que lo que más quería era sentir aquel maravilloso cuerpo retorciéndose y temblando bajo el suyo, oír sus gemidos vibrando en aquella garganta tan delicada... No recordaba haber sentido una necesidad tan repentina y acuciante por nadie. Ni siquiera por Marsha, el bellezón del que no había podido despegarse durante los primeros seis meses de su relación y de la que después había tardado un año en librarse.
Después de romper con ella, la sensación de libertad que se apoderó de su alma era como una campana batiendo al viento y no tenía la menor intención de perder aquella libertad en un futuro próximo. Sólo se fijaba en mujeres que ya tenían una relación, porque eran las más seguras con diferencia, o una carrera de la que preocuparse, por lo que no querían que una molesta relación interfiriera en sus planes. Además, Dulce también tenía que pensar en su carrera. Pero, Dios, cómo deseaba a Verónica. Dulce imaginaba que sería tan buena en la cama como en el escenario. Las miradas que le lanzaba a la concurrencia le habían dejado claro que no disfrutaba seduciéndolas. Tampoco les había dado el espectáculo que querían de verdad, es decir, verle el coño desnudo mientras se deslizaba por el escenario. A Dulce le gustaba saber que estaba libre.
Verónica podría haber tenido a cualquier mujer de las que había en aquel bar y también de fuera. Con que les hubiera hecho un gesto con la mano, cualquiera la habría seguido como un perro faldero, aunque a lo mejor eso habría sido demasiado fácil para ella. Dulce se preguntó si lograría hacerla suplicar. Hasta aquel momento no había creído en la lujuria a primera vista. De todas las mujeres a las que había tenido el placer de hacerle el amor, ninguna había hecho que le diera un vuelco el corazón como Verónica. Verla caer de rodillas y arrastrarse por el suelo como una diosa del amor le arrancó un gemido. Era el destino: tenía que poseer a aquella mujer y hacerla gritar de placer.
Sin entusiasmo, levantó la mirada hacia la mujer que bailaba en aquellos momentos sobre el escenario. Llevaba unas medias de rejilla ajustadas como una segunda piel. Era bonita, al estilo de una colegiala. Llevaba una cola de caballo que rebotaba contra su cuerpo mientras bailaba al ritmo rápido de su canción. Como parte de su rutina, dejó caer al suelo la minifalda de pliegues, de color rojo y negro. La diferencia entre Verónica y ella saltaba a la vista: Siguiendo la melodía, Verónica se movía como si el mundo le perteneciera y provocaba a su público con lo que nunca iban a llegar a tocar. La bailarina de la coleta bailaba como si hubiera ensayado la coreografía lo justo para memorizar la secuencia de pasos. Dulce se volvió de nuevo hacia el pasillo oscuro y vio a Verónica, con las mejillas enrojecidas y una sonrisa de enfado, había vuelto a ponerse la máscara sobre su precioso rostro. Los reflejos platino de su cabello relucían cada vez que los haces de luz estroboscópica del local pasaban sobre ella. A Dulce se le aceleró el pulso y notó que el sexo se le encendía. Asintió con naturalidad; aún no se sentía preparada para dar el siguiente paso. ¿Cuánto tardaría Verónica en hacerle una señal?
Sintió un hormigueo en el cuello al notar movimiento a su espalda y se volvió con un atisbo de sonrisa. Sin embargo, Verónica pasó de largo sin mirarla siquiera y se dirigió a una mesa en la que había un grupo de mujeres, las cuales empezaron a meterle mano de inmediato.
Una mujer alta y con el pelo rapado se le sentó en el regazo. Verónica le rodeó el cuello con los brazos y desempeñó su papel de diosa a la perfección. Por encima del hombro de la mujer, le lanzó una mirada arrogante a Dulce y despertó en esta última al temible monstruo de ojos verdes que bramaba: «Mía». A Dulce le entraron ganas de golpearse la cabeza contra la barra varias veces, hasta recuperar el sentido común. ¿En qué coño de la madre estaba pensando? Había provocado a aquel pedazo de hembra y resulta que sería otra mujer la que se la llevaría a casa y le prendería fuego. « ¿Y ahora qué, so *?» Se atrevió a mirar en dirección a Verónica otra vez y sus ojos se encontraron. Dulce le sonrió, excitada, presa de una increíble necesidad de saltar del taburete y arrastrarla a un rincón más privado del bar.
La mujer del pelo rapado le acarició el muslo a Verónica y se acercó demasiado a su sexo para el gusto de Dulce. Como si tuviera algún derecho a que le importara. Sin embargo, al parecer a Verónica sí le importaba, porque apartó la mano errante, la retorció y se dio la vuelta para encararse con la otra mujer. Se dijeron algo y a continuación Verónica agitó el pelo, rubio y rizado, que le caía sobre los hombros, se levantó y desapareció por una puerta lateral que había junto al escenario. La otra mujer se había puesto como un tomate.
Dulce notó un hormigueo de satisfacción que le llegó al corazón. «Lo siento por ti, nena. Supongo que te has pasado de la raya.» Se preguntaba hasta dónde la dejaría llegar a ella Verónica. Algo le decía que, si jugaba bien sus cartas, conseguiría todo lo que quisiera y dispuesta a averiguarlo, bajó del taburete con la entrepierna ardiéndole y un polvo de los duros en mente.
― ¡Joder con las mujeres!
Anahí dejó el dinero del lapdance en el bote de las propinas de Fernando y se metió en el camerino, furiosa. Se arrancó la máscara y el top, y agarró el sujetador que había sobre el respaldo de la silla.
― ¿A quién le gritas ahora? ― preguntó Fernando desde el umbral de la puerta.
― A todo el mundo ― respondió Anahí, mientras se cambiaba. Se quitó la minifalda y se puso unos vaqueros de talle bajo ― Se creen que soy comida que les han puesto en una bandeja.
― Cariño, de la manera que mueves el culo en el escenario y escondes la mercancía, no puedes esperarte otra cosa ― opinó Fernando, que entró en el camerino ya sin el maquillaje de escena ― Todas quieren ver lo que se han perdido.
― Ja, si quisiera que vieran la mercancía, se la enseñaría ― saltó Anahí, sentada en la silla ― Estoy harta de que se nos llene el local de tanta guarra barata.
Fernando se sentó en su sofá e hizo la observación más obvia.
― Bueno, no tienes por qué bailar. No es que necesites el dinero, precisamente.
― Ya sabes por qué lo hago ― dijo ella, mirándolo a los ojos. Fernando la estudiaba, inquisitivo ― Sharon sí que necesita el dinero y entre tú y yo atraemos a un buen puñado de gente.
Él suspiró.
― Por mucho que odie decir esto, este mundillo nunca ha sido lo tuyo. Eres lista y preciosa, y tienes un cuerpo para morirse. La mayoría de las mujeres de ahí fuera sólo buscan un rollo de una noche. Y no creo que muchas estén a tu altura.
― Qué me vas a decir a mí ― rezongó Anahí, mientras se cogía el pelo con una pinza ― Larguémonos de aquí. Vamos a cenar, al cine, a rizarnos el pelo..., lo que sea.
Fernando le regaló su sonrisa más inocente.
― No puedo. Uno de esos hombres de toma pan y moja me ha invitado a su casa para follar hasta decir basta.
― Serás perro. Qué envidia ― contestó, poniéndose la camiseta ― Déjame adivinar: ¿alto, castaño, con una bonita sonrisa?
― ¿Cómo lo has sabido? ― preguntó Fernando con una risita.
― Bueno, seguro que no era a mí a quien esperaba en primera fila del escenario ― rió ella a su vez ― Con cabeza, sexomaníaco.
― Siempre.
Se volvió para marcharse, pero en ese momento dio un salto y se llevó la mano al pecho con dramatismo.
― Ay, cariño. ¡Me has dado un susto de muerte!
Una mujer entró en el camerino. A Anahí le dio un vuelco el corazón.
Se preguntaba cómo se las había arreglado para esquivar al gorila de la puerta. Fernando la rodeó y movió los labios sin que la recién llegada lo viera, pronunciando claramente: « ¡Hazlo, hazlo!». A continuación se escabulló y la dejó a solas en el vestidor con la calientabraguetas del cuarto interior.
― ¿Qué es lo que quieres? ― le preguntó Anahí.
― Saber si estás libre esta noche.
― ¿Por qué?
El deseo le recorría la entrepierna como llamaradas húmedas y necesitaba cerrar las piernas para aliviar la quemazón más que nada en el mundo, pero no pretendía darle a aquella mujer la satisfacción de verla sufrir.
― ¿Por qué no? A no ser que tengas a alguna «guarra barata» en mente.
Anahí le sonrió con sarcasmo.
― Bueno, por lo menos las guarras baratas terminarían lo que empiezan si les diera la oportunidad.
La tensión se concentró en su interior. En lugar de admitir que había algo empezado, tendría que haberla mandado a tomar viento en cuanto entró. ¿Por qué había dejado que una desconocida supiera que la excitaba?
Los ojos café miel de la desconocida relucieron con decisión.
― Oh, tengo intención de acabar lo que he empezado.
Anahí se encogió de hombros.
― Lo siento. Tengo una lista kilométrica de gente que daría un brazo por apagar este fuego. No necesito tu ayuda.
― ¿Cómo? ¿No puedo competir con la fauna de este sitio?
― Tú has venido a este sitio.
― Y tú también. ¿Empatadas?
Anahí la fulminó con una mirada llena de desdén.
― La verdad es que no. Tú has venido a buscar un coño gratis y el mío no está en el menú.
La mujer soltó una carcajada. Era difícil escapar de aquella mirada tan penetrante.
― ¿Lista para que nos vayamos?
Anahí escrutó los rasgos firmes de su rostro. Era todavía más hermosa cuando sonreía de verdad. La excitación la hizo vibrar por dentro. Percibía la misma ansia urgente en la mujer que había escogido.
― Me parece bien que follemos, pero por la mañana te largas.
― Después de ti.
La invitación ronca vino acompañada de una sonrisa cómplice. De camino al aparcamiento, los pensamientos de Anahí volaban en todas direcciones. Su objetivo primordial era que aquella mujer terminara lo que había empezado. Quería que la tratara con brusquedad, que le hundiera los dedos y le arrancara un orgasmo de los buenos. Se detuvo frente a su Ford Explorer y la invitó.
― Sígueme.
― Un placer.
Su «cita» atravesó la grava sin prisa, hasta llegar a un Dodge Viper. A Anahí se le hizo la boca agua sólo de verla mover las caderas de aquella manera tan sensual. No recordaba haber estado así de excitada por llevarse un ligue a casa en la vida.
Dulce se quedó impresionada cuando el Ford Explorer atravesó una verja de hierro forjado y se detuvo a la entrada de un chalet de color vainilla, con el tejado de tejas rojas de terracota. En los treinta minutos que habían tardado en llegar, habían atravesado los barrios de más categoría de la ciudad. Había memorizado el nombre de las calles, para poder encontrar el camino de vuelta a aquella preciosidad.
El antro de strip-tease no era de los que pagaban una millonada, así que no esperaba llegar a una casa tan fastuosa en un vecindario como aquél. Recordó la conversación que había oído por casualidad mientras esperaba en el camerino. El travestí de la ropa ceñida había comentando algo sobre que Verónica no necesitaba el dinero que ganaba bailando. Dulce se preguntó a qué otra cosa se dedicaba para poder pagar aquella vida aislada y protegida. Tragó saliva y logró apagar el contacto y salir del Viper sin que se le cayeran las llaves.
Al ver el fantástico trasero de Anahí, la recorrió una oleada de calor por toda la espalda y se le instaló entre las piernas. Lo único que quería era empujarla dentro y ponerla contra la pared. Entonces le metería la lengua hasta la campanilla, le introduciría los dedos y la haría gritar una y otra vez.
Reprimió el impulso, atravesó el porche y entró al oscuro vestíbulo. La puerta se cerró tras ella y oyó el sonido de un interruptor, décimas de segundo antes de que se encendiera la luz.
― ¿Te apetece beber algo? ― le ofreció Anahí, que también tenía que echar mano de todo su autocontrol para no ceder al impulso de arrancarle el polo color melocotón y morderle los pezones allí mismo.
― No ― repuso la otra mujer con determinación ― Aunque puede que después de pasarnos unas cuantas horas sudando necesitemos agua.
«Guau, perrita, hazme sudar»
Anahí sonrió y aquello fue la gota que colmó el vaso. La mujer cubrió la distancia que las separaba y le devoró los labios, inmovilizándola contra la puerta. Le deslizó la lengua hasta el fondo y, una vez allí, bailó y exploró, arrancándole un gemido de placer.
― La verdad es que no. Tú has venido a buscar un coño gratis y el mío no está en el menú.
La mujer soltó una carcajada. Era difícil escapar de aquella mirada tan penetrante.
― ¿Lista para que nos vayamos?
Anahí escrutó los rasgos firmes de su rostro. Era todavía más hermosa cuando sonreía de verdad. La excitación la hizo vibrar por dentro. Percibía la misma ansia urgente en la mujer que había escogido.
― Me parece bien que follemos, pero por la mañana te largas.
― Después de ti.
La invitación ronca vino acompañada de una sonrisa cómplice. De camino al aparcamiento, los pensamientos de Anahí volaban en todas direcciones. Su objetivo primordial era que aquella mujer terminara lo que había empezado. Quería que la tratara con brusquedad, que le hundiera los dedos y le arrancara un orgasmo de los buenos. Se detuvo frente a su Ford Explorer y la invitó.
― Sígueme.
― Un placer.
El calor que sentía entre sus piernas era pura lava líquida. Le enredó los dedos en el corto y sedoso cabello. Gruñó desde el fondo de su alma cuando la apretó más fuerte contra la pared. Le quitó los pantalones de un tirón y le dejó el trasero al descubierto. Las caricias de Dulce la hacían estremecer; Anahí nunca había deseado con tanta ansia que se la follaran.
Cayeron al suelo, enredadas sobre la mullida moqueta. Unos dedos firmes se deslizaron entre los muslos de Anahí y acariciaron sus rizos húmedos. Ella se abrió de piernas y agitó las caderas en el aire, ansiosa porque la penetrara.
― Sabes a sudor ― musitó la otra mujer, mientras le chupaba el cuello ― Ácido y salado.
Anahí quería que cerrara la boca. Cuanto antes la llevara al éxtasis, mejor. Dulce le rozó el clítoris con la yema del dedo y Anahí hundió la cabeza en la moqueta y se arqueó, dispuesta a meterse los dedos ella misma si tenía que hacerlo. Estaba perdiendo la paciencia. Su clítoris palpitaba de pura necesidad bajo el dedo que la provocaba. La acariciaba arriba y abajo, se hundía un ápice y vuelta a empezar.
― Antes de que te agarre los dedos y me los meta yo sola ― jadeó Anahí ― ¿cómo coño te llamas?
La aludida le mordisqueó la piel del hombro.
― Dulce Porter
― Bien, Dulce, si no te pones las pilas, me veré obligada a acabar sin ti.
― ¿Qué prisa tienes, pastelito?
Retiró los dedos y se puso encima de Anahí, la agarró de las muñecas y le inmovilizó los brazos en el suelo, por encima de la cabeza. Entonces le abrió las piernas con las rodillas y restregó la pelvis contra su sexo.
― ¿Y a quién tengo el placer de hacerle el amor esta noche?
El fuego le quemó entre los muslos; aquella sensación casi era demasiado para Anahí. Tras titubear solo un instante, aunque no tenía la menor idea de por qué no le daba miedo decirle su nombre real a aquella mujer, susurró:
― Anahí.
― Anahí ― Dulce repitió su nombre como si fuera algo frágil ― Me gusta ese nombre. Es seductor, excitante y dulce cuando se me deshace en la boca... literalmente.
Anahí ya estaba harta de esperar. ¿Acaso aquella mujer no era más que una calientabraguetas? ¿La iba a torturar con palabras seductoras y con suaves caricias toda la puta noche? Dulce sonrió, sensual, y le lamió el labio inferior con su lengua caliente; Anahí dejó escapar un gemido gutural. Fue como recibir una descarga eléctrica en el cerebro; los ojos se le cerraron. Notó el aliento de Dulce sobre las mejillas, sobre los labios entreabiertos y en el interior de su boca.
― Deja de hacerme sufrir ― murmuró Anahí.
― Aún no has visto nada.
Anahí no daba crédito a sus oídos y abrió los ojos para enfrentarse a aquella preciosa mirada esmeralda.
― Relájate ― dijo Dulce ― ¿Por qué quieres apresurarlo?
― No tengo paciencia ― dijo Anahí. Su pecho oscilaba arriba y abajo a toda velocidad ― Ahora no, por lo menos.
― Todo lo bueno se hace esperar.
― Me voy a quemar viva si no te das prisa.
Detestaba haber dejado escapar aquellas palabras. Era débil y aquella mujer lo sabía.
― Bueno, haberlo dicho.
Apenas notó que le soltaba las muñecas y cuando antes de que pudiera darse cuenta, Dulce ya había hundido el rostro entre sus piernas. El fuego la devoró por completo. Dulce habría querido ver a Anahí retorcerse un rato más, pero la angustia en su mirada y su respiración desbocada la impulsaron a actuar. Le abrió los muslos aún más, le separó los labios de la vagina con los dedos y le pasó la lengua por el clítoris. Anahí se arqueó y arañó la moqueta con las uñas. El sonido le arrancó a Dulce un cosquilleo en la entrepierna. Apretó los muslos para mitigar el latido de lujuria. Quería comérsela entera, engullirla y quedarse dormida, saciada y satisfecha. Nunca antes había deseado tanto a una mujer. Sonrió. Tenía toda la noche para hacerle el amor a su sirena.
Los gemidos de Anahí resonaron en la habitación. Movió las caderas más deprisa, loca de deseo. A Dulce se le encogió el corazón. Le introdujo los dedos en su húmedo centro y la abrió. Después de unas cuantas penetraciones profundas, le acarició el clítoris con un poco más de presión. Para su sorpresa, Anahí se puso rígida, con el tronco arqueado. Entonces notó cómo se contraía en torno a sus dedos y dejaba escapar un grito; la agarró del pelo como si fueran riendas y le hundió el rostro en su sexo.
Con su mano libre, Dulce apartó una de las piernas que Anahí le había echado al cuello, para poder respirar. Jamás había oído unos gritos de tanta satisfacción. Se sintió llena de orgullo cuando Anahí le tiró del pelo hasta casi arrancárselo. Al cabo de unos largos instantes, Anahí la soltó y dejó caer los brazos inertes a los lados. Dulce le sacó los dedos con cuidado y se deslizó junto a su cuerpo sudoroso. Sentía un cosquilleo en el cuero cabelludo, como si el pelo estuviera intentando volver a meterse en sus folículos.
― A eso le llamo yo energía reprimida ― Besó a Anahí en el cuello sudado.
― Quítate la ropa.
Anahí le dio la vuelta y montó a horcajadas sobre ella. Su repentina energía cogió a Dulce por sorpresa.
― No he acabado.
Anahí nunca había estado tan satisfecha, pero todavía no había acabado con aquella mujer de cuerpo exquisito y manos hábiles. Ni de lejos.
Parecía que su cuerpo había agotado la frustración sexual, pero el mero roce de los labios de Dulce sobre su piel hizo que cobrara vida al instante. Le quitó el polo y lo echó a un lado. El resplandor azulado de la luna que se colaba por las persianas iluminó el sujetador blanco deportivo de Dulce. Anahí le metió un dedo por el canalillo y se vio recompensada con un suave gemido por parte de su compañera. Dulce le comió la boca; le metió la lengua hasta el fondo para enredarse y saborear la suya. Las terminaciones nerviosas de Anahí vibraron, su clítoris palpitó y se frotó contra el estómago firme de Dulce.
― Fóllame otra vez.
Dulce le besó el cuello.
― Antes no te he follado.
Anahí notó una oleada de calor que la derritió como si fuera mantequilla.
― Aún estás a tiempo.
― ¿Me lo estás suplicando?
La provocación que reflejaba la sonrisa de Dulce la volvió loca. Su voz interior le ordenó: «Gírala y dale un azote en ese culo prieto». Incapaz de resistirse, puso a Dulce de espaldas, le desabrochó los vaqueros y se los bajó hasta las rodillas, para dejar al descubierto unos muslos que se moría por chupar. Dulce se quitó las braguitas y el sujetador en un abrir y cerrar de ojos, y las sombras danzaron sobre su pecho marfileño. Aquella imagen seductora hizo que Anahí se quedara sin aliento. Se inclinó y le chupó uno de los pezones endurecidos. Dulce gimió de nuevo. Anahí le acarició los abdominales con la yema de los dedos y se deleitó con el sensual relieve. Dulce se puso en tensión bajo la voluptuosa exploración de Anahí, que por fin deslizó los dedos sobre la masa rizada que destacaba entre sus muslos.
― Te gusta esto, ¿eh?
Le excitó el clítoris y a continuación la penetró hasta el fondo.
― Un poco ― jadeó Dulce en su oído.
Cada uno de sus gemidos encendía más el fuego que consumía a Anahí desde lo más hondo de las entrañas. El sexo le latía, ansioso por que volviera a tocárselo. Le metió los dedos una y otra vez, y se deleitó con lo mojada que estaba, hasta que Dulce levantó las caderas con renovada urgencia. Entonces Anahí sacó los dedos y empezó a trazarle pequeños círculos sobre el clítoris con la punta del dedo. Siguió frotándola así hasta que los suaves gritos de Dulce llenaron el aire y, en ese momento, inclinó la cabeza y la acercó a los rizos mojados de su sexo. Le abrió las piernas con firmeza y le separó los pliegues hinchados. Dulce contuvo la respiración y se arqueó hacia la boca de Anahí.
― ¿Tienes prisa? ― La provocó Anahí.
Después de que la hubiera dejado en aquel cuarto, dolorida por el deseo, lo mínimo que podía hacer era vengarse un poco.
― ¿Vamos a jugar a esto toda la noche?
― Aprendo rápido ―Le dio un lametón en el clítoris ― Ahora te toca a ti.
Dulce le acercó las caderas, en busca de más.
― Supongo que me he metido en un lío.
Anahí le introdujo el dedo, añadió uno más y la penetró más hondo. Notaba la tensión que se acumulaba en su interior y saboreó la sensación de poder que la embargaba a medida que los gemidos de Dulce se incrementaban y cerraba los puños. Quería provocarla un poco más para prolongar aquello, pero los muslos temblorosos de Dulce la hicieron cambiar de opinión. Necesitaba ver cómo se rendía por completo.
Le chupó el clítoris a un ritmo constante, hasta que su cuerpo se puso rígido y Dulce se sacudió y se contrajo en torno a los dedos de Anahí. Sus gritos agudos llenaron la habitación y Anahí relajó su abrazo y levantó la cabeza para contemplarla. Dulce tenía la cara rosada y tensa en su clímax. Le temblaba todo el cuerpo. Alargó una mano, al parecer necesitaba que la abrazara. Anahí le sacó los dedos despacio y gateó sobre su cuerpo hasta desplomarse a su lado. Estaban las dos empapadas de sudor. Se abrazaron.
Dulce le besó la frente y hundió el rostro en su cuello. Bueno, aquello era extraño, se dijo Anahí. No estaba acostumbrada a hacerse arrumacos después del sexo. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Quedarse allí tumbada indefinidamente o recordarle a Dulce que no eran novias y que ella no vivía allí? Notó la respiración cálida en su pecho y decidió retrasar el momento unos minutos. A lo mejor Dulce sabía hacer masajes en los pies o cocinaba. Eso sería fantástico. Tras pasarse un rato en brazos de Dulce, acariciándose la una a la otra, Anahí se apartó y cogió su ropa. Luego se levantó y encendió la luz.
― Gracias por avisar ― farfulló Dulce, pestañeando bajo la intensa luz amarillenta. Vio que Anahí se vestía ― ¿Siempre eres así de... simpática?
― Oh, no. Mejoro mucho. Soy la reina de la simpatía. Mis amigos creen que estoy hecha de azúcar. Soy la mar de dulce.
Anahí le tendió la mano pero, en lugar de levantarse, Dulce se la quedó mirando como si en lugar de una mano fuera una serpiente, lista para atacar. Al cabo de unos segundos la cogió e hizo caer a Anahí sobre ella.
― Creía que habías dicho que no habías acabado ― dijo Dulce, mordisqueándole la oreja.
Anahí sonrió.
― Una dama sólo puede sudar hasta cierto punto en una sola noche.
Evitó a Dulce cuando trató de besarla y volvió a ponerse en pie.
Esta vez se alejó de aquella mujer desnuda que había tendida en el suelo, porque estaba decidida a jugar según sus reglas. Se dirigió a la cocina y sacó dos botellas de agua del frigorífico de acero inoxidable. Dio un buen trago y, cuando se volvió, Dulce estaba apoyada en el mármol, completamente vestida. El agua helada le refrescó un poco la garganta, pero, por desgracia, no supuso alivio alguno para el calor que le abrasaba entre los muslos sólo de ver a Dulce, con sus anchos hombros y el pelo revuelto.
Le deslizó la otra botella sobre el mármol.
Dulce la ignoró, rodeó el mármol y se colocó entre las piernas abiertas de Anahí. Entonces la agarró de los muslos.
― Aún no estoy lista para dar por finalizada nuestra cita.
Anahí estuvo a punto de atragantarse.
― ¿Una cita? ¿Así es como quieres llamarlo?
Dulce la observó con una expresión de curiosidad.
― ¿Por qué no?
― ¿Tengo pinta de ser una persona que tiene citas?
― No sé de qué tienes pinta ― Dulce echó un vistazo a la cocina, blanca y negra ― Pero parece que te va bastante bien. La mayoría de strippers no viven así.
Anahí arqueó las cejas.
― ¿A cuántas strippers conoces?
La sonrisa de Dulce se ensanchó.
― Oh, ¿no serán celos eso que oigo salir de tu boquita?
― Eh..., no. No soy nada celosa. Así que, ¿a dónde vas a llevarme a cenar? ― le sonrió Anahí con dulzura.
Dulce paseó la mirada por su rostro y luego posó los ojos en su sexo.
― No tengo que llevarte a cenar a ninguna parte. Tú, en este taburete, ya me bastas.
Las brasas volvieron a arder entre los muslos de Anahí, que atrajo a Dulce hacia sí una vez más.
HombreFX (ID: 853437) : Muchas gracias por comentar, espero que le haya gustado esta continuación.
Querían también agradecer a todos los que me escribieron al correo, gracias por tomarse su tiempo de comentar. Gracias por leer. Saludos.