Atrévete -1-

Si no nos atrevemos nunca sabremos que podria haber pasado...!

Hola este es mi primer capítulo, el cual espero que les guste tanto como a mí. Ahí les dejo mi correo. Espero sus comentarios y criticas que serán bienvenidas sin más que lo disfruten.

CAPÍTULO 1

De

Atrévete

Anahí Billings observó a las clientas entrar en el bar desde detrás del telón del escenario. Era viernes, una noche más que iba a pasarse entreteniendo a mujeres borrachas con los labios brillantes de saliva. Aquel era un trabajo para piolas; ella podría conseguir más propinas y un servicio mejor en el nuevo bar gay que habían abierto a tres manzanas de allí. Sin embargo, la amistad la mantenía en aquel lugar. Y también la movía otro tipo de necesidad, que no tenía nada que ver con el dinero.

Cerró el telón y volvió al camerino. Es decir, al cubículo enano que estaba obligada a llamar camerino. Se dejó caer en la única silla que había y contempló su reflejo.

―           Ya estoy vieja para bailar ― se dijo, al tiempo que se cogía los pechos por encima del fino top de seda sin espalda y se los realzaba un centímetro ― Hasta se me caen las tetas.

―           ¿Ya estás hablando con tus tetas otra vez? ― Fernando  entró en el camerino tan campante y plantó su culo huesudo en el tocador ― Sólo tienes treinta y uno, y tienes un culo más bonito que todas las pollitas de este antro juntas ― Se volvió hacia el espejo, se lamió el dedo índice y se lo pasó por la ceja ― Las mujeres se corren en las bragas en cuanto pones el pie en el escenario.

―           No quiero que se corran en las bragas ni que me pongan sus asquerosas manos encima.

―           Entonces, ¿qué haces trabajando aquí, tonta?

―           Estoy aquí porque me encanta bailar y hace que no piense en la vida real. Además, Sharon necesitaba ayuda para resucitar el local.

Anahí sabía que su mejor amigo se contentaría con aquella respuesta. Fernando era una de las pocas personas que sabía la vida que llevaba en realidad, que estaba al frente de una empresa por valor de miles de millones de dólares y que tenía que vivir embutida en trajes de ejecutiva y llevar el pelo bien tirante en una trenza francesa que detestaba.

Fernando se apartó de la mesa y señaló el escenario.

―           Sal ahí a ayudar a tu amiga.

Frunció los morritos pintados de rojo pasión, se ajustó la espesa peluca y salió por la puerta.

―           Capullo ― murmuró Anahí cuando Fernando desapareció.

―           Te he oído, perra.

La mujer soltó una carcajada, se retocó el rímel una última vez y le lanzó un beso a su propio reflejo.

―           A por ellas, campeona.

Se levantó y se ahuecó el cabello ondulado para hacer resaltar los reflejos rubio platino, antes de colocarse una fina máscara de color negro. No podía arriesgarse a que alguien reconociera a la otra Anahí la mujer que devoraba empresas rivales e inspiraba decenas de artículos entusiastas en las revistas de economía. En aquel lugar, el club The Pink Lady, podía abandonar todas sus inhibiciones y no quería renunciar a aquella libertad.

Se recolocó un poco la diminuta minifalda de piel que apenas le cubría el trasero y volvió junto al telón para espiar otra vez por el hueco. La sala estaba llena hasta la bandera; no quedaba ni una silla libre y había muchas mujeres apoyadas en las paredes, a la espera de que se apagaran las luces y las strippers dieran comienzo a su seductora coreografía.

Cuando disminuyó la intensidad de las luces, la sala se llenó de silbidos y vítores, y la voz ronca de DJ Max tronó desde los altavoces.

―           ¿Listas para ver unos buenos culos?

Anahí contuvo la respiración hasta que su nombre artístico resonó en la sala.

―           Con ustedes, nuestra estrella... ¡Veronicaaa!

Rugió la música y ella deslizó la pierna por el borde del telón seductoramente. Los silbidos se tornaron ensordecedores cuando apareció contoneando las caderas hasta bajar al suelo. Se dio la vuelta y ofreció una perfecta imagen de su trasero a la enardecida concurrencia, mientras se pasaba los dedos por las medias negras de encaje, en ademán sugerente. Se incorporó con un redoble de tambores y el público enloqueció cuando se acercó al borde del escenario para lucirse. Las espectadoras empezaron a gritar obscenidades y ella se puso de rodillas a pocos centímetros de sus fans, hasta había algunos travestís entre las bolleras, encantadísimos de unirse a la fiesta.

Anahí abrió los dedos en abanico y se acarició los pechos, el estómago firme y el interior de los muslos antes de meterse un solo dedo en la entrepierna. Una mujer alargó la mano y Anahí se la cogió, le lamió la yema de un dedo y se la pasó por el pezón endurecido, por encima del fino tejido del top.

La mujer se quedó con la boca abierta, mirando los pechos de Anahí como si fueran chupa-chups y tuviera que comérselos hasta el palo. Luego le soltó la mano, se incorporó y se pavoneó hasta el taburete que había en el centro del escenario sin dejar de mover las caderas a cada paso para provocarlas. Apoyó las manos con firmeza sobre el sillín de madera, se abrió de piernas y se inclinó lentamente, se pasó un dedo entre las nalgas y luego se lo deslizó por la entrepierna. La música retumbaba mientras se agachaba y volvía a ofrecer un primer plano del trasero para su público. Cuando se volvió y se sentó, con las rodillas pegadas al pecho, las mujeres de la primera fila estaban virtualmente arañando las tablas. Después se apoyó bien para mantener el equilibrio y abrió las piernas en el aire. La multitud rugía mientras estiraba el cuello para verle bien la entrepierna. Sin embargo, tendrían que echar mano de la imaginación si querían saber cómo era su sexo. Anahí Llevaba tanga y sólo unas pocas privilegiadas tendrían el placer de hundirle la cara entre los muslos, a lo mejor era demasiado remilgada, pero le traía sin cuidado.

Cerró las piernas y saltó del taburete. Detrás de ella había una barra dorada que bajaba desde el techo hasta el escenario. La rodeó con una pierna y se frotó el sexo contra el frío metal. El roce despertó una sensación cálida entre sus piernas que le recordó que hacía ya demasiado tiempo que no echaba un polvo. Se deslizó hasta el suelo y a continuación se arrastró sobre las tablas como un gato mimoso, acercándose peligrosamente al bosque de manos extendidas. Llegó al borde con las rodillas. Estaba lo bastante cerca como para que le acariciaran las medias y el liguero. Permitió que algunas afortunadas le tocaran las piernas musculadas, mientras se apretaba un pecho con la mano y dejaba caer el fino tirante para descubrir el hombro y exponer un poco más de carne para los buitres de abajo. Entonces se quitó el otro tirante, se cubrió los dos pechos y dejó que el top le cayera sobre las caderas. A veces, una miradita seductora era más excitante que un desnudo total, así que sólo les dejaba vislumbrar un poco de piel entre los dedos.

La audiencia, embobada y babeante, chilló y le silbó, sin dejar de alargar el brazo para tratar de agarrarla en vano. Se humedeció los labios, arqueó una ceja y les subió la presión sanguínea a todas cuando empezó a tocarse, a suspirar y gemir en una pantomima de sexo en vivo.

―           ¡Deja que te la meta yo, nena! ― gritó una mujer con el pelo rapado y una mirada lasciva, obviamente ebria.

Anahí le devolvió una sonrisa seductora, se agarró los pechos y sacó la lengua para lamerse el pezón de arriba abajo. Notó una sensación líquida y caliente entre los muslos y los gritos de deseo de las mujeres excitadas alimentaron el ansia que hervía en sus venas.

Realmente necesitaba echar un polvo aquella noche, y de los buenos. Se imaginaba que le chupaban el pezón mientras la penetraban.

La expectación le hizo sentir unas punzadas en el clítoris. Luego descubrió el otro pezón entre los dedos y le dio el mismo tratamiento, provocando al gentío, hasta que notó que todos los ojos estaban puestos en ella.

La canción finalizó de manera explosiva y ella abrió los brazos y se dejó caer hacia atrás, entre agudos silbidos entusiasmados. Permaneció inmóvil durante unos segundos, para disfrutar del poder que tenía para hacer que a todas se les cayeran las bragas. Para finalmente alzarse coqueta, guiñarles un ojo a las mironas antes de desaparecer tras el telón.

Christian, que esperaba entre bastidores a que le tocase salir, dio una patada en el suelo con sus zapatos rojos de tacón alto y le hizo un puchero.

―           Qué rabia me da salir después de que las hayas vuelto gagas con ese culote que tienes. Todos esos hombres deliciosos relegados a la parte de atrás... No es justo.

Anahí se quitó la máscara.

―           Delante hay un par que a lo mejor te interesan.

Christian echó un vistazo a hurtadillas.

―           Joder, que se preparen ¡Aquí está mamá!

Abrió el telón de un tirón y la sala zumbó de tensión de inmediato. Christian era el sexo y la pasión personificados, y su electrizante baile ponía frenético al público. Anahí observó cómo se ganaba a la audiencia durante unos segundos y luego se refugió en su camerino para volver a dejarse caer sobre la silla.

Tras finalizar el baile, podía mezclarse con las clientas, pero aquella noche no le apetecía que la manosearan, a no ser que quien le metiera mano fuera alguien conocido y lo que quería era quedar con alguna de sus amantes habituales.

Sus favoritas estaban grabadas en el libro negro erótico de su mente. ¿Pam? No, había encontrado novia estable, gracias a Dios, por fin le quitaría las manos de encima. ¿Sharon? Ni de coña.

Anahí había dejado de acostarse con ella en cuanto cogió aquel trabajo. No mezclaba los negocios con el placer, aunque últimamente sí que mezclaba el placer con los negocios. De todos modos, no, otra que había que tachar. Pensó en Roxy. Pero no, calla... se había mudado unos tres meses atrás. Seguro que se le ocurría alguien más; no era posible que su agenda fuera tan reducida. ¿Tan tiquismiquis era? Anahí seguía debatiendo cuando Sharon asomó la cabeza en el umbral. El estrés se reflejaba en sus finos rasgos, aunque le sonrió ampliamente.

―           ¿Te interesa un lapdance?

―           ¿Me lo pides o me lo ofreces?

Sharon entró en el camerino. Llevaba unos pantalones de deporte ajustados a sus largas piernas, se inclinó y le mordisqueó la oreja a Anahí.

―           ¿Es que voy a tener que despedirte sólo para poder follarte otra vez?

―           De hecho, sí.

Anahí deseaba hundir el rostro de Sharon entre sus piernas y montarla hasta correrse en su cara, pero apartó aquel pensamiento de su mente y se recordó que había límites, Sharon era su jefa y su amiga antes que nada. Que tuviera un polvo fabuloso era secundario.

―           ¿Quién quiere el baile?

―           Un pedazo de cuerpo serrano, ya ves ― Sharon se irguió y se arregló un poco en el espejo ― Te espera en el cuarto interior.

Anahí enarcó las cejas. Normalmente era ella la que decidía a quién le hacía un baile privado y no solía llevarse a muchas mujeres al pequeño cuarto interior, aislado del bullicio del bar.

―           He pensado que querrías un poco de intimidad ― le dijo Sharon con una sonrisa cómplice ― Me pongo celosa sólo de pensar que le marcaban el bonito trasero.

La clienta tenía el pelo oscuro de puntas amarillas y semi-ondulado a la altura de su espalda; los hombros anchos, las manos en los bolsillos. Anahí se imaginó a sí misma montándola como un jinete, usando su cabello a modo de riendas y aullando de placer al correrse en su espalda. Pestañeó para apartar la imagen de su mente y poder concentrarse en su trabajo.

La mujer se volvió despacio, paseando la mirada por las paredes. Entonces Anahí vislumbró un perfil de formas duras y cinceladas, con la nariz algo torcida. Tenía el pelo corto por la parte de arriba y escalado a los lados. Sus brazos eran morenos y torneados, llevaba un polo de color melocotón, de manga corta. Los ojos café miel que repasaron a Anahí eran como fuego líquido que la fundía como un bloque de hielo. En ese instante la recorrió una sensación ardiente que se concentró en su clítoris y lo hizo palpitar, al igual que el corazón le latía con fuerza en las sienes.

Cerró las piernas con fuerza para mitigar el ardor que la consumía desde la entrepierna.

―           ¿Puedo hacer algo por ti?

La mujer respondió con voz firme y profunda:

―           Esperaba que me hicieras un lapdance ― repuso, con los ojos fijos en los pezones endurecidos de Anahí.

―           Treinta pavos sobre la mesa.

Anahí cerró la puerta y se dirigió al equipo de música. Cuando miró hacia atrás, había varios billetes sobre la mesa y la otra mujer se había arrellanado en la mullida butaca. Anahí puso su canción preferida, es que había puesto tantas veces que debería ser la única del CD.

La música retumbó desde los altavoces y las luces estroboscópicas centellearon a su alrededor siguiendo el ritmo. Anahí rodeó la butaca con la mujer y le pasó los dedos por el brazo y por el hombro, hasta colocarse detrás.

―           No me puedes tocar, sólo yo a ti.

Se inclinó y le lamió la oreja. Sonrió cuando la otra mujer cerró los ojos. Le gustaba el control que ejercía cuando daba un baile privado. Podía hacer lo que quisiera y dejarse hacer lo que quisiera. Y en aquel momento, quería ponerse a horcajadas sobre la cara de aquella preciosa mujer.

Le acarició los firmes pechos y los abdominales bien marcados, mientras se acercaba más y más a la cinturilla suelta de los vaqueros. Le mordisqueó el cuello y le pasó las uñas por el brazo, antes de colocarse frente a ella. Los ojos de la otra mujer no reflejaban más que puro deseo y Anahí sintió que estaba aún más húmeda, por imposible que pareciera.

Anahí subió una pierna hasta el brazo de la butaca y bamboleó las caderas a escasos centímetros del rostro de su clienta, mientras se acariciaba el sexo húmedo. La mujer movió los labios, como si dijera algo, justo cuando Anahí la rodeaba con las piernas y se le sentaba en el regazo.

―           ¿Sí? ― La animó Anahí.

La mujer lo repitió en voz queda.

―           A que no te atreves a besarme.

Anahí sacudió la cabeza y se dio la vuelta sobre el regazo de su clienta. Se echó hacia atrás hasta que tuvo el trasero contra su sensual estómago musculado y empezó a frotarse contra sus caderas.

Unos dedos fuertes le rodearon la cintura y se insinuaron entre sus piernas, pero Anahí los apartó, se levantó y movió el dedo índice en señal de negativa.

La otra mujer también se levantó y atrajo a Anahí contra su cuerpo duro y firme.

―           Cuando abras las piernas, asegúrate de que antes te secas el coño mojado.

A Anahí se le disparó el corazón y notó un fuego ardiente que le lamía el interior de los muslos. Reprimió el impulso de mirarse la entrepierna para ver lo mojada que estaba. Los duros ojos café miel de su clienta se posaron en los suyos. Entonces su clienta alargó la mano con la intención de quitarle la máscara. Anahí retrocedió, pero la otra mujer la retuvo con firmeza. Era más fuerte que ella. Sonrió.

―           Quiero ver algo más que esos ojos azules tan preciosos, quiero ver a quién voy a llevarme a casa esta noche.

La mujer atrapó los labios de Anahí con los suyos y así se desató el infierno. Deslizó la lengua en el interior de la boca de Anahí y ésta notó que se le removían las entrañas de pura necesidad. ¡Dios mío! Deseaba que aquella mujer le metiera los dedos hasta el fondo, que la tocara, la frotara y la llevara al éxtasis. A continuación su clienta luego le besó el cuello apasionadamente.

―           Quítate la máscara ― la apremió, mientras le mordisqueaba la piel.

Anahí se moría de ganas de echarle la cabeza hacia atrás y devorar a aquella excitante extraña por completo, para luego montarse encima de ella y embestirla hasta que el fuego que ardía en su centro se consumiera.

Como si sus manos tuvieran voluntad propia, se descubrió a sí misma quitándose la máscara y, antes de darse cuenta, le había mostrado su rostro a la mujer a la que quería montar como un semental. Ésta la estudió como si fuera la criatura más arrebatadora que había visto en la vida.

―           ¿Estás cogida? ― le dijo la mujer.

A Anahí se le encogió el estómago. Se sentía como la ganadora de un concurso de belleza, en lugar de una stripper haciendo un lapdance en un cuarto interior.

Negó con la cabeza. ¿O quizá no llegó a hacerlo?

Era como si un terremoto vibrara en su interior.

―           No ― susurró.

―           Bien.

La otra mujer se echó hacia atrás y Anahí estuvo a punto de caer al suelo, pero su clienta la ayudó a mantener el equilibrio y luego se lanzó hacia la puerta, como un huracán dispuesto a asolar Kansas.

A Anahí la recorrió un escalofrío de puro deseo sexual acumulado durante demasiado tiempo. Ojalá aún estuviera encima de aquel cuerpo firme y anónimo en donde se seguían sus reglas. Ojalá fuera todo un sueño y no hubiera dejado que la acuciante necesidad de sexo le nublara la razón, pero si aquellos ojos que la miraban con fijeza probaban algo era que se habían besado. Y en ese momento se produjo la provocación final.

―           A que no te atreves a desear más.

Salió del cuarto antes de que Anahí pudiera gritarle todo lo que le pasaba por la mente: «fracasada», «calientabraguetas», «mordisqueable», «comestible»... « ¡Eh! Mueve el culo y vuelve aquí ahora mismo para limpiar este desastre». Menuda fresca. « ¿A que no te atreves a desear más?» ¿De qué iba? ¿Estaban en el instituto o qué? «Sally, ¿a que no te atreves a darle un beso a Eugene en la pilila?».

Se dio la vuelta y apagó el equipo de música, mientras rezaba porque todo aquello no fuera más que una fantasía enfermiza y no acabara de mostrarle el rostro a una completa desconocida... a la cual aún quería tener entre las piernas para que la hiciera gritar de placer. Anahí se quedó mirando el pasillo vacío.

―           ¿Quién carajos era ésa?