Atrapados en el ascensor

Un hombre queda atrapado en el ascensor junto a una joven vecina. "Cuando era pequeñita jugaba con las barbies. Este verano jugaré contigo.", le acaba diciendo en una carta posterior al inesperado encuentro. ¿Qué habrá ocurrido entre los dos durante las horas de encierro?

15 de junio

Diego estaba agotado y sediento; muy sediento. Eran las cuatro de la madrugada y su cuerpo suplicaba un merecido descanso. También beber hasta agotar toda el agua dulce del planeta. Aquel día se había ganado el sueldo con creces en la fábrica en la que trabajaba. Y también la cama.

Estaba llegando al portal de su escalera, arrastrando prácticamente los pies, cuando pudo distinguir tras el muro más cercano a su portal una voz celestial. Tras el bloque de piedra apareció Arantxa, la hija de una de sus vecinas de toda la vida. Estaba hablando por el móvil de forma alegre y distendida. Al verle, la chica le hizo un gesto seco con la mano que él contesto con un  tímido “buenas noches”. Diego la observó fugaz pero intensamente. Estaba realmente sorprendido. Ignoraba el día en que había dejado de ser una niña para convertirse en toda una mujer. Aquella mirada inocente pero felina se le clavó por cada rincón del pecho como un objeto roto y afilado.

Rápidamente recordó aquella lejana semana en la que superó la selectividad. Habían pasado muchos años. Aquel mismo fin de semana acudió junto a sus padres a la primera comunión de la hija de una de las vecinas con la que mejor se llevaba su madre. Por entonces Arantxa era una niña. Probablemente ahora ya iba a la universidad; incluso ya había hecho el amor. Era sorprendente que a lo largo de los últimos años apenas se hubiesen cruzado.

El hombre accedió al portal y se situó frente al ascensor sin encender la luz. No era más que un pretexto para observarla sin ser visto a través del cristal de la puerta. Desde la oscuridad, pudo hacerlo con calma. Era tan alta como él y llevaba una camisa clara y ajustada que bordaba insinuantes formas, un pantalón legging adaptable que invitaba a conjeturar unas piernas sugestivas y unos zapatos de tacón que la hacían terriblemente femenina y estilizaban su ya de por sí privilegiada figura. Su pelo oscuro y rizado refulgía sobre la tenue luz que la amparaba. Hablaba sonriente, moviéndose de un lado a otro mientras sujetaba un cigarro que poco a poco iba consumiéndose a cada chupada.

Diego no tardó en deducir que aquella noche había salido de marcha y apuraba sus últimos instantes antes de aterrizar en casa. No pudo evitar sonreír con tristeza al comprender que contemplar las virtudes de Arantxa había sido lo mejor que había vivido en toda la semana. Tal vez durante todo el mes.

Casi sin darse cuenta, Diego observó cómo Arantxa había dejado de hablar por el móvil y, después de aplastar sin compasión su cigarro, había sacado las llaves de su bolso con intención de abrir la puerta del portal. El hombre palideció. Se había olvidado de apretar el botón del ascensor.

Arantxa se sobresaltó nada más entrar. No esperaba encontrar a su vecino en la penumbra.

—Alguien ha tardado más de la cuenta en cerrar la puerta del ascensor —atinó a decir Diego para intentar justificarse, simulando despreocupación.

Obtuvo como respuesta el silencio. Arantxa no le creyó. El ascensor llegó en un suspiro. En realidad no había alcanzado un piso demasiado alto. Acto seguido Diego abrió la puerta metálica con caballerosidad para dejar pasar a la joven. Sus tacones emitieron un sonido intratable. Diego tragó saliva y la siguió al interior.

—Al sexto, ¿no? —inquirió. Como si no lo supiera.

—Ah, sí.

Volvió a tragar saliva al escuchar de nuevo su cándida voz, el único atributo aniñado que parecía poseer aquella reencarnación de Afrodita, la cual, sin embargo, se resistía a dejar de lado ciertos rasgos adolescentes. El ascensor empezó a ascender.  Su interior fue invadido por un olor a tabaco y suave fragancia. Odiaba el primero, pero hizo una excepción. Al fin y al cabo ella había sido lo mejor que le había ocurrido últimamente, lo cual decía mucho de su vida. Súbitamente, el ascensor paró en seco.

—Oh, Dios mío, ¡nos hemos quedado atrapados! —soltó inquieta Arantxa.

—No te preocupes. Voy a llamar al número de teléfono que hay grabado en el ascensor para que venga alguien del servicio técnico. Seguro que no tardará en llegar.

—¿Un sábado a las cuatro de la madrugada?

Diego obvió la ironía e inmediatamente se puso en contacto con el servicio técnico.

—Ya verás como en cuanto menos te los esperes, ya estaremos en casa descansando.

Arantxa suspiró.


Diego miró de nuevo el reloj. Habían transcurrido tres cuartos de hora desde que ambos habían quedado atrapados. De vez en cuando no podía evitar observar a la joven de reojo. Era realmente bonita, aunque esa situación le estaba empezando a agobiar. En aquel pequeño espacio cada vez hacía más calor, y cada vez estaba más sediento. Terriblemente sediento. Trató de romper el hielo.

—¿Sabes? Nada más verte ni te había reconocido.

—

—No sé, te he encontrado tan cambiada... Hacía mil años que no te veía.

Arantxa al fin dio señales de vida.

—¿Vienes ahora de trabajar?

—Sí. No sabes la envidia que me has dado nada más verte. Tú por ahí de marcha no, fiesta y yo currando.de currar.ada my yo con el mono de trabajo puesto.

—Pues sí. Esta noche no he parado de bailar, mis tacones han echado humo. Pero bueno, es lo que merezco después de haber aprobado todas las asignaturas, ¿no?  —dijodijoasklmfaskndfasdnhfno, fiesta y yo currando.de currar.ada mdijo Arantxa esbozando una espléndida y persuasiva sonrisa.

—No lo dudes. Y dime, ¿qué estás estudiando? —se interesó Diego.

—Educación Infantil. He cursado mi primer año en la universidad.

—Y cuántos años tienes, ¿veinte?

—Diecinueve recién cumplidos.

—¿Diecinueve, ya? Aún recuerdo cuando iba a la facultad y tu no eras más que una cría y ahora...

—¿Y ahora?

—Mm…, ahora…, bueno…, eres toda una mujer. No hay más que verte, ¿no? —se sinceró.

Arantxa sonrió altiva al confirmar cómo su vecino se sentía intimidado ante su presencia.

Los siguientes minutos transcurrieron en silencio. Diego no evitaba la oportunidad de mirarla furtivamente, aunque la última vez que ella lo descubrió mirándole los pechos se sintió avergonzado e intentó no volver a caer en la tentación. Sin mucha suerte.

Envuelto en sus pensamientos, la repentina inquietud de Arantxa le hizo retornar al presente. Estaba acariciándose nerviosamente los gemelos de una de sus piernas con el dorso del otro pie. A Diego aquel movimiento le pareció realmente sexy. Suspiró disimuladamente para adquirir seguridad antes de dirigirse a ella.

—¿Te ocurre algo?

—Necesito ir a baño urgentemente.

El hombre miró azorado el reloj. Había pasado casi una hora y media desde que llamó al técnico.

—Intenta pensar en otra cosa. Seguro que no queda nada para que nos saquen de aquí.

Arantxa no contestó.

Un cuarto de hora después, Arantxa no parecía haber seguido las directrices recomendadas por su vecino. No paraba de doblar las rodillas y había empezado a resoplar. Lo que vino después Diego jamás se lo hubiese imaginado.

—Ponte de rodillas, ¡corre!

—¿Y para qué quieres que haga eso?

Arantxa parecía cada vez más irritada. Sin pensárselo demasiado abofeteó desesperada a Diego.

—¡Vamos! ¡Arrodíllate! No te lo voy a repetir más veces. ¡Date prisa!

Diego no podía creérselo. Miró fijamente las uñas de gata de Arantxa brillantemente esmaltadas y asintió sumiso con la cabeza. A continuación se inclinó hasta clavar las rodillas en el suelo.

—Oye, ¿qué vas a hacer? Me estás asustando.

—Ahora inclina un poco la cabeza hacia arriba y abre bien la boca.

Diego empezó a angustiarse de verdad.

—Oye, no pretenderás

—¡Voy a explotar!

Arantxa empezó a taconear impaciente. Diego comprendió resignado que le era imposible negarse a los deseos de aquella chica. El hombre claudicó y se colocó como ella le había exigido.

—Ahora cierra los ojos y no los abras hasta que yo lo diga. Como no me hagas caso te los arranco, ¡¿entendido?!

Diego asintió y fue cerrando lentamente los ojos. A pesar de todo, la última imagen que vio de Arantxa le gustó: estaba radiante. Luego sintió como la chica manipulada la cinturilla elástica de su pantalón. En pocos segundos notó casi pegado a su nariz un olor excitante mezclado con el suave aroma de las huellas de un jabón.

Acto seguido un manantial se abrió de par en par. El zumo caliente que expelía el hermoso cuerpo de la chica fue penetrando con vigor en el interior de la boca de Diego. Arantxa, entretanto, le sujetaba con fuerza el pelo de la nuca. Cada vez respiraba más calmada, y susurraba frases que desvelaban su alivio e inefable placer. Diego deglutía el brillante néctar sin descanso, aunque a medida que Arantxa se sentía más liberada se mostraba menos intransigente. El hombre sintió cómo su cabello pasó de los tirones a las caricias, señal inequívoca de que a la joven ya le quedaba menos.

Diego se sorprendió al no sentir repulsión alguna al tragar. En realidad no pensaba demasiado en lo que realmente estaba viviendo, lo cual le ayudaba a no darle demasiada importancia. Igualmente, algo en su interior le susurraba insistentemente que hiciese lo imposible por no defraudar a la muchacha.

Se sonrojó al constatar que su pene había quedado totalmente erecto. Únicamente deseaba que Arantxa que no se diese cuenta; podría morirse de la vergüenza a pesar de todo lo que ya le estaba ocurriendo. También anhelaba abrir los ojos.  Los segundos se sucedían despaciosamente en la mente del hombre. Cuando Arantxa le anunció que ya casi había acabado se fortaleció. En breve apreció cómo el chorro que cruzaba su boca empezó a debilitarse. Luego Diego sintió que Arantxa se apartaba de él. Ya no notaba cercana la temperatura de su cuerpo. Escuchó que abría una cremallera e iniciaba un ruido repetitivo. Imaginó que tal vez había sacado algo de su bolso para asearse.

Todavía tuvieron que pasar un par de minutos antes de que pudiese abrir los ojos. Como si nada hubiese ocurrido entre ellos, volvió a reinar el silencio, solo quebrado a veces por las risitas malintencionadas de la joven.

—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?  —preguntó Diego dolido y excitado.

Arantxa respondió a su pregunta después de haberle ignorado durante un buen rato.

—He tenido la sensación de que disfrutabas mientras te meaba la boca. Con el asco que debe dar eso

Diego se ruborizó.

—Eso no es verdad. Lo que pasa es que tenía mucha sed y te habrá dado esa sensación. Nada más —dijo indignado. “¿Qué se creía aquella mocosa?”, pensó sin convencimiento.

—Ya. Claro

El silenció volvió a apoderarse del pequeño espacio que compartían hasta que Arantxa volvió a la carga.

—¿Y a qué sabía más: a Malibu con piña o a Vodka con naranja? —soltó casi meándose, valga de redundancia, de la risa, pero con la elegancia de toda una señorita.

—¿Qué?

—Nada, déjalo.


—Ya han pasado más de dos horas desde que estamos aquí. No deberían de tardar mucho —informó Diego.

La había estado observando a hurtadillas en más de una ocasión. Sus pechos, sus piernas, sus caderas… era toda una tentación.

Arantxa empezó de nuevo a moverse inquieta. Diego palideció.

—Relájate —sonrió la joven—. Estoy algo cansada, eso es todo. Además, me muevo porque estos tacones me están matando. ¡Qué ganas tengo de llegar a casa!

Diego los miró de reojo. Eran oscuros y en sus pies se les marcaba unas deliciosas y tiernas venas. Su corazón empezó a bombear sangre con vehemencia.

—Si quieres…, bueno…, puedo masajearte los pies hasta que salgamos. Así podrías relajarte.

—¿Mis pies? —dijo Arantxa sorprendida—. ¿De verdad que no te importaría darme un masaje en los pies?

—Sí, claro…—reiteró Diego balbuceando. Se le notaba nervioso para goce de la chica.

—Pues no me vendría mal. He bailado muchísimo esta noche. Los tengo destrozados.

—Entonces… ¿qué dices?

Diego estaba a punto de cumplir uno de sus sueños: masajearle los pies a una chica como Arantxa. Unos pies femeninos bien trazados que cualquier fetichista moriría por tocar. Su corazón parecía que se le fuera a salir del pecho. Pero ahí estaba ella para arrebatarle aquel delicioso caramelo de la boca.

—Mejor no —dictaminó—. No creo que a mi novio le hiciese mucha gracia que un desconocido me manosease los pies.

—¿Tienes novio? —preguntó Diego doblemente decepcionado.

—Pues sí. En dos semanas haremos siete meses. Y tú, ¿tienes novia?

—¿Novia? No

—Lo suponía.

Diego estaba avergonzado. Se sentía un idiota ante su presencia. Pero lo más desconcertante es que no le desagradaba esa sensación. Ante ella todo era distinto; estimulante. Acto seguido, tragó saliva y agotó su último cartucho.

—¿Y tú novio permitiría que te sentases sobre la espalda de un desconocido para que descansases?

Diego no podía creer lo que acababa de decir.

—¿Sobre tú espalda, como si fueses una silla? —respondió Arantxa desconcertada. No podía creerse lo que acababa de escuchar.

El hombre asintió tímidamente.

—No creo que dijese nada —se sincero la chica—. De hecho, me parece un poco rara tu propuesta, pero me muero por sentarme.

Una  descarga eléctrica recorrió en una infinitésima de segundo toda la espina dorsal de Diego.

—¿Y bien? —preguntó Arantxa justo después de carraspear irónicamente, golpeando intermitentemente la suela de uno de sus zapatos sobre el suelo del ascensor y mirándose las uñas de las manos, simulando impacientarse.

De inmediato observó perpleja cómo aquel hombre dobló las rodillas hasta pegarlas en el suelo, haciendo lo propio con la palma de sus manos.

— ¿Así está bien?

Arantxa no podía creerse el espectáculo al cual estaba asistiendo, pese a todo lo que ya había ocurrido entre ellos. Lo observó de nuevo, cerró los ojos, y en la comisura de sus labios apareció una sonrisa perversa.

—Mantén los codos pegados al suelo e inclina más las piernas. Quiero descansar sobre una silla, no encima de un toro mecánico de feria.

Arantxa observó cómo acató diligente sus instrucciones. Diego cerró los ojos y relajó totalmente el cuerpo. Quería sentir con la mayor exactitud cómo ella se posaba sobre él. En pocos instantes notó sobre su espalda cómo un peso se dejaba caer con delicadeza sobre su espalda. No podía creerse que su cuerpo estuviese en contacto con el de aquella chica. Era algo maravilloso.

—¿Estás cómoda? —le preguntó inflamado.

—No eres el sofá de piel de mi casa, pero no está mal —dijo para sí misma—. Me gustaría colgar mi bolso para que no se manche.

Sin apenas darle tiempo a replicar, Diego sintió cómo sobre su cuello fue colocada una carga.

Durante varios minutos permanecieron en silencio. El pene de Diego no bajaba la guardia y permanecía en constante erección.

—¿Sabes? Hasta hoy pensaba que eras gay. Supongo que es normal, ¿no? Desde que era pequeña jamás he visto que tuvieses novia. Ni yo ni supongo que nadie.

Diego no sabía qué decir. Estaba algo azorado. Notó cómo Arantxa cruzó las piernas para acomodarse mejor sobre él. Luego prosiguió:

—Pero creo que ya empiezo a entenderlo todo. Tú no eres como la mayoría de los chicos. Quiero decir que te van otro tipo de cosas. Por ejemplo, te gusta que te den algo de caña. Eso para ti es un regalo viniendo de chicas como yo, ¿a que sí?

Al hombre se le heló la sangre. Dio un incontrolable respingo que Arantxa interpretó como una respuesta afirmativa.

—No vuelvas a hacer eso. Eres una silla, no un toro mecánico, ¿recuerdas?

—Sí, perdón.

Arantxa retomó su monólogo.

—Te trato así porque sé que te va. Te gusta ser la marioneta de una chica a la que le sobre el carácter, ¿verdad?

Diego asintió lo suficiente para que ella se percatase. Arantxa le observó su cabeza desde su privilegiada posición. Estaba ligeramente inclinada hacia el suelo.

Volvieron a permanecer en silencio durante varios minutos. Únicamente se escuchaban los suspiros de ambos entrelazándose en el tiempo.

De nuevo, el hombre volvió a notar cómo Arantxa mudaba de posición. Había introducido la mano en el bolso y su cuello lo advirtió de inmediato. Cuando la chica encontró el móvil volvió a acomodarse. La espalda de Diego se resintió ligeramente.

—Vamos a jugar a un juego —comentó Arantxa sin opción a que hubiese otra alternativa—. Voy a preguntarte lo que quiera y voy a colocar mi móvil delante de tu cara. Solo podrás responder de dos maneras. Para responder “sí” solo podrás hacerlo besando la pantalla de mi móvil; para responder “no” tocarás la barbilla con el suelo. Es fácil de entender, ¿no? Pues empecemos.

Diego notó de inmediato como todo el peso de la chica se había desplazado. El algodón de su pantalón había invadido parte de sus hombros.

—Primera pregunta: ¿crees que el señor de las emergencias tardará poco en llegar?

Diego irguió el cuello con intención de besar la pantalla del móvil de Arantxa. Era un aparato moderno, de última generación, probablemente carísimo. El suyo, por su parte, era mucho más modesto. Lo conservaba desde hacía más de cinco años.

Al posar sus labios sobre la pantalla, esta se iluminó y de repente apareció la imagen de un joven. No llevaba camiseta, únicamente pantalón vaquero, y mostraba unas abdominales y unos bíceps envidiables. De inmediato, la sonrisa de Arantxa hizo acto de presencia.

—Te presento a Óscar, mi novio.

Diego se ruborizó. No se lo esperaba.

—Segunda pregunta: ¿mi novio tiene un cuerpazo?

Era evidente. Diego volvió a tensar el cuello. Arantxa sonrió vanidosa.

—Tercera pregunta: ¿crees que Óscar y yo hacemos buena pareja?

El hombre no dudó. Volvió a besar la pantalla para satisfacción de la joven.

—Cuarta pregunta: ¿Envidias a Óscar por ser mi novio?

Diego tardó un par de segundos en responder afirmativamente. Al hacerlo se puso rojo como un tomate.

—No le tengas tanta envidia. Al fin y al cabo estoy sentada sobre ti y eso tampoco es tan malo, ¿no?

El hombre respondió rozando su barbilla con el suelo. Arantxa le acarició la mejilla abofeteada anteriormente. A continuación miró de reojo a Diego y prosiguió:

—Crees que mi novio está tan bien dotado que cuando vas por la calle tienes que tener cuidado de no tropezar por su pene.

Diego besó resignado la pantalla.

—Creo que caerías genial a Óscar —dijo soltando una carcajada. Estaba pasándoselo pipa—. Siguiente pregunta: ¿quieres que sigamos hablando del órgano viril de mi novio? —le preguntó con mordacidad.

La barbilla del hombre  se posó como un rayo sobre la goma que cubría el suelo del ascensor. “Ya me lo imaginaba” atinó a decir risueña Arantxa.

—¿Eres virgen?

Después de vacilar unos instantes, los labios del hombre se posaron de nuevo en el costoso móvil. Arantxa no pudo reprimir un grito de sorpresa que provocó un escalofrío a Diego. Esta vez la chica le perdonó la reacción.

—¿Y cuántos años tienes?

—Veintinueve.

—¡Veintinueve! —exclamó asombrada—. ¡Yo perdí la virginidad a los dieciséis! ¡Qué fuerte!

Diego se encontraba en la situación más embarazosa de su vida. Su corazón palpitaba como si de una locomotora de vapor se tratase. Arantxa se sentía cada vez más superior ante aquella situación. Le gustaba ese control total que ejercía frente a aquel hombre.

—Siguiente pregunta: ¿has besado alguna vez a una chica en los labios?

—Diego besó como una bala a las abdominales de Óscar. Se enorgulleció pese a lo avergonzado que se sentía.

—Menos mal. Pensaba que ni eso.

Diego se aproximó al dispositivo electrónico de nuevo. Arantxa volvió a contraatacar.

—¿Crees que has besado más de cien veces a alguna chica?

El rostro de Diego se dirigió al suelo.

—¿Más de cincuenta?

El hombre volvió a clavar su barbilla en la goma.

—¿El número de besos que le has dado a una chica en los labios se puede contar con los dedos de una mano?

Diego cerró lo ojos, y volvió a besar la fría pantalla.

—¡Madre mía! ¡Pero si cualquier crío de instituto ha tenido más vida sexual que tú! —soltó Arantxa boquiabierta.

La chica no salía de su asombro. Diego tuvo una fuerte convulsión. Estaba pasándolo algo mal.

—Entonces, supongo que estarás un poco obsesionado con el sexo y las chicas,  ¿no?

Diego besó de nuevo a Óscar. Ahora mismo se sentía más insignificante que una hormiga. No había día en que no pensara acerca de su gran cuenta pendiente.

—Después de de todo lo que he averiguado de ti debes considerarnos a las mujeres como...

—Como diosas —atinó a decir el hombre interrumpiendo a Arantxa.

—Normal, te entiendo. Con tu currículum sexual… —se burló—. Bueno, ya me he cansado de jugar a este juego.

Diego respiró humillado. Pero aliviado.

Pasaron unos minutos. El hombre notaba cómo Arantxa se acomodaba sin contemplaciones sobre su espalda cada cierto tiempo, como si se hubiese olvidado que debajo suyo hubiese una persona y no un objeto de madera acolchada. Le encantaba notar el peso de la chica, la temperatura de su cuerpo pegado a él, sus pies inquietos que no dejaban de balancearse con gracia y sensualidad.

Cuando Arantxa tuvo suficiente sugirió al hombre que cambiase de posición. De este modo, Diego se puso de rodillas, se inclinó sesenta grados hacia delante, y en un suspiro notó como la chica apoyaba con naturalidad su trasero sobre su espalda.

Pasados otros tantos minutos, Arantxa volvió a emplear su persuasiva voz.

—Saca tu móvil y apunta mí número. Luego hazme una llamada perdida.

Diego obedeció cada vez más angustiado. Arantxa se lo dio y luego recibió la llamada perdida en su móvil. Lo anotó en su agenda.

—¿Para qué me has pedido el número?

—Bueno, me puedes ser de gran utilidad cuando en una discoteca la cola del baño sea demasiado larga. Y a mi novio también.

Diego se descompuso. No sabía si le había contestado en serio o se trataba solo de una broma.

—Te he puesto como “Vecino virgen” en la agenda del móvil. Espero que no te importe. Al fin y al cabo es lo que eres, ¿no? —dijo Arantxa con naturalidad— ¿Y tú a mí?

—Yo como “Diosa Arantxa” —respondió tímidamente Diego.

—Diosa Arantxa —repitió para sí misma arrogante—. Suena genial. Además, me va como anillo al dedo. Para ti soy lo más cercano a una Diosa. Solo hay que ver lo que te has dejado hacer.

Sin apenas darse cuenta escucharon cómo alguien les llamaba desde el exterior. Rápidamente Arantxa se irguió y se giró para recuperar su bolso y ayudar a Diego a incorporarse. Al verle, vio que su cara no gozaba de buen aspecto.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó la joven.

—Me estoy meando.

Arantxa no pudo reprimir una risita maliciosa.


20 de junio

Diego regresaba de su trabajo, esta vez a la hora de cenar. No había podido conciliar el sueño como le hubiese gustado. Pensaba demasiado en Arantxa. Sentía fascinación por ella, por haber abierto de par en par sus deseos más íntimos, hasta ahora aprisionados en fantasías. Había sido dominado por una chica, y se sentía satisfecho. ¿Aquello no era lo que había anhelado tanto tiempo? De alguna forma había perdido la virginidad en ese aspecto. Y era algo realmente maravilloso. La sensación de vergüenza había remitido exponencialmente.

A pesar de todo, no se había atrevido a llamarla a su móvil, ni siquiera le había echado valor para enviarle un mensaje. Además, ¿qué pretendía con eso? ¿Volver a revivir experiencias similares a aquella con ella? Aquello no era más que un disparate. Además de tener novio, ella podría seducir si quisiera a cualquier chico que se le pusiera por delante, mucho más guapo, joven e interesante que él.

Entró en el portal y accedió al ascensor, el cual reposaba en la planta baja desde que el último vecino lo utilizó ante de salir a la calle. Seguidamente pulsó el tercero y esperó mientras sus pulsaciones volvían a agitarse. Le ocurría desde que subió con Arantxa. Una vez en el exterior, sacó el juego de llaves del bolsillo y abrió la puerta de su casa. Nada más acceder a él, se topó con un folio doblado por la mitad. Alguien lo había introducido desde el hueco inferior entre la puerta y el suelo. Diego se inclinó para cogerlo, lo abrió y se topó con una caligrafía delicadamente femenina. Empezó a leerla:

Hola vecino virgen,

Tengo que confesarte que cuando era pequeña me gustabas un poco, pero claro, no era más que una niña y pasabas de mí. Como comprenderás, ahora esto para mí es demasiado tentador. Cuando era pequeñita jugaba con las barbies . Este verano jugaré contigo. Lo siento, pero no vas a poder negarte.

Por el momento, junto a esta carta te he juntado el horario de mi trabajo de verano. Empiezo en una semana en un camping. Aunque fue un placer usarte como silla ahora necesitaré una alarma que me ponga en pie una hora antes de empezar mi jornada laboral. Tienes mi número de móvil, ¿recuerdas?, aunque no esperes respuesta alguna. Como mucho te apagaré.

Cuídate despertador. Pronto tendrás noticias mías.

Tu Diosa Arantxa.


10 de agosto

Su reloj digital de mesa volvió a bramar aquel sonido que había empezado a odiar desde que empezó a usarlo para ir a trabajar, aunque esta vez estaba en plenas vacaciones. Con los ojos entrecerrados lo observó irritado. Era evidente que marcaba las 6:58 horas de la mañana. Espero un minuto para alcanzar su móvil y llamó a Arantxa. Al tercer tono obtuvo el silencio. La chica se había despertado y había cortado la llamada. Una vez más.

FIN