Atrapado en un puticlub

Ir de putas es una maravilla. Lo malo es si te quedas sin dinero para pagar.

Me llamo Alfonso, tengo 30 años y soy camionero. A causa de mi trabajo paso mucho tiempo fuera de casa y en muchas ocasiones he tenido que desfogarme en algún club de carretera, sin poderme aguantar las ganas hasta llegar a casa para darle gusto a mi señora.

Un día iba hacia Francia a hacer una entrega y a pesar de que iba algo retrasado, el calentón que tenía encima me hizo salir de la autopista hacia uno de mis paraísos particulares: el club "La Gata con Botas".

Casi hacía un mes que no estaba con mi mujer y tenía los huevos que no iban a aguantar un día más sin descargar. Al entrar unos brazos femeninos me rodearon.

Alfonsito! Dichosos los ojos!

Charo! Cuanto tiempo sin verte! ¿Estás libre?

Para ti siempre, cariño. ¿No me invitas a una copa?

Hoy no, guapa. Tengo algo de prisa. Si pudiéramos ir directamente al tema mucho mejor. Hazme una revisión completa y prepárate, que te voy a clavar contra la pared.

A la orden, mi capitán. Venga conmigo.

Me dijo sonriendo como la puta que es.

Entramos en el cuarto y después de hacerme una mamada magistral la jodí con todas las ganas hasta caer rendidos de cansancio. Poco después Charo se levantó y comenzó a vestirse.

Bueno, ahora te toca pagar, que ya sabes que una vive de esto. Son 100 €.

Me levanté y cogí el pantalón. En ese momento se me vino el mundo encima. No encontraba la cartera.

Charo, verás, es que… no encuentro la cartera. Creo que me la han robado. Te pagaré otro día, te lo prometo.

Su rostro cambió y montó en cólera.

¿Cómo que no tienes dinero? Págame ahora mismo, desgraciao, que yo no jodo gratis y menos con pringaos como tú.

Pero Charo… escúchame

Salió corriendo hacia el pasillo, llamando a gritos a Marcelino, el portero del club.

El tal Marcelino era un tipo más o menos de mi edad, de más de 2 metros de puro músculo, con el pelo rapado y una cara de mala ostia que asustaba al miedo.

Vaya, vaya. Así que el señor no quiere pagar el servicio. Charo, vete de aquí, que le voy a cobrar el completo.

Dijo mientras se quitaba la camisa.

Por favor, no me haga daño. Les pagaré, se lo juro.

No te voy a hacer daño. Sólo te voy a enseñar lo que les cuesta a las chicas ganarse el pan.

Siguió quitándose la ropa hasta quedar completamente desnudo. Yo también lo estaba, pues con los nervios se me había olvidado hasta vestirme. Se acercó a mí, me agarró del cuello y me levantó del suelo dejándome sujeto en el aire.

Ahora escúchame bien, gilipollas. A mí me gusta hacer las cosas con cuidado y por las buenas. A la mínima señal de resistencia te daré una paliza que te va a hacer desear no haber nacido. ¿Entendido?

Yo asentí con la mirada. Estaba tan asustado que no podía mover un músculo y aún pudiendo escapar no llegaría muy lejos.

Me soltó y caí al suelo tosiendo por la falta de aire. Se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Se quedó un rato mirándome a los ojos, admirando a su presa. Sus manos acariciaban mis mejillas y mi pelo mientras yo temblaba de miedo.

Fue entonces cuando acercó sus labios a los míos y me besó, haciéndome sentir un escalofrío por todo el cuerpo.

Sus besos eran suaves y al mismo tiempo ásperos, por la barba de tres días que él llevaba y su lengua jugueteaba entrelazándose con la mía, dejando salir a la luz placeres para mí ocultos.

Sus manos me acariciaban de arriba abajo, desde mi nuca hasta mis nalgas, mientras yo hacía lo propio con él, hasta que nos desviamos hacia nuestras pollas, que habían aumentado de tamaño considerablemente. Todo eso sin dejar de besarnos.

Poco después uno de sus dedos comenzó a presionarme el ano, haciendo pequeños masajes circulares que provocaban en mí una gran subida de temperatura.

Se separó de mí y se tumbó en la cama boca arriba.

Ven y chúpamela.

Me coloqué encima de él, con mi culo frente a su cara, y pasé suavemente mi lengua de arriba abajo por aquel rabo descomunal, desde los huevos hasta el capullo, hasta que llegó la hora de tragármelo.

Olía levemente a orín y a gel barato pero me encantaba su sabor. Marcelino gemía de placer mientras me masajeaba el ano con sus dedos, haciendo que me retorciera de gusto y que chupase con más ganas. Poco después era su lengua la que profanaba mi virginal agujero, haciendo que moviese el culo hacia atrás, como pidiendo guerra. Ni siquiera necesitaba tocarme para morirme de placer.

Al poco tiempo un manantial de leche llenaba mi boca, saciando mi sed.

Una cosa más y habrás pagado tu deuda.

Se puso encima de mí y me abrió las piernas. Su lengua volvía a pasearse por mi ano, preparándolo para la visita que vendría después. Cada cierto tiempo también se pasaba por mis testículos, que se estaban poniendo duros como ladrillos deseando soltar su carga. Así fue hasta que su rabo se colocó frente a mi agujero.

Poco a poco aquella lanza fue penetrando en mi interior, desgarrándome. Respiraba con dificultad y las lágrimas se asomaban por mis ojos. Él se dio cuenta y entró más despacio, mientras me acariciaba y besaba.

No tengas miedo, relájate.

Me susurraba dulcemente al oído para tranquilizarme.

Terminó de meterla entera y empezó a moverse lentamente para favorecer la dilatación. El punzante dolor que sentía dio paso a una extraña sensación de vacío, que sólo aquel rabo podía llenar.

Mueve el culo, vaquero! Demuéstrame lo bien que montas!

Incluso yo me sorprendí al oírme pronunciar esas palabras, que tantas veces me había dicho a mí la Charo.

Marcelino no se hizo esperar y poco a poco iba imprimiendo más fuerza y velocidad a sus embestidas, que me hacían gemir como a una zorra, pidiendo más y más, clavando mis uñas en su espalda… Mientras tanto me besaba y pasaba su lengua por mis pezones, hasta que empecé a sentir unos fuertes espasmos muy placenteros dentro de mí, me sentía como si fuese a despegar.

Mi ano se cerró como un cepo en torno a su polla y un chorro blanco de mi semen caía sobre mi barbilla. De un lengüetazo se lo metió en la boca y siguió empujando con fuerza hasta que se desplomó dentro de mí, al mismo tiempo que un cálido torrente inundaba mis intestinos.

Se levantó y se vistió.

Espero que hayas aprendido la lección.

Me dijo antes de irse.

Me quedé un rato tumbado boca arriba, regado de semen por dentro y por fuera. Me sentía como flotando en una nube por todo lo que había pasado.

Salí del local, caminando con dificultad y con una sonrisa que no se me borraría en varios días. En ese momento alguien me agarró del hombro.

Espera, creo que te dejas esto.

Era Marcelino. En su mano tenía mi cartera.

¿Dónde la has encontrado?

Todo ha sido cosa de la Charo. Ella montó todo este tinglado. Apostó 300 € con la Juani a que tú eras maricón perdido. Visto lo visto creo que no se equivocó. Perdóname, creo que me he pasado contigo.

Tomé la cartera, saqué un billete de 100 € y apunté en él mi número de teléfono. Le di un beso y se lo metí en el bolsillo de la camisa.

Esto es tuyo. Te lo has ganado. Espero volver a verte pronto.

La que se lo ha ganado es la Charo. En mi vida he conocido una tía más inteligente y retorcida que ella. Te llamaré. Ha sido un placer conocerte.

Desde ese día, cada vez que paso por "La Gata con Botas", me detengo para ver a mi nuevo amor, Marcelino.

Ahora, en la soledad de la carretera y de vuelta a casa, espero reunir las fuerzas suficientes para pedirle el divorcio a mi mujer.