Atrapado en los pies de la mulata

Fué imposible reaccionar ante la belleza de sus pies y dejé que lo hiciera.

Atrapado en los pies de la Mulata

Acabé un poco harto de que mis compañeros de trabajo me hicieran el mismo tipo de comentarios antes de partir, "Marcos, ten cuidado con las mulatitas", "las jineteras las pagas de tu bolsillo, nada de usar las dietas ¿eh Marcos?", "Marcos, creo que las jovencitas son las más guarras". No creo que fueran comentarios justos ni correctos, es un tópico más sobre las mujeres cubanas. Y, además, yo soy contrario a estas prácticas humillantes para la mujer, estoy felizmente casado y mi viaje al Caribe es básicamente de trabajo. Cierto es que tenía pensado disfrutar de mi tiempo libre en la isla pero de ahí al turismo sexual hay un largo trecho. Nunca he ido de putas y en mi mente no estaba estrenarme en Cuba.

El caso es que nada más instalarme en el hotel, situado en pleno malecón, comprobé que la leyenda de las jineteras no es ni mucho menos falsa. Frente al lugar de mi hospedaje era fácil atisbar una larga fila de mujeres con sus mejores atavíos. No eran estrictamente prostitutas, al menos en el sentido clásico europeo. Simplemente buscaban extranjeros para lograr una ayudita, obtener algún producto fuera de su alcance, o acceder a lugares exclusivos para turistas. Según me cuentan, las había también que buscaban directamente salir del país para buscar un mejor escenario a sus vidas. Algunas de ellas ni siquiera llegaban a los 16 años, otras sobrepasaban los 45 pero era la única salida que les quedaba para atender a su familia.

Diré en defensa de mis compatriotas que, aunque de todo hay en la viña, no son precisamente los españoles los que más buscan este tipo de turismo. Alemanes e ingleses se llevaban la palma. Buscaban chicas cuanto más mulatas y jóvenes mejor. Y sin el menor interés por la persona se aprovechaban de ellas hasta cansarse. Me pareció abominable.

Y es que en Cuba se da la gran paradoja. En un sistema teóricamente sin clases encontré las mayores divisiones sociales que yo he conocido. Primera la que se establece entre los extranjeros y los nacionales. Los primeros tienen todos los derechos y privilegios, los segundos pocos, si acaso un buen sistema sanitario y educativo, poco más. Otra división social se encuentra entre los militantes y los que no lo son. Los pertenecientes al partido son claramente diferenciables por su gesto altivo en su rostro. Pero la más clara división de clases en Cuba es la que se da entre los que poseen dólares y los que sólo gana pesos. Los primeros pueden adquirir cualquier artículo de consumo, los segundos se tienen que conformar con la cartilla de racionamiento. No viven en diferentes barrios, es más pueden ser vecinos puerta con puerta, familiares incluso, pero es la más marcada diferenciación de clase social de la que he podido ser testigo.

Mi estancia en Cuba no fue precisamente de placer. Me pasé largas sesiones negociando con las autoridades cubanas los permisos para establecer nuestra empresa informática en la isla. Eran bastante cabezotas los funcionarios caribeños. Terminaba al atardecer y era entonces cuando aprovechaba para visitar la abandonada Habana Vieja, o el micro universo de Habana Centro, pasear por el animoso malecón, el tranquilo barrio de Miramar o relajarme con las vistas del Morro. A esa hora, cuando el calor húmedo dejaba de golpear, al menos tan fuerte, era cuando disfrutaba de los mojitos entre las manidas paredes de la Bodeguita de en Medio o de los tranquilos cafés amenizados por orquestas maestras en sones o de recomendados paladares donde gocé de algunos de mis mejores festivales culinarios. Y en todas esas tardes recibí alguna que otra oferta de tintes sexuales que rechazaba sin demasiado esfuerzo. Lo que era inevitable siempre era encontrar la compañía, a veces no deseada, de cubanos que intentaban engatusarme con los mejores puros, rones, taxis o paladares. A insistencia no gana nadie a los cubanos.

Así estuve 10 días en Cuba hasta que al final se alcanzó un principio de acuerdo para establecer una empresa mixta con el capital de la compañía que yo trabajaba y por supuesto con participación del gobierno cubano. Objetivo cumplido. Regresaría a España pero antes tenía para mí todo un día libre, y qué mejor forma de aprovecharlo que probar la calidez del caribe. Iría a Playas del Este a bañarme en aquel afamado mar.

Playas del Este es, por dar una descripción rápida, el lugar donde los habaneros disfrutan del mar. Nada tiene que ver con complejos tan turísticos y exclusivos como artifíciales y carentes de encanto como Varadero. En playas del Este no encontré lujos pero sí un ambiente real y autóctono.

Y fue allí donde ocurrió.

Era un miércoles y por tanto la playa no estaba demasiado atestada. Desde luego era el único turista. Ni el día ni el lugar ni la fecha eran los ideales para hallar en aquel lugar a extranjeros. Como siempre disfrute a mi aire. Me bañé en las extrañamente calientes aguas caribeñas y tomé el sol húmedo habanero.

No tardó en acercarse al lugar donde estaba ubicado una guapa chica. Era blanca y de formas muy cubanas, es decir anchas caderas y grandes pechos. El trámite fue el habitual, tras alguna breve introducción lanzó la pregunta eufemística...

  • ¿Qué hace tan solito por aquí, no quiere compañía?

  • No gracias, prefiero estar sólo.

Insistió un poco más pero viendo que no tenía nada que hacer conmigo se marchó al poco tiempo.

Pasaron unos diez minutos y de nuevo se acercó otra chica, esta vez negra, La mecánica fue parecida a la anterior pero no sé por qué, quizá por los calores playeros o porque ya eran demasiados intentos, por primera vez en mi estancia en Cuba emergió algo parecido a la tentación. Por un momento me imaginé a mí mismo retozando en la arena con aquella preciosa negrita. Pero no sucumbí. La rechacé lo más amablemente que pude. Sin embargo me hizo otra oferta:

  • "Oie mía" si no desea una chica tengo un amigo que puede "estal" con "ustel"

  • No, gracias. No quiero tampoco compañía masculina, pero gracias.

Me sorprendió. Aquello no me lo esperaba. Pero si rechazaba exuberantes bellazas femeninas ni mucho menos estaba por aceptar la de cubanitos.

Pasaron veinte minutos sin más sobresaltos. Me bañé una vez más y me volví a mi toalla. En ese momento descubrí a una pareja que claramente estaba haciendo el amor dentro del mar. Eran una pareja adolescente, el chico sostenía a la chica y por el movimiento estaban claramente fornicando. No pude evitar cierta erección con aquélla escena. Estaba claro que los cubanos tienen la sangre caliente.

En ese momento, para mi intranquilidad, observé como por mi izquierda se acercaba una nueva chica. Esta vez era mulata, calculé que de unos 16 años, aunque las cubanas siempre parecen más jóvenes. Quizá fuera mayor, no sé. Era preciosa. Cara dulce y aniñada con impactantes ojos negros, la piel tostada, unos pechos firmes con un bikini que dejaban ver buena parte de ellos. Vestía un minúsculo tanga que apenas cubría sus nalgas turgentes y hermosas. Sus piernas, muy cubanas, morenas y estrechándose hacia los tobillos eran también extremadamente llamativas.

La mulata se acercó hacia mí, pero no me dijo nada. Y lo reconozco fue una decepción. Aunque ya sé que no me buscan por mi físico, no pude evitar sentirme algo despreciado por esta preciosidad. Será por ese trasfondo machista que, aunque lo neguemos, todo varón tiene en sus genes.

Se tumbó de forma perpendicular a mi toalla a unos tres metros de distancia. Desde mi posición pude contemplar todo esa belleza caribeña desplegada en la arena. Pero fue un detalle de su cuerpo lo que me llamó poderosamente la atención. Sus pies. Son mi debilidad lo reconozco. Soy lo que se viene en llamar un fetichista de pies. Me encanta observarlos pero nunca he tenido una experiencia sexual con ningún pie femenino, pero lo admito, me ponen a cien.

Observé su planta sonrosada, sus delicadas formas, su perfección anatómica, sus dedos finos y equilibrados, cada uno en su lugar y con un tamaño ideal. Y ocurrió, mi empalme ante aquella visión fue inmediato. Me quedé como embobado observando esos piececitos cubanos sin mirar a ningún otro punto. No sé ni cuanto tiempo estuve disfrutando de aquéllas maravillas.

Reaccioné y levanté la mirada. Fue entonces cuando descubrí que la chica era consciente de mi interés por sus pies. Me encontré con sus ojos y ella con los míos. Me sonrío pero no dijo nada. Agachó la cabeza, cerró los ojos y volvió a ignorarme.

Casi lo preferí. Me di la vuelta para no volver a caer en la tentación de mirar aquellos hermosos apéndices. Me coloqué boca abajo e intenté olvidarme de aquella visión. Fue difícil, tardé al menos diez minutos en cambiar de pensamiento.

Pero pasados ese tiempo fue ella quien se dirigió a mí. Escuché su voz.

  • "Mie" no tendrá "ustél" lumbre.

Me volví se puede decir que con el corazón acelerado. Aquella mulata había logrado afectarme.

  • Nnn, no, no fu fumo- dije tartamudeado.

A mis 35 años aquélla cubanita había logrado que me comportara como un adolescente enamorado. Era incapaz de mirarla a la cara y por tanto bajé los ojos. Y fue peor porque me volví a encontrar con sus perfectos pies. Ella siguió hablándome.

  • "Ustel" es de España ¿no?

  • Sí, ¿cómo lo sabes?

  • "Polque" habla español, es morenito de pelo y blancucho de piel y no es muy alto.

Su razonamiento era irreprochable.

  • ¿Tú eres de aquí?

  • ¿De dónde quieres que sea, blanquito?-Y se rió con su observación.

Se sentó sobre la arena a mi lado y seguimos conversando. Su desparpajo lejos de tranquilizarme me intimidaba aún más y no podía quitarme de la mente sus pies, aunque evitara mirarlos. Por otro lado el resto de su cuerpo era también bastante explosivo.

Ella dirigía la conversación y llegado un momento me dijo:

  • "Oie mía", he visto como rechazabas a dos cubanitas. ¿No te gustan las mujeres?

  • Sí, sí. Claro que me gustan pero estoy casado y no busco encuentro con ninguna mujer.

  • Vaya, una penita porque me estaba agradando.

Aquel comentario, me hizo perder la cabeza. Por un momento pensé en abalanzarme sobre la joven mulatilla y comérmela a besos, chuparla todo el cuerpo y tomarla sobre la arena. Pero afortunadamente pude reprimirme mientras decía torpemente...

  • ¿Sí? Vaya, qué bien.

  • He "vito" cómo mirabas mis pies antes ¿Te gustan mis piececitos?- dijo mientras levantaba la pierna y exponía en lo alto una de aquellas hermosas extremidades.

Como un tonto seguí con la mirada su movimiento de pies que me tenía embelesado, y sin pensar ya ni lo que decía, pronuncié:

  • Sí, sí, son preciosos.

Ella posó su pie otra vez en la arena. Me miró con una sonrisa y se llevó el dedo ala boca en un gesto de lolita que no hizo sino enervar más a mi pene. Nos quedamos en silencio los dos. Supongo que a esas alturas de la situación ella era plenamente consciente del empalme de mi miembro viril.

En ese silencio ella volvió a levantar su pie izquierdo, y los posó en mi estómago. Me quedé paralizado. Notaba su delicada, suave y rosada planta sobre mi barriga. Aquel tacto me dejó completamente boqueado. Estaba a merced de la mulatilla. No pude ni pensar ni reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo.

Lejos de parar aquello, ella continuó. Fue subiendo su pie, de mi barriga hasta mi pecho, moviendo el apéndice en círculos, notaba como sus deditos frotaban mis pezones, casi tan erectos como mi pene. Y a continuación me dio el estoque. En un rápido movimiento elevó el pie hasta mi boca. Y yo lo acepté, me lo metí dentro y chupé dedo a dedo aquel pie. Lamí de la planta al talón.

No me reconocía a mí mismo. Estaba absolutamente enajenado ante aquella mulata y sus pies. El corazón me latía a un ritmo hasta ese momento desconocido, y cada lamida de su dedo aumentaba la frecuencia cardiaca, y más al escuchar los pequeños suspiros que ella emitía mientras yo lamía sus cálidos pies.

En la playa había poca gente, estaba atardeciendo y no había nadie en las proximidades pero lo contrario me hubiera dado igual. Estaba vencido por la cubana.

Igual de rápido que insertó el pie en mi boca lo apartó. Me dejó abandonado y extremadamente excitado. Yo no sabía que hacer. Ella me miraba sonriente y dijo...

  • Una pena que no estés interesado en "muheres" y sólo en piececitos.

Seguía paralizado incapaz de controlar la situación. Ella se incorporó pero sólo para colocarse más cerca de mí. Volvió a utilizar sus pies pero esta vez para empujarme y obligarme a tumbarme.

  • Pero si quieres pies los tendrás- me dijo.

Al escuchar aquellas palabras pensé que el paraíso debía de ser algo parecido. Me tumbé y observé como de nuevo posaba sus pies sobre mi pecho, como masajeaba mi torso suavemente. Un pie lo dirigió a la boca y yo de nuevo lo lamí y el otro... con el otro se fue directamente a mi paquete. Sobre el bañador frotó su pie con mi polla completamente erecta.

Viendo el efecto no tardó en llevar sus dos pies con mi pene. Introdujo uno debajo del bañador. ¡Dios mío! Aquello era muy fuerte. Con el otro intentaba bajarme la vestimenta. Yo, fuera de mí, ayudé, me bajé completamente el bañador exponiendo mi pene izado. Ella sonrió y atrapó la polla con sus dos pies.

Con ellos inició una inolvidable masturbación. Arriba y abajo con ellos. Con sus dedos y su planta. Yo sólo podía mirar aquélla paja fetichista. Lo hacía suavemente pero me provocaba un placer tremendo. Ella fue testigo de mis convulsiones causadas por la excitación y el gusto. Aumentó la frecuencia de la masturbación. Aquello era inminente.

Mi semen salió con mayor fuerza que nunca, a borbotones. Tres chorros que cayeron sobre sus pies. Siguió meneando hasta que dejó de salir la leche. Y luego se los limpió en mi pecho.

Como si nada hubiera ocurrido ella misma me ayudó a subirme los pantalones. Sin decir nada, ni ella ni yo, se acercó a mí y me dio un casto beso en la mejilla.

  • Espero que hayas "disfrutao, blancucho". Ahora me marcho.

Se incorporó. Yo apenas supe como reaccionar. Mi primer impulso fue buscar la bolsa donde guardaba el dinero. Saqué uno dólares y se los ofrecí con la mano.

  • Toma para un capricho.

Ella me miró con una media sonrisa. Sin decir nada me dio la espalda, dejándome ver sus nalgas apenas cubiertas por el tanga. En silencio se marchó. Se fue, dejándome con el dinero en la mano y restos de semen en todo mi cuerpo. Un aspecto lamentable.

La vi como se alejaba por la playa sin darse ni una vez la vuelta. Yo poco a poco recobre la cordura. Me vestí, me marche de la playa y regresé al hotel. Al día siguiente partí hacia España después de vivir una experiencia en Cuba, sin duda alguna inolvidable. Y de una cosa me di cuenta. Aquella preciosa mulata de pies perfectos nunca me dijo su nombre.

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