Atrapado en el ascensor

Los pies de aquellas dos mujeres (madre e hija) me hipnotizaron y no pude resistirme a su adoración.

ATRAPADO EN EL ASCENSOR

  • ¿A qué piso van?

  • Al cuarto por favor

  • Yo voy un poco más arriba.

Después de marcar el número cuatro, me quedé frente a los pulsadores con la espalda pegada a la pared; ellas dos se colocaron al fondo, una en cada esquina.

El coincidir los tres en ese ascensor no había sido algo casual. Ni mucho menos.

Aquella mañana había salido a dar una vuelta por la ciudad, sin prisas, con ganas de disfrutar de un día tranquilo y relajado. Tras callejear un poco por el casco viejo de la ciudad me dirigí al mercadillo de la plaza mayor, me habían hablado muy bien de él y todavía era lo suficientemente temprano como para poder recorrerlo con calma y sin agobios de gente. Tras pasar de largo por los puestos de frutas y verduras me paré en los de música y películas piratas. Tenían de casi todo. Los miré uno por uno, más por diversión que por buscar algo en concreto. Cuando estaba con uno de los últimos CD’s que me quedaban por ver llegó una chiquita de no más de veinte años y se puso a mirar discos unos metros más allá.

Era una preciosidad: rubita de ojos claros, melenita a media espalda y una carita muy, muy dulce. Llevaba un top de color rosa palo muy ajustado a sus llamativos pechos, dejando al descubierto un escultural estómago adornado con un pearcing en su ombligo. Sus piernas eran largas y morenas, y sus hermosos pies estaban enfundados en unas sandalias negras de taco alto con unas delgadas tiras que trepaban como enredaderas a lo largo de sus esbeltas piernas, terminando justo bajo sus rodillas. La minifalda blanca que llevaba dejaba ver perfectamente sus bronceados y torneados muslos.

Aquel CD estuvo en mis manos bastante más tiempo que todo el de los demás juntos. Mis ojos alternaban nerviosamente la mirada entre los hermosos pies de aquella belleza y la carátula del último disco de Bisbal. Finalmente la niña encontró lo que buscaba, pagó cinco euros por el último disco de Shakira y desapareció calle abajo caminando como una auténtica diosa. Aún con la imagen de aquella rubita en mi cabeza dejé el CD y continué con mi ruta turística por el resto de los tenderetes.

Ya de regreso a casa al final de la mañana y pensando en la ganga de moneda antigua que había comprado en un puesto de numismática, pude ver que al final de la calle se disponía a cruzar por el semáforo la chica con la que me había encontrado antes. Instintivamente aceleré el paso y tras un pequeño sprint conseguí cruzar en la misma tanda que ella, unos metros por detrás.

Iba acompañada por una mujer unos veinte años mayor que ella, probablemente sería su madre. Rubia como ella, con el pelo algo más corto y con un cuerpo que nada tenía que envidiar al de su precioso retoño. Llevaba un vestido corto de tirantes en tonos pastel y unas sandalias con tacón de aguja, sujetas únicamente por una tira sobre la base de sus dedos. En el segundo dedo de cada pie brillaba un anillo dorado con pequeñas piedras engarzadas que junto con la cadenilla de oro alrededor de su tobillo derecho hacían de sus pies un hermoso santuario, al que un fetichista como yo desearía rendir la mayor de las pleitesías.

Las seguí durante un par de calles más allá, disfrutando del paisaje que conformaban aquellos hermosos pies en movimiento. Se pararon en el portal número 31. Tras abrir la puerta y pasar las dos, no dudé en entrar detrás de ellas y esperar a su lado el ascensor.

No pude evitarlo. Una vez dentro del pequeño ascensor y jugando con la moneda recién comprada entre mis dedos, mi mirada se fue desplazando sin ningún tipo de pudor desde los números del panel hasta los hermosos pies de aquellas dos bellezas, primero hacia los de la jovencita, que la tenía en mi diagonal, y después hacia los de su madre, que quedaban a mi derecha. Con la vista puesta en las alhajas de sus pies no me percaté del movimiento de su hija.

El ascensor se paró súbitamente y como si me hubieran despertado bruscamente de un sueño levanté los ojos aturdido, observando cómo su dedo índice estaba apoyado todavía en el botón del STOP.

  • Son bonitos los pies de mi madre ¿verdad? con sus deditos tan bien adornados y con sus uñas tan bien pintadas y tan bien cuidadas… ¿No crees que se merece un premio por toda la atención que les brinda?

No dije nada, lo único que hice fue volver la mirada a los pies de su madre y seguir embobado con su belleza.

  • ¡A qué esperas para arrodillarte y adorarlos como se merece!

Sin pensar en nada más me metí la moneda en el bolsillo del pantalón y me arrodillé ante los pies de su madre apoyando mis manos a ambos lados de sus llamativas sandalias. Ella adelantó su pie derecho. Yo incliné mi cuerpo un poco más hacia delante hasta apoyar por completo mis antebrazos en el suelo y mis labios en la piel suave y tersa de su empeine. Lo besé.

Beso a beso fui recorriendo su pie, deslizando mis labios a lo largo de su empeine, muy lentamente… hasta llegar a la altura de su tobillo. Fui rodeándolo por su parte izquierda, recreándome en su redondeado huesecillo… humedeciéndolo con mis labios; después, muy despacio deshacía el camino andado, dirigiéndome entre dulces besos a su parte derecha, allí volví a juguetear con su otro huesecillo dejándolo brillante de saliva. Después de unas cuantas idas y venidas levantó ligeramente la punta de su sandalia y girando unos noventa grados hacia fuera sobre su tacón posó la suela sobre el dorso de mi mano, permitiéndome de esa forma adorar también la parte de atrás de su pie. Besé con gran dedicación los hoyuelos de su tobillo, recreándome también en su talón de Aquiles. Con su tobillo totalmente ensalivado comenzó a levantar el talón de su pie, despegándolo de la sandalia y apoyándose cada vez con mayor fuerza sobre mi mano. No tuvieron que decirme nada, en cuanto vi aquello me incliné sobre su talón y después de darle unos pequeños besos, abrí un poco más mis labios y comencé a chuparlo con gran devoción, disfrutando del delicioso sabor salado de su piel. Tras poner nuevamente su pie en contacto con la sandalia lo levantó, lo giró de nuevo hacia mí, apoyó su tacón sobre el dorso de mi mano y descansó el resto de su pie sobre mi antebrazo.

  • No creerás que mi madre se cuida las uñas y se enjoya los dedos solo para la gente los admire ¿verdad? Vamos, a qué esperas para venerarlos.

No tardé ni un segundo en posar mis labios sobre ellos. Los besé uno a uno, despacio… muy despacio. Ella comenzó a pisar más fuerte sobre su tacón… sus dedos se despegaron ligeramente de su apoyo. No hizo falta más. Suavemente fui introduciendo sus dedos uno por uno entre mis labios, y, suavemente también, los fui chupando y lamiendo con la adoración que merecía su dueña…mi dueña.

Su afilado tacón cada vez se clavaba con mayor fuerza, su sandalia terminó por quedarse únicamente apoyada sobre él en mí mano. La mezcla de dolor y placer proporcionado por sus pies me estaba llevando a un estado de entrega y sumisión imparable.

  • Mamá, ¿qué te parece éste para utilizarlo como esclavo?

  • Creo que me gusta, por lo menos parece que sabe tratar los pies de una mujer como es debido. ¿Tú cómo lo ves?

  • No está mal, creo que nos puede servir para lo que yo quiero conseguir para ti, pero recuerda que no solo te tienes que conformar con un buen cuidador de pies.

  • Lo se, lo se.

  • A ver maldito cerdo, mi madre ya está harta de aguantar babosos machitos que se creen superiores y tener que soportar su puto machismo, menos mal que poco a poco voy ensañándola a trataros como realmente os merecéis. Estoy buscando un esclavo personal para ella, con el que aprender a cómo humillaros bajo sus pies y a trataros como lo que realmente sois: una auténtica basura que no merecéis otra cosa que ser pisoteados, escupidos, meados, toturados... En fin, si por mí fuera cogería una pistola y os obligaría a todos a arrastraros ante nosotras, pero la justicia, por desgracia, no me lo permitiría. Así que tendré que dejarte que decidas si quieres entregarte como esclavo personal de mi madre y, por supuesto, mío también. Si aceptas ser nuestro siervo y someterte a todas las vejaciones que deseemos practicar contigo deberás ponerte a lamer la suela de su sandalia en el momento que arranque el ascensor y seguir haciéndolo hasta que lleguemos al cuarto, una vez allí nos seguirás a cuatro patas y te tumbarás en el felpudo boca arriba cuando te lo indiquemos; una vez hayamos terminado de limpiarnos permanecerás allí quieto esperando nuestra deliberación. En caso de pasar tu primera prueba te aceptaremos como aspirante a esclavo y te dejaremos que entres a tu nuevo hogar. Si no deseas pasar esta primera prueba, te levantas antes de que lleguemos al cuarto y continúas con tu vida.

El ascensor se puso en marcha inmediatamente. Un segundo después mi lengua comenzaba a deslizarse por la superficie rugosa y sucia de su suela, su tacón se clavó todavía con mayor fuerza.

La parada brusca en el cuarto me liberó de la tortura de su tacón, permitiéndome ponerme a cuatro patas y esperar a que salieran del ascensor. Solo había dos letras. Las seguí hasta que se pararon en la A, abrieron la puerta y a continuación me ordenaron tumbarme como me habían dicho antes. La hija se colocó con los pies a ambos lados de mi cintura.

  • Mira mamá, esta es la forma de utilizar un felpudo humano. Y tu esclavo, espero no tener que oírte gritar.

A continuación levantó su pie derecho y lo clavó con fuerza sobre mi estómago. Aguanté el dolor como pude, sin darme tiempo a recuperarme levantó su otro pie y llevó la suela de su sandalia muy cerca de mi boca.

  • ¡Vamos!, ¡saca tu apestosa lengua y déjame la suela bien limpia!

Abrí la boca todo lo que pude y comencé a lamer su ennegrecida suela. Aquello era un sueño, poder estar a los pies de dos bellezas y ser humillado por ellas de aquella forma.

  • ¡No sabes lamer con más fuerza, inútil de mierda!

En ese momento comenzó a presionar con fuerza la suela de su sandalia contra mi boca y a frotarse enérgicamente sobre mi lengua.

  • ¡Vamos, la lengua bien fuera, que yo la vea!

Después de pasar su suela unas cuantas veces por mi lengua, levantó ligeramente su pie y colocó la punta de su tacón entre mis labios.

  • ¡Aprieta bien los labios! ¡Y trágatelo todo!

Su tacón se fue introduciendo poco a poco dentro de mi boca, hasta que mis labios hicieron tope con la parte de arriba. Seguidamente, lo sacaba hasta dejar solo la punta entre mis labios. Este movimiento lo fue realizando repetidas veces, cada vez con mayor velocidad. Parecía que me estuviera follando la boca con su tacón.

Cansada de follarme retiró su pie, apoyándolo en mi estómago y acercando el otro a mi boca. De la misma forma que lo había hecho antes, deslicé mi lengua por su suela con toda la fuerza que pude y aguanté con ella bien fuera la fricción de su sandalia. Me folló nuevamente con su tacón y sacándolo chorreante de saliva posó su pie en el suelo manteniendo el izquierdo sobre mi estómago.

  • Ahora le toca a mi madre, espero que te esmeres con ella.

Tras soltarme un taconazo en pleno estómago, se quedó esperando tras el umbral de la puerta. Su madre no tardó en ponerse con sus pies a mis costados y propinarme un taconazo tan fuerte o más que el de su hija. Con el tacón presionando mi estómago comenzó a girarlo como si estuviera intentado perforarlo. La punzada de dolor era insoportable. Aquella mujer aprendía rápidamente, improvisando cosas nuevas, incluso más sádicas todavía que las de su propia hija.

Agarrándose al marco de la puerta, levantó su pie izquierdo, posando su tacón justo sobre mi pezón derecho. La punta de su sandalia quedó apoyada sobre mi cuello, presionando ligeramente por de bajo de la nuez. A continuación descargó el peso de su cuerpo sobre su pie izquierdo, notando con mayor intensidad cómo su afilado tacón se clavaba en mi pecho y cómo también la presión de la punta de su sandalia apretaba mi garganta haciéndome respirar con dificultad. Su pie derecho se elevó sobre mi boca hasta apoyarlo sobre mis labios.

  • Saca tu lengua, a ver si has aprendido algo con mi hija – El tono de voz no era tan imperativo como el de su hija pero su fuerza era impresionante.

Con la presión de su sandalia sobre mi garganta saqué la lengua todo lo que pude y comencé a lamerla con gran intensidad. A modo de tortura, mientras yo me esforzaba en limpiar la suciedad de su suela ella se balanceaba sádicamente sobre su pie: unas veces hacia delante, presionando sobre mi garganta y dejándome casi sin respiración, y otras veces hacia atrás, clavándome sin piedad su afilado tacón en mi pecho. Cuando lo consideró oportuno colocó la punta de su tacón sobre mis labios.

  • Apriétalos bien y no tragues saliva hasta que yo te lo diga.

No tardó mucho en introducirme completamente el tacón hasta la garganta. Allí lo mantuvo hasta que la saliva comenzó a desbordarse por fuera de mi boca. A partir de ahí comenzó a sacar su tacón chorreante restregándolo por toda mi cara. Después volvió a introducirlo en mi boca para sacarlo otra vez impregnado de saliva y nuevamente restregarlo por mi cara. Tras posar su pie sobre mi pecho comenzó a hacer el mismo trabajo con el otro. Introdujo su tacón en mi boca y lo limpió de la misma forma que antes. Después de lustrar su tacón me ordenó echar toda la saliva fuera de mi boca. Mientras salía de entre mis labios ella la esparcía con su suela por toda mi cara dejándomela llena de saliva. Cuando terminó de limpiar la suela de su sandalia se bajó de mi cuerpo y tras darme un taconazo en el estómago con su pie derecho y otro más fuerte todavía con el izquierdo entró en la casa con su hija cerrando la puerta tras ellas.

Yo permanecí tirado en el felpudo, aturdido, dolorido y excitado. Mi sueño se estaba cumpliendo: esclavo de dos mujeres con cuerpos impresionantes que disfrutaban como ninguna de la humillación de los hombres bajo sus pies.

Pasaban los minutos y la puerta continuaba cerrada. Quizá no había pasado la prueba del felpudo y ya no tenían intención de tenerme como esclavo. Había hecho todo lo que ellas me habían ordenado y mi entrega había sido absoluta. Me merecía ser su esclavo. Aquella espera comenzó a ponerme algo nervioso.

Después de unos minutos de cavilaciones y dudas, se abrió la puerta y la figura de la más joven de las dos se recortó bajo el marco.

  • Felicidades, has pasado la primera prueba. Todavía te quedan más pruebas por superar para ser nombrado esclavo personal de mi madre. Espero que sepas aprovechar y agradecer la oportunidad de esta nueva vida que te ofrecemos.

Me incorporé todo lo rápido que pude y arrodillándome a sus pies comencé a besárselos con cierto frenetismo.

  • Gracias, de verdad, te prometo que no os defraudaré, seré el esclavo más obediente y más complaciente del mundo, no os arrepentiréis, te lo juro.

  • Eso espero.

Tras dar unos pasos hacia atrás se retiró hacia un lado sujetando la puerta para que yo entrara.

  • Pasa.

A cuatro patas entré en un nuevo mundo de entrega y sumisión del que estaba convencido que nunca me marcharía. Tras la puerta cerrada desaparecía toda mi anterior vida, perdida ya hacía tiempo y de la que apenas guardaba algún grato recuerdo.

Mi nueva vida dio comienzo.