Atrapada por el volcán

Un padre y su hija se ven obligados a pasar la noche en un hotel de carretera

Abril de 2010

Virginia leía las noticias en Internet, preocupada. El volcán islandés no paraba de expulsar cenizas al cielo, impidiendo despegar a los aviones de media Europa. Se veía atrapada y sin poder volver a casa.

Había pasado una semana de intercambio en un pueblo cercano a Londres, para mejorar su nivel de inglés. Se lo habían recomendado sus amigas, ya que aparte de aprender el idioma, se hacían muchos amigos y en general era una experiencia inolvidable.

Sin embargo para Virginia no había sido así. La familia que la alojaba dejaba mucho que desear. La casa no estaba demasiado limpia, y eran ruidosos y maleducados. Para colmo, el hijo de la familia, que era de la edad de ella, no le había quitado ojo de encima en toda la semana. Al principio solo eran miraditas cuando hablaban, o de reojo al cruzarse por la casa, pero los últimos días estaba intentando a toda costa conseguir algo con ella.

Y es que Virginia era una chica muy, muy atractiva. Siempre había sido delgadita y guapa de cara, pero sin demasiado pecho… hasta hace poco. En los últimos años se le había desarrollado hasta convertirse en todo lo contrario: ahora era, de largo, la pechugona y la tetona de la clase. Al principio estaba contenta con todo esto, pero se hubiera conformado con menos… le costaba mucho quitarse de encima a los chicos, tanto en clase como cuando salía de fiesta.

Mark, el chico de su familia de acogida, no era la excepción. Aprovechaba cualquier ocasión para rozarse con ella, abrazarla… a veces, después de haber estado hablando con él, Virginia veía que Mark se iba al baño y se quedaba allí encerrado durante largos minutos. No quería pensar lo que podía estar haciendo ahí dentro.

Virginia contaba los días hasta que acabara la semana y pudiera volver a su hogar en España. Sin embargo, justo ahora que tenía que coger el vuelo de vuelta, toda la actividad aérea estaba bloqueada, por el famoso volcán de Islandia. La cosa parece que iba para largo, y se moría de ganas de volver a estar con su familia. Le entraban ganas de llorar con toda esta situación.

Mientras tanto en Zaragoza, su ciudad natal, sus padres debatían sobre lo que hacer. Gracias al túnel del Canal de la Mancha, Virginia tenía la posibilidad de desplazarse en tren hasta España, pero debido a que no había vuelos, los trenes y autobuses estaban colapsados. No había un billete libre hasta varios días después.

Sólo quedaba una opción, y es que Juan, el padre de Virginia, se trasladara hasta allí en coche a recogerla. Sería mínimo un día de ida y otro de vuelta, por lo que pediría esos días libres en el trabajo, por tratarse de una emergencia. No lo pensaron demasiado, ya que no había otras alternativas, así que prepararon algo de ropa y comida y, a las pocas horas, Juan ya se encontraba conduciendo hacia Inglaterra.

Virginia recibió la llamada de su madre diciéndole lo que iban a hacer. Se sintió muy aliviada, ya que no quería enfrentarse a la marabunta de personas peleándose por conseguir billetes de tren o autobús. La familia de acogida accedió a alojarla un día más.


Juan llevaba todo el día al volante, pero había atravesado ya toda Francia. Hacía varias horas que había anochecido, pero había continuado lo máximo posible, hasta que empezó a notar que se dormía, así que decidió que era el momento de parar y descansar. En cuanto vio un hotel desde la carretera se detuvo. Ya había atravesado el canal, por lo que estaba ya en tierras inglesas, aunque todavía le quedaba un trecho para las afueras de Londres, donde su hija le esperaba. El plan era madrugar, recogerla pronto, y tratar de hacer el viaje de vuelta completo al día siguiente, para llegar a Zaragoza justo para dormir.

A la mañana siguiente le llamó la recepcionista del hotel para despertarle, como habían acordado. Desayunó y se aseó rápido y partió de nuevo. Gracias al navegador del coche no tuvo problemas en encontrar el pueblo ni la casa de Virginia. Una vez allí, vio cómo le estaban esperando fuera, tanto ella como la familia.

En cuanto bajó del coche Virginia corrió hacia él a darle un abrazo. Hacía tiempo que su hija no le abrazaba de esa manera, concretamente desde que se empezó a desarrollar y convertirse en una mujer. Desde entonces Virginia se había vuelto claramente más pudorosa con todo lo relacionado con su cuerpo, sobre todo el contacto físico.

Esta vez, sin embargo, estaba tan contenta de verle que le abrazó bien fuerte. Juan entendió ahora el porqué de ese pudor. Notaba contra su cuerpo todas esas curvas, y también su delicado perfume, ya que la cabeza de ella quedaba justo debajo de la de él, y el olor de su suave pelo invadía sus fosas nasales. Todo en ese cuerpo desprendía feminidad y sensualidad. Empezó a sentir algo dentro que le incomodaba, así que rompió el abrazo y trató de eliminar esos pensamientos de su cabeza. Saludó a la familia de acogida, simplemente dándoles la mano ya que apenas se comunicaba en inglés. Después empezó a meter el equipaje de Virginia en el maletero, mientras ésta se despedía de ellos.

Sin demorarse mucho arrancaron y empezaron el viaje de vuelta. Había que hacer de nuevo todos esos kilómetros, pero a Juan se le hacía ahora más llevadero con su hija al lado. Ésta no paraba de hablar. Contaba mil anécdotas y explicaba con detalle todas las cosas peculiares que tenían los ingleses. Juan se limitaba a asentir o a seguir preguntando para que ella siguiera hablando. No parecía que hubiera pasado allí una sola semana, de tantas cosas que tenía para contar.

Pararon para comer ya en tierras francesas. Allí era Juan el que se comunicaba mejor que Virginia, ya que había estudiado francés en el colegio. Comieron muy bien pero no pudieron reposar mucho la comida por las prisas.

A medida que se acercaban a casa, Juan se dio cuenta de que no llegarían en el día. Había aumentado la velocidad, pero aun así, llegarían demasiado tarde y sería peligroso por si le entraba sueño al volante. Y es que eran ya dos días de cansancio acumulado… Se lo dijo a Virginia y a ésta le pareció lógico. Ésta llamó a su madre para decirle lo que habían decidido. No pasaba nada, ya se verían a la mañana siguiente.

Ahora que no había tanta prisa, hicieron alguna parada más para estirar las piernas. Finalmente, ya entrada la noche, decidieron parar en un hotel. Estaban ya en España, en un pequeño pueblo justo al pasar la frontera.

Entraron y pidieron una habitación con dos camas. El recepcionista cogió una llave y les acompañó hasta la habitación. Al entrar notaron un olor raro. Al ver la cara que ponían, el recepcionista explicó:

"La habitación tiene un poco de humedad, pero es la única que nos queda de este tipo"

Indagando un poco, Juan descubrió una gran mancha de humedad en una pared, e incluso vio alguna cucaracha. Entonces respondió, "No tienen más dobles?"

"Sólo con cama de matrimonio"

Juan negó con la cabeza, "Bueno, entonces cogeremos una individual cada uno. En esta habitación no podemos estar".

Entonces interrumpió Virginia, "Por mí no me importa la de matrimonio…". No quería que su padre gastara más dinero por su culpa, y además la idea de dormir sola en ese hotel no le agradaba.

Juan le dijo al recepcionista que les enseñara las de matrimonio, y vieron que estaban en bastante mejor estado que la anterior. Se quedaron una, y al poco rato ya se quedaron solos, disponiéndose a prepararse para dormir. Mientras se preparaban, apenas hablaban. Estaban incómodos por la situación, y un poco cortados.

Virginia sacó su pijama de la maleta y fue al baño a cambiarse. Mientras lo hacía reparaba en las circunstancias. Iba a ser un poco raro dormir con Juan, en plan marido y mujer

Al salir vio que su padre estaba ya en la cama. Se metió dentro y le dio un beso de buenas noches en la mejilla. En vez de tumbarse en su lado de la cama, le apeteció en ese momento recostarse al lado de él, abrazándole.

Y es que Juan era su héroe, su salvador. Había recorrido todos esos kilómetros para rescatarla de esa asquerosa familia inglesa, y la había traído hasta aquí, un lugar seguro donde se sentía cómoda y protegida, por primera vez en los últimos días.

Si el hombre que estaba a su lado no fuera su padre, no hubiera dudado un momento en entregarse a él en agradecimiento.

Por su parte, Juan también pensaba en lo extraño de la situación. Tenía entre sus brazos una auténtica muñequita, una chica joven y tremendamente atractiva. Desde que se tumbó al lado de él, había tenido una erección solo de tenerla al lado, y la erección no bajaba.

Además Virginia llevaba todo el día muy cariñosa, ¿querría algo? ¿o solamente se trataba de amor de hija? Juan no sabía si intentar algo con ella, y es que su mujer no le tenía precisamente satisfecho sexualmente, lo cual no hacía más que aumentar su excitación.

Durante minutos ambos esperaron a que el otro hiciera algo, a que diera el primer paso. Los dos tenían ganas de que ocurriera, pero lanzarse a hacer algo así era muy fuerte. Así que les fue entrando el sueño hasta que se quedaron dormidos.


Cuandó llegó la mañana, Juan se despertó el primero. Durante el sueño se había abrazado a su hija inconscientemente, desde atrás. Su paquete estaba tocando las nalgas de Virginia, y el olor embriagador de su pelo estaba justo al lado de su nariz. Juan trataba de negarse a sí mismo la evidencia, pero se sentía realmente atraído por su preciosa hija.

Pero ya era tarde, si había habido alguna oportunidad de que ocurriera algo entre los dos, había sido en la noche anterior. Se apartó un poco de ella, no fuera que se despertara y pensara que se estaba aprovechando de su cuerpo.

En efecto, Virginia despertó al rato. Tras darle los buenos días a su padre cogió ropa limpia de su maleta y una toalla y entró al baño a ducharse. Juan, desde fuera, oía el agua correr, y no podía evitar imaginársela desnuda allí dentro, a sólo unos metros, con el agua caliente recorriendo su suave piel de arriba abajo.

Después se oyó durante un rato el secador, y finalmente Virginia salió, completamente vestida, ya que se había llevado todo lo necesario al baño. Llevaba un top ajustado de color rosa pálido, pantalones vaqueros y deportivas. En unos minutos terminó de preparar sus cosas para ya marchar. Juan ya tenía todo preparado desde hace rato.

Finalmente abrieron la puerta y se disponían a salir. En ese momento pensaron en lo que venía ahora. Subirían al coche y recorrerían los últimos kilómetros hasta Zaragoza, y a partir de ahí, de nuevo la rutina del día a día. Atrás quedaría esa habitación donde tenían intimidad, cosa que no iban a tener de ahí en adelante.

Ambos se quedaron parados, sin querer salir, y se miraron a los ojos. En ese momento, sin ni siquiera hablar, se confesaron mutuamente lo que habían sentido esa noche. Ambos habían sentido atracción por el otro, a pesar del tabú, a pesar de que la sociedad dijera que algo así está prohibido.

Y allí tenían la última oportunidad de estar solos. Era ahora o nunca. Virginia sabía que su padre no se atrevería a dar el primer paso, así que supo que tenía que ser ella la que lo diera. Volvió a entrar a la habitación, sin dejar de mirar a Juan a los ojos. Éste hizo lo mismo, y una vez que los dos quedaron dentro, Virginia cerró la puerta. El corazón le latía a mil por hora.

De nuevo estaban en la intimidad de su habitación, pero esta vez era diferente. Los dos sabían ahora que el otro estaba dispuesto a llegar hasta el final. Virginia se acercó a su padre, rodeó su cuello con sus brazos y le besó en la boca apasionadamente. Juan no dudó, abrazó a su hija con fuerza y se fundió en el húmedo beso con ella. Estaban impacientes, apresurados, hambrientos. Al poco rato sus lenguas ya estaban jugando lascivamente una contra la otra.

Virginia sintió en su culo las grandes manos de su padre, acariciándolo por encima de los vaqueros y después descaradamente amasándolo. Al hacerlo apretaba hacia sí el cuerpo de Virginia, y ésta pudo notar perfectamente en su pubis la erección que le estaba provocando a su padre.

Se fueron calmando tras el arrebato inicial, sin dejar de besarse pero haciéndolo con pausas, deleitándose, disfrutando del placer que les provocaba hacer esto. Las manos de Juan pasaban por la cintura y la espalda de su hija, pero no se acercaban a zonas más íntimas. Hasta que Virginia se animó a cogérselas, y llevarlas sin más preámbulos a sus pechos. Ambos sintieron una tremenda excitación en ese momento, no sólo Juan al poder finalmente disfrutar de las preciosas tetas de Virginia, sino también ésta al sentirse acariciada ahí.

Juan empezó a amasar esas tetas con pasión. Parecía no hartarse nunca. Sus manos recorrieron cada centímetro de ellas hasta casi conocerlas de memoria. Mientras tanto Virginia no estaba precisamente pasiva, sino que con su mano derecha tocaba y apretaba el paquete de Juan por encima de los pantalones.

La seriedad y la preocupación de los minutos anteriores se estaba desvaneciendo, sustituida por la excitación y las ganas de pasarlo bien y disfrutar. Virginia, con una sonrisa en su boca, dijo, "Venga, vamos a la cama"

Los dos amantes se dirigieron al lecho que iba a ser, desde aquel día, el de su primera vez juntos. Virginia hizo un gesto a Juan para que se tumbara boca arriba, y se puso encima de él a horcajadas, mientras se quitaba el top. Llevaba debajo un sujetador blanco, que se quitó también, mostrando por fin sus encantos a su padre. Éste, aun a riesgo de resultar previsible, elevó las manos para copar de nuevo con ellas los pechos de su hija y volver a manosearlas.

Mientras pensaba en todo esto, había ido desabrochando los pantalones de Juan, hasta que finalmente le sacó la polla, que estaba totalmente dura y apuntando hacia arriba. Apresuradamente, se quitó sus propios pantalones y las braguitas, ya que su vagina estaba deseosa de ser llenada. La notaba caliente, húmeda y anhelante. Necesitaba ese trozo de carne en su interior, y lo necesitaba ya.

Volvió a colocarse encima de su padre, y en ese momento él la interrumpió:

"Cariño… estás segura?"

Sonriendo dulcemente, Virginia respondió. "Claro que sí, papá. No te preocupes, disfrutemos del momento y ya está…"

Por fin, la joven empezó a descender hasta que el glande de su padre quedó contra sus labios vaginales, presionando y lubricándose con los flujos de ella. Siguió bajando, sintiendo como esa verga se iba insertando en lo más profundo de su ser. Lanzó un suspiro de placer cuando sintió que estaba completamente dentro, y sin demorarse más comenzó a subir y bajar, enviando oleadas de placer sexual hacia el cuerpo de su padre y el suyo propio.

Virginia saltaba con energía, sin importarle nada, más que correrse y que disfrutar. Oía los gemidos de su padre y eso la calentaba y lanzaba más aún. Las manos de él recorrían todo su cuerpo, estimulando sus zonas erógenas. A ratos Virginia se inclinaba hacia delante para besar lúbricamente a Juan, y para que sus cuerpos se frotaran deliciosamente.

Se dedicaron a darse gusto en esa posición durante un buen rato, hasta que se cansaron de ella. Virginia se incorporó, y se dio la vuelta para ponerse a cuatro patas sobre la cama. A Juan le sorprendió que ella quisiera que la follara de esa manera tan indecente. Pero al fin y al cabo, lo que estaban haciendo ya era bastante prohibido, como para andarse preocupando por tonterías.

Juan se puso detrás de ella, y tras deleitarse un rato con las vistas y acariciando las suaves nalgas de su hija, se acercó más y la penetró por la vagina. Al principio agarraba las caderas de ella mientras la embestía, pero después prefirió agarrarla los hombros para poder hacer más fuerza. Virginia agradeció esto, ya que así la notaba más fuerte y más adentro.

Virginia se acordó en ese momento de Mark, el baboso que se había tirado toda la semana anterior con la vista fija en sus curvas. Seguro que hubiera dado lo que fuera por estar donde estaba Juan ahora. Se alegró de que se hubiera quedado con las ganas y de que un hombre de verdad, como su padre, estuviera disfrutando de su cuerpo.

Efectivamente, la joven no aguantó mucho más y tuvo un orgasmo, tratando de contener los gemidos. Juan, satisfecho de haber llevado a su amada hija al clímax, siguió bombeando tratando de alcanzar su propia culminación. Virginia se dejaba hacer, ofreciendo su sexo. Poco después, Juan empezó a descargar chorros de semen en el sexo de ella, en una corrida especialmente copiosa.

En ese momento la realidad se le vino a la mente. Viendo a su propia hija, desnuda, a cuatro patas en una cama, y alojando una verga dentro de su sexo, su propia verga, empezaron a venirle los remordimientos. Lo mismo le pasaba a Virginia. Una vez sexualmente saciada, no comprendía cómo habían podido llegar hasta ahí.

Se vistieron apresuradamente, sin mediar palabra, y al rato por fin abandonaron la habitación. Ya en el coche, fueron avanzando hacia casa, a más velocidad de lo debido ya que habían partido más tarde de lo que se suponía. Ambos pensaban en lo que venía a continuación, volver a ver a la familia, la casa, la vida diaria, y en cómo iban a afrontar lo que había pasado.