Atrapada Nina Capítulo 4

Nuevas esperanzas y nuevos desafíos para Nina.

4

Nina no pudo reprimir un grito y estaba a punto de salir a la carrera, pidiendo auxilio, cuando descubrió que aquella figura era la del guardia de seguridad.

—Lo siento, señora Céspedes. —se disculpó el guarda— Estaba a punto de cerrar la fábrica e iba a buscarla a la oficina cuando la he oído taconeando a mi derecha...

—¡Buff! ¡Qué susto me has dado! —dijo Nina deseando dar una patada en el culo al pobre empleado que no tenía la culpa de que ella tuviese los nervios a flor de piel.

—Lo siento muchísimo, si quiere, tengo refrescos y agua en la garita. —dijo el hombre consternado.

—No te preocupes. No hay problema. —dijo Nina sonriendo un poco más tranquila— Esto me pasa por ver demasiadas películas de exorcismos. Ya he terminado. Puedes cerrar cuando quieras. Gracias por todo.

Cuando llegó al portal, Paula ya le estaba esperando con un par de bolsas de comida tailandesa.

—Espero no haberte hecho esperar demasiado. —se disculpó Nina.

—No es nada, en realidad acabo de llegar ahora mismo. ¿Cenamos? —dijo su amiga levantando las bolsas.

—¡Comida casera! ¡Qué rica! —exclamó Nina con sorna.

Paula le hizo un mueca y ambas entraron riendo en el portal. Le encantaba tener a su amiga en casa. Mientras comían el Tom Yum, no paró de hacer bromas para animarla. La sopa estaba tan picante que Nina se pasó con el vino y cuando se dio cuenta estaba un poco bebida.

Terminaron de cenar y Paula insistió en recoger los platos mientras ella encendía la televisión. En cuestión de unos minutos se sentó a su lado y arrebatándole el mando de la mano, buscó entre los canales hasta que encontró algo que le gustaba.

—¿Tomates Verdes Fritos? —preguntó Nina.

—Me encanta, la habré visto un millón de veces. Cada vez que veo la escena del cuento del lago y los patos no puedo evitar llorar como una niña.

—¿Tú llorando? Eso tengo que verlo. —dijo Nina entre risas.

A pesar de que ya había empezado se acurrucaron juntas en el sofá bajo una manta frente al televisor.

Terminaron de ver la película y de paso una caja de clínex. Desperezándose, Nina apagó el televisor dando por finalizada la sesión.

—Podías haber elegido una película un poco más alegre.

—Pensé que te gustaría, sobre todo la parte en la que hacen el marido a la barbacoa. —dijo Paula riendo.

—También me fije en que la protagonista salvaba a su amiga de un marido que es un cabrón y un cerdo machista y termina enrollándose con ella. —replicó Nina mirándola divertida.

—Bueno creí que a lo mejor con unas ideas subliminales...

—Tu hazme unos callos con las asaduras del mamón de mi ex y luego hablamos del sexo. —dijo Nina entre risas.

—Promesas, promesas. Cómo sois las mujeres fatales. Seguramente acabaría en la cárcel y tú riéndote mientras disfrutas el seguro de vida. —bromeó Paula.

Tras lavarse los dientes, se metieron juntas en la cama. Su amiga se comportó y se limitó a abrazarla dándole el calor que tanto había echado de menos la noche anterior. Charlaron un poco más sobre lo que pensaba hacer los días siguientes y no tardaron en quedarse dormidas.

Cuando despertó, Paula ya se había ido le había dejado una nota en la que con sorna le había dado las gracias por una noche mágica y le había dejado café caliente. Desayunó rápidamente y pasó toda la mañana repasando el contrato con los chinos.

Estaba ya terminando, cuando recibió la llamada de Ricardo que le dijo que ya había echado un vistazo al contrato y en general estaba bastante bien. No había grandes problemas, pero tenía un par de ideas para hacerlo más atractivo para los chinos sin que eso supusiese una merma en los posibles beneficios.

Nina le agradeció su interés y le preguntó si había encontrado también el abogado matrimonialista. Ricardo respondió que ya había pedido una cita para ella con la mejor especialista de la ciudad para primera hora de la tarde. Se ofreció a acompañarla, pero Nina le dijo que no era necesario, que ya le había ayudado bastante y no quería complicarle la agenda. Tras quedar en un restaurante del centro para la noche, volvió a darle las gracias y se despidió.

El bufete de Bianca Rossi exudaba lujo y exclusividad por los cuatro costados. Bianca era una mujer delgada, muy alta, de nariz afilada y ojos pequeños y escrutadores. El traje chaqueta que llevaba, a pesar de ser aparentemente sencillo, realzaba una figura evidentemente retocada a base de cirugía.

Tras un firme apretón de manos la abogada le invitó a sentarse y le expuso sus honorarios. Afortunadamente tenía a su padre para respaldarla, porque era realmente cara. Con la cara ardiendo de vergüenza le contó todo con pelos y señales y le enseñó la película que había grabado de Fernando.

Tras escuchar pacientemente, lo primero que le preguntó Bianca era si estaba decidida a seguir adelante. Solo habían pasado cuarenta y ocho horas y podía ser que Nina se arrepintiese cuando lo pensase en frío.

La seriedad con la que dijo el "jamás" convenció a la abogada que no era un calentón de una noche y que su nueva clienta estaba decidida a llegar hasta el final.

Luego llegó la parte más complicada. Pese a lo arriesgado del plan a Bianca no  le costó entender porque no se conformaba con limpiar lo poco que le quedase a su marido y volver a casa de papá. Nina ya había dependido durante demasiado tiempo de los hombres, primero su padre y luego su marido, no quería volver a sentirse así de indefensa.

Poniéndose seria le dijo que tenía posibilidades de conseguir lo que quería, pero no sería fácil. Tras aconsejar a Nina que se bajase una aplicación para grabar cualquier llamada de Fernando que pudiese ser usada como prueba la acompañó a la salida, asegurándole que todo se arreglaría.

Eran casi las cinco, un momento tan bueno como cualquier otro para pasar el peor trago que le quedaba por pasar.

Su padre vivía en un enorme dúplex en pleno centro de la ciudad. El piso de arriba era un amplio estudio dónde pintaba sus cuadros. En aquella casa siempre reinaba la paz y la tranquilidad. Aun recordaba cómo era la casa de las afueras donde se habían criado antes de que sus padres se divorciaran. Era una especie de jaula de locos donde su madre su hermano y ella se dedicaban a hacerle la vida imposible a su padre. Sin embargo él siempre tenía un  momento para atenderles y aprovechaba cuando el resto de la casa dormía para pintar su cuadros.

Nina y él siempre habían mantenido una relación especial. Su padre no era muy expresivo, pero con ella siempre había sido tan cariñoso y paciente  que, cuando sus padres se separaron, ella insistió en quedarse con él hasta que lo consiguió.

Después de que la madre de Nina le dejase se había concentrado en la pintura para olvidar su dolor. Nina no sabía si lo había conseguido, pero su cuenta corriente lo había notado y se había comprado aquel lugar en lo alto de una de las torres más altas de la ciudad, con unas vista espléndidas.

—Hola, cariño ¿Qué te trae por aquí? —dijo sin apartar los ojos de la figura que estaba pintando.

—¡Buf! Podías ventilar un poco esto de vez en cuando. Este lugar apesta a trementina. Deberías dejar que entrase Dina por aquí e hiciese un poco de limpieza.

—Supongo que no has venido a decirme como tengo que mantener mi casa. —dijo sin apartar el pincel del lienzo— ¿Qué ha pasado?

Nina frunció los labios respiró hondo y se lo dijo. Le contó que había dejado a Fernando. Le contó que le había visto engañarla y que probablemente llevaba bastante tiempo haciéndolo. Le contó que había acudido a la mejor abogada de la ciudad para pedir el divorcio, pero no le contó que la empresa de su marido estaba prácticamente en la bancarrota.

Su padre soltó el pincel lo metió en un tarro que tenía lleno de disolvente y tras limpiarse las manos con un trapo viejo la dio un largo abrazo. Al contrario de lo que esperaba no dijo nada, solo se limitó a decirle cuanto lo sentía y la abrazó hasta que Nina dejó de llorar.

El olor a óleo y trementina del estudio y el calor del abrazo de su padre le devolvieron a su infancia y recordó como no había nada que un abrazo de su progenitor no pudiera sanar. Reconfortada se separó y se miraron a los ojos. Observó como las arrugas habían esculpido el rostro de su padre añadiéndole un toque de sabiduría. Por un momento estuvo tentada de contarle sus problemas económicos, pero finalmente decidió no hacerlo por el momento.

—Lo siento mucho, cariño. —repitió— ¿Necesitas algo?

—Solo un poco de dinero para pagar a la abogada. Casi todas las cuentas están a nombre de Fernando o de la empresa. —mintió— Luego, en el juicio le pelaremos como a una banana.

—De acuerdo, no hay problema, te haré un ingreso en tu cuenta mañana mismo.  —dijo acariciándole la cara y llevándola al piso de abajo.

La parte inferior del dúplex estaba mucho más ordenada y limpia. Se notaba la mano de la asistenta que venía tres veces por semana a hacer la limpieza y prepararle algo de comer a su padre. Como cuando era pequeña, lo siguió hasta la cocina donde le hizo un chocolate caliente.

El calor del brebaje asentó su estómago y le proporcionó una agradable sensación. Sentados en la cocina charlaron un rato de las pinturas de su padre, del tiempo y de cualquier cosa que se les ocurrió hasta que se dio cuenta de que si no se iba no le daría tiempo a arreglarse para la cena con Ricardo.

Se despidió de su padre con un abrazo y salió a la calle. El sol casi estaba desapareciendo entre los altos edificios del centro cuando paró un taxi y se dirigió a casa.

Iba con el tiempo justo. Se duchó a toda prisa y tras ponerse unos vaqueros y un jersey de cuello alto se calzó unas botas, cogió el bolso y el abrigo y salió disparada.

A pesar de haber llegado veinte minutos antes de la hora. Ricardo ya estaba esperando en la barra con una copa. Mientras se acercaba sintió como el abogado repasaba su cuerpo con una mirada disimulada. Se saludaron y Nina se sentó a su lado entre halagada e intimidada por las miradas de Ricardo  y pidió una cerveza.

El restaurante era un pequeño mesón de las afueras, con madera por todas partes y una chimenea en la esquina en la que ardía un fuego alegremente. Nunca había estado allí, pero alguna vez alguna amiga lo había mencionado y le había dicho que la cocina era tradicional pero fantástica.

Se sentaron en un pequeño comedor con apenas una docena de mesas, todas ocupadas. Tras echar una ojeada  a la carta convinieron en compartir un chuletón a la piedra. Mientras les servían el vino y esperaban por la carne, Ricardo le resumió el contrato y le dio una nueva versión en la que había hecho dos pequeñas modificaciones, muy similares a las que se le habían ocurrido a ella el día anterior, que hacían que la fiscalidad de la transacción se redujese en cuatro puntos.

—No sé que hubiese hecho sin ti. —dijo Nina tras meter el pendrive con el contrato modificado en el bolso— Espero que no haya supuesto mucho trabajo. Si me haces el favor, pon la factura a nombre de la empresa, pero espera un par de días o tres para mandarla.

—No hay problema, Nina. Solemos facturar a final de mes, así que no te preocupes por eso.

Ella sonrió y se estableció un silencio incómodo que afortunadamente el camarero cortó al llegar con la carne. Ricardo atacó el chuletón con entusiasmo. Ella con el chocolate todavía en su estómago, apenas pudo probar un par de trozos y algo de ensalada.

—No sé si es el hambre que tengo o que realmente está muy buena la carne. —dijo Ricardo tras comer varios trozos de chuletón.

—Es uno de los mejores chuletones que he probado. —asintió Nina.

—¿Y qué tal lo llevas? —dijo Ricardo antes de que se estableciese un nuevo silencio.

—Bueno, a ratos bien y a ratos mal. Es difícil hacerse a la idea de que has estado compartiendo a tu marido con otra durante años sin tener ni idea de lo que pasaba.

—No entiendo cómo Fernando ha podido hacerte eso. Tiene una mujer bella y encantadora y se busca otra con la que pasar el tiempo. Hay hombres que nunca tienen suficiente.

—Gracias, Ricardo, no sabes cómo necesito oír algo así. Eso es lo peor. Llevo dos días preguntándome qué fue lo que hice mal para llegar a esta situación y no consigo encontrar una razón válida.

—No te esfuerces más. Estas cosas son así. A veces no hay ninguna lógica. ¿Qué tal con Bianca?

—Bien, da la impresión que sabe lo que se hace.

—Confía en ella... y en ti. Quizás todo esto sea para mejor. —dijo Ricardo estrechándole la mano brevemente.

Nina sintió una corriente de afecto fluir entre ellos. Sus miradas se cruzaron y esta vez el silencio no fue incómodo, fue un silencio cómplice. Los ojos color avellana del abogado brillaban extraños y atrayentes, pero él, decidido a no aprovechar un momento de debilidad de Nina, apartó la mirada tras decirle que si necesitaba cualquier otra cosa, incluso si no era relacionada con el trabajo,  no dudase en recurrir a él.

El resto de la cena transcurrió en un suspiro. Ricardo desvió la conversación hacia asuntos más banales y cuando  Nina se dio cuenta eran casi las once y media.

A pesar de que Ricardo no quería, Nina insistió en invitarlo y después de darle las gracias le dijo que lo llamaría.

Ya en el taxi, sus pensamientos fluyeron de nuevo hacia el abogado. Estaba claro que el sentía algo hacia ella y que se había cortado por la situación tan complicada que Nina estaba viviendo.  Ella lo encontraba atractivo, pero aun no estaba preparada para confiar en un hombre lo suficiente para dejarle entrar en su vida.

Aquella noche soñó con él. Estaba en su oficina con la falda arremangada en la cintura y él sobre ella sodomizándola mientras Fernando la miraba con desdén. Entonces ella giraba la cabeza y le guiñaba un ojo, antes de girarse hacía Ricardo y besarle sin que el dejase de penetrarla...

Despertó cubierta de sudor y con todo su cuerpo cosquilleando excitado. Al principio no se dio cuenta, pero tras unos segundos entendió el súbito despertar. El móvil estaba sonando. Era Fernando.

—Hola, Nina.

—¿Qué quieres? —dijo Nina sin molestarse en devolver el saludo.

—Se me había olvidado decirte que hoy van a venir los chinos para visitar las instalaciones.

—¿Y vas a enseñarles el taller vacio? —preguntó ella con desdén.

—Claro que no. He llamado a una empresa de trabajo temporal y tendré gente de sobra para que parezca que estamos en plena producción.

—Trilero...

—A propósito. Ya sabes cómo son los chinos. Gente muy tradicional. El caso es que les invité a cenar en casa y creo que deberíamos mantener la ilusión de que estamos casados, al menos, por esta noche.

—Está bien. Haré la cena. Pero espero que no sea una burda excusa.

—¿Hasta qué punto estás decidida a salvar la empresa? —preguntó tras una larga pausa.

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes cómo son los orientales con las mujeres, para ellos solo sois objetos a su servicio. Probablemente tendrás que plantearte en serio si estás decidida a llegar hasta el final.

—¿Qué estás insinuando? —preguntó Nina crispada.

—Pues eso, que si quieres conseguir el contrato, más te vale que te pongas guapa y seas complaciente con el mono amarillo y su esposa. —dijo Fernando— Estaremos ahí sobre las nueve.

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Un saludo y espero que os guste.