Atrapada Nina Capítulo 3

Nina no se rinde y un encuentro fortuito le facilitará la ayuda que necesita.

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—¡Será hijoputa el tío! No me lo puedo creer. Vete tú a saber cuánto tiempo lleva pegándotela.

Nina no había podido contenerse y después del gimnasio le contó todo a Paula mientras tomaban un café.

—Y eso no es lo peor. El muy inútil esta casi arruinado.

—¿Cómo que peor? Eso es perfecto. A ti que más te da. Tú siempre has sido una niña de papá. Lo que tienes que hacer es dejar que se hunda y volver debajo del ala de tu padre a quejarte de lo malo que es tu exmarido.

—No es tan fácil. Tampoco me resulta atractivo volver a casa y que mi padre me vuelva a tratar como si tuviese quince años y encima con una sonrisa en plan "ya te lo dije".

—Bueno, ¿Y qué otra cosa puedes a hacer? —preguntó Paula cogiéndole de la mano.

—Aun no lo sé. Primero quiero averiguar hasta que punto estamos arruinados, cuales son las condiciones del contrato con los chinos y si ese jodido idiota tiene un plan infalible para echarles el lazo.

Paula miró a su amiga y volvió a estrecharle la muñeca con un gesto serio en la cara.

—Ya sabes que estoy ahí para lo que necesites. Un abrazo, un poco de charla, un sicario para acabar con ese hijoputa... Lo que quieras.

—Gracias, eres una amiga. —respondió Nina agradecida— No sé qué haría si no te tuviese a ti para contarte mis problemas.

—Vamos, no pasa nada. —dijo Paula enjugando con suavidad una lágrima que corría por el pómulo de su amiga— Y repito si necesitas algo...

—La verdad es que hay una cosa. Esta noche apenas he podido dormir. Me he sentido muy sola. Cada vez que entró en casa las paredes se me echan encima. ¿Te importaría venir esta noche a cenar y a hacerme un poco de compañía?

—Por supuesto. —respondió Paula intentando inútilmente controlar su emoción.

—Pero no te hagas ilusiones. Cena, una peli y nada más.

—De acuerdo. De acuerdo. Lo entendido. —replicó ella sin ocultar su frustración.

La verdad es que no sabía cómo Paula la aguantaba. Siempre había sido una amiga con la que se podía contar. Escuchaba sus problemas, le daba consejos y cuando estos no tenían una solución fácil, siempre la animaba y la hacía reír. Tras terminar el café, se despidieron y se dirigió al banco.

Normalmente, solo acudía a retirar dinero o a hacer algún encargo de su marido, generalmente cobrar un cheque o alguna cosa parecida, así que cuando llegó al banco se dio cuenta de que no conocía a nadie.

Eligió la primera mesa que vio libre y se sentó. Frente a ella un hombre grueso le miraba apáticamente desde detrás de unas gafas de montura metálica. Tras mostrarle su DNI el hombre la atendió con educación y le mostró las cuentas que tenía con su marido.

En las dos que tenía conjuntas con su marido apenas quedaban tres mil euros y Fernando había liquidado los fondos de inversión y hasta había retirado el dinero de su fondo de pensiones. El hombre puso cara de circunstancias y le dio una copia de todos los documentos. Se levantó tan abrumada que al levantarse de la silla se dirigió a la puerta sin mirar por dónde iba y se dio de bruces con Ricardo.

—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! Nina, ¿Verdad?

Nina levantó los ojos hacía el desconocido con el que había chocado y rápidamente lo recordó. Hacía un par de años en una fiesta que ya había olvidado. Pero él no era tan fácil de olvidar. Con su más de uno noventa, el color café de su piel y su traje hecho a medida había sido la comidilla de todas las presentes.

—En efecto, —respondió Nina halagada porque después de dos años y tras un encuentro fugaz se acordase de su nombre— y tú eras... Ricardo. —dijo al fin sonriendo al recordar que su marido lo había presentado como un abogado de empresa al que había recurrido en alguna ocasión.

El hombre asintió y sonrió. Nina aprovechó el incómodo silencio para echar un vistazo al estupendo traje que llevaba Ricardo y que se ceñía a su cuerpo demostrando que mantenía aquel cuerpo en forma.

—¿Vienes mucho por aquí? —preguntó Ricardo desesperado por decir algo aunque fuese una estupidez.

—La verdad es que no y creo que ese es mi problema.

—Si de veras tienes un problema, puedes contar con mi ayuda. —se apresuró a decir él tendiéndole una tarjeta— No sé si te acuerdas, pero soy especialista en derecho fiscal y empresarial y me encanta sacar de líos a las mujeres hermosas.

—Gracias —dijo ella recogiendo la tarjeta y rozando los dedos del hombre con sus uñas— Lo tendré en cuenta, quizás te llame más pronto de lo que te imaginas.

Ricardo miró su mano, libre de la alianza y pareció querer pedirle algo, pero justo en ese momento sonó el móvil. Nina se disculpó, se despidió de Ricardo apresuradamente y salió del banco para atender la llamada.

—¿Qué? ¿Te lo has pensado mejor? —preguntó Fernando con aire de suficiencia.

—Sí, me lo he pensado mejor. He pensado que eres un jodido hijo de puta. Me has puesto los cuernos, probablemente más de una vez. Eso podía haberlo dejado pasar y podría darte una nueva oportunidad, pero lo que me has dolido es que no hayas compartido conmigo tus problemas y que me haya tenido que enterar de esta manera que estamos arruinados. Tu falta de fe y confianza en mí es lo que más me duele y la razón por la que no quiero que vuelvas a casa.

—Está bien. —dijo Fernando condescendiente— Si es lo que quieres...

—Supongo que eso es lo más parecido a una disculpa que voy a oír salir de tu boca. Voy a ir a comer y luego revisaré la contabilidad de la empresa. Espero que para la tarde tengas todos los papeles preparados.

—De acuerdo te lo tendré todo listo para las cuatro. Además no tendrás que verme. Tengo una reunión con el ayuntamiento para intentar retrasar unos pagos que tengo pendientes.

—¿Has echado ya a esa furcia?

—Aun no. Solo la he dado el día libre.

—Pues hazlo ya. No quiero pagar un solo día más de sueldo a esa fulana. ¿O tengo que hacerlo yo?

—Tranquila se lo diré este fin de semana.

—Eso espero. —dijo Nina colgando sin despedirse siquiera.

Le llevaban los demonios. Mientras más hablaba con Fernando más se convencía de que su marido creía que era tonta. Caminando a paso ligero llegó a casa y comió algo sin apenas ganas.

Aun era temprano así que se sentó a ver un rato la tele. Se quedó dormida. Cuando se despertó tenía un extraño sabor en la boca y la sensación de que había estado soñando que pagaba las deudas de su marido con su cuerpo.

Desperezándose miró el reloj. Se lavó los dientes y salió de casa. El mismo guardia de seguridad que le había saludado el día anterior le franqueó el paso un poco indeciso, sin saber si sonreír o no ante la actitud poco amistosa de su jefa.

Tras saludarle con un escueto buenas tardes, se adentró en la nave. La ausencia de todo movimiento le provocó un escalofrío y deseó haberle pedido al guarda que la acompañara. El que no hubiese nadie corriendo por los pasillos o manipulando mercancía le daba un aire fantasmal a la factoría.

Apresuró el paso y subió a la oficina. Estaba tan desierta como el resto del edificio, pero al ser un entorno más pequeño y tener cerrada la puerta a sus espaldas, se sintió más segura. Dejando el bolso en una de las sillas, cogió su portátil y mientras lo arrancaba, comenzó echando un vistazo a la contabilidad de los últimos dos años.

Al menos Fernando parecía haber sido sincero con eso y le había dado todo lo que tenía, Nina suponía que había obedecido, porque daba por hecho que a ella todo aquello le sonaba a chino, pero lo entendió rápidamente.

Tras media hora de lectura le quedó claro porque le iba tan mal a su marido. Podía ser un hacha vendiendo herramientas. De hecho había seguido manufacturando y vendiendo material hasta hacía muy poco, pero no tenía ni idea de llevar un negocio y su pelirroja tan imprescindible era aun peor.

Las facturas se amontonaban sin orden ni concierto, había un montón de ellas impagadas de las que ni siquiera había constancia de que se hubiesen mandado a los clientes y no había partidas para provisión de gastos o renovar el material. Simplemente cuando se necesitaba algo se compraba y se guardaba la factura junto con el resto.

Siguió examinado las siguientes dos horas, interrumpiendo el trabajo solamente para llamar a Paula y decirle que llegaría a casa sobre las nueve de la noche. Ella respondió que allí estaría y que se encargaría de la cena.

Cuando terminó con la contabilidad llegó a la conclusión de que el negocio se había mantenido a flote sin problemas hasta que llegó la crisis y luego había ido desangrándose poco a poco, víctima de la incompetencia de su marido y de los malos tiempos.

Se levantó unos instantes y dio un par de vueltas a la mesa preocupada. Estaba claro que iba a necesitar un milagro para reflotar aquel barco en llamas y lo único que tenía era la propuesta de los chinos.

Fernando le había dejado la propuesta apartada cuidadosamente del resto de los papeles y le puso un pósit pidiéndole que procurase no desordenarlo. Bufando indignada, cogió el taco y comenzó a leerlo. Al parecer era un contrato tan jugoso como su marido le había prometido. Las condiciones eran bastante ventajosas, aunque había ciertos puntos que quizás podían mejorarse y tenía un par de ideas para hacer la oferta más atractiva, pero no se sentía tan segura como para sugerírselo antes de haberlo consultado con alguien. En ese momento se acordó de Ricardo y sacó su tarjeta del bolso.

—Hola, Ricardo, soy Nina.

—¡Qué sorpresa! —exclamó el hombre sonando bastante complacido.

—Ya te dije que quizás te llamase más pronto de lo que te imaginabas. —dijo ella sonriendo.

—¿Y qué puedo hacer por ti?

—Verás, es un tema un poco delicado.

—Puedes confiar en mí, desde este momento estas amparada por el secreto entre abogado y cliente.

—¿Has tenido alguna relación profesional con mi marido últimamente?

—La verdad es que hace más de cuatro años que no tengo contacto con él.

—Estupendo, porque necesito dos favores y no quiero que le cuentes nada a él.

—Dispara. —dijo Ricardo.

—Lo primero necesito que me recomiendes alguien experto en divorcios. El mejor si es posible y luego te voy a enviar un contrato. Quiero que le eches un vistazo y mañana hablamos.

—Vaya, siento lo del divorcio. No sabía... —dijo él a pesar de que Nina había visto como el abogado se había fijado en la falta de su alianza cuando le ofreció su tarjeta.

—Yo tampoco sabía nada... hasta ayer. En fin, así es la vida. —dijo ella para zanjar el asunto— En cuanto a lo del contrato, ¿Podrás ayudarme?

—Tengo el día un poco liado, pero quizás pueda atenderte al final de la jornada. ¿Te parece si mañana quedamos para cenar y me cuentas qué es lo que quieres? —se apresuró a decir el abogado.

—De acuerdo. —respondió Nina sintiendo un leve escalofrío.

Tras despedirse conectó la impresora a su portátil, escaneó la propuesta de contrato y la envió por mail a Ricardo. Cuando terminó miró el reloj, eran casi las ocho y medía. Tendría que darse prisa si no quería hacer esperar a su amiga. Cogió el bolso y el ordenador y salió de la oficina.

La nave estaba en penumbra y la ausencia de ruidos volvió a producirle aquella sensación de miedo y agobio que había sentido al llegar, aumentada si cabe por la oscuridad. Se apresuró por uno de los pasillos laterales, el que más cercano estaba a la salida.

Un ruido metálico, unos pocos metros más adelante la sobresaltó. Se quedó quieta, casi sin atreverse a respirar. Tras unos instantes sin escuchar nada, echó de nuevo a andar un poco más deprisa, deseando no haber calzado aquellos sonoros tacones.

Por fin tenía la puerta a la vista cuando una sombra a su izquierda salió de repente de la oscuridad...

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Un saludo y espero que os guste.