Atrapada Nina Capítulo 2
Tras unos segundos Fer la obligó a erguirse y le dio un largo beso. Sin deshacerlo, la joven se apresuró a desabotonarse la blusa y bajarse la escueta minifalda...
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Apoyado en la mesa, su marido estaba de pie, con los pantalones bajados hasta los tobillos, mientras Cristina, su secretaria, le comía la polla. No podía creérselo y precisamente con Cristina, una chica de apenas veinte años, pelirroja y esmirriada. Las lágrimas corrieron por sus mejillas y estuvo a punto de salir corriendo, pero se contuvo y levantando el móvil, se obligó a grabar la escena.
Intentó no mirar, pero no podía evitarlo. La joven se metía la polla de su marido entera, hasta el fondo de la garganta mientras él agarraba los rizos color fuego y le retenía la cabeza hasta que Cristina no podía más y se separaba con un fuerte chupetón para poder respirar.
Tras unos segundos Fer la obligó a erguirse y le dio un largo beso. Sin deshacerlo, la joven se apresuró a desabotonarse la blusa y bajarse la escueta minifalda, mostrando unos muslos delgados y lechosos. Su marido la levantó y la colocó sobre la mesa, pegándose a su cuerpo de forma que su miembro erecto descansaba sobre el tanga de la secretaria.
La besó de nuevo y metió dos de sus dedos en la boca a la vez que le soltaba el sujetador. la joven los chupó obediente, dejando que Fer la explorase hasta provocarle arcadas.
Con la mano libre le apartó el tanga descubriendo el mechón de pelo rojo como el fuego que cubría su pubis. Fer lo miró con ojos avariciosos y le introdujo los dedos cubiertos de saliva en su sexo. La chica pegó un gritito y se estremeció de arriba abajo.
Fernando, sonriendo, comenzó a masturbarla con violencia, separando el culo de la joven de la superficie de la mesa con cada embestida, mientras ella gemía y se agarraba al brazo de su jefe. Con un último empujón aprovechó para agarrar el tanga de la joven y arrancárselo de un tirón.
Ella protestó, pero enseguida Fernando la silenció metiéndole la polla de un solo golpe. Cristina poco pudo hacer más que agarrarse al culo de su jefe mientras este la follaba con golpes duros y apresurados.
Pronto, los gemidos de la chica se convirtieron en gritos de placer y suplicas para que le diese más fuerte.
La secretaria no tardó en correrse. Fer levantó en el aire el menudo cuerpo, aun estremecido y siguió follándola con fuerza, levantándola en el aire como a una pluma y dejándola caer sobre su polla. La joven se agarró a su cuello, le besó la mandíbula y le lamió los lóbulos de las orejas mientras recibía el miembro de su jefe.
Con un movimiento rápido descabalgó a la joven y la puso de cara a la pared. Llorando en silenció observó como su marido se ensalivaba el miembro y lo hundía profundamente en el culo de la pequeña pelirroja. La joven se estremeció y pegó un grito, pero separó las piernas obediente.
Cogiendo la abundante melena de la chica, Fer la sodomizó mientras con la mano libre sobaba el cuerpo de la joven, rígido por la incomodidad de la postura y de aquel miembro candente que la horadaba. Como si estuviese protagonizando una película porno, le arreó una larga serie de salvajes empujones, haciendo que los pies de la joven se separasen del suelo para terminar obligándola a arrodillarse y meterle la polla en la boca justo antes de apartarse y regar su rostro con el contenido de sus testículos.
Incapaz de aguantar un segundo más, Nina se apartó de la puerta y cogiendo la cesta salió de la oficina con la cara empapada en lágrimas.
Una vez fuera de la oficina, se limpió la cara apresuradamente y salió de la desierta nave como una flecha, sin saludar siquiera al sorprendido guarda de seguridad.
Condujo sin rumbo fijo, temblando como una hoja y con las lágrimas corriendo de nuevo por sus mejillas, hasta que en un paso de cebra estuvo a punto de atropellar a un par de chicos.
Asustada, aparcó unos cincuentas metros más adelante, justo delante de una cafetería. Sin pensarlo, se limpió la cara lo mejor que pudo, entró en el establecimiento y pidió un Whisky con hielo. El camarero, un tipo barrigudo que aparentaba unos cincuenta años, puso mala cara, pero se lo sirvió sin decir nada. Tras el segundo trago, se sintió un poco más tranquila y cuando terminó la copa pidió un café, se sentó una de las mesas del fondo del local y pasó el siguiente par de horas pensando qué demonios iba a hacer.
Ahora se explicaba muchas cosas, la llegada a horas intempestivas, las escasas ganas de sexo que tenía con ella... Seguramente le diría que era la primera vez, pero se notaba por la actitud de ambos que aquello ocurría desde hacía bastante tiempo. El intenso amor y preocupación que había sentido por su marido esa mañana se había convertido en asco y odio. No se imaginaba compartir ni un día más el mismo techo con aquel cabrón mentiroso.
En cuanto llegó a casa, cogió la maleta grande del trastero, la llenó cuidadosamente con la ropa y los efectos personales de su marido y la dejó al lado de la puerta.
A continuación, controlando los nervios a duras penas, descargó la película que había grabado en el ordenador, la pasó a un pendrive y lo conectó al televisor.
No sabía si habían sido los nervios o el Whisky, pero tenía el estómago revuelto. A pesar de todo, se obligó a comer un poco de ensalada y a continuación se sentó en el sofá a leer un poco mientras esperaba la llegada de su marido.
Después de intentar leer varias veces la misma hoja sin ningún éxito, dejó el libro a un lado con un gesto de frustración y puso la televisión, alerta a cualquier ruido proveniente del rellano.
Estaba ya a punto de quedarse dormida cuando se oyó el ruido del ascensor. Poco después, unos pasos se acercaron y pudo distinguir la llave de su marido entrando en la cerradura.
—¿Te vas de viaje? —preguntó Fer sorprendido.
—No, eres tú el que se va de casa. —respondió Nina cruzando los brazos sobre el pecho.
—¿Qué significa esto?
—Sé que me estás engañando con alguien. ¿Cuánto tiempo hace que me estás poniendo los cuernos?
—¿Qué dices? Estás loca Nina. —dijo Fer pasando ante ella y dirigiéndose al salón para dejar el maletín— Déjate de tonterías y hazme algo de cena.
Por toda respuesta Nina le dio al mando de la tele donde su marido pudo verse follando con la secretaria.
—¿Qué cojones? ¿Ahora te dedicas a espiarme? —preguntó su marido realmente enfadado.
—Claro que no. No sospechaba nada, maldito cabrón. Pero este mediodía me acerqué a tu oficina para darte una sorpresa y la que se llevó un sorpresón fui yo.
—Cristina no significa nada, solo fue un calentón momentáneo. —intentó defenderse Fernando.
—Un calentón que se ha repetido unos cuantos cientos de veces. No soy tonta, puedo distinguir cuando dos personas se acuestan con regularidad. Quiero que te vayas de esta casa y no vuelvas. Pienso pedir el divorcio y quedarme con todo, cabrón.
—Suerte, querida. Te agradezco que te quedes con la mitad de mis deudas.
—¿Qué coños estás diciendo? —preguntó Nina sobresaltada.
—Lo que oyes, estamos virtualmente arruinados. Si estuviste hoy en la nave te darías cuenta de que no había nadie trabajando.
—Sí, pero creí que estaba todo el mundo comiendo.
—Sí, en su casa. Hace quince días que tuve que hacer un ERE. Solo queda el vigilante y Cristina.
—¿Por qué no me dijiste nada?
—¿Para qué? ¿Para qué intentaras interceder ante tu padre para que me diese algo que me pudiera mantener a flote? No, gracias. Cualquier cosa antes de ver la sonrisa condescendiente de tu padre al firmar el cheque. Prefiero arruinarme. Además, con lo de los chinos no te mentí. Si logro cerrar el trato volveré a contratar a buena parte de la plantilla y todo arreglado.
—No lo entiendo. Yo sigo con mis clases, voy de compras, tú compraste el Mercedes hace mes y medio...
—Todo a crédito. No tenemos dónde caernos muertos. Tendrás que aguantarme aquí. —dijo Fernando con una sonrisa maliciosa.
—Eso ni se te ocurra. Vete a dormir con tu putita y mañana me presentaré en la oficina para que me enseñes los libros de contabilidad y me hables de ese trato con los chinos, si no...
—¿Si no, qué? —replicó su marido desafiante.
—Si no le mandaré este video a todos tus amigos, los vecinos, a tus padres y a los míos y prepárate, porque aun no sabes lo jodidamente cabrón que puede llegar a ser mi padre.
Fernando acusó el golpe y tragó saliva. No sabía si su mujer se atrevería a cumplir su promesa, pero estaba seguro de que si su suegro llegaba a enterarse no habría piedra debajo de la cual pudiera esconderse.
—Está bien. —dijo Fer con un gesto que trataba de ser magnánimo— Me iré un par de días hasta que se te pase la tontería y mañana puedes pasarte por la oficina. No sé qué esperas encontrar si no entiendes nada de mis negocios.
—Muchas gracias. —dijo Nina con retintín— ¡Ah! y otra cosa. Quiero a esa puta fuera del despacho inmediatamente. Haz lo que quieras, fóllatela hasta que se disuelva, me da igual, pero no quiero volver a ver su jeto de fulana delante.
Fernando la miró con furia, pero no dijo nada, sabía que le tenía cogido por las pelotas. Intentó salvar a Cristina aduciendo que era insustituible, que conocía la empresa casi tan bien como él, pero no coló, así que se encogió de hombros, recogió el maletín y se dirigió a la puerta.
Al verle marchar encogido y derrotado, Nina sintió un pinchazo de remordimiento y estuvo a punto de detenerle, pero el grito de Cristina cuando Fernando le hincaba la polla en el culo, proveniente del televisor, le devolvió a la jodida realidad y borró de su mente cualquier rasgo de misericordia.
Cerró la puerta y soltó un largo suspiro. De repente se dio cuenta de que estaba sola. El vértigo la dominó durante unos instantes y apoyada contra la puerta se dejó caer poco a poco hasta quedarse sentada en el suelo, sobre sus pies. Levantó la mano izquierda y miró su alianza recordando el día en que Fer se le había puesto por primera vez. Nunca había vuelto a quitársela. La joya refulgió con un destello dorado que se le antojó maligno. Intentó quitársela, pero se resistía. Se metió el dedo en la boca y de un fuerte tirón logró quitárselo. Leyó con un toque de ironía la inscripción; Fernando y Nina, juntos, para siempre. Con un grito lo lanzó al otro extremo de la habitación, la joya repiqueteo al golpear contra el suelo y despareció debajo de un armario. Respiró hondo, intentó controlarse, pero no podía; con todo el cuerpo temblando, comenzó a sollozar.
Con las pocas fuerzas que le quedaban se levantó y tambaleándose como un borracho llegó a la cama donde lloró hasta que se quedó dormida.
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Un saludo y espero que os guste.