Atrapada Nina Capítulo 18 y 19
El día, a pesar de ser fresco, era luminoso y no corría apenas aire así que decidió dar un largo paseo hasta su casa. Cuando llegó se puso cómoda en el sofá, dispuesta a leer un poco y encendió el móvil sin pensar. La llamada no tardó más de cinco minutos.
18
Por primera vez en mucho tiempo durmió de un tirón y totalmente relajada, sin sueños ni pesadillas, así que cuando se levantó y vio todas las llamadas perdidas optó por apagar el móvil, no quería amargarse el día, al menos no tan pronto.
Tras la fiesta de la noche anterior había decidido dar del día libre a todo el mundo y ella aprovechó para hacerse un homenaje. La semana anterior había quedado con Paula para visitar uno de los spa más exclusivos de la ciudad y cuando entró por la puerta su amiga ya estaba esperando como siempre.
—Veo que lo tuyo con la puntualidad es un amor no correspondido, —dijo su amiga dejando la revista con la que estaba pasando el rato.
—Lo siento, —se excusó— pero anoche tuvimos la fiesta de empresa, esa a la que decidiste no acudir porque no se qué chochito te estaba esperando y me dormí un poco.
Paula estuvo a punto de asentir con un movimiento de cabeza, pero de repente pareció caer en algo y observó a Nina de arriba abajo.
—Un momento, te conozco. Esa manera de andar. Esa media sonrisa. ¡Serás furcia! ¿A quién te follaste a noche?
—¡Chisst! No grites por favor. —dijo Nina sin negarlo.
—Vamos tienes que contarme todos los cochinos detalles. Si no, dejamos de ser amigas...
A pesar de su intentos por ser lo más imprecisa posible al final se vio obligada a contarle lo ocurrido hasta el más nimio detalle mientras habrían sus poros en la sauna. Paula la felicitó aunque también se hartó de llamarla puta y asaltacunas con aquel tono tan frívolo que debía de volver locas a sus amantes.
Al fin tuvieron que separarse y mientras Paula se daba un masaje corporal total, ella se hacía un peeling completo y un masaje con chocolate y pudo estar por fin a solas. Se levantó de la camilla con las piernas de goma y se reunió con su amiga de nuevo para tomar un almuerzo detoxificante en el restaurante del Spa y esta vez fue Nina la que hizo las preguntas a Paula sobre su novia.
Tras la comida tomaron un café en un restaurante cercano y Paula se marchó apresuradamente porque había quedado con su amiga. Prometiendo a Nina que la próxima vez que se vieran se traería a su novia para que la conociera se despidió.
El día, a pesar de ser fresco, era luminoso y no corría apenas aire así que decidió dar un largo paseo hasta su casa. Cuando llegó se puso cómoda en el sofá, dispuesta a leer un poco y encendió el móvil sin pensar.
La llamada no tardó más de cinco minutos.
Vio el número oculto, y estuvo tentada de no cogerlo. Estaba de demasiado buen humor para chorradas, pero sabía que si no contestaba el tipo seguiría insistiendo así que dispuesta a dejar que el tipo jadease un poco y la dejase en paz el resto del día descolgó el teléfono.
—¿Ves lo que he tenido que hacer, zorra? —dijo aquel hijoputa con voz nerviosa— Y todo por tu culpa, por bajarte las bragas ante cualquier polla que te encuentras.
Un escalofrío recorrió la espalda. No quería creerlo, pero antes de que el desconocido se lo dijera ya sabía lo que había ocurrido y no quería oírlo, pero se sentía incapaz de colgar el teléfono.
—Sí, por tu culpa he tenido que matarlo. —dijo el hombre tras una larga pausa— Eres una puta despreciable. ¿Te has acostado con él solo para irritarme? Pues lo has conseguido, pero te aseguro que ese pichafloja no va a volver a comerte el chocho. Me encargado personalmente... Le he cortado la lengua y la polla. Tienes que entender que eres mía y solo mía. Si intentas follarte a alguien más, aunque sea esa amiga tortillera que tienes, lo mataré, de una manera lenta y dolorosa...
Finalmente logró salir de su inmovilidad y colgó a la vez que revisaba las noticias de los principales periódicos en internet sin encontrar ninguna mención a ningún hombre asesinado. Por un momento se le pasó por la cabeza que todo aquello era una broma pesada y mirando en su agenda llamó al número personal de Dani, esperando que cogiese el teléfono. Dos, tres, cuatro... siete tonos y saltó el contestador. Colgó y siguió intentándolo, cada vez más nerviosa cada vez que lo intentaba, hasta que se convenció de que tenía que hacer algo y cogiendo la tarjeta que le había dado la teniente Rodríguez la llamó.
—Hola, Mía siento llamarte a estas horas, probablemente no estés de servicio, pero estoy muy preocupada por un amigo.
—Para eso te di mi número personal. —dijo ella sin un atisbo de reproche— ¿Qué es lo que pasa?
—El caso es que ayer tuvimos una fiesta en el trabajo y me dejé llevar y... bueno... hice el amor con Dani. Esta tarde me ha llamado el acosador para decirme que lo había matado. —dijo sin poder contener el llanto— He estado intentando contactar con él toda la tarde y no lo he conseguido. —continuó con la voz entrecortada por los sollozos— Creo que ese hombre le ha hecho... cosas horribles. ¡Creo que lo ha matado! ¡Y ha sido todo por mi culpa!
—En primer lugar, todavía no sabemos nada. —dijo la teniente tratando de calmarla— Quizás tu amigo esté de resaca, haya silenciado el móvil y no se dé cuenta de que la estas llamando o haya salido y se lo haya dejado en casa y en segundo lugar aunque sea cierto y ese pirado haya cumplido sus amenazas, tú no eres la culpable. Eso es lo que él quiere que sientas. ¡Ni se te ocurra pensarlo! Ahora dame los datos de tu amigo y dime donde vive. Mandaré una patrulla para asegurarnos de que está bien y cuando sepa algo te llamaré. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. —dijo ella cogiendo un clínex para enjugar las lágrimas que corrían por sus mejillas. Estaba harta. Parecía que se pasaba todo el día llorando.
—Ahora tranquila y déjanos hacer nuestro trabajo, en cuanto pueda te cuento.
Aquellas horas fueron las peores de su vida. Sentada frente al televisor sin ver nada y con las palabras de aquel cerdo rebotando en su cabeza. A cada minuto que pasaba estaba más convencida de que la llamada del hombre no había sido un farol. Finalmente, cerca de las diez de la noche Mía llamó a su puerta. Con su gesto la policía lo decía todo. Nina se derrumbó. La culpabilidad era como una losa que la aplastaba. Mía la cogió para evitar que cayese al suelo y la abrazó hasta que consiguió calmarse un poco.
Sorbiendo los mocos invitó a pasar a la cocina y le ofreció un café. La teniente la obligó a sentarse y fue ella la que preparó un par de tilas y las sirvió. Solo cuando las dos estuvieron sentadas frente a sus infusiones comenzó a hablar.
—Lo siento, Nina. Hemos encontrado a Dani muerto. No he podido llegar antes porque el comisario me ha pasado la investigación ya que el vinculo con tu caso es claro. En estos momentos estamos procesando la escena del crimen, pero puedo decirte que apenas sufrió, murió casi de inmediato.
—Aunque te agradezco el intento, no hace falta que mientas, Mía. Sé que ese hijoputa le cortó la lengua y los genitales. Quiero la verdad.
La policía pillada en falta se encogió de hombros, como diciendo que solo intentaba no causar más daño y continuó:
—Está bien, ese hombre perdió el control totalmente, lo acuchilló varias veces en el torso y como tú dices también le cortó la lengua y los genitales. Lo bueno si es que hay algo bueno en todo esto es que es muy probable que haya dejado una pista. La escena es dantesca. El asesino perdió totalmente el control y en esas puede haber cometido algún error. Además creemos que no se molestó en lavarse. Alguien ha tenido que ver algo.
A pesar de que ya lo sabía no pudo reprimir de nuevo el llanto. Con manos temblorosas cogió la infusión y le dio un largo trago. El líquido ardiente pasó por su garganta ahogando el grito de horror y frustración que pugnaba por salir desde lo más hondo de su alma.
Mía esperó pacientemente a que se calmara y le apretó la mano en señal de afecto.
—Siento mucho todo esto, pero necesito hacerte unas preguntas, aunque si crees que aun no te sientes con fuerzas podemos dejarlo para mañana...
—No —la interrumpió Nina un poco recuperada— Cuanto antes mejor.
—Está bien. Cuéntame exactamente todo lo que pasó anoche.
Nina asintió con un gesto y con voz ausente contó todo lo que recordó de la fiesta con toda la exactitud que pudo.
—Yo creí que él... no se enteraría. ¿Cómo pudo saberlo?
—Lo único que se me ocurre es que estuvo presente en la fiesta. —respondió la teniente apuntando algo en su libreta— ¿Vio algún extraño en la fiesta?
—La verdad es que aun no conozco a todo el mundo y había bastante gente, pero juraría que todas las caras me sonaban.
—Eso ayuda. Restringe mucho el número de sospechosos. ¿Hay alguien que haya mostrado especial interés por ti últimamente?
—La verdad es que no me doy cuenta. Bueno quizás el guardia de seguridad... pero no le veo como a un asesino. A parte de él no se me ocurre nadie en especial, ya me entiendes.
—Ya veo. No es mucho. Hablaré con todos los asistentes a la fiesta, espero que no sea mucha molestia.
—No te preocupes. El lunes daré la noticia y si te viene bien pararé la cadena hasta que hayas terminado de interrogarles.
—¿Cómo era Dani? ¿Tenía algún enemigo?
—No creo. Felipe, el delegado sindical también es el jefe de línea, justo por debajo de él, pero en algunos aspectos tenía más conocimientos prácticos y a veces chocaban. Dani era más joven e intentaba hacer cosas nuevas que a veces Felipe no parecía aprobar, así que acudía a mí para que le apoyase. De eso a querer matarle me parece un poco exagerado.
—De todas maneras el sentirse desplazado puede ser un móvil para el asesinato. De momento es pronto para descartarlo. —dijo ella subrayando algo en la libreta— Por último, ¿Grabaste la llamada en esta ocasión?
—Sí —dijo Nina sacando el móvil del bolsillo y buscando el archivo.
—No hace falta que lo reproduzcas, basta con que me lo envíes al teléfono por Bluetooth.
Nina lo agradeció con una sonrisa y siguió las instrucciones de la policía para enviarle el archivo. Cuando terminó apuraron sus bebidas en silencio y Mía siguió hablando con ella intentando convencerla inútilmente de que el único culpable era aquel degenerado.
Tras un rato y al ver que Nina estaba un poco más tranquila, Mía se despidió aduciendo que le esperaba una larga noche. La recomendó que llamase a alguien, que no debía pasar la noche sola, pero Nina la despidió diciendo que ya estaba un poco mejor y que prefería estar sola.
Cuando finalmente cerró la puerta, Nina se desnudó y haciéndose un ovillo se acostó en la cama. No volvió a levantarse en todo el fin de semana.
19
El Lunes por la mañana hizo de tripas corazón y se levantó de la cama. Sin ganas de comer nada se obligó a desayunar una tostada y un zumo de granada y salió a la calle. El día no contribuyó a mejorar su estado de ánimo. Hacía un frío horroroso y una fina cortina de aguanieve lo empapaba todo.
Como había planeado llegó a la nave la primera y cuando llegaron los operarios, por sus caras supo que se habían enterado de la noticia. En cuanto estuvieron todos les contó lo que sabía sobre la investigación que no era mucho más que lo que ellos ya sabían y les dijo que la policía llegaría aquella mañana para interrogar a todos los presentes en la fiesta. La conversación se prolongó unos minutos. Todos hacían conjeturas sobre lo que había pasado, pero por lo que pudo ver nadie se había percatado de cómo había desaparecido con Dani en la fiesta.
Poco a poco la reunión se fue disolviendo y todos volvieron a su puestos de trabajo. Mía no tardó en llegar con un compañero y los llevó a la sala de conferencias. Los del catering habían ido el sábado por la mañana y lo habían recogido todo. La mesa volvía a lucir impecable en el centro de la estancia y las sillas volvían a estar en su sitio a ambos lados. Tras llevarles unos cafés se fue a la oficina y dejó que Felipe fuese el que organizase el desfile de los trabajadores por la sala de reuniones.
La mañana transcurrió lentamente y a pesar de que lo intentó no podía concentrarse en nada, solo veía a Dani desnudo sobre el sofá. Todo parecía irreal hacía tres días estaba allí sentado acariciando su cuerpo y retorciéndose de placer bajo ella y ahora estaba... muerto.
Hundida salió de la oficina y se paseó por la planta, todos los operarios la miraban con tristeza cuando pasaba a su lado. A pesar de que no sabían lo que había pasado en la fiesta, eran conscientes de lo que estaba haciendo por modernizar la empresa. Y sabían que Nina tenía mucha fe puesta en aquel chico.
Para la hora de comer los policías habían terminado el interrogatorio. Nina los acompañó a la salida.
—¿Cómo va la investigación? —les preguntó Nina sin muchas esperanzas.
—La verdad es que de momento estamos empezando. —respondió Mía— Hemos recogido alguna prueba prometedora, aun la están procesando. Por el informe preliminar del forense sabemos que lo mataron entre las seis y las ocho de la mañana. Eso nos ha ayudado a eliminar a buena parte de los presentes en la fiesta. Al parecer un grupo de ellos continuó la fiesta por su cuenta hasta casi las once.
—¿Y el guarda?
—Tiene coartada y no. Al parecer vive en casa de su madre. Dice que estuvo allí desde que salió de la fiesta a eso de las cuatro de la mañana. El problema es que la señora tiene noventa y cuatro años y hace diez que está en una silla de ruedas paralizada de cintura para abajo. Me imagino que si quisiese, ese hombre podría escaquearse un par de horas mientras ella dormía.
—Sí y además tiene la dirección de todos los trabajadores para poder avisarlos en caso de emergencia —apuntó Nina.
—¿Quién más tiene esa lista? —preguntó el compañero de Mía interesado.
—Yo, obviamente. Lorna, mi secretaria y Felipe, como delegado sindical también la tiene.
—Entiendo. —dijo Mía dejando que su compañero fuese el que tomase nota.
Tras pedirles que la tuviesen informada se despidió de ellos y los observó abandonar el aparcamiento en el coche camuflado, deseando con todas sus fuerzas que encontrasen al asesino.
Sin ánimo para seguir trabajando cerró su despacho, dejando a Felipe al mando y diciéndole que cerrase a las cuatro para que todos pudiesen celebrar la Nochebuena.
De repente se dio cuenta de que tenía que visitar a su padre y no tenía ninguna gana. De todas maneras solo se tenían el uno al otro y no podía faltar. Haciendo de tripas corazón le llamó y le dijo que estaría allí a eso de las siete de la tarde para preparar la cena.
No tenía demasiado tiempo, así que comió un sándwich vegetal en el mismo centro comercial donde compró los ingredientes para la cena. Nada complicado, un poco de marisco y pato, que era una especie de tradición. Desde que tenía uso de razón celebraban la noche buena con pato asado.
Cuando llegó su padre estaba como siempre, arriba, pintando. Para él no habían domingos ni festivos. Respiraba y vivía para pintar.
Tras saludarle y darle un abrazo que dejó una mancha azul en su blusa, le dejó en el estudio y bajó a hacer la comida. Dina había dejado la cocina impecable, como siempre y no pudo evitar un poco de remordimiento al revolver entre las cazuelas y mancharlo todo.
Las dos tres horas siguientes las pasó haciendo la comida y preparando la mesa. Concentrada, al menos durante ese tiempo logró olvidarse de la nube de dolor que la envolvía, pero en cuanto se sentaron a la mesa, el dolor volvió. No podía dejar de pensar en cómo pasarían las navidades la familia de Dani.
El chico no tenía mujer ni hijos, pero tenía una hermana y sus dos padres aun vivían. No se le ocurría nada peor para una madre que sobrevivir a su hijo. Cuando su padre se sentó frente a ella a la cena no pudo evitar pensar en que ocurriría a su padre si ella desaparecía de su vida. Probablemente se volviese loco.
—Estás muy callada esta noche. —dijo su padre que no se le escapaba nada.
—Es el trabajo.
—¿No van bien los negocios? —preguntó intentando parecer interesado a pesar de que todo lo que significase dinero le aburría.
—No, no es eso. Es solo que uno de los empleados, uno de los más jóvenes ha muerto asesinado. —dijo ella intentando mantener la compostura.
Su padre levantó la cabeza del plato y la miró mientras se mesaba el bigote. No dijo nada, la conocía demasiado como para saber que unas pocas palabras no servirían para confortarla.
—Cada vez que pienso en cómo estará pasando estas navidades su familia se me encoge el corazón. —dijo Nina ocultando a su padre lo culpable que se sentía.
Su padre asintió y le estrechó la mano. Aquel simple gesto hizo que se sintiese un poco confortada. Finalmente el pato asado y los recuerdos asociados a él lograron que se olvidara un poco de todos sus problemas y disfrutó del resto de la cena. Cuando terminaron su padre le sugirió que durmiese en su casa, pero tenía demasiado miedo de despertarle con una de sus pesadillas así que se despidió. Su padre le felicitó la navidad y le dijo que se cuidase con un énfasis especial. Era evidente que sabía que le ocultaba algo.
Ya en casa abrió una botella de vino y se puso a ver los absurdos programas navideños hasta que se quedó dormida.
Ni siquiera el día de navidad dejó de recibir puntual la llamada de su acosador. A pesar de que no hizo más que llamar un par de veces sin decir nada, eso bastó para ponerla de los nervios, así que cuando la llamó Ricardo no estaba de humor adecuado para tener un charla con él.
—Hola, Nina. —saludó él— La verdad es que tenía pensado llamarte para felicitarte las fiestas, pero me he enterado de lo de tu empleado. Lo siento mucho. Debe de ser horrible.
—Gracias, —respondió Nina— La verdad es que estas no están siendo las navidades más felices de mi vida.
—Solo quiero que sepas que si necesitas hablar con alguien estoy aquí, para lo que necesites.
—Gracias, pero ahora mismo solo necesito estar sola. —dijo ella intentando no pensar en lo mucho que necesitaba sus abrazos.
—Nina, sé que no es el momento, pero quería saber si he hecho algo mal.
—Tienes razón, no es el momento. —replicó ella cortante— Ahora, lo que necesito de ti es que lleves mis asuntos, si no quieres hacerlo, contrataré a otra persona.
—A eso me refiero. Sé que te gusto y que sientes algo por mí, pero no sé por qué te obstinas en apartarme. Es porque piensas que soy como tu marido, ¿Es eso? —preguntó él un poco irritado.
—Lo siento, pero ahora no puedo hablar de esto... No ahora...
Sintió las lágrimas pugnando por salir y no quería que él lo notase así que se limitó a cortar la comunicación. Se sentía tan sola que no podía más. Por si fuera poco aquella misma noche Felipe la llamó para avisarla de que ya les habían entregado el cuerpo de Dani a sus padres y lo enterrarían al día siguiente. Tras darle las gracias y encargarle de que avisara al resto de los trabajadores que el día siguiente la fábrica permanecería cerrada para todo el que quisiese acompañase a la familia en aquel mal trago, apagó el teléfono y se metió en la cama.
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Un saludo y espero que os guste.