Atrapada Nina Capítulo 14

Miró a su alrededor. La casa estaba hecha un desastre. Ella estaba hecha un desastre...

14

A medida que el día fue pasando, empezó a sentirse un poco más tranquila. El trabajo la mantuvo ocupada y la ausencia de más llamadas hizo que poco a poco fuese olvidando el incidente hasta el punto de que a eso de media tarde se sintió con fuerzas para hablar de nuevo con Ricardo.

El abogado cogió el teléfono al segundo timbrazo.

—Hola, Nina. —saludó él.

—Hola. Te dije que te llamaría. ¿Puedes hablar ahora o estás ocupado?

—Sí, claro. Solo estaba revisando unos expedientes.

—Siento lo de esta mañana me pillaste un poco dormida y aun no había tenido tiempo de asimilar lo que pasó anoche. —mintió Nina con aplomo.

—Lo entiendo. Quizás es un poco pronto.

—No fue por eso. Lo que pasa es que me gustas mucho y no sé. Cuando me vi en el espejo del portal, no sé por qué pero me sentí un poco abrumada y me dejé llevar por los nervios, no me digas por qué. Me comporté como una adolescente confundida. Siento haber estropeado la noche.

—No la estropearías aunque te lo propusieses. —replicó él rápidamente— La verdad es que lo pasé muy bien. La lluvia, la carrera. Tus labios y tu boca. Solo por acariciar tu cuerpo la noche mereció la pena. —dijo Ricardo haciendo que una placentera calidez se extendiera por las ingles de Nina.

—Gracias, eres muy amable y tengo que reconocer que, a pesar de todo, a mí también me gustó y quiero compensarte. ¿Qué te parece si mañana te invito a cenar? En mi casa, así no podré huir a ninguna parte.

—¿Y si soy yo esta vez el que se larga corriendo? —bromeó él.

—La verdad es que jamás he tenido noticia de un hombre que huyese de una mujer cuando la cosa se calienta.

Ricardo rio ante la ocurrencia.

—¿Qué me dices? —Nina se sentía excitada y ansiosa y deseó que él también estuviera— Te prometo que será una noche para recordar.

—No sé... —replicó él haciéndose el duro— Soy un abogado, antes de un trato me gusta saber qué es lo que me ofrecen.

—Ya has tenido un anticipo. Esta vez te aseguro que podrás palpar y acariciar mi cuerpo desnudo, cómodamente sin interrupciones ni vacilaciones. Estoy deseando tener tus brazos envolviendo mi cuerpo y tu miembro dentro de mí...

—Si quieres puedo pasarme por tu casa ahora mismo. —se ofreció Ricardo.

—No, quiero que pienses toda la noche en el sabor de mis besos y el tacto de mis pechos.

—Los de Amnistía Internacional dirían que eso es tortura. —replicó él jocoso— Pero está bien, tú ganas. Mañana por la noche. Contaré cada minuto.

En ese momento Dani llamó a la puerta y Nina tuvo que despedirse apresuradamente mientras apartaba la mano del interior del escote de su blusa. El joven ingeniero le había traído una lista de equipamiento que era necesario para hacer unas modificaciones en la línea de producción y las estuvieron analizando atentamente hasta que ella se convenció de que él tenía razón y servirían para hacer más eficaz la producción. Y la realidad es que lo necesitaban, porque aparte del segundo envío de los chinos, tenía otro par de pedidos importantes y el trabajo se estaba empezando a acumular.

Cuando terminó de despachar con él, firmó un par de papeles y despidió a Lorna. Se acercó al ventanal que dominaba la cadena de producción. La jornada había terminado y la gente estaba recogiendo sus cosas para volver a sus hogares. Desde que llegaron de nuevo a sus puestos de trabajo, su actitud había cambiado. Al principio los trabajadores estaban recelosos y no confiaban del todo en sus capacidad para llevar la empresa, pero la carga de trabajo y el recibir su primera nómina puntualmente les ayudó a convencerse.

Recogiendo la chaqueta y el bolso salió de la oficina y se unió a los demás camino de sus coches. Mientras salía se paró a hablar con algunos. Les preguntó que tal les iba y conversó relajadamente con unos y otros antes de despedirse subir a su coche.

Cuando llegó a casa se sentía contenta y satisfecha y la perspectiva de una cena con Ricardo al día siguiente la animaba aun más. Cuando terminó de cenar y se tumbó en el sofá se sentía un poco nerviosa y se arrepintió de no haber aceptado el ofrecimiento de Ricardo. Si lo hubiese hecho, en aquel momento lo tendría entre sus brazos...

Con un suspiró se puso a ver la televisión y a media película se quedó dormida.

Un par de horas después el teléfono la despertó. No hacía falta mirar, a aquellas horas sabía perfectamente quién era. Estuvo tentada de no descolgar, pero supo que tenía que hacerlo. Esta vez lo grabaría e iría a la policía a denunciarlo.

Con las manos temblando contestó al teléfono.

—¿Diga?

La persona al otro lado se tomó su tiempo. Podía perfectamente oír su respiración, era fuerte y bronca como la de un depredador acechando a su presa.

—Hola, zorra. Te llamo para que no te olvides de mí. Sé como son las mujeres de tu calaña y probablemente te habrás pasado todo el día intentando olvidarte de mí y convencerte de que solo soy un adolescente granujiento que se la pela mientras hace temblar de miedo a una mujer, pero estas equivocada. Soy real y esto no es una pesadilla, es mucho peor.

Nina apretó el teléfono con fuerza intentando contener llanto y obligándose a no colgar para que toda la conversación quedase grabada.

—¿Por qué me haces esto?

—Porque eres una puta y lo mereces. Tienes que entender que eres solo mía, de nadie más. Supongo que tardarás en entenderlo y tendré que darte una lección. Quizás ese novio tuyo... Sí... ¿Sabes que es lo que hacían los dueños de las plantaciones sureñas cuando pillaban a un esclavo fornicando con una mujer blanca? Lo capaban como a los animales que son. Sí, creo que eso es lo que haré con tu novio y luego te marcaré. Te dejaré tan horrible que ningún hombre se volverá a acercar a ti.

—¿Quién eres? ¿Por qué crees que te pertenezco?

—Eso no importa. Lo que importa es que te estoy vigilando. Y si me entero de que vuelves a dejar que esas sucias manos soben tu cuerpo, tú serás la culpable, deberás cargar con las consecuencias.

—¡No! ¡Déjame en paz! Estoy grabando esta conversación y voy a ir a la policía.

—Adelante. —replicó el desconocido con una risa cascada— Puedes intentarlo. Incluso si esos gorrinos tripudos dejan de comer Donuts y se lo toman en serio, nunca me encontrarán, al contrario que tú, yo no soy estúpido.

—¡Por favor! —suplicó ella— Déjame en paz. Solo quiero vivir una vida tranquila.

—Haberlo pensado antes, zorra. No eres más que una puta capaz de arrastrase con tal de conseguir una polla que rellene tus agujeros. Lo que realmente quieres es que ese abogado tuyo te dé por el culo con su herramienta mientras te comes otra polla con la boca...

Finalmente Nina no pudo más y cortó la comunicación. Las lágrimas corrían por la cara y se sentía violada. Cada vez que cerraba los ojos solo veía un hombre con la cara oculta asaltándola y violándola. A punto de sufrir un ataque de nervios se fue directa al mueble bar, cogió la botella de Johnny Walker que Fer había dejado mediada y se sirvió una copa. El licor atravesó ardiente su garganta obligándola a toser. Aun así se sirvió otra copa y la apuró de un trago.

Maquinalmente siguió sirviéndose y bebiendo hasta acabarla, tras dejar caer la botella en el suelo se dirigió dando tumbos a la habitación y se dejó caer en la cama.

Se despertó a la mañana siguiente con una resaca horrible. Cuando se puso en pie, un dolor lacerante la obligó asentarse de nuevo. Al parecer la botella de Whisky se había roto y se había clavado uno de los cristales en el pie. Estaba tan borracha que no se había dado cuenta y había puesto las sábanas perdidas de sangre.

Cojeando se dirigió al baño y abrió el botiquín. Afortunadamente el cristal no era muy grande y con la ayuda de unas pinzas lo sacó con facilidad. La vista de la sangre volviendo a manar de nuevo con profusión fue más de lo que pudo aguantar y los siguientes minutos los pasó vomitando hasta que no quedó nada en su estómago.

Más recuperada se dio una ducha fría y se curó el pie. Miró a su alrededor. La casa estaba hecha un desastre. Ella estaba hecha un desastre. Finalmente optó por llamar a Lorna y decirle que aquel día no iría a trabajar que estaba un poco griposa. La secretaria, preocupada, se ofreció para llevarla un poco de sopa de pollo, pero ella le dio las gracias y le dijo que no hacía falta, que al día siguiente estaría como nueva.

Cuando colgó. Se dedicó a limpiar el baño, recoger los cristales rotos, cambiar la cama y limpiar el rastro de sangre que había dejado en el suelo, aplazando lo realmente importante. Finalmente a eso del mediodía no pudo retrasarlo más. Comió un plátano se vistió y se dirigió a la comisaría.

Mientras caminaba no paraba de pensar en las palabras de su acosador. A pesar de que intentaba no dejarse sugestionar, estaba casi convencida de que aquello solo serviría para quedar en ridículo. No se podía imaginar a ella sentada en una incómoda silla mientras un montón de policías, hombres por supuesto, escuchaban la conversación mientras comían donuts y hacían comentarios graciosos.

A punto estuvo varias veces de darse la vuelta, pero finalmente se armó de valor y entró en la comisaría. Un joven la atendió y tras explicar brevemente que un desconocido la acosaba la acompaño a la sección de delitos de género.

Con un suspiro de alivio vio que una buena parte de las personas que ocupaban aquellas oficinas eran mujeres. El joven que la había traído hasta allí la guio hasta una oficina en cuya puerta figuraba el nombre de Teniente Mía Rodríguez.

Tras presentarles el policía se retiró y las dejó solas. La detective era una mujer de unos treinta y tantos de pelo negro, largo y rizado y una cara hermosa en la que destacaban unos ojos grandes y castaños y unos labios gruesos pintados de un color apagado. Vestía unos vaqueros una camiseta negra y una camisa de cuadros. Del cinturón colgaba su placa y una pistolera que en aquellos momentos estaba vacía.

—Hola, soy la teniente Rodríguez, pero puedes llamarme Mía. ¿En qué puedo ayudarte?

—Cómo ya le dije a su compañero, estoy recibiendo llamadas amenazadoras. —respondió Nina intentando que no le temblase la voz.

—Cuéntame todo desde el principio. y trátame de tú, por favor. Me hace sentirme vieja.

Nina cogió aire y le contó todo lo más exactamente que pudo. Desde las primeras llamadas silenciosas, sin olvidarse la figura que la seguía entre la lluvia. Tras relatar el contenido de las últimas llamadas, saco el teléfono y le mostró la grabación de la llamada de aquella mañana.

La teniente Rodríguez escuchó con atención sin interrupciones ni comentarios. Y tras escucharla de nuevo le pidió permiso para pasarla a su ordenador. Nina le entregó el teléfono y mientras lo conectaba al ordenador y descargaba la llamada se dirigió a ella:

—Lo primero que quiero decirte es que te entiendo perfectamente, una de las razones por la que elegí este destino es porque yo también he tenido experiencia con maltratadores, de hecho esa es la razón de que ahora este frente a ti. Nunca me tomo ningún caso a la ligera. Otra cosa es que podamos hacer algo. Voy a analizar la llamada buscando cualquier pista que pueda servirme para identificar al autor, pero va  a ser difícil. ¿Se te ocurre alguien que quiera hacerte daño?

—Lo siento, —respondió ella— la única persona que se me ocurre es mi ex, pero es un gallina. Nunca se atrevería a hacer nada parecido. Además le conozco lo suficiente, sabría inmediatamente si es él. Ya me entiendes, las inflexiones de su voz, su forma de hablar, es imposible que sea él.

—Sí, me lo imaginaba. De todas maneras lo investigaremos. Prefiero no descartar nada. Desgraciadamente este tipo de casos son difíciles de resolver. Hablaré con una juez para que me dé una orden y así poder descubrir el número oculto. Con un poco de suerte el muy gilipollas utilizará su teléfono  y le pillaremos.

—¿Y si no? —preguntó Nina.

—Lo siento, si es así no podremos hacer mucho. Lo único que puedo decir es que en el noventa por ciento de los casos esa gente no va más allá y si no le haces caso se terminará cansando. Si las llamadas se vuelven constantes o te perturban demasiado, deberías pensar en cambiar de número.

—No serviría de nada. Tengo una empresa y mi número es más o menos público. Aunque lo cambiase, no tardaría ni diez minutos en volver a conseguirlo.

—Entiendo. —la teniente devolviéndole el teléfono y se levantó— De momento no podemos hacer más. Te voy a dar mi teléfono. Si tienes algún problema, cualquiera, aunque solo sea para hablar, puedes llamarme a cualquier hora del día o la noche. Mientras tanto aquí hay una serie de normas básicas para ayudarte a prevenir cualquier asalto. —dijo alargándole un tríptico.

Nina lo cogió y le echó un vistazo. Eran una especie de decálogo con normas básicas, como no dejar el coche siempre en el mismo sitio. Evitar ir por zonas con poca iluminación o no subir al ascensor con desconocidos.

Cuando levantó la vista se encontró con los ojos de la policía, en ellos vio tristeza, pero también vio determinación e interés. Automáticamente supo que podía confiar en ella. En ese momento la mujer se acercó y le dio un fuerte abrazo antes de acompañarla a la salida.

La tarde transcurrió lentamente. Al final había decidido ignorar a aquel cabrón y prepararle la cena a Ricardo. Había terminado de hacer la ensalada y tenía un trozo de cordero en el horno cuando sonó el teléfono.

Lo cogió y en el momento de descolgar supo inmediatamente que era él.

—Hola. —aquella voz rasposa se le clavó de nuevo en el alma— Veo que no me has hecho caso y has ido a la policía. Pobre. Déjame adivinar, te han dicho que lo van a investigar, te han dado un par de palmaditas en el hombro y te han dado un poco de propaganda... No follar en sitios oscuros, desconfía de todo aquel que te siga salvo que sea un negro con el rabo asomando fuera de la bragueta...

—¡Basta!

—¡No! ¡No basta! ¡Yo diré cuando basta! —gritó el desconocido— Yo creí que eras una buena mujer, pero ya veo que no me puedo fiar. Sois todas unas rameras. Seguro que ahora mismo te estás preparando para él. Pues más vale que te olvides porque si os veo juntos os mataré. Primero acabaré con él te obligaré a ver como se desangra y luego a...

Nina no pudo aguantar más y colgó. Todo sus intentos para olvidar a aquel hombre se desmoronaron y un terror primitivo se adueño de ella. Llorando y sin atreverse a hablar directamente con él por temor a desmoronarse le envió un wasap diciéndole que lo sentía, pero que tenía fiebre y anuló la cita.

Ricardo le preguntó si necesitaba algo, pero ella le dijo que lo único que necesitaba era una tonelada de aspirinas y una cama. Él le dijo que se cuidase y que no olvidaba que le debía una cita. Ella contestó con vaguedades y se despidió rápidamente.

El cordero estaba perfecto, pero no sabía a nada en su boca. En cuanto terminó de cenar, se fue a la cama y lloró hasta quedarse dormida.

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Un saludo y espero que os guste.