Atrapada Nina Capítulo 1

Nina tiene una vida y un matrimonio perfectos... o eso cree. Un suceso inesperadao hará que toda su vida salte por los aires.

PRIMERA PARTE

1

El sol del amanecer se coló por la rendija de la persiana despertándola. Nina se desperezó en silencio y observó las motas de polvo bailar arrastradas por tenues e invisibles corrientes de aire.

Sin mirar el reloj se giró, dándole la espalda a la luz. El cuerpo de su marido, parcialmente destapado, se adivinaba en la penumbra. Nunca se cansaba de admirarlo. Ya no tenía los músculos tan bien marcados como cuando se casaron, hacia ya casi diez años, pero seguía teniendo un torso amplio y un abdomen firme.

Sin poder evitarlo, sus manos resbalaron por su pecho introduciéndose bajo las sábanas. Fernando se revolvió en sueños, pero no llegó a despertarse. Nina sonrió, apartó la sábana con delicadeza y acarició el bulto que se destacaba en los boxers de su marido.

Amaba a aquel hombre, le encantaba despertarle y hacerle diabluras y sabía que a él también le gustaba. Hacía tiempo que no le daba un despertar feliz y se había levantado especialmente cariñosa  aquella mañana.

Aquella polla, que tan bien conocía, comenzó a desperezarse poco a poco, mientras su marido fingía seguir durmiendo. Nina besó con suavidad la tripa de Fernando, simulando creer que aun estaba durmiendo. Bajó un poco más y mordió levemente la tela del calzoncillo allí donde el miembro de Fernando hacía prominencia.

Su marido se volvió a remover y gruñó sin abrir los ojos mientras su miembro crecía hasta que estuvo completamente erecto. Nina sonrió y bajó la prenda, mientras miraba juguetona a la cara de Fernando que se obstinaba en cerrar los ojos.

Tras unos instantes, bajó la mirada y se concentró en su polla. No era muy grande, pero era gruesa y muy recta, él la llamaba su revólver de cañón corto. La acarició y retirando el prepucio hacía atrás, besó el glande grueso y redondo como la cabeza de un martillo. Su marido gimió y el pene se estremeció buscando de nuevo su contacto.

Con una sonrisa traviesa, Nina lo rozó con la punta de su lengua, desde la base hasta el extremo del miembro, observando divertida como se volvía a estremecer como una cobra hambrienta.

Un nuevo gruñido de Fer le indicó que se estaba impacientando, así que no se hizo de rogar y se la metió en la boca, acariciándola con la lengua mientras la dejaba avanzar hasta el fondo de la garganta. Apoyando los codos en el colchón, comenzó a meter y sacar el miembro palpitante de su marido de la boca, chupando con fuerza cada vez que se separaba.

Por fin Fer se movió para apartarle la melena y así poder ver como la polla desaparecía en su boca. Nina le sonrió y con un ligero movimiento dejó que resbalase uno de los tirantes de su camisón descubriendo uno de sus pechos. Su marido lo miró y lo acarició con suavidad antes de posar la mano sobre su cabeza para acompañar y hacer más profundos sus chupetones.

Con un suspiro, apartó la boca y cogiendo el pene por la raíz, lo masturbó con suavidad a la vez que lo rozaba con su melena y con el pecho que había quedado al descubierto. En ese momento esperó que la atrajese hacia él y la penetrase, pero aquel día Fer la sujetó por la melena y suavemente, pero con firmeza, la obligó a meterse la polla de nuevo en la boca.

Nina se desilusionó un poco, estaba realmente excitada, pero a veces pasaba y para ella era un signo de su amor atender los deseos de su hombre, aun por delante de los suyos propios. Sin pensarlo más, comenzó a acompañar las profundas chupadas con suaves caricias en los huevos. Pronto los gemidos de su marido se hicieron más broncos y audibles hasta que, con un estremecimiento, Fer se corrió en su boca. Nina chupó con más fuerza aun, disfrutando al sentir como aquel miembro ardiente se retorcía y palpitaba inundando su boca con un líquido espeso y caliente.

Tras apurar la última gota, se adelantó y besó el pecho y la cuadrada mandíbula de su marido mientras cogía su mano y la depositaba entre sus piernas esperando por lo menos unas caricias que la compensasen por su actuación.

Justo en ese momento sonó el despertador.

—¡Mierda! —dijo Fernando apartando la mano y besando su frente— Lo siento cariño, pero tengo un montón de cosas que hacer.

—Bueno, no pasa nada. —replicó ella sin poder evitar un gesto de desilusión— Iré a hacerte el desayuno mientras te duchas.

Nina se subió el tirante del camisón y tras levantarse, se puso una bata de raso color gris perla y sin molestarse en anudarla, se dirigió a la cocina para calentar un café. Cuando su marido entró en la cocina no pudo evitar que todo su cuerpo se estremeciese de deseo. El traje gris de seda le quedaba como un guante, resaltando su figura espigada. Se acercó a él y le alargó la taza caliente mientras acariciaba la mejilla tersa y recién afeitada, a la vez que observaba sus labios finos, curvados en una sonrisa socarrona que intentaba ocultar la preocupación que últimamente detectaba a menudo en sus ojos grandes y oscuros.

—¿Te preocupa algo, cariño? —preguntó ella de nuevo acariciando su mejilla de nuevo, casi segura de lo que iba a escuchar por respuesta.

—Nada, cosas del trabajo. Nada que no tenga solución. —replicó él fijando su mirada en ella y bebiendo un trago de café, dando por terminada la escueta conversación.

Terminaron de desayunar y Nina acompañó a su marido hasta la puerta. Fer se puso los zapatos y la besó con delicadeza en los labios mientras deslizaba la mano por la abertura de la bata acariciándole con suavidad el vientre y diciéndole que aquella noche la compensaría.

Nina cerró la puerta tras su marido, pensando que no sería capaz de aguantar aquella tensión ni un minuto más. Fregó las tazas del desayuno y se dirigió al baño.

Se desnudó frente al espejo y observó con detenimiento su reflejo. Aun seguía siendo atractiva. Apenas tenía unas diminutas arrugas alrededor de aquellos ojos almendrados de un color verde oscuro. Observó de cerca su tez pálida, las pecas que recorrían sus pómulos y su nariz pequeña y ancha. Ella las odiaba, aunque su marido decía que era lo primero que había llamado su atención cuando la conoció.

Sonrió al recordar aquella mentira piadosa, consciente de que lo que siempre le había atraído a su marido era la larga melena lisa y oscura, su cuerpo esbelto con los pechos grandes, aun firmes y con unos pezones grandes y rosados y su culo redondo y  con los dos hoyuelos que tanto le gustaba acariciar justo encima.

Nina se puso de puntillas y se miró de perfil. Su cuerpo se había rellenado un poco con los años, pero las sesiones de gimnasio le habían ayudado a mantenerlo todo firme y en su sitio. Se acarició el cuerpo y separó las piernas observando cómo su pubis aun estaba ligeramente hinchado y enrojecido por la excitación.

Abrió el grifo del agua caliente y se introdujo bajo la ducha. El agua tibia que escurría por su cuerpo normalmente le ayudaba a relajarse, pero en esa ocasión solo hizo que exacerbar su excitación. Cuando se dio cuenta tenía las manos sobre su pubis y se lo acariciaba con suavidad.

Con un suspiro, cogió el teléfono de la ducha y se lo acercó a los pechos. El potente chorro de agua caliente recorrió sus senos y terminó entre sus piernas inundando la entrada de su sexo con un torrente de agua caliente.

Gimiendo, abrió un poco más el grifo y se acercó el chorro al clítoris mientras se masturbaba con la mano libre, cada vez más rápido hasta que no pudo más y se corrió con un grito.

Suspirando aliviada, apartó el agua de su pubis y terminó de ducharse. Pensó que se sentiría más relajada, pero la verdad era que seguía estando nerviosa. La actitud de Fernando le tenía preocupada. Él era el centro de gravedad alrededor del cual giraba toda su vida y cuando él estaba nervioso e inquieto, ella enseguida lo notaba. Normalmente al preguntarle qué era lo que le preocupaba, él se abría y compartía con ella sus problemas, pero un tiempo a esta parte no parecía querer contarle nada y eso le hacía sentirse  insegura.

No dejó de pensar en ello ni un solo momento mientras se vistió y salió a hacer varios recados que tenía pendientes. Pasó la mañana entre tiendas. Últimamente Fer estaba tan ocupado que pocas veces le veía a la hora de la comida, así que tenía tiempo de sobra para ella. Varias veces le había sugerido a su marido que le consiguiese un trabajo en su empresa, pero él le decía que no había necesidad y que si pasaban tanto tiempo juntos su relación podría resentirse, aunque la había animado a buscarlo en otra empresa.

Nina tenía una carrera de empresariales, pero como no tenía experiencia solo le ofrecían trabajos poco atractivos y muy mal pagados, con lo que tras un tiempo dejó de buscarlo y se dedicó a hacer cursos de idiomas, contabilidad y dirección de empresas para mantenerse al día.

Tras salir de uno de estos cursos, volvió a casa comió una ensalada y un filete de pavo y a las cinco salió en dirección al gimnasio.

Paula era su mejor amiga. Se habían conocido haciendo zumba y su amiga, que no era nada sutil, le había tirado los tejos casi antes de saber su nombre. A pesar de que Nina le dejó siempre claro que lo de las mujeres no era su preferencia, siguieron charlando y se hicieron amigas.

Paula era un poco más baja que ella, con una boca grande y unos labios finos siempre dispuestos a mostrar una sonrisa cruel. Su cuerpo era delgado y membrudo, fruto de las largas horas de gimnasio que le dedicaba.  En general se cuidaba mucho y le gustaba que la gente le mirara. Estaba especialmente orgullosa de su culo grande y firme y de sus manos de dedos largos y finos, siempre con una perfecta manicura.

Nina llegó tarde y ya había empezado la clase de zumba, así que apenas le dio tiempo de saludar a su amiga con un gesto. En cuestión de pocos minutos comenzó a sudar y jadear siguiendo las indicaciones del instructor. Miró un instante a Paula, que realizaba los ejercicios casi sin despeinarse y sintió una punzada de envidia. Paula le guiñó un ojo y sonrió socarrona al  notar que la miraba y siguió repitiendo los ejercicios como si nada.

Superado el primer momento de cansancio, se dejó llevar y pronto su mente volvió a centrarse en su marido.

—Vamos, pasmarote, que ya ha terminado la clase. —le dijo Paula a modo de saludo, sacándola del trance.

—Hola, cariño. —replicó Nina— ¿Qué tal?

—Por lo que veo, mejor que tú. Si todas se hubiesen comportado como tú, hubiese creído que me había colado en un episodio de The Walking Dead. ¿Qué te pasa, mi amor?

—Bah, nada. Tonterías. —respondió Nina sin demasiadas ganas de hablar.

—Vamos, díselo a mamá. Luego te doy unos mimitos y ya verás cómo queda todo arreglado.

Camino de los vestuarios su amiga siguió acosándola sin descanso hasta que entraron desnudas en la ducha.

—¡Oh, Dios! ¡Qué cuerpazo! —dijo Paula dándole a Nina un cachete en el culo— Si yo fuese tu marido estaría todo el día encima de ti como una garrapata.

—Pues la verdad es que últimamente está algo distante. Esta misma mañana dejó que le hiciese una mamada y casi sin darme las gracias se largó al trabajo, dejándome más caliente que los Altos Hornos de Vizcaya.

—Vaya, pobrecita, quizás yo pueda hacer algo. —dijo su amiga a la vez que rozaba uno de los pezones de Nina con su esponja.

—Vamos, Paula. ¿Puedes comportarte con un poco más de seriedad para variar? Cada vez que tengo un problema con Fer haces lo mismo. Te he dicho mil veces que te quiero, pero que no me va tu rollo.

—Vale, vale. Perdona, pero es que ese gesto mohíno me resulta tan adorable que no puedo evitar pensar en abrazarte...

—Y acariciar mis ingles de paso. —le interrumpió Nina sabiendo perfectamente de qué pie cojeaba su amiga.

—En fin que quieres que te diga. Lleváis diez años juntos, más los que estuvisteis de novios. Para lo que se estila ahora, eso es una eternidad. Es normal que no haya la pasión de antes.

—Supongo que tienes razón, pero eso no me hace sentir mejor.

—Lo que deberías hacer es intentar encender otra vez la llama. Ya me entiendes, cómprate un conjunto de lencería sexy y hazle un par de guarradas.

—No es mala idea, pero últimamente, trabaja tanto que apenas le veo.

—Entonces podrías ir a verle al trabajo. Ya sabes, te pones la lencería, le llevas el almuerzo en una cesta y que se folle a caperucita encima de la fotocopiadora, eso nunca falla.

—Es una buena idea. Gracias, Paula, eres una amiga.

—No, soy una imbécil. Tendría que desanimarte en vez de darte ideas.

—Vamos, no seas tan dura. Además, como premio, puedes venir conmigo a comprar la lencería.

Paula abrió los ojos y sonrió relamiéndose.

—Apura entonces, porque dentro de tres horas cierran las tiendas.

El resto de la tarde lo pasaron en las tiendas, buscando un conjunto adecuado para la ocasión. Estuvo tan ocupada buscando algo realmente especial y apartando las manos de Paula, que no paraba de ajustar y recolocar cada conjunto que se probaba, que apenas tuvo tiempo de pensar. Cuando finalmente se decidió por un conjunto de seda oscuro con toques púrpura era ya casi de noche.

Volvió a casa y escondió apresuradamente el conjunto mientras preparaba la cena.

Fernando llegó tarde y bastante cansado. Comió la cena calentada en el microondas mientras Nina le observaba intentando disimular su preocupación.

—Sé que ocurre algo. Sabes que me lo puedes decir. Quizás hasta te pueda ayudar. —dijo ella incapaz de fingir más.

—No es nada, mujer. Lo de siempre. Negocios. Estoy a punto de cerrar un trato para exportar a China varias toneladas de herramientas de precisión, pero no acabamos de ponernos de acuerdo por detalles estúpidos, así que estoy un poco más agobiado de lo normal, nada más.

—¿Puedo hacer algo para que te relajes? —preguntó Nina sentándose en el regazo de su marido dejando que una pierna asomase por la abertura de la bata, intentando recordarle la promesa de la mañana.

—No, gracias, cariño —dijo apartándola con suavidad— Una ducha y una noche de sueño reparador bastará. Además el dueño de la empresa importadora va a venir en un par de días y estoy seguro de que todo quedará arreglado.

Una vez más se metió en la cama, frustrada, sin atreverse a pedirle a su marido que le hiciese el amor. Poco después, él se tumbó a su lado y en pocos segundos estaba roncando suavemente. Nina se abrazó a su espalda y le observó dormir, esperando que la sorpresa que le tenía preparada para el día siguiente surtiese efecto.

Le costó un buen rato dormirse y cuando despertó al día siguiente, Fer ya se había ido. Bostezando, se estiró en la cama y miró el reloj. Tenía tiempo de sobra.

Pasó toda la mañana preparándose. Se duchó y se aplicó crema por todo su cuerpo hasta que su piel tuvo un aspecto suave y brillante. Se miró al espejo, se depiló un par de pelos rebeldes y se puso el conjunto que había comprado el día anterior.

El resto de la mañana lo dedicó a hacer una ensalada de escarola, pera y rabanitos y una tortilla de patata poco echa, justo como a Fer le gustaba.

Metió todo en una cesta junto con una botella de vino y volvió al baño. Se quitó la bata y se observó al espejo en ropa interior. Dio una vuelta de puntillas frente a él. Sonrió satisfecha y se puso un vestido negro  de falda corta que había comprado hacía tiempo pero que seguía sentándole como un guante.

Se calzó unos zapatos de tacón alto y salió a la calle. Cuando llegó al edificio donde tenía su sede la empresa de su marido, eran apenas la una de la tarde. Era un poco pronto, pero prefirió llegar antes para evitarse el chasco de llegar y que Fer ya se hubiese ido a comer.

Las oficinas de su marido ocupaban la esquina de una nave de mediano tamaño. Estaba elevada un par de pisos sobre el nivel del suelo para poder tener un buen panorama de la línea  dónde se montaban y distribuían herramientas de precisión. A aquellas horas la mayoría de los empleados  parecían haberse ido a comer, así que solo se encontró con el guardia de seguridad, que le franqueó el paso con una sonrisa y una mirada apreciativa.

Antes de que el hombre cogiese su radio para avisar a Fernando de la visita, le dijo que era una sorpresa, mostrándole la cesta y le sobornó con una de las trufas que había comprado para el postre.

Se escurrió entre la maquinaria, intentando pasar desapercibida, hasta que llegó a las escaleras. El espacio destinado a las oficinas constaba de tres estancias, una de unos ochenta metros cuadrados dónde trabajaban dos contables y la secretaria de su marido, en el otro lado, una enorme sala de reuniones y al fondo el despacho de Fernando, separado de la secretaría por una puerta que siempre tenía entreabierta.

Cuando llegó encontró la oficina desierta, solo había una luz que salía de la puerta del despacho de su marido. Suspirando aliviada, ya que empezaba a temerse que él también se hubiese ido a comer, se acercó silenciosamente a la puerta.

Cuando estaba a dos metros, un golpe de algo que caía al suelo la sobresaltó. Se paró un instante conteniendo la respiración y escuchó. Del interior del despacho surgían ruidos como de lucha. Nina posó la cesta en el suelo y con el móvil en mano, se acercó a la puerta y miró por la rendija, preparada para llamar a la policía a la primera señal de peligro. Lo que vio hizo que se le cayese el alma a los pies.

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Un saludo y espero que os guste.