Atrapada en la crisálida (3: Pasión celosa)
Vanessa comete un grave delito, y a pesar de su condición trans, es conducida a una prisión de hombres. Crisálida acude a verla y allí es cacheada a conciencia por un funcionario. Pasada la revisión de protocolo, se encontrará con Vanessa que le informará de su delicada situación: los aberrantes pero deliciosos abusos a los que es sometida día y noche.
Un año complicado. En agosto, Diana tuvo ese accidente y entregó su alma en ese puente homónimo quizá construido para eso, para romper corazones rotos. Nosotras adorábamos su aire de travelo adolescente y candoroso así como sus vestidos y sombreros dignos del desfile de carrozas del Día del Orgullo, y no entendíamos porque Carlos, ese macarra orejudo de sangre azul la había dejado por ese otro travelo de aspecto equino.
Fue el año en que estrené mis primeras tetas. También fue el mismo en que mi amiga Vanessa agarró una pistola de clavos y convirtió a su chulo en un cojín de costurera. Me lo contó Susy, que por aquel entonces salía con un policía nacional y le filtró parte del suceso. Susy era una cotilla redomada, y tras acabar el ciclo, se lió con un agricultor al que conoció en un reality de esos en los que emparejan solteronas con cabestros rurales. Sigue con los mismos hábitos fisgones y en el pueblo la llaman: Susyleaks.
Estaba recuperándome de la intervención cuando me llamó al fijo, porque entonces la telefonía móvil era una novedad y el único que tenía móvil era el Papa. Bueno, también tenía un buen móvil Vanessa para hacer lo que hizo, aunque el juez no lo encontró justificable y la mandó a prisión.
Cabalgaba a un cliente en la cama cuando sonó el teléfono. Dicen que sólo las mujeres pueden hacer más de una cosa a la vez. Una prueba más de que mis genes son de hembra: mientras follaba, sostenía cuidadosamente mis tumefactas tetas y les realizaba la 63ª revisión ocular del día. Los moratones aún lucían, inquietantes, con toda la gama del arco iris: desde el amarillo ictericia pasando por el malva hasta el negro gangrena. También era capaz de sostener el auricular sin excluir las demás tareas.
-¿Sí?
-Cris, soy Susy...¿te has enterado? -Su voz tenía ese tono de las malas noticias dadas con regocijo, porque no hay nada más excitante que el cotilleo siniestro mientras una no sea la afectada del suceso. Y en lugar de preguntar por mis tetas nuevas como era de esperar de una buena amiga, prosiguió:
-Paco me contó lo de Vanessa hace dos horas (mentira, hace escasos 5 minutos, pero tú no lo aguantas en el buche ni un segundo, zorra)
-¿Qué pasa...con Vanessa? -le contesté yo con la voz entrecortada a causa del galope..
-Paco ha vuelto del servicio, desfigurado, blanco como el papel. Ya sabes que está en la comisaría del Distrito V, pero ahí no andará mucho tiempo porque está opositando y...
-Coño...Susy al grano...me tienes en vilo...¿ha sido un accidente?
-Pues eso, ya sabes que Vanessa vive a tres calles de la comisaría. Sobre las cuatro de la tarde los vecinos llamaron al 061, muy angustiados. Había una mujer en el rellano aporreando las puertas que aparentaba haberse tragado una espina de pescado, sin resuello y escupiendo sangre a borbotones. Cuando acudió la ambulancia se encontraron con el pastel, y aparte de atenderla, llamaron al 091; fue entonces cuando entró en escena Paco...
-¿Qué pastel?...oye, Susy...estoy con un "amigo"... ya me entiendes...y veo que eso...va para largo...podrías lla...
-Cris, esa mujer era Vanessa...¿Me oyes? Encontraron a su chulo y a la zorra esa con la que le ponía los cuernos, cosidos a clavos y sangrando. No te digo donde los tenían mayoritariamente, imagínatelo. Sólo te diré que ella tenía las tetas reventadas supurando silicona (fue instintivo, en ese punto me apreté protectora, las mías) Parece que Vanesa intentó suicidarse metiéndose la pistola en al boca...
Yo había parado de menearme porque la noticia me encogía el recto y se me quitaban las ganas por momentos, y Vicente me miraba interrogador y suplicante, eso sí, sin dejar de sobarme las nalgas. Un pellizco me sacó de mi pasmo y me devolvió a la realidad. Me miraba con sonrisa tierna y maliciosa como un niño abandonado y le dije a Susy:
-¿Una pistola de clavos? Susy me has dejado muerta, cuando acabe te llamo. Sólo cinco minutos.
Me faltaron veinte porque repetimos. Hundí del todo su pollón hasta mi fondo y lo cabalgué mientras le decía:
-Ese es mi machote...sííííí...sííííí...que gusto, macho y malote como ninguno...el peor que he conocido...
Una aprende a decir lo que les gusta a sus clientes, y a Vicente, le ponían esas coletillas simples. A veces me ponían hasta a mí, entraba en el juego y me corría, pero ese no era el momento, sujetándome las tetas convalecientes e intentando asimilar la horrible noticia. Me dio ternura cuando eyaculó. Le compensé con un beso tierno en la punta de la nariz y chillé de dolor con un pezón atrapado entre su cuerpo y el mío.
Vicente era un cliente asiduo y había llamado para concertar servicio. Puesto al día de que andaba convaleciente por lo de los implantes, insistió aún más excitado, diciendo que quería ver esas tetas y hacerse una paja con ellas a ser posible. Tampoco tuvo que perseverar mucho, porque yo no cataba polla desde hacía seis días y aunque me metía el vibrador de vez en cuando, no era lo mismo. El alquiler, los implantes, cada vez más zorras en la calle, eran muchas cargas y dura competencia, y al final le contesté: "vale, pero las tetas ni tocarlas de momento". Difícil tarea controlarlo, porque era un auténtico salido y se le iban las manos diciendo: "eso son ubres de zorra viciosa y torturada a bocados, y de eso son los moratones que llevas y te voy a infligir más castigo por lo puta que eres, síííííííí". Controlé su fantasía sádica como pude, pero cuando se marchaba, dejé que metiera el cash entre el pligue de las tetas.
Me sentí como una furcia de los westerns antiguos, un delicioso escalofrío me invadió y me abandoné de nuevo. Echamos otro polvo, esta vez yo tumbada en la cama y él arrodillado a los pies de ella. Con el culo en el borde, me tomó, está vez más largamente tras levantarme las piernas, entreteniéndose en buscar esos puntos calientes que tan bien conocía. No se sentía satisfecho si yo no llegaba al orgasmo, y aunque con algunos clientes eso es un incordio, con él siempre apetecía. Era joven, y su polla dura como la caoba encajaba en mi esfínter como si fuera un molde de encargo. Yo me dejé llevar por su hábil movimiento, y aunque sintiendo no estar a la altura de lo ocurrido con Vanessa (ya lo sé, soy mala), me corrí con un goce plácido y alargado que alcanzó el suyo.
Entre lo que Susy me contó y lo que seguí en las noticias y en la televisión carroñera, donde todo tipo de especialistas diagnosticaban a nuestra querida Vanessa, me hice una idea aproximada de los hechos:
Vanessa era una auténtica adicta al CSI y a las teleseries californianas y no es extraño que con tanta frustración y esos referentes, buscara algo tan made in USA como una pistola de clavos para consumar el crimen. Pero, quién tiene por aquí una pistola de clavos? Nadie. Eso no es Nevada y no vivimos en esas casitas de tablas. Una amiga corista escenógrafa, le contó que las conseguía en Francia; y Vanessa se corrió trescientos kilómetros hasta el L--eyre de Perpignan, trayéndosela junto a tres paquetes de puntas. También aprovechó para comprar en C----four: quesos, patés, marrón glacé, Chardonnay marca blanca y una lencería francesa monísima que se puso el día de autos. Se comió y bebió todas las provisiones incluidas las castañas que son de lo más flatulento, para darse fuerzas antes de tapizar a sus víctimas con los tres paquetes de clavos.
Contado así, Vanessa parece una psicópata calculadora y fría. Nada más lejos. Era una tierna soñadora que solo aspiraba a ser feliz junto al hombre de su vida, pero tristemente, ese hombre era un canalla, y ella, desbordó. Estuvo algunos días en la UCI y pasó directamente al módulo carcelario para cumplir prisión preventiva a la espera de juicio. El juez denegó la fianza por considerarla altamente peligrosa y con riesgo de fuga por no estar bien arraigada, y cuando pude fui a verla...pero ¿adónde? Su identidad seguía siendo masculina, oficialmente, y se consideró que no había dudas al respecto. La pobre me esperaba en la cárcel de hombres.
Tras concertar, acudí con mi paquetito de provisiones: el Hola, longaniza, chorizo, fuet, morcilla, un cartón de tabaco y un paquete de condones con sabor a fresa que sabía que le encantaban. Pasé por los protocolos de rigor incluido el fichaje, foto y huellas dactilares y el cacheo me fue aplicado en un cuartito por un funcionario robusto. Gemí internamente, porque la ley y el orden en todas sus manifestaciones siempre me ha puesto caliente. Veo un uniforme y entro en celo, y temí que mi aspecto ambiguo le impidiera cumplir con su deber, pero más que inhibirlo le desbordó. Era un tipo, maduro y exuberante, calvo y con un tupido bigote. Me dio el repaso de rigor de arriba abajo recreándose más de lo necesario, buscando droga, supongo, y respirando aceleradamente hasta que me dijo, teniéndolo en mi trasera y susurrándome al oído:
-No encuentro nada anómalo de momento se-ño-ri-ta, -eso lo soltó con retranca-, pero creo que con la exploración superficial no basta. Se sorprendería de lo que incautamos a las visitas -a lo que yo le contesté:
-Puedo jurarle y perjurarle que no llevo nada ilegal, pero también es lógico que no me crea y es de buen profesional asegurarse. Haga lo que tenga que hacer. Qué va a ser?: un perro?, RX?, un TAC?
"Por favor, por qué soy tan puta? por favor, por favor, no puedo controlarme ante un hombre por horroroso y viejo que sea, mientras le huela un buen paquete" gemía yo para mis adentros.Y mostrándome una sucia camilla con el hule de los cantos rotos, me indicó:
-Agáchese ahí encima pero con los pies en el suelo. Va a ser una exploración exhaustiva. Yo estaba salida de morbo y emitía esa electricidad que desprende una cuando entra en celo. No iba vestida de putón sino con una falda discreta. El tacón no era muy alto pero si lo suficiente para alzarme el culo, aunque estuviera agachada. Llevaba un conjunto de sujetador y bragas negras de puntillas, muy sexys, un detalle que nunca obviaba, secuelas de mi primer trabajo en la fábrica de lencería.
Hubo un silencio denso y cerré los ojos. Me alzó una muñeca y la puso a mi espalda, con la otra hizo lo mismo y me ciñó las esposas. Sentí la tela de la falda arrastrarse por mis nalgas, subiendo hacia mi cintura y noté sus ojos puestos en la zona, llevando a cabo la inspección visual. Estaba ansiosa y babeando, sintiéndome culpable de gozar a costa de esa visita, mientras mi amiga estaba ahí dentro padeciendo vete a saber que horrores. Pero cuando salía la hembra caliente a flor de piel, no podía dominarla. Suspiré y me dejé llevar.
Tras bajarme las bragas, oí el flap flop del látex de los guantes. Le había puesto lubricante y al tocarme el ano, lo noté frío y lo cerré inconsciente como una virgen. "Lo siento" me rogó, pero insistió en el proceso, y el dedo se calentó rápido al mismo ritmo que mi ojete. Yo colaboraba en el cacheo todo lo que podía, sacando culo, para que alcanzara la droga imaginaria. Poco a poco fue insertando dedo tras dedo, y tras un largo rato de dolor gozoso, tuvo la mano entera dentro y tocándome la vecina próstata mientras decía:
-Veo que no eres tan "señorita" como creía -me dijo riendo-. Eso recibe más tráfico que la boca del metro y también te retuerces de gusto como la zorra de tu amiga entre barrotes. Ha sido buena idea traer condones con sabor a fresa para esa golosa, pero ella los necesita por quintales. Deberíamos probarlos nosotros ¿no te parece?
-Lo que usted mande, a sus órdenes...mmmm...oh sí...oh sí...mmmm...-le contesté traspuesta y entregada, boqueando saliva y con los ojos salidos de las órbitas, pero sin atreverme a tomar la iniciativa, ya que él era la ley y quien mandaba.
Vi como se sacaba la verga y le ponía el condón. Yo intenté infructuosamente soltar las manos y ayudar, porque sus medidas nada discretas lo requerían, pero noté el fuerte golpe de la porra en mis nalgas y su voz de cabreo, diciéndome:
-Las manos quietas y aquí harás sólo lo que te manden, ¿de acuerdo?
-De acuerdo, señor funcionario -contesté yo, enervada por su rudeza.
Mientras la polla invadía mi boca; y el sabor a fresa, mi paladar; noté la viscosidad del lubricante caer en el pliegue de mi culo y esa porra tantearlo, encontrar el ojete y deslizarse hacía el fondo sin miramientos. Y yo sin poder extender las manos para colaborar. Miraba ese trozo de carne naciendo de su bragueta, entrando y saliendo de mis labios, su cinturón de cuero tan masculino, el uniforme tan bien planchado... No iba a dejar que chorreara ni una gota de semen y lo manchara...no...no...no. La porra, en su mano vigorosa, hacía buena faena diciéndome:
-No creo que seas una mula traficante, pero si una buena zorra folladora. No encuentro droga ahí al fondo, sólo el vicio de la carne, y no voy a parar hasta que te corras. Me lo estoy pasando en grande desde que metieron a esa loca en la cárcel, no cesan de venir putas a verla, y a cual más agradecida de mis exploraciones.
Yo estaba demasiado ocupada para contestarle, pero no eran palabras por respuesta lo que él quería, y se la dí. Ya no podía contenerme, con esa porra sin parar de zumbarme hasta el fondo y esa polla hurgando en mi faringe, me corrí toda, en uno de los orgasmos más morbosos de mi vida. Lo que me había propuesto lo cumplí: la lefa entró en mi boca y la tragué a raudales porque ya se había sacado el condón hacía rato. Sin salpicarle el uniforme le mostré mi profesionalidad. Sólo me dijo antes de salir del cuartito:
-Has sido muy mala pero me ha gustado. Los condones me los quedo para la próxima vez que vuelvas, que espero sea pronto. Ya sabes, la droga siempre se incauta, y el sexo y sus complementos son tu droga. Has pasado el control con un excelente revisable, o sea que cuidadito y no lo tuerzas, y aunque vayas sobrada sigue practicando. Yo extendí la mano y le acaricié la solapa para sacarle un cabello que le había prendido y mostrárselo, diciéndole:
-Tenga cuidado también usted, que hay pruebas que se le escapan y podrían delatarle. Y le di un beso cariñoso en la mejilla.
Me sonrió, me guiñó un ojo, y tras darme una sonora palmada en la nalga, me llevó hasta la sala de visitas donde ya esperaba Vanessa. Nos encontramos, las dos con lágrimas en los ojos. Yo la hubiese abrazado para darle fuerzas y mostrarle mi cariño de amiga, de no ser por el cristal que nos separaba. Habíamos compartido buenos momentos, clientes, e incluso algunos palos de la policía.
Tenía un sorprendente buen aspecto y sus ojos chispeaban tras un velo acuoso. Me había propuesto no decirle lo que pensaba ni hacerle reproches. Pero, ¿quién era yo para enmendarla, que andaba colgada de Julián, un tipo recién casado y diez años mayor que yo, y con el que nunca podría echar más de dos polvos por semana?
-Olvidé los kleenex, lo siento -le dije para romper la tensión-, siempre los olvido.
-No te preocupes, Cris, te agradezco que hayas venido. Muchas gracias, cariño...¿Cómo están Sandra, Susy, Andrea, Samantha, Lorena, mamona viciosa y las demás? -me preguntó, sonriéndome con dulzura.
-Andan fantásticas, Vanessa. Te mandan muchos besos que te daría yo de su parte, si no fuera por el cristal.
El clavo hincado en el gaznate le había rozado las cuerdas vocales, provocándole un sorprendente cambio de voz. Extraña secuela, porque ahora tenía ese timbre sensual y desgarrado de Marlene Dietrich; y la canción "Lili Marleen" sonó en mi mente. Me emocioné de nuevo y mis lágrimas arrastraron a las suyas. Ese tono cazalloso de mujer perdida, sonaba perfecto, y ni el mejor doblaje lo hubiera conseguido.
-¿Cómo te va? -pregunté, a lo que ella me respondió estallándole el lagrimal en plena cara:
-No me puedo quejar, estoy viva de momento. Comparto celda con Rodolfo Quilvez...no se si te acuerdas...el caso de los asesinatos de la fresa negra...
Yo no recordaba eso, porque el seguimiento de asesinos en serie me la traía floja y sólo me sonaban El Arropiero y Jack El Destripador, y prosiguió:
-Está cumpliendo la máxima pena por sicario, trafico de drogas, extorsión y 13 asesinatos con abuso sexual. Se trata de un individuo con el cromosoma XYY.
No la sabía tan metida en genética, pero me documentó mientras yo asentía, viendo sus ojos cada vez más chispeantes describiendo al sujeto:
-Es la alteración de muchos asesinos psicópatas, un auténtico ancestro. Si volvieran las glaciaciones se convertiría en el macho alfa de la manada, seguro. Un tipo de 1,95, rapado, barba, bigote y musculado; lleno de tatuajes, sudor intenso y penetrante, y con una mirada que te parte en dos. Un auténtico bruto sin escrúpulos. Si lo hubiesen pillado en USA con ese historial, ya lo habrían enchufado a la corriente..
-¿Lo ves? -le contesté, esperanzada de verla reconciliarse con Europa y apreciando las ventajas de no haber disparado los clavos en un elegante suburbio de Chicago-. De haberlos matado, quizá tú también estarías en el corredor de la muerte, Vanessa. En cambio, aquí, con un buen abogado...
Pero era como si oyera llover, y con la mirada perdida prosiguió:
-No sabes a las vejaciones a las que me somete.
-Cómo lo voy a saber...¿Y no puedes...?
-¿Denunciarlo?
-Eso.
-Imposible. El maneja todo el cotarro y sin salir de la celda a la que está proscrito. Toda la droga que entra en el trullo pasa por sus manos aunque parezca mentira. Tiene parte de los funcionarios comprados, y no hablo del resto de los presos.
-Qué fuerte...
-Soy la doméstica de ese monstruo horrible. La pila del lavabo, el retrete, hacer las literas, barrer un poco. "El apartamento" es nimio y acabo pronto. Casi no habla y el otro día le pedí flores y un par de jarrones. Estaba haciendo flexiones en el suelo, mientras yo cosía unos tapetes y la celda apestaba a tigre. Pensé que darían un poco de ambiente hogareño y ni contestó. Pero a la mañana siguiente, un celador trajo un ramo de peonias, otro de clavales y dos jarrones...
-Pues sí que tiene poder y encanto...
-Las puse en agua y quedó precioso...por las noches me...-y de nuevo empieza con los jadeos y los lloros-. Hace que me maquille como una zorra...que me vista con faldita...lencería y medias y que me ponga frente a la reja...con las manos agarradas a los barrotes y abierta de piernas para encelar a los demás presos que ya lo están esperando...y los de la celda de enfrente cuando me ven en postura... ya se la sacan y empiezan a masturbarse...
-¿Y él?
-Un tanga de cuero y muñequeras, a veces se pone máscara.
-¿cómo Hannibal Lecter...?
-Quita, es más joven y mucho más guapo, pero sí le da un aire..
Yo estaba flipando en colores, sabía que en la cárcel daban unte, pero no que montaran un cabaret con los presos. La cabrona me hacía salivar. Lo sé, yo también fui un monstruo poniéndome morbosa escuchando como decía:
-Entonces, me sube las tetas por el escote y las cuelga entre los barrotes para que las vean todos. Siento el frío del metal y los pezones se enervan, y más que lo hacen entre sus manos que no cesan de pellizcarlos. Los de las celdas contiguas sacan la cabeza retorciendo el cuello en posturas imposibles, y los de enfrente, meten la directa y van a pajazo limpio. Luego, siento su aliento en mi nuca que huele ácido y dulce como el mosto recién hecho en las bodegas; y su lengua rasposa y caliente de demonio extenderme el azufre del infierno, desde la espalda hasta el oído pasando por la raíz de mis cabellos.
-Qué morboso...mmmm... -le dije sintiéndome cómplice absoluta.
-Tras darle un buen repaso al segundo piso, baja a la planta baja deslizando esas manazas de bruto para sobarme los muslos, rozándolos con las yemas de los dedos hasta el culo, provocándome escalofríos...
-De terror no serán, supongo...
-Me levanta esa faldita negra que tanto le gusta y me baja las bragas hasta las rodillas, se echa baba en la mano y me roza con el dedo, uno que tiene calloso de tanto metérmelo, acariciándome el ojete y tona la zona perianal hasta que lo hunde entero. Hurga y lo examina todo, rastreando la geografía de mi recto como si hubiese perdido algo, y si me muevo demasiado azuzada por el placer, me da con la otra mano hasta que se harta. La jauría de lobos pierde la cabeza al oír mis súplicas de perdón, y grita animando al verdugo, y ahí me deja con el culo caliente y rabioso para que reflexione un ratito sobre lo mal que me he portado. Después sigue con el otro dedo, o dedazo para ser exactos. Todo eso sin abrir boca, y ya están los otros presos para decirme de todo y motivarle: Puta, golfa, zorra....fóllatela de una vez...llénala hasta que lefe por la oreja...
-Horroroso y denigrante.
-Ni que lo digas. Si hubiera un motín moriría reventada, bueno, probablemente algún día muera entre sus manos descontroladas...
-Ni lo pienses. Quítate esas ideas de la cabeza o acabarás loca.
-Entonces inserta el anular, el que lleva con un grueso anillo de oro...el muy guarro podría sacárselo...¿no crees?... pero no...esta frío y yo tengo que calentárselo...y me da un roce por dentro... mmmmm...metiendo y sacando el metal noble...pero eso es más soportable que el aro de la polla...porque después de trajinarme con la mano, me la hunde toda entera con el hierro...25 centímetros por 8 de diámetro...a veces con un golpe seco y despiadado...al que yo contesto con chillidos y sofocos, trasponiéndome...
-¿Y eso te lo hace cada día? -le pregunté yo, babeando, a lo que me contestó:
-Tres y cuatro, incluso. Es un salvaje. Pero sólo por la noche monta ese numerito. De día es más discreto y no se disfraza. Me folla sobre la mesa, la pila de la esquina, en el suelo, sobre la litera donde me deja atada durante la hora de la siesta y empalada con una botella. Dice que es el mejor método para hacer de mi culo, un coño, y que así me falta menos para ser hembra auténtica, y no me dejará el ano lleno de fisuras cada vez que me la mete. A veces, cuando la dieta carcelaria le afecta, me pide que me encule en su rabo tras purgarse con un cigarrillo y un vaso de agua fría. Se sienta en la taza y me indica lo que tengo que hacer, con ese dedazo apuntando a su polla. Ya estoy enseñada y me acerco a esa columna vigorosa y me enfrasco en la tarea, calzándola con mi ano y hundiéndola hasta el fondo toda entera. Se mete a gruñir con una especie de ronquido animal, pone los ojos en blanco y su cara se distorsiona en muecas como si le fuera a dar una parálisis.
-Acojonante...¿Y no hay trigo limpio entre los funcionarios? -le pregunté con asombro
-¿Los funcionarios...? Los tiene en sus manos -me contestó sonriendo con sarcasmo-. Los del turno de noche me gozan una vez por semana. Rodolfo, me manda acercar la mesa a la reja, tumbarme encima y dejar la cabeza colgando quedando entre los barrotes. Uno a uno van pasando y yo les como los cojones, el mango y el capullo, y ellos meten las manos en el interior de la celda, para alcanzarme las tetas y sobarlas...
-¡Qué guarrada...! ¿y cuantos te haces? -le dije, falsamente escandalizado.
-Entre diez y doce según el día, porque siempre hay alguno de baja. A ratos me da la vuelta y con el culo fuera, "para que descanses un poco la lengua" son sus siete palabras de la noche. No hay más. Así quedo patas arriba, atada a los barrotes con unas cinchas, el único que dispone de cinchas en las celdas es él, y así, aspado, los recibo. Eso sí, siempre está a mi lado. Con una mano coge la mía y me ayuda a pasar el trance, y cuando es necesario, me ayuda a dilatar o hace de mamporrero acompañando las vergas a su objetivo.
-Menos mal que no te obliga a chupársela. Con esas medidas XXL, te ahogaría...
-¿Ahogarme?. No me ahogo de milagro con toda la lefa que echan los demás al corredor para alcanzarme. A veces me lanzan papel higiénico a modo de ovación, y a él le llaman "torero"
-Hermoso. Como en esa película "En el nombre del padre", cuando su papá que está con él en la cárcel muere, y sus amigos de trullo lanzan papeles ardiendo por las ventanas y las galerías. -No pude evitarlo y la voz se me quebró, porque esa escena siempre me tocó la fibra.
-Algo así, pero empapados en lefa. Parecerá increíble que aún aniden valores en ese cerebro sin conciencia. Me dijo literalmente que "dejársela chupar es de maricas" y de esa me he librado afortunadamente, aunque llevar empalado ese trasto no es poco. Mentiría si dijera que al final molesta, después de estar tan dilatado... y alcanzarme ese punto que tu sabes...me derrito entera...y gimo de gozo...ronqueo y babeo...y viendo todos esos tíos pajeándose en las celdas vecinas...y entonces me agarra por los tobillos, sosteniéndome para rematar y yo aferrado a los barrotes para no caer en desplome...noto su sudor en la espalda, chorreando y entonces es cuando se corre y me deja, llena, llenita...mmmm...
Se puso a sollozar de nuevo, y de nuevo, busqué instintivamente el kleenex que no llevaba mientras intentaba consolarla, diciéndole:
-Estás llorando y te entiendo Vanessa. Te sientes culpable de gozar después de haber provocado ese desastre. Sientes que no te lo mereces y que deberías estar penando. Pero tú no lo buscas, cariño, eso es violación. Clarísimo.
Su cara se transformó y me miró fijamente, mientras me soltaba:
-¿Llorando porque me violan, Cris?...ja ja ja ja ja ja...A mí no me violan. Gozo como una perra cada vez que me la meten. Lloro de rabia porque sólo he dejado impotente a ese hijo de puta y sin tetas a la zorra, y no los he matado. Lloro porque mi abogado no entiende nada, cuando le pido que haga todo lo posible para que me declaren culpable de todos los crímenes posibles, y así poder pasar el resto de mis días en esa celda; lloro porque el psiquiatra cree que estoy loca de atar por estar ida por ese hombre, y me dice que va a conseguir sacarme de la cárcel y meterme con los locos, porque tengo el síndrome ese comosellame...
-De Estocolmo -le soplé, a sabiendas de que me hacía la enterada y comprendiendo por fin el origen de ese brillo lujurioso tras sus lágrimas.
-Pues eso, de Estocolmo. Lloro, porque nadie entiende que para mí eso es amor: Que me traten como a una perra a todas horas, y aunque no me hablen ni me regalen flores directamente, me lo pongan fácil para tenerlas. No tener que estar pendiente de con quién lo encontraré encamado esa noche, con eso tengo suficiente...Cris...¿entiendes?...la libertad no es para mí...quiero eso, aunque sea tarde...ah y una cosa: refréscate el rostro después del repaso que te han dado, todas venís a verme con el mismo brillo en los ojos. Sé que queréis refregármelo por la cara, pero ya veis, me lo paso de muerte ahí dentro.
-Soputa, yo que venía a compadecerte y casi te envidio -le dije.
-Soperra, si es que no puedes ni sentarte, colaborando como todas con el cabronazo que os cachea en la entrada -me contestó.
Nos dio la risa tonta y nos despedimos con besos en el cristal. Las huellas de los labios, coincidentes, parecían la silueta de dos mariposas rotas contra la luna de un auto. Salí a la calle hacia el metro, pensando en sus perpetuas fantasías en las que creía que ese hombre, si no la engañaba era por amor y no por los barrotes que lo mantenían a raya. Pero también me alegré de que alguien le ayudara a llenar esos floreros y la cuidase a su manera, y de que quizá pudiese cumplir su sueño: quedar presa para siempre con ese loco.¿Qué es sino el amor? Una prisión para cualquiera.
Algunos recuerdos sórdidos adquieren con el tiempo una pátina entrañable, como la memoria de esa crisálida amiga. Paradojas de la vida, ella se hizo mariposa entre barrotes y aunque no tenía un bonito entorno, tuvo sus momentos de luz. No fueron los destellos burbujeantes de un cabaret o los de una barra de streeper atrapada en unas piernas desnudas, no. Fue el brillo del semen que la ceñía como un vestido y le daba toques de azúcar glaseado. Tod@s somos crisálidas a nuestra manera. Cualquiera tiene una identidad o sueño secreto que l@ atrapa, y si en algún momento no lo cumple, le roba el goce de la vida. Poc@s tienen valor de romper el caparazón, transformarse y volar. A mí me queda dar el último paso, perdida en esa habitación, aislada de la noche rutilante de Bangkok por los cristales.