Atraco porcino

Una joven farmacéutica asiática decide vengarse del hombre árabe que ha intentado robarle y violarla convirtiéndolo en el cerdo que siempre fue en realidad.

Abbas miraba desde su coche la farmacia que tenía como objetivo, llevaba rondándola un par de días y no podía esperar más tiempo sin que sospecharan de que iba a hacer algo en esa farmacia, un hombre árabe llamaba la atención por esas zonas en la que únicamente había gente blanca. Su intención era únicamente robar la farmacia, pero la joven que la atendía era tan perfecta y tan preciosa que si se daba la oportunidad no iba a dejarla escapar de sus garras. Iba a romper esa porcelana que era su piel para dejarle un recuerdo que nunca olvidaría, por pecadora, por no creer en el único dios que realmente existía.

Bajó del coche mientras se ponía las gafas de sol y la mascarilla, la época COVID le beneficiaba para, aún estando tan cubierto, no resultar sospechoso más allá de su tono de piel.

Entró en la farmacia cuando no había nadie y sacó un arma escondida tras su chaqueta, pero cuando levantó la mirada para ver a la joven farmacéutica la vio con una máscara antigás. Escuchó las persianas de la farmacia caer de golpe y como unas válvulas expulsaban gas, pero antes de poder disparar a la farmacéutica para asegurarse de salir como un hombre libre de allí, el cuerpo le empezó a pesar tanto que perdió el equilibrio y cayó de espaldas al suelo.

Cuando despertó estaba en una silla fría e incómoda, totalmente desnudo y atado tanto por las muñecas como por los pies con unas cuerdas gruesas que le quemaban la piel si intentaba retorcerse. Intentó mirar alrededor, pero estaba en una oscura habitación en la que solo podía ver un gato asiático de la suerte y una televisión de pantalla plana además de la puerta por la que lo habían metido ahí.

El tiempo se le hizo eterno hasta que escuchó unos tacones finos acercarse por el otro lado de la puerta y abrirla, dejando ver a la joven farmacéutica, que solamente seguía igual vestida que a la hora del atraco a excepción de la máscara de gas. Se desabrochó el botón superior de la bata de laboratorio que usaba como uniforme en la farmacia y dejó que Abbas viera su pálida piel por debajo, revelando entonces la falta de ropa debajo de la misma, convenciendo al secuestrado de una cosa: esa mujer era un demonio enviado para castigar sus pecados.

Mientras la mujer se acercaba, Abbas comenzó a murmurar, pidiéndole clemencia a Alá, jurando que no volvería a cometer ningún delito y menos aún en su nombre, pero su dios no iba a escucharlo.

—No tienes cobertura en el móvil estando tan abajo, así que dudo mucho que tengas cobertura celestial. —Cuando la mujer habló un marcado acento asiático se hizo presente, excitando levemente a Abbas, que tuvo que pensar en otra cosa para no tener una erección, no pensaba darle ningún gusto a su secuestradora.

LA mujer desapareció de su campo visual para después reaparecer con un plato con un par de filetes de cerdo que dejó en el regazo de Abbas, el cual se negó a comer, pero no importó, la farmacéutica volvió a irse, dejando a Abbas atado y solo con los filetes al alcance de su boca, ella lo consideraba un animal y así lo iba a tratar.

Un par de días más tarde la joven volvió al sótano en el que tenía a su víctima y sonrió al verlo con la boca manchada de la grasa de los filetes que le había llevado, el plato había acabado roto en el suelo con algún trozo del filete que por las ansias se había caído, pero había rechazado su religión al comer cerdo, y ese era el primer paso para convertirlo en uno.

Se acercó lentamente a él con una pastilla azul en la mano, escuchando las súplicas del árabe por poder beber algo, que pronto fueron calladas por la asiática, que valiéndose de una jarra de agua que había fuera del campo visual de Abbas le obligó a tragarse la viagra junto a dos litros y medio de agua que quedaban en la jarra.

—¿Por qué me haces esto…?

—Si no hubieras querido robar en mi farmacia y a saber qué más, ahora estarías feliz con tu mujer y tus hijos en tu mezquita, y no siendo convertido en el cerdo que realmente eres.

A Abbas se le escapó un gemido al notar como su miembro se endurecía despacio entre sus piernas, rozando la silla que de alguna manera se mantenía fría, haciendo que se retorciera en el sitio y las cuerdas le quemaran las articulaciones.

—Has dejado a unos pobres lechones sin madre al comerte esos filetes, así que hoy tendrás que alimentarlos tú. —Mientras hablaba pasaba sus finas y hábiles manos entre las piernas, la polla y los huevos del árabe, que escuchaba atentamente sin entender nada.

Poco después de haber empezado terminó de montar lo que había creado, un catéter atado a dos botellas de leche que seguía el recorrido de su polla hasta la punta, dejando caer cada pocos segundos una gota en su uretra, que resbalaba hasta los huevos.

—Déjame irme, no diré nada, por favor, si me liberas ahora no volveré a acercarme a tu farmacia y dejaré de delinquir, no avisaré a nadie de todo esto… ¡La policía siquiera se enterara!

Lo único que recibió como respuesta fue un silencio helador y admirar a esa perfecta asiática mientras observaba el reloj y desviaba de vez en cuando la mirada a la polla cada vez más enlechada de su víctima. Cada vez que bajaba a verlo se ponía los tacones de aguja negros y la bata de laboratorio, sin nada más para intentar evitar el uso de los fármacos que sacaba del trabajo, pero se resistía a tener una erección por las buenas, así que no le quedó más remedio que usarlo.

Un minuto exacto después de que el catéter empezase a gotear la farmacéutica se alejó hacia la puerta la abrió para coger una jaula de tamaño considerable con varios lechones hambrientos en el interior. Cerró la puerta para volver hasta el hombre que tenía secuestrado y abrió allí la jaula, haciendo que los lechones fueran rápidamente a buscar la leche que llevaban un rato oliendo.

Abbas gritó en el momento en que uno de los lechones agarró su miembro con la boca e intentó succionar en busca de más leche, mientras los demás lamían la que caía por el tronco o goteaba en sus huevos. Pronto solo quedaba la gota que caía cada pocos segundos, haciendo que los animales lamieran y mordieran buscando más alimento sin éxito. Gritaba desesperadamente hasta que en cierto momento uno de los lechones empezó a lamer sus huevos de forma placentera, mezclando los gritos con gemidos que lo avergonzaban. Los colores le empezaron a subir a las mejillas por la vergüenza mientras las lágrimas le resbalaban por los ojos del dolor que sentía, sintiendo como su polla palpitaba cada vez más fuerte por estar acercándose al orgasmo.

—Venga, Abbas, dale a tus crías de cerdo un buen chorro de leche.

Al escuchar de nuevo aquel acento asiatico no pudo evitar tener ese orgasmo que tanto quería resistir, haciendo que los animales se alejasen al saborear aquello tan diferente a la leche. Vio cómo la joven los metía de nuevo en la jaula pero no los sacaba de la habitación.

Acercó un plato con varias líneas blancas a la cara del árabe y este negó, había hecho muchas cosas malas, pero le juró a su mujer que nunca se drogaría y quería mantener esa promesa, era la única que no había roto aún.

—O la esnifas o te la tragas, y te aseguro que si te la tragas te pega mucho más fuerte que si la esnifas. —Ante la negativa, la joven reunió todo el polvo en un borde del plato y agarró de las mejillas al ya débil hombre que tenía como juguete para dejar caer en su boca la droga, tapandosela después con la mano para que no pudiera escupirla.

Pasaron varios días así hasta que los lechones dejaron de necesitar leche, Abbas se había alimentado únicamente de diferentes carnes de cerdo y de droga, cada vez que estaba más de diez horas sin alguna de esas dos cosas le entraba un mono incontrolable que no podía soportar.

Cuando llevaba dos semanas encerrado la farmacéutica volvió a entrar, con la misma ropa de siempre, pero con un pequeño detalle nuevo: su nombre escrito en la bata.

—Kagami por favor… Déjame marchar, me has hecho de todo, te has vengado por ti y por todas mis víctimas…

—Venía a liberarte… pero como te has atrevido a llamarme por mi nombre, mejor te doy otra viagra y que aprendas a estarte callado.

—Esos lechones ya no beben leche…

—Pero mi perro hace mucho que no tiene ningún perrito del que abusar, supongo que no verá ningún inconveniente en abusar de un humano con la polla dura. —Se rió mientras acercaba algo de droga a su víctima, algo menos blanca de lo normal, pero eso le dio totalmente igual.

Aspiró todo lo que pudo y lamió lo que quedó en el plato, llevándose entre ese polvo una viagra que no sabía que había dentro, así que cuando se le empezó a poner dura cuando la perra entró, se sintió como un cerdo desgraciado por excitarse con la idea.

La pastora alemana estaba bien entrenada y se mantuvo quieta en su sitio mientras el miembro de Abbas crecía, que decidió abandonarse al placer que le estaba dando la droga que había esnifado, puede que con eso imaginase que la perra era una bella mujer como las que usaba para engañar a su mujer.

Tras un chasquido de su dueña la perra corrió a lamer la polla del drogado, que gimió por el placer que eso le provocó, pero en seguida se volvió a retorcer del dolor cuando la perra se le subió encima, arañándole el cuerpo y retorciéndole la polla hasta poder introducirla en su coño canino, moviéndose de forma muy violenta sobre el y nada placentera.

Notaba las patas del animal por su cuerpo, que se agarraba para no caer mientras no dejaba de violarlo, la lengua del mismo le babeaba la cara y de vez en cuando se llevaba un mordisco de la perra.

Pasaron horas de dolor y sufrimiento hasta que la perra notó como la llenaban de semen y decidió bajarse, dejando que Abbas viera como la pantalla plana que llevaba ahí desde que llegó estaba encendida, mostrándole a su familia y a los miembros de su mezquita viendo videos de como él comía cerdo, se drogaba o se corría sobre los lechones, incluido también el video de como acababa de violarle aquella pastora alemana. Rompió a llorar, no aguantaba más, solo era capaz de pensar en drogarse ahora que el efecto se había ido, nadie fuera lo querría por todo lo que habían visto en los videos y el infierno que ese demonio le provocaba era peor que el que había imaginado en sus peores pesadillas.

—Firma aquí y todo acabará. —Kagami le ofreció un papel y un boli, acercándolo a su mano, y este firmó, nada podía ser peor que aquello, y la muerte no le sonaba tan horrible.

Volvió a quedarse a solas y poco después la joven volvió con un arsenal quirúrgico. Agarró con fuerza la cabeza de su víctima y le abrió la boca para arrancarle la lengua con unas pinzas, sin usar ningún tipo de anestesia y cauterizando la herida con un estañador para que no se desangrara. Le cortó la nariz para ponerle un morro de cerdo y le cosió los dedos de las manos y los pies para que formasen pezuñas perfectas, tirándolo de la silla al suelo después para coser una cola de cerdo sobre su ano, quedando perfecta por lo roja que estaba su piel por esa zona, no se notaba el cambio de una piel a la otra. Cuando Abbas se intentó levantar recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó atontado en el suelo, pero totalmente consciente, permitiendo que la farmacéutica siguiera con su juego de operación y cortase y atase zonas de sus muslos entre ellas para que no pudiera volver a ponerse de pie, era un cerdo y los cerdos solo iban a cuatro patas.

—Así que ese es nuestro nuevo juguete, ¿Verdad?

Cuando el recién operado alzó la mirada vio a tres hombres negros de aproximadamente dos metros, vestidos con camisas blancas y pantalones pitillo que dejaban marcar sus pollas, más grandes en reposo que la suya excitado.

—Así es, un cerdito árabe adicto a la droga, pero es caníbal y solo come cerdo, no le deis otra cosa o enfermará.

Las risas de los tres hombres que lo habían comprado y de la mujer que lo había secuestrado retumbaron en la cabeza de Abbas, que no podía hacer nada más que llorar.

—No llores, cerdito mío —Uno de los hombres se agachó hasta el suelo —. Con nosotros tendrás toda la droga que quieras, siempre y cuando tengas la boca y el culo bien abiertos para que te empotremos dia y noche.

No veía nada mejor en su futuro, tal y como estaba fisicamente y viendo como había quedado su familia tras verle disfrutar en esos videos trucados, drogarse mientras era el puto cerdo de tres negros fetichistas era el mejor destino que se le podía ocurrir.