Atraco en Sevilla
Dos meses después de resultar herido, la joven camarera, me recompenso por salvar su vida.
La segunda detonación impacto en mi hombro derecho. Apenas sentí dolor, aunque mi cuerpo se vio desplazado, como por una fuerza invisible, hasta acabar tendido de espaldas sobre el suelo del bar. Unas pequeñas manos presionaron mi herida, entre sollozos, la joven camarera trataba de evitar que muriera desangrado. Mas tarde, en el hospital, los médicos explicarían que la trayectoria de la bala había sido limpia, y que tan solo me quedaría una bonita cicatriz para recordar aquel atraco. Su rostro, extenuado por la angustia, brillaba por las lágrimas, sin por ello perder un ápice de su belleza.
Desde mi posición, podía sentir como al presionar mi herida, sus exuberantes pechos chocaban contra mi cabeza. Nuestras miradas se cruzaron varias veces, y en sus ojos oscuros, pude percibir un halo de preocupación y de admiración hacia mi.
Aquella bala, que ahora se arrojaba en mi hombro, tenia como destinatario el pecho de la joven. Instantes después, una ráfaga de ametralladora abatía a los dos atracadores, la policía irrumpía en el bar y tras unos segundos de silencio, la joven apoyaba mi cabeza en sus pechos, al mismo tiempo que yo perdía el conocimiento.
Sevilla huele al azahar de sus jardines, y al igual que su piel, su fragancia permanece en mi, incluso días después de alejarme de la ciudad. Dos meses después del atraco, tras entrar en el bar, volví a sentarme junto a la barra, en el mismo taburete que la vez anterior. La camarera continuaba siendo la misma que la noche del atraco. Su cuerpo, esbelto y delicado, paseaba por el local mientras era admirado por los demás clientes.
Al agacharse en cada mesa, su melena morena se desplomaba sobre su pecho, como si tratase de ocultar el movimiento de sus colosales senos, al mismo tiempo que sus pantalones negros se ciñen en su piel, marcando con claridad el recorrido del tanga sobre sus sensuales nalgas.
Me reconoció en el mismo momento en que su mirada se clavo en mis ojos. Contorneando sus caderas, recorrió los pocos metros que nos separaban, y rodeándome el cuello con sus brazos me beso la mejilla, después, acercando sus labios a mi oído susurro su nombre mientras se sentaba a mi lado.
La noche paso entre risas y cervezas, y la cerveza paso entre caricias y miradas. Poco a poco los clientes fueron desapareciendo, hasta que su jefe decidió cerrar la puerta y comenzar a barrer el bar. Sin dejar de mirarme, María me dedico una media sonrisa y cogiéndome de la mano me llevo hasta el vestuario de los empleados.
Dos golpes retumbaron en la penumbra de aquella pequeña habitación; El primero tras el contacto de mi espalda contra la pared, después de que María me empujase presionando mi pecho con sus manos. El segundo, al cerrar la puerta, esta vez, fuertemente y de espaldas a mi. Aun no se había dado la vuelta, y su espalda ya permanecía desnuda ante mi. Lanzo el sujetador a una esquina de la habitación, y girándose muy despacio, avanzo hacia mi, con su sonrisa picara, mientras se tapaba los pechos con la camisa envuelta en sus manos. Retire su melena, dejándola caer sobre su espalda. La abrace, y cerrando ambos los ojos, nos besamos.
El sabor de la cerveza recorrió mi paladar. Con mis manos acariciaba su espalda, y mojando mis labios en su saliva, comencé a peregrinar por su cuello con rumbo al lóbulo de su oreja. María, con sus ojos cerrados, sonreía mientras la piel del su cuello se colmaba de placer, hasta que en un momento de debilidad, dejo caer la camisa al suelo.
Sus pechos colgaban libres entre su cuerpo y el mío, trate de amarrarlos, pero su gran tamaño, apenas me permitía sostenerlos con mis manos. Continué besando su piel, descendiendo lentamente, doblando mis rodillas, hasta alcanzar con mi boca el trofeo de sus senos. Sus pezones permanecían completamente erizados, custodiados por unas enormes aureolas color café. Las recorrí decenas de veces con mi lengua, surcando su piel en forma de espiral, para concluir, mojando sus pezones con el sabor a cerveza de mi saliva.
Primero la cremallera, y después los botones. Mis Levis, cayeron hasta la altura de mis tobillos, y tras ellos, arañando ligeramente mis nalgas, María izo descender mis Boxer hasta el mismo lugar. Se arrodillo ante mi, hasta que mi verga quedo a la altura de sus ojos. Dura y completamente erecta, palpitaba en el aire, mientras ella me acariciaba con sus fríos dedos mis testículos. Levantándose ligeramente, sumergió mi pené entre sus pechos, y comenzó a masturbarme presionándolos con sus manos, hasta tenerme prisionero de su placer.
Desde mi posición, podía observar perfectamente, como la hinchada punta de mi miembro, aparecía y desaparecía entre sus senos. Maria levanto su cabeza, buscándome con la mirada, me dedico una nueva sonrisa y libero mi miembro de entre sus pechos. Se agacho, y con un experto movimiento, estiro la piel de mi prepucio, para después pasear su lengua por el terso músculo de mi vega.
Su lengua errante, ascendía lentamente saboreando cada poro de mi piel, dejando tras ella, un halo de placer convertido en saliva. Al llegar a la punta de mi glande, humedeció de manera exagerada su linda lengua, y jugueteo con ella por toda la superficie, dejando que un pequeño torrente de saliva recorriera mi orgullosa lanza, perdiéndose por entre mis piernas. Se separo unos centímetros de mi piel, y comenzando nuevamente desde los testículos, recorrió mi pené, esta vez, soplando ligeramente hasta conseguir estremecer mi cuerpo con una sensación de frió indescriptible. Tras la cual, abriendo ampliamente su boca, se introdujo mi verga hasta lo mas profundo de su garganta. Al contraste de temperatura, mi cuerpo experimentó un pequeño pero intenso espasmo. María apretó con sus manos mis nalgas, y succionó mi pene presionando con los labios sobre mi grande, y jugueteando de nuevo con su lengua.
Mi respiración aumentaba por momentos, al igual que María aceleraba sus movimientos hasta conseguir que su frenético ritmo, me originase una interminable sucesión de jadeos. Sentía que las fuerzas abandonaban mis piernas. Doble mis rodillas para poder aferrarme a sus pechos con mis manos, y al mismo tiempo que una oleada de ardor invadía mi cuerpo, empuje mi verga hasta lo mas profundo de su boca, y la obsequie con una gran cantidad de semen, que recorrió su garganta en varios interminables impulsos.
Quede sentado en el suelo, con mi respiración aun agitada y los grandes senos de María en mis manos, mientras ella se entretenía en limpiar, los restos de semen, que permanecían en mi verga, con su juguetona lengua.
El ruido de una mesa, recordó a María el lugar en el que nos encontrábamos. Se levanto, y tras vestirnos precipitadamente, abandonamos juntos el lugar donde dos meses antes, una bala propicio el mejor regalo de mi vida.