Atracción y Desviación 1: El comienzo
Un viaje que lo cambia todo. Amor entre madre e hijo puro. Gracias a ladysexopata (ID: 1359832)
Atracción y Desviación 1: El comienzo.
Luego de más de un año y medio de la muerte de mi padre pudimos llevar sus cenizas donde nos pidió: A la cabaña de su infancia.
El viaje era largo, viajar en avión casi una hora de mi ciudad, atravesando el país y de ahí alquilar un coche y manejar una ruta de dos horas más por caminos inhóspitos y sin carretera, con sólo la guía del GPS.
La cabaña pertenecía a mi abuelo, pero hacía muchos años que estaba abandonada y mis tías quienes viven a casi dos horas a pie hacían limpieza de vez en cuando. Las paredes de piedra aún mantenían cierta solidez, el techo estaba destartalado y no tenía ningún amoblado.
Limpiamos un poco y luego recorrimos la zona, encontramos una laguna donde arrojar las cenizas. Al regresar empezó a llover a cántaros.
Le dije a mi mamá que se meta en el coche pero no pudimos irnos, el camino se había convertido en un lodazal y dificultaba nuestra salida. Le dije a mi madre que entre en la cabaña llevándose el maletín con ropa para mudarnos; mientras yo sacaba la carpa, bolsas de dormir. Sin embargo a pocos pasos resbaló y cayó en un charco regando ropa que traía en el maletín.
Fui corriendo donde ella, la levanté y la llevé en brazos dentro y la senté en un tronco. Mientras traía las cosas. La revisé y por suerte no tenía nada.
Mi madre tiene 48 años aunque de apariencia mucho menor, es médica de baja estatura, ojos rasgados marrones claros –por su ascendencia asiática-, cabello lacio negro y una carita angelical y su pequeño tamaño resalta sus curvas.
Armé la carpa, encendí la chimenea –tarea nada fácil para alguien que no está acostumbrado al campo- y cerca del fuego tendí la ropa para que secara. Hice sacar la ropa de mi madre para que no cogiera un catarro, la empecé a secar con el único polo que encontré seco. Se había mojado hasta la ropa interior.
Nos metimos en la carpa, ya que el techo era una coladera y el agua se filtraba.
Le quité toda la ropa, cuando le quité le brasier cruzó los brazos para cubrirse, se los bajé diciéndole “es por tu bien”. Me quité la ropa, ya que también estaba mojada y nos metimos cada uno a su bolsa de dormir.
Le ofrecí unos chocolates, galletas y agua mineral que había llevado y puse algo de música en el móvil, lo único que servía ya que no había señal, riéndonos y recordando sucesos.
La tranquilidad no duró mucho, el agua se estaba filtrando. Desarmé mi bolsa, la abrí y la coloqué en el suelo a manera de tapete.
Al ver que estaba con frío, mi madre se ofreció a compartir su bolsa diciendo “el calor corporal es lo mejor para combatir el frío”. Estábamos ambos sintiendo el cuerpo del otro, su olor, su piel. No pude evitar una erección que se sintió a través de mi calzoncillo, mi madre la sintió pero no dijo nada. Sin embargo, pude sentir como sus pezones se ponían duros.
No pude evitar empezar a besar a mi madre en el cuello. Ella dijo “Por favor no. Ivan, somos madre e hijo” Pero no me detuve y ella no intentó detenerme. “Lo siento mamá, no puedo detenerme. Deseo esto desde hace mucho.” Y le di un beso en la boca, recorriendo con mis manos su espalda y sus pechos.
Abrí el sleeping, cogí un trozo de chocolate el cual puse en mi boca y le di otro beso pasándoselo a ella. Mientras saboreaba el dulce mi mano recorría las finas hebras de sus bellos púbicos llegando hasta su clítoris el cual empecé a masajear en forma circular, luego metí dos dedos haciendo gozar a mi mamá. Se recostó y se abrió de piernas, apoyando sus pies en el suelo y las rodillas flexionadas. Posición perfecta para un conilingüis, mientras con mi mano me quité la truza. Mi madre suspiraba, bufaba, pidiendo más: “¡Más Ivan! ¡Qué rico! ¡cómeme!”. Mientras un hilo de saliva con chocolate se deslizaba por la comisura de sus labios.
Al ver mi erección con mi pene en la mano como un sable listo para empalar. Mi mamá dijo que no con su boca, mientras sus fluidos vaginales salían de su chocho. Entonces se la clavé. Mi mamá arqueó la espalda y cerró los ojos mientras me apretaba la espalda con sus manos.
Se lo metía enérgicamente, con una velocidad constante. Mi mamá estaba como loca, gritaba y gemía mientras me besaba el pecho y el cuello.
La volteé de espaldas y le hice la pose del misionero. Ella puso los dedos en su concha mojada y guió mi pene a su mojada cueva. Pude sentir como se corría: “¡Ha pasado tanto tiempo! ¡tu pene es más grande y lo haces mucho mejor que tu papá! Lo quiero todo adentro, destrózame la vagina!” y otras cosas por el estilo.
Luego su cuerpo cayó y trataba de recuperar la respiración. Sin darle tiempo para recuperarse del orgasmo, ya que yo aún no me había corrido, la recosté de costado y se clavé rápido. La respiración de ambos se tornó muy agitada. Luego ella me colocó con la espalda en el suelo, mi pinga parecía un mástil, se sentó en mi tranca y empezó a masajear su raja mientras su espalda estaba pegada a mi pecho. Fue hermoso, madre e hijo gozando de lo prohibido. Fue ahí donde me corrí. Litros de leche inundaban las entrañas.
Descansamos un momento, para luego colocarla boca abajo. Clavándosela en la posición del misionero, mientras le susurraba: “Te amo mamá, siempre lo he hecho. Te cuidaré y protegeré por siempre.” Embistiéndola hasta hacerle llegar al paraíso de otro orgasmo.
A la mañana siguiente, me levanté temprano para buscar agua para lavarnos. Mi madre me dio las gracias, pero dijo “fue un error. Que no vuelva a repetirse.” Yo me molesté y la encaré diciendo: “Dime si no te gustó” Ella sólo bajó los ojos y con la mirada en el suelo dijo “Somos madre e hijo, esto no debe ser. Hagamos como si no hubiera pasado, me ha gustado pero…”. No completó la frase.
Nos lavamos y cambiamos. Subimos al auto y nadie dijo nada en el trayecto de regreso.. Mi madre miraba el paisaje, taciturna. Aunque tenía una gran sonrisa en la cara ¿en qué estaría pensando? De seguro en nuestra noche: El goce ganaba a la culpa.
Sabía lo que tenía que hacer. Llegando a nuestra ciudad idearía la forma en que vuelva a ocurrir y esta vez será para siempre, sin culpas ni remordimientos.