Atracción de noche buena

No hay nada más candente como peligroso que sentarse encima de un hombre cuando llevas unas copas de más. ¿Y si ese alguien resulta ser el hermano menor de tu madre a quien no has visto por más de diez años? ¿Vale la pena correr el riesgo? Está es la historia de Laura y su tío Lucho.

Eh pasado varias horas frente a la pantalla de la computadora pensando como iniciar esta historia. Y creo que la mejor forma de lograrlo es comenzando desde el principio, si es que existe uno.

Como buena lectora de TodoRelatos, me aficioné al género de amor filial más que a ningún otro. Debo reconocer que durante mis inicios en esta página empecé leyendo en la categoría de sexo con maduros, pero cuando uno de los capítulos de mi serie favorita aterrizó en el tema del incesto, fue entonces que comencé a mostrar auténtico interés por dicho tabú. Como buena chica, criada y educada en el seno del catolicismo más devoto, me resultaba inconcebible la idea de que el sexo entre padres e hijos, primos y hermanos fuera más que una simple fantasía, pero después de leer un relato tras otro de los numerosos que abundaban en dicha página, fui dándome cuenta que detrás de la ficción con que habían sido escritos, existían aspectos adornados de una realidad bastante común y silenciosa. Fue así como dicho tema pasó de ser un simple tabú a ser examinado de una forma más objetiva.

Y si bien nunca en la vida había tenido alguna experiencia sexual consanguínea, trataba por todos los medios posibles entender cómo se originaban dentro de uno pues, aunque los relatos eran bastante explícitos al contar las mil y una formas de introducción al mundo del incesto, yo me negaba a creerme capaz de hacerlo. Cuando me proyectaba en alguna situación similar, me era imposible ver con otros ojos a mi padre o a mis primos ya que a estos los conocía de toda la vida. Y cuando pensaba en mis tíos, o me parecían muy grandes en edad o nada atractivos. En cuanto a las mujeres de la familia, eso ni pensarlo. Siempre me consideré a mí misma como una chica hetero, y no iba a darle vueltas a un asunto que ya estaba zanjado.

Pensé que lo mejor era disfrutar de los múltiples relatos que ofrecía la página sin tratar de entender el morbo que se sentía, disfrutarlos sin llegar a sentirme culpable por terminar masturbándome en la intimidad de mi habitación. Eso pensaba hasta que, seis meses después, la diosa de la lujuria llamó a mi puerta, agarrándome totalmente desprevenida.

Mi nombre es Laura. Lo ocurrido tuvo lugar durante la celebración de noche buena. Esa navidad fue la más especial de todas, no tanto por ser mi primera experiencia sexual incestuosa, sino porque ese día se reunió toda mi familia, incluyendo a aquellos parientes que hacía tiempo ya no veía. Uno de ellos era el hermano menor de mi madre, el tío lucho.

Al tío lucho lo recordaba de mi infancia; era un jovencito de quince años que jugaba conmigo al caballito. Era un chico güerito y bastante alegre, el alma de la abuela, hasta que un día se fue a vivir a los Estados Unidos y no volvimos a saber más de él. Cuando regresó, quince años después, la casa fue un mar de llanto; ya nadie lo reconocía. Mi madre comentó que, si la abuela aun viviese, no habría sido capaz de soportar la impresión de ver regresar a su hijo menor. Mi tío lucho era otra persona. Era bastante alto, guapo, fornido y con unas cuantas canas en el pelo que le sentaban bastante bien. Cuando lo vi, pensé en mi ex novio Raúl, mi profesor de matemáticas de la universidad, con quien hacia tan sólo tres meses había terminado una relación.

Pero mi tío lucho no había llegado solo. Tenía esposa e hijos, dos pequeños que eran bastante parecidos a él en su juventud. Ni cabe destacar que no supe cómo reaccionar. Lo propio hubiera sido correr a abrazarlo, pero habían pasado tantos años que el hombre que tenía delante mí era un total desconocido. Él en cambio me recordaba y hablaba como si hubiese pasado tan sólo ayer. Los sentimientos que debió despertar en mí estaban muy lejos de ser los de una sobrina feliz de volver a ver a su tío. En su presencia me sentía con la guardia desprotegida, tal como cuando una se encuentra con un hombre atractivo y en lo único que podemos pensar es en que deberíamos haber estado mejor presentables para la ocasión. El bochorno no pudo ser más evidente, tanto fue así que, durante el día previo a los preparativos de la cena, traté de evitarlo a como diera lugar. Y no fue sino hasta el atardecer cuando decidí que debía hablar con él y mostrarle cuan hermosa se había puesto su sobrina, impulso que obedecía a la vanidad de una chica que quiere impresionar a un hombre guapo.

Esa noche opté por algo más casual y femenino. Me puse una ombliguera de manga larga color negro que hacía resaltar la piel blanca de mi fina cintura. En la parte de abajo usé una falda con tablones y mallas para aprovechar la longitud de mis estilizadas piernas que, como me repetían los hombres una y otra vez, era la parte más sexy de mi anatomía. Mis pechos y mi trasero no eran tan voluptuosos, pero las facciones de mi rostro lo compensaban con creces. Tenía unos ojos negros enormes y una fina nariz, con una sonrisa que muchos calificarían de coqueta. Para completar mi atuendo me calcé mis botas negras cortas, lo que esa noche en especial, me hizo ver mucho más alta.

Cuando logré captar la mirada de mi tío en el recibidor casi me morí de la vergüenza, aunque debo reconocer que por un lado me sentí encantada; a esas alturas del camino yo ya sabía reconocer cuando un hombre estaba complacido por lo que veía. Debí agradecer que no estuviera su esposa presente ya que eso me permitió mantener un breve acercamiento. Hablamos un poco sobre nuestras vidas, de mis sueños y expectativas cuando concluyera la universidad. Yo me sentía radiante a su lado, la especial atención que mi cuerpo ejercía sobre aquel hombre me fascinaba sobremanera. No voy a mentir, de entre los presentes, primos y tíos, Lucho eran quien despertaba en mi cierto grado de interés más allá de lo filial. Por vez primera había comprendido esa chispa inicial, ese brote que da origen al deseo y que te hace sentir mariposas en el estómago. Desde aquel instante supe sin lugar a dudas que me gustaban los hombres maduros. Sabía que aquello hacia mi tío estaba mal, pero trataba de convencerme a mí misma que todo era un juego y que por nada del mundo cometería una locura.

Durante la noche la casa estaba tan llena que me fue casi imposible volver a entablar una conversación con mi tío estando su esposa presente; además de que sus hermanos, mis tíos, no lo dejaban ni cinco minutos solo. También había más primos en la celebración de los que podía recordar. La gente iba y venía de un lado a otro. Tuvimos que poner varias mesas en el patio para poder cenar todos juntos; y cuando comenzó la música, la mayoría, cerveza en mano, fue como una guerra campal de todos contra todos. Terminé bailando con dos de los novios de mis primas. Uno de ellos tuvo la desfachatez de decirme al oído que yo estaba preciosa y que si no viniera acompañado me llevaría a la luna. Obviamente esperaba que yo le dijera que sí, pero no lo hice. Él chico era demasiado obvio, y a mí me gustaban los retos. No pude menos que reírme de la situación.

Pero la noche tuvo también su momento amargo. Lo que me frustró la noche y que hirió mi orgullo hasta lo más hondo fue que cuando por fin logré atrapar a mi tío en el área del patio designada como pista de baile, él me dejara para irse a bailar con una de las tías más fastidiosas; una exuberante rubia de cabellos rizados, estrecha cintura y cadera prominente, con un trasero enorme que calificaba de monstruoso. Y, por si eso fuera poco, algo contra lo que no podía competir: una poderosa delantera que exhibía con un provocativo escote que no dejaba casi nada a la imaginación.

Todos canturreaban y vitoreaban a la pareja al compás de la música mientras yo me apartaba bastante dolida para viborear con mis primas en las mesas más alejadas. Se trataba de la parte de la fiesta cuyo nivel de alcohol había alcanzado su estado cumbre.

A medida que avanzaba la noche se iban despidiendo los familiares más grandes y los que tenían hijos pequeños. Como la casa era de campo, algunos tuvieron que irse para buscar un hotel en el pueblo, otros, sobre todo los primos que habían llegado acompañados de sus novias, acamparon en el patio principal, separados del barullo de la fiesta.

Desde lejos vi como tres de mis tíos, entre ellos el tío Lucho, regresaban con un par de botellas de tequila, al parecer con ganas de querer continuar la fiesta. No supe qué hora era, pero fue un invierno especialmente caluroso, así que volví a la habitación en la que había dejado mis cosas y me quité las medias. Mis primos y primas habían formado un círculo en torno a una mesita donde se ponían todas las botellas casi vacías. Los acompañé sólo porque no tenía sueño; mis padres hacia rato que se habían marchado a dormir.

-¿Quieres una cuba, Laura? -me preguntó mi primo Manuel, quien se podría catalogar de entre el grupito como el gurú de la bebida, encargado de preparar las rondas de alcohol e invitar a todo el que se acercara.

Yo asentí y le recibí el vaso por cortesía. La bebida estaba más cargada de alcohol que de gaseosa. A esas alturas ya estaban tan borrachos que nos distinguían el sabor suave del fuerte. Pero no dije nada. Se veían tan relajados que me quedé platicando con ellos muy a gusto. Durante un rato alguien hablo de fantasmas y todo el tema derivó de acontecimientos paranormales que los trabajadores de la casa de la abuela habían experimentado.

-También el trabajador que cuidaba la parcela los vio -dijo uno de mis primos y todos lo escuchamos con atención.

-¿Te refieres al Pacas? -preguntó Manuel, levantando la mirada mientras mantenía la botella suspendida en el vaso- Pero si ese todo el tiempo anda bien pachuli.

-Pero ese día no andaba -observó un tercer muchacho.

-Ay, como quisiera uno -soltó mi prima Tania.

-¿Un qué?

-Un porro. ¿De casualidad alguien trae?

Sin que nadie lo dijera abiertamente, todas las miradas convergieron en una misma dirección. Mi tío Lucho. Él se hallaba sentado a corta distancia enviando mensajes en su celular sin darse cuenta que de pronto era el centro de atención. Hasta ese momento yo no me había percatado que entre los dedos de su mano derecha salían finas hebras de humo. Y entonces se puso de pie y fue más que evidente que sostenía un cigarro.

-¡Tío Lucho!, !Comparta un poco! -gritó el más osado de mis primos. Mi tío se guardó su celular y se acercó, mirando en todas direcciones como para cerciorarse que no hubiese ningún otro adulto allí.

Todos éramos mayores de edad, pero aun así conocíamos las reglas de la familia. Todos bebían alcohol, pero la marihuana era un asunto diferente. Intercambié miradas con las dos únicas mujeres del grupo y a ninguna le pareció mala idea. Ellas ya parecían haberla probado antes. Y cuando mi tío les pasó el cigarro, se lo arrebataron como aves de rapiña.

Cuando por fin me llegó el turno de fumar, el cigarro era menos que una colilla. Lo miré con indecisión. Mi tío me observaba con curiosidad; al parecer pensando que no lo haría. Pero mientras más lo miraba mayor se volvía el número de personas que esperaban que lo hiciera, así que me armé de valor y le di una onda calada. Tosí.

-¿Nunca habías fumado, Lau? -preguntó mi tío Lucho.

Y como no quería quedar delante de él como una principiante, le respondí:

-Sí, pero ya tiene un año. Fue durante un viaje de estudios a Guadalajara.

Sin pensarlo dos veces di una segunda calada y de nuevo comencé a toser.

Mis primos se rieron, pero casi de inmediatamente se olvidaron de mí. Uno de ellos sugirió ir al río; otro dijo que se encontraba cansado y que estábamos demasiado ebrios para eso. Yo no me hallaba ni tan ebria ni tan cansada, pero no dije nada.

Mi tío ocupó un asiento vacío a mi lado y me dio suaves golpecitos en la espalda.

-Entonces veamos una película de terror -sugirió Tania.

-Pero ya están todos dormidos en la casa -respondió mi primo Joaquín.

-La del peón de confianza está desocupada -dijo mi tío Lucho, como si la propuesta lo incluyera.

-No creo que sea buena idea.

-Creo que a Poncho le da miedo por la plática que tuvimos.

-Si, poncho es un miedoso.

-Vamos.

Antes de que pusieran más objeciones mi tío Lucho me tomó del brazo y dijo:

-Quien no tenga miedo que me siga.

Todos lo hicieron. Cruzamos el jardín lleno de árboles frutales hasta una pequeña choza ubicada en los límites de la propiedad, casi donde comenzaban las parcelas de agave. Efectivamente la casa era pequeña; apenas un cuartito con espacio suficiente para hacerse de una salita con un sofá grande y varios sillones huevo. Los primos rápidamente se disputaron donde sentarse, dejándonos a las chicas y a mi tío Lucho de pie.

-Creo que sería caballeroso que nos dejaran los asientos -sugirió mi prima Micaela.

-Sí, además ustedes son hombres -opinó Tania.

-¿Y qué? Estamos cansados de la desigualdad.

-¡Ja! ¿Desigualdad? ¡Oigan a este!

-Ven Micaela, súbete encima de mí -dijo Manuel, golpeándose las piernas desde el rincón. Micaela no se lo pensó dos veces, se abrió paso por encima de los pies de los chicos y sin mucha objeción, se dejó caer sobre él.

Eso nos dio menos base sólida para seguir protestando así que, un segundo después, Tania también se fue a sentar encima de otro de mis primos, justo en un extremo del sillón.

-Mira, es la de El Conjuro -observó Joaquín-. Dicen que esa está buena.

-Venga tío Lucho, me voy a dormir ­-dijo el chico que estaba en el otro extremo.

-Lo que pasa es que a ese le da miedo.

-Tengo sueño idiota, además estoy bien pinche pacheco .

Cuando mi primo se puso de pie, mi tío Lucho pasó a ocupar su lugar. Posó en mí su mirada y se golpeó varias veces las piernas; aquel gesto era una clara invitación para que yo me sentara encima suyo. Miré a los demás. Nadie parecía prestar atención. Y tampoco es que pudieran hacerlo, ya que la película daba comienzo y toda la escena trascurría en la noche, haciendo que el monitor casi no arrojada luz en la habitación. Pero sentarme en las piernas de mi tío era algo que no tenía contemplado, un asunto al que no debía darle tantas vueltas porque si todos se daban cuenta de mi dilema se volvería bochornoso. Así que suspiré y lo hice, me senté delicadamente sobre sus piernas. Yo estaba nerviosa, no sabía qué hacer.

-Si quieres… recárgate -dijo mí tío, tomándome del hombro para que me recargara sobre su pecho.

El silencio en la habitación fue total. Era como si nadie hubiera notado que sobrina y tío se encontraban en una situación comprometedora. Pronto dieron comienzo las primeras escenas escalofriantes que nos hicieron saltar del susto, provocando algo que no pensé que ocurriera tan pronto. Debajo de mí sentí crecer un bulto entre mis nalgas. Me puse todavía más nerviosa si eso cabía. Tragué saliva. Sabía que debía ponerme en pie y largarme de allí, pero no lo hice. Me quedé. Levantarme sólo delataría el hecho de que me hubiese percatado de que él sufría una erección, y era para mí más fácil ignorar aquella situación que enfrentarla por simple vergüenza a mi tío.

Por otro lado, mis primas parecían tranquilas, aunque en varias ocasiones noté que Tania se movía más de la cuenta.

Me quedé observando la película para olvidar el asunto, pero la siguiente escena nos hizo saltar por segunda vez. En esta ocasión mi tío Lucho aprovechó la situación para apoyar su mano muy cerca de mi cintura. Sus juguetones dedos se acercaban peligrosamente a una de mis zonas más erógenas. La situación me estaba poniendo tan nerviosa que realicé un sutil movimiento de cadera para ver si con eso quitaba su mano, pero aquello, lejos de lograrlo, lo incentivó a dar el siguiente paso, y cuando las yemas de sus dedos rosaron suavemente mi piel, experimenté algo parecido a una descarga eléctrica que me hizo estremecer.

Creo que suspiré, y él debió notarlo, pues desde mi posición pude escuchar como se aclaraba la garganta. A partir de ahí me mantuve inmóvil, creyendo que lo único que me delataría serían las pulsaciones de mi loco y desbocado corazón, a merced de que en cualquier momento ocurriera lo que más temía, que su pene cobrara total vigor. Y así ocurrió… Quizá fue el efecto de la marihuana, ya que pude notar como de forma casi imperceptible sus dedos se ponían en marcha, barriendo mi cintura. Quien pudiera verlo calificaría aquellas caricias de inocentes, pero la verdad se ocultaba bajo su pantalón. La verga de mi tío había despertado. Y algo que no pude definir en mí, también. Una sensación extraña en la boca del estómago por ser cómplice de algo prohibido. Un acuerdo tácito que nos ponía la adrenalina a tope.

Lo difícil era decidir cuándo parar, pero a esas alturas temía que si decía algo o me ponía de pie los demás se darían cuenta de lo ocurrido. Como la tela de mi falda no eran tan gruesa, fue fácil sentir todo el largo de la verga aprisionada por mi glúteo izquierdo.

-¿Estas incomoda? -me susurró mi tío en la oreja; aquello me tomó por sorpresa. No esperaba que rompiera el silencio tan pronto y menos para ser tan cínico.

Pero incluso mi propia respuesta fue más osada. Ladeé la cabeza para que no me viera nadie y también susurré:

­-No… ¿Lo estás tú? -no conforme con tutearlo, hice algo que escapaba totalmente de mi control. Me apoyé en sus piernas para erguirme un poco y permitir que su rígido miembro se amoldara al espacio entre mis nalgas, regalándole una mayor comodidad. Aquella sencilla maniobra le arrancó un delicado gemido-. Bueno, ahora ya lo estás -dije y sonreí.

Como respuesta a mi atrevimiento una de sus manos se coló por debajo de mi falda acariciándome la cara externa de la pierna. El contacto de su áspera mano me erizó la piel y, cuando sentí como su verga se sacudía inútilmente debajo de mí como si fueran pequeños latidos, no pude evitar morderme el labio inferior.

-Está aburrida la película –susurró.

-Eso es porque no pones atención -le respondí.

-¿Y si salimos y nos fumamos otro cigarro?

Otra vez ladeé la cabeza y dije:

-Pero vamos donde no nos vea nadie. No me gusta compartir…

-A mí tampoco –haciendo énfasis en la última palabra, sentí como su cuerpo trataba de levantarse conmigo encima; esto con el único propósito de que yo sintiera la dureza de su verga pegada a mi cola. Su atrevimiento me descolocó, tanto fue así que me arriesgué a dar un par de leves saltitos para después, al fin, levantarme.

Creí que sería difícil salir de allí sin que se dieran cuenta, pero nadie, absolutamente nadie, lo notó. Fue fácil incluso para mi tío lucho y su enorme tienda de acampar. Tania y mi otra prima se encontraban demasiado absortas en la película, y el resto de los primos, los que se hallaban cómodamente sentados, ya se habían dormido. Sin decir palabra, abandonamos rápidamente el lugar, atravesando el llano y el huerto de árboles frutales.

Creí que regresábamos a la casa, pero no fue así. Mi tío me llevó a la entrada de la propiedad, donde la familia había dispuesto un área como estacionamiento. El lugar estaba en total penumbra, pero aun así noté la ansiedad de mi tío cuando intentó meter la llave a la puerta del coche.

Una vez adentro no fue necesario encender la luz. De una cajetilla extrajo un cigarro ya preparado que encendió y fumó con nerviosismo. Después me lo pasó y fumé. De nuevo no pude evitar ser víctima de otro acceso de tos.

-Ey, calma - dijo, y me dio unos golpecitos en el muslo izquierdo. A esas alturas se me había levantado tanto la falda que hacía que mis piernas se vieran super sexys. Él no dejó ir la oportunidad de acariciarlas.

-¡Ey! Tengo los pulmones arriba -le respondí entre estertores.

-Eres primeriza, ¿verdad?

-Sólo para fumar -asentí y tragué saliva-. ¿Tu esposa no notará el olor? –pensaba que si lo trataba como a cualquier otra persona y no como a un familiar me costaría menos trabajo verlo como algo prohibido, pero no funcionó. Por el contrario, el morbo se intensificaba con cada decisión que tomaba.

-Ella se fue al hotel del pueblo. Mañana temprano limpiare -dijo y con un botón hizo que bajaran todas las ventanas-. Me encanta que estemos aquí, en intimidad.

Haciendo gala de toda la sensualidad de que disponía, me removí en el asiento para aproximarme más a él, mirarlo a los ojos y preguntarle:

-¿Ah, sí? ¿Para qué?

La pregunta quedó flotando en el aire. Mi tío dio una honda calada al cigarro, me lo acercó y me lo puso en la boca. Yo fumé un poco más lento esta vez, evitando no perder el contacto con sus ojos. El efecto de la yerba ya estaba haciendo su trabajo. Me sentía más suelta y desinhibida, hacía que toda situación me pareciera absurda y cómica a la vez. Sabía lo que mi tío quería y lo ansiaba más que nada, pero no quería ser directa, me gustaba jugar con él, torturarlo.

-Creo que deberías enseñarme a manejar -le solté.

El hombre lo comprendió al instante. Se terminó el cigarro, hizo para atrás el asiento y se golpeó las piernas indicándome que me sentara sobre ellas. Yo sonreí mordiéndome el labio inferior y enseguida me abalancé para quedar sentada encima suyo sujetando el volante con ambas manos.

Esta vez sentí su verga erecta en todo su esplendor, y lo que es mejor, tenía libertad de movimiento, ya que ahora el acuerdo tácito de hacernos los despistados se había roto. Me moví un par de veces hasta dejarla acomodada justo en medio de mis nalgas, meneando el volante como si condujera de verdad. La mímica era ridícula pero sumamente excitante, ya que me permitió saltar libremente sobre él como lo haría de haber ido conduciendo por una carretera llena de baches. Yo quería que disfrutara de la presión y la fricción ejercida de mi vagina sobre su pene. Él me abrazó por la cintura, acercó su boca a mi oreja y susurró con excitación:

-Primero el cinturón de seguridad. Así evitas esto -y acto seguido comenzó sacudirme de atrás para adelante, lo que ponía a mi vulva en contacto con toda la longitud del pene. Pero la maniobra no se parecía en nada a la realidad; prácticamente me estaba masturbando. Me reí para tratar de ocultarlo, pero era obvio lo que me hacía sentir: me volvía loca de placer.

-Pero esto… pasa… cuando el carro… está… encendido -dije entre jadeos y solté el volante, dejándome arrastrar por la lujuria, que en ese momento me tenía rendida a mi tío.

-Pues enciéndelo.

Su sugerencia no tenía sentido para mí. El automóvil no tenía la llave puesta, así que pisara el embrague, moviera la palanca o llamara a los santos, nada ocurriría.

-A lo mejor será que estás moviendo la palanca incorrecta -dijo.

Sentí su mano recorrer mi abdomen con total libertad, manteniéndose justo debajo de mis pechos, pero sin llegar a tocarlos jamás. Estaba convencida que de haberlo hecho yo lo habría detenido. Pero no fue así. Él se quedó haciendo círculos alrededor de mi ombligo con la yema del dedo. Algo debía admitir, que ese hombre sabía como jugar con mi deseo, como hacer que mi razón se sometiera al silencio. Mientras mayor era el tiempo de sus caricias sobre mi piel, más se nublaba mi pensamiento.

-Puede ser… -le respondí-, que me haya equivocado de palanca.

Era como si mi mano se hubiera saltado el proceso de pensamiento racional, actuando por puro instinto. Me libré de sus brazos y busqué desesperada el bulto de su pantalón. Se lo agarré con fuerza por encima de la tela de mezclilla. Su pene era más grande y grueso de lo que había sentido estando sentada.

-Quizá esta palanca haga el milagro -dije y le estrujé el bulto. Eso lo puso frenético. Fue como encender una mecha invisible que hizo que mi tío perdiera la poca compostura que le quedaba y comenzara a besarme el cuello mientras sus diestras manos no desaprovechaban la oportunidad de amasar con desenfreno mis delicados pechos. Y esa fue mi perdición pues, a partir de allí, me entregué total y abyectamente a sus caricias.

Sus manos parecían tentáculos de pulpo. Un instante se encontraba pellizcándome los pezones y al siguiente tenía un dedo metido al interior de mí ya mojada vagina. Un dedo que sabía manejar con maestría, estimulando a ratos mi pequeño botoncito del placer. Ni siquiera fui consciente del momento en que él había liberado a la serpiente, esa serpiente gorda y surcada de venas a la que masturbaba rosando el humedecido glande contra mi espalda.

-Atrás estaremos más cómodos -me dijo.

No me lo pensé dos veces. Rápidamente y con la ropa desacomodada me pasé para atrás. Antes de que me tirara en el asiento, mi tío me estampó una tremenda nalgada que me hizo saltar.

-¡Auch!

-Culona.

-Eso dolió.

-Siempre quise zamparte una nalgada.

Sabía que me había dejado roja la nalga, pero no me importo.

-Bueno, ahora harás más que eso… -deje flotando la frase, algo resentida. Para cuando mi tío estuvo a mi lado, le salté encima. Mis labios se unieron a los suyos en un largo y apasionado beso. Él no había perdido el tiempo. Desde esa posición tenía mis nalgas a su merced, con una mano en cada una comenzó a realizar movimientos como si me estuviera penetrando. Esto hizo que su miembro se restregara contra mi clítoris, provocándome una sensación electrizante que estuvo a punto de llevarme al orgasmo. Pero cuando más entregada me encontraba… mi tío Lucho se detuvo. Me miró a los ojos y preguntó:

-¿Traes condones?

-No. Métemela así -sabía que más tarde me arrepentiría, pera era tanta mi calentura que no me importó. Si rompía el momento, este se iría para no volver jamás. Debía que correr el riesgo.

Tomando la iniciativa, agarré su pene que ya estaba bastante duro y caliente y lo dirigí hacia la entrada de mí ya inundada vagina. Lo masturbé un poco más sólo para terminar comprobando que no hacía ninguna falta; su miembro estaba listo. Esa perfecta combinación hizo que resbalara como cuchillo en mantequilla, metiéndose de golpe y por completo. Fue tan sólo un segundo, pero podría jugar que había sentido en mis paredes vaginales la invasión milímetro a milímetro de ese prohibido mástil.

Mi tío me miraba fijamente a los ojos, incapaz de creer que su propia sobrina fuera tan puta como para meterse de golpe una verga tan grande ella solita, pero así fue. Me la tragué. Una vez dentro, me tomé la libertad de no reprimir mis gemidos. Mi tío tenía sus manos en mi espalda y me besaba el cuello con demasiada pasión, tanta que llegué a pensar que me dejaría una pequeña marca. Cuando comencé a subir y a bajar, primero lo hice lento, disfrutando sin prisa, como un delicado y esquicito platillo que se degusta bocado a bocado.

Pero sentir aquel grueso falo entrar y salir sin ninguna dificultad fue demasiado para mí, y en ese preciso momento, el orgasmo me llegó. Fue una poderosa ola de placer que me hizo arquear la espalda arrancándome un sonoro gemido. Mi tío me sostuvo y entonces me aferré a su cuello y me quedé así, sintiendo los espasmos involuntarios en la pelvis con el pene todavía alojado en mi interior, lo que facilitó la tarea, ya que una vez que cesaron las contracciones musculares, mi tío continuó cogiéndome sin tregua alguna, dejándome ir la verga hasta el fondo para luego sacarla por completo y sin interrupción. Sus vigorosas manos me cargaban con asombrosa facilidad, manteniendo un ritmo constante como sólo un artista podría hacerlo. Volví a prenderme al placer casi de inmediato. Lo besé con pasión. No sabía lo que me ocurría, pero me encontraba enajenada él, envuelta en un éxtasis sin fin.

No sé cuantos minutos pasamos así, o si fueron horas. Entre la temperatura del lugar, el alcohol y la droga, me encontraba entregada al momento. Lo que hacía que cada instante transitado pareciera una eternidad.

Encapsulada por aquella vorágine de sensaciones, lo siguiente que recordé fueron mis manos pegadas al cristal y a mi tío dándome duro en posición de perrito. Yo ya no era dueña de mi voluntad, si él me la hubiera querido meter por el culo en ese momento, no me habría negado. Me encontraba entregada a las perversiones del hermano menor de mi madre y por nada del mundo cambiaría aquella oscura y excitante experiencia. Metió sus dedos en mi boca y me jaló del pelo, haciendo que mi cuello se contorsionara; creí que me arrancaría la cabeza, pues con cada arremetida su pelvis chocaba contra mis nalgas de forma violenta. Yo tenía los ojos en blanco, intentando adherirme a algo. La humedad y la transpiración estaban haciendo de las suyas y ya habían empañado el cristal del coche. Apoyé la mano y esta se me resbaló con facilidad. Al instante me vino a la mente la escena de la película El Titanic, donde Rose y Jack hacían el amor dentro de un auto clásico, dejando la marca de la mano en sobre el cristal. En nuestro caso nos acompañaba el morbo, y no me hacían el amor, me estaban cogiendo con todas las ganas que se pueda tener.

-Eres una puta, sobrina, me encantas -dijo mi tío, bufando de placer y, como si hubiese adivinado mi más oscuro pensamiento, comenzó a nalguearme. Su enorme mano se estrelló contra mi nalga derecha. Una y otra vez, con cada envión, una nalgada. Sabía lo que se venía, tanto para él como para mí… Lo percibía en lo intensidad de sus penetraciones, en el tono de su voz. Lo sabía y lo ansiaba, su caliente semilla en mi interior.

Entonces mi tío hizo algo totalmente inesperado. Sin sacarme la verga del interior, se tendió de espaldas en el asiento para permitirme permanecer sentada sobre él. Yo no sabía qué hacer, me quede aturdida por unos segundos hasta que sus palabras me indicaron lo que pretendía.

-Hazme acabar sobrina, como cuando estabas chiquita…

Aunque no podía verlo por estar de espaldas a él, si era capaz de imaginármelo con los ojos cerrados ansiando la codiciada erupción que sellara para siempre el pacto entre tío y sobrina, terminando tal y como había empezado. Lo comprendí y lo hice. Comencé a saltar como una posesa sobre su verga mientras que él alzaba la pelvis para hacer más profunda y veloz la penetración. Conocía el significado de sus palabras, y aunque cuando era una niña él jamás se había atrevido a nada conmigo -al menos que yo recordará-, la fantasía filial había tenido origen cuando él contaba con quince años.

-¡Así! ¡Así! Más….

-¡Me corro, sobrina! ¡Me corro!

Para mí fue un acto tan morboso que me agarré de los pelos y comencé a sufrir de fuertes convulsiones. Traté por todos los medios mantener la cadencia de mis movimientos, la sincronía con mi tío, pero no lo conseguí. Me rompí. Apenas tuve el suficiente aplomo para sujetar su verga que escapó de mí interior regando parte de su caliente néctar en el forro del asiento; fue una corrida abundante, sublime. Yo, por otro lado, estaba en el éxtasis de la felicidad, rosando el cielo. Cerré mis ojos y me dejé llevar por aquella explosión. Grité… y mi grito hizo eco dentro de mí. Mi tío tuvo que sujetarme con fuerza para que no me cayera al piso del coche, pues yo ya me encontraba en un profundo trance, el más excitante de mi vida. Me tomó varios minutos volver en sí. Respiré con dificultad. El corazón me latía como si hubiese corrido en un maratón. Tenía la mano impregnada de su semen, tendida encima de él con una pierna doblada, sintiendo los últimos espasmos del inolvidable orgasmo… Los dos sudábamos y respirábamos profusamente, casi al unísono. Entonces sonreí.

Ya no tenía energía para más. Mi tío me ayudó a enderezar la pierna y me envolvió entre brazos. Estuvo jugando con uno de mis erectos pezones, pero yo ya no tenía ganas de más. No sabía que decir ni que pensar. Mi mente estaba vacía, sin juicios, sin culpa. Era como una hoja en blanco. Había escrito una historia, la de mi tío Lucho conmigo. Una anécdota que viviría en mi memoria por el resto de mis días.