Atención al cliente
Un buen servicio
Hacía unos tres meses que había empezado mi relación con Andrea y las cosas no estaban siendo fáciles en lo tocante a nuestros encuentros.
Me explico: En su casa solía estar su marido, la mía, ya se sabe, no estaba en condiciones para recibir a nadie, y coger una habitación de hotel cada vez que queríamos echar un polvo era muy gravoso para nuestras economías. Lo que pasa es que Andrea estaba tan buena que compensaba aquellos inconvenientes.
Por suerte aliviaba algo esta situación el hecho de que su hermano, divorciado, tenía que hacer frecuentes viajes a causa de su trabajo, y aunque tenía una hija de 23 años, casada, prefería dejarle a Andrea llave para que le regase las plantas. Ni que decir tiene que en esas ocasiones aprovechábamos su casa para nuestros encuentros sexuales.
En esa situación estábamos aquel sábado, desnudos en la cama de la habitación del hermano y gozando a tope del sexo de la forma tan salvaje que Andrea sabía hacerlo. Pero las cosas se iban a complicar.
Estábamos los dos tan ensimismados en nuestro placenteros juegos que no oímos que se abría la puerta, ni que alguien andaba por la casa hasta el dormitorio. De lo primero que nos percatamos fue de que Esther, la sobrina de Andrea, estaba mirándonos desde la puerta del dormitorio. Naturalmente nos quedamos totalmente cortados.
-No, seguid, seguid –Dijo la joven-, no quería interrumpir ni sabía que estabais aquí, solo vine a por unos papeles que necesito, pero ya me marcho.
Habíamos tirado de la sábana para cubrirnos un poco y Andrea dijo:
-No busca lo que tengas que buscar, nosotros ya nos marchamos.
-De marcharos nada. Yo busco los papeles, tardo diez minutos como mucho, pero vosotros seguid follando. ¡Ya quisiera yo estar en tu lugar!
Se fue y la oímos trastear por la casa, pero lo cierto es que a nosotros ya nos había cortado el rollo.
Al cabo de unos siete minutos volvió a aparecer en la puerta, ya con el bolso colgado del hombro.
-Vaya –comentó-, veo que os habéis cortado. Bueno ahora lo retomáis porque ya me voy, por cierto, cachonda perdida.
Efectivamente, escuchamos como cerraba la puerta de la calle, pero aunque lo intentamos, la cosa ya no fue lo mismo. Andrea comentó que le preocupaba que Esther se lo contase a su padre.
Ambos sabíamos que nuestro encuentro podía tardar en volver a repetirse, por las circunstancias. Pero lo realmente curioso ocurrió tres días después, cuando Andrea me llamó por teléfono.
Yo sabía que el marido estaba en casa, y el hermano también, luego la llamada no podía ser para uno de nuestros encuentros.
-Dime Andrea.
-Hace un momento que me ha llamado Esther para decirme que el otro día, cuando nos vio, se puso tan cachonda que no tuvo más remedio que hacerse un dedo.
-¡Coño! ¿Y por qué no se folló al marido?
-Eso le he preguntado yo, pero dice que el marido es un soso que no vive más que para el fútbol.
-Bueno, ¿Y cuál es el problema?
-Problema ninguno, lo que dice es que quiere montarse una orgía con nosotros dos. Pero claro, yo no sé si a ti te gusta ella.
-Creo que la cuestión es: ¿A ti te gustaría?
-Pues no me importaría, me da morbo. Además, si la implicamos impedimos que se vaya de la lengua con mi hermano o con mi marido. ¿Pero tú querrías?
-Mujer, a nadie le amarga un dulce.
-Estupendo, pues podríamos hacerlo.
-El tema es cuándo, porque ahora tenéis todas las casas ocupadas.
-Ya, pero a Esther parece que le corre prisa, ha propuesto tomar una habitación en un hotel, está dispuesta a correr con todos los gastos.
-De eso ya hablaríamos. Bueno, pues concretar la fecha para esa orgía “familiar”.
-De acuerdo, la llamo y te digo algo.
No había pasado ni una hora cuando sonó de nuevo el teléfono.
-Dice Esther que mañana –Me soltó Andrea sin más preámbulos-. Ya tiene ella reservado el hotel para las seis de la tarde.
-¡Que eficiencia! ¿Dónde quedamos?
-Ven a buscarnos a las cinco y media a casa de mi hermano, él no llega hasta las seis.
Bien, tendría que mentalizarme para aquel encuentro, aunque, la verdad sea dicha, no me iba a costar demasiado. No siempre le ofrecen a uno la posibilidad de un trío sin buscarlo.
El hotel estaba en uno de los nuevos barrios residenciales en las afueras de Madrid. Nos dieron la llave y subimos a la habitación.
Apenas sin darme tiempo a entrar se lanzaron las dos a por mí para besarme y toquetearme, aunque sin quitarme la ropa.
-Venga, vamos a desnudarnos –Dijo Andrea impaciente.
-No –Replicó Esther-. Antes vamos a jugar un poco nosotras dos para ponerle que se suba por las paredes. Así que siéntate en la butaca y mira –Terminó, dirigiéndose a mí.
Sin más empezó a desnudar a Andrea al tiempo que la arrastraba hasta la cama.
En un momento empezó a besarle por todo el cuerpo, a lamerle las tetas, el coño… Se veía con mucha más experiencia a la joven que a la más mayor en aquellos juegos lésbicos. Luego se dirigió a mí:
-Venga menéatela, queremos ver como estás de cachondo viendo a tus dos putas jugando para ti.
Empecé a masturbarme, pero sin demasiado ardor. Sabía que de hacerlo me correría enseguida viendo aquel espectáculo, del que Andrea, un poco cortada al principio, participaba ya con todo entusiasmo.
-¡Ay niña, vas a hacer que me corra con esos lametones!
-Anda ven –Dijo dirigiéndose a mí-, que te vamos a hacer un hombre entre las dos.
En cuanto me acosté entre ellas entablaron una especie de competición para ver quien me la mamaba más y mejor.
Tuve que hacer denodados esfuerzos para no correrme.
-Andrea –Dijo Esther-, anda, deja que me folle a mí primero, que tú ya has probado esta polla.
-Sí, y te aseguro que “trabaja” de maravilla.
-Pues venga –Dijo tumbándose de espaldas y elevando las piernas-, métemela hasta dentro que quiero sentirme llena de polla.
No me hice de rogar, naturalmente, y según estaba ya de excitado se la metí de un solo golpe.
Se estremeció como en un ataque de epilepsia y empezó a morder la almohada entre sonidos guturales.
Andrea también gemía mientras se frotaba alocadamente el clítoris.
-¡¡Ay!! ¡Que ganas tenía de que me follaran bien follada! –Farfulló Esther.
-Sí –Dijo Andrea-, pues córrete ya guapita, que yo también quiero.
-Esperad –Intervine-, poneos las dos a cuatro patas y os la iré metiendo alternativamente.
Lo hicieron, y yo de rodillas tras sus culos iba entrando en los dos coños, dos empujones en cada uno.
-¡Eso, eso! ¡Móntanos como a dos putas! –Dijo una.
-¡Me moriría con esta polla dentro! –La otra.
Pero mi aguante tiene un límite y ocurrió lo inevitable: me corrí sobre los culos de las dos. Ellas se recogían el semen una a la otra para luego lamer sus dedos.
Sin embargo era evidente que no habían tenido ni para empezar, y yo, ni con prolongados intervalos, me sentía capaz de satisfacer a aquellas dos ninfómanas. Así que dije:
-Chicas, aquí hace falta otro hombre.
--¡O dos! ¡O los que sean! –Asintió Esther.
-Claro –apostilló Andrea-. ¿Pero de dónde lo sacamos?
-Yo tengo una idea –Dije.
-Pues exponla.
-¿Si llamamos al servicio de habitaciones para que nos suban algo, y el que viene es un tío, os sentís capacitadas para seducirle y que se quede un rato?
-Si viene un hombre –Dijo Esther-, te garantizo que se queda aunque le cueste el despido.
-Pues entonces llamo.
Lo hice. Pedí una botella de cava, una ración de jamón ibérico, otra de queso manchego curado, y un frasco de sucedáneo de caviar; que no estaba uno para dispendios; y sobre todo cuatro copas para el cava.
-Cuando llamen –dijo Esther-, tú te pones en la cama comiéndole el coño a Andrea y me dejáis que abra yo la puerta.
-¡Eso, sí! –Comentó la aludida con entusiasmo-, ¡que me coma el coño!
Unos diez minutos después; en los que no habíamos parado de toqueteos, besos, roces y demás, llamaban a la puerta de la habitación.
Preparamos la escena. Andrea se tumbó en la cama bien espatarrada para facilitarme el acceso a su coño, y yo me dediqué a lamer, succionar y golpear su clítoris con mi lengua. Ni que decir tiene que se olvidó al momento de que aquello era una parafernalia y se puso a gemir de gusto como una loca.
Esther, vestida como su madre la trajo al mundo, fue a abrir.
Para nuestra satisfacción, quien entró con al carrito del servicio era un hombre, bastante joven y con muy buena apariencia. Si se sorprendió al ver el panorama, no lo evidenció de ninguna manera.
-Pasa y deja eso por ahí -Dijo Esther-. ¿Ves lo que están haciendo esos? Pues a mí me da una envidia que me muero. ¿Tú me harías a mí lo mismo?
-Por supuesto señorita –dijo el empleado-, en cuanto haga una llamada a recepción.
Cogió el teléfono; mientras Esther le iba tocando el paquete con todo descaro; y dijo cuando le contestaron:
-Oye mira, tengo un 16 en la 415, así que di al restaurante que me sustituyan.
¡La rehostia! ¡Lo tenían todo previsto y organizado como la policía! ¡Esto si era un buen SERVICIO DE ATENCIÓN AL CLIENTE!
Sin desnudarse siquiera tumbó a Esther en la cama, al lado de Andrea, y hundió su cara entre sus muslos.
Las chicas berreaban de gusto con las lamidas, fue Andrea la que dijo:
-Niña, creo que ahora nos toca “comer” a nosotras.
Así que nos hicieron levantarnos y cada una se puso a mamar una polla con todo el fervor del mundo. Sin problemas cambiaban de “chupete” cada dos por tres.
Lo que ocurrió durante las siguientes tres horas es imaginable: las follamos, nos montaron, las lamimos, las penetramos por el culo, nos bebimos el cava y nos comimos las tapas… Eso sí, muy caballeroso, el empleado no admitió propina alguna cuando se marchó.
Cuando, tras ducharnos y relajarnos un poco, dejamos la habitación, Esther comento:
-Ha sido gratificante. Habrá que repetir la experiencia, pero cambiando de ambiente. ¿Os parece un bar de copas? Aunque yo preferiría una estación de bomberos.
FIN.