Atávicos ritos, goces modernos

Un cuerpo ofrecido para el atávico rito, para el goce moderno. [Aunque lo enmarco en "Amor filial", contiene un poquito de varias categorías. Quizá no sea fácil de leer para ciertos gustos. Avisado está].

No sabía qué hacer. Había esperado durante tanto tiempo este momento, que mi cerebro trataba de procesar, más rápido de lo que podía, todos los impulsos eléctricos para ordenar simplemente a mi cuerpo que se moviera, que hiciera algo. Porque ahí estaba mi tía, borracha e inconsciente, con la ropa a medio quitar, dispuesta para que me la follara o hiciese con ella lo que se me antojara.

Una vez superado el impacto inicial, no tardé en desnudarme y abalanzarme sobre ella. Me ponía tan caliente sentir su cuerpo rendido a mi voluntad, ofrecido por completo a cualquiera de mis fantasías. Le restregué mi miembro, aún fláccido, sobre su rostro inerte, arrastrando el maquillaje de sus ojos a mi capullo. Le lamí la cara, le escupí, le volví a lamer. Entonces sentí deseos de mear, y la meé por todo el cuerpo, empapando su cuerpo, empapando las sábanas.

La despojé de la falda y del tanga. Se me ofreció, sin resistencia, un exquisito coño poblado con rizados cabellos rubios. Su forma de tulipán redondeaba la imagen que me regalaban sus muslos. Pasé mi lengua sobre él y vi cómo se abría, sensible al tacto rugoso de mi lengua.

Tenía toda la noche por delante, pero ya estaba empalmado y por qué no una primera corrida preparatoria. Pensé en unas cuerdas. Así que la até por los dos tobillos tal que unas tijeras abiertas. No me pareció suficiente y repetí el proceso, esta vez, por las muñecas.

Ahora sí.

Volví a subirme sobre ella, le abrí la boca y dejé caer muy dentro todo el peso de mi cuerpo y el tamaño de mi polla. No me moví. Poco después, su cara comenzó a ponerse morada, —símbolo inequívoco—, esa fue la señal para comenzar el mete-saca, la penetración de su boca. Apreté su nariz y la fui follando poco a poco, racionándole el aire durante intervalos cortos, largos, sostenidos. La recompensé con toda la intensidad que puede hasta que me terminé corriendo en su garganta.

En ese momento, sentí la necesidad de levantarme de la cama y contemplar desde lejos la estampa que tenía ante mí. La imagen era maravillosa: mi tía, borracha e inconsciente, atada de pies y manos, desnuda y meada, con el maquillaje corrido y la comisura de los labios desbordada por mi primera corrida en semanas.