Atardecer en el litoral
Sentía como su mejilla buscaba la mía en un roce, en un calor o una caricia. Casi con descuido. Desde mi posición veía sus senos más turgentes y hermosos. Ansiaba tomarlos entre mis manos, calentarlos
Atardecía en calma sobre las costas del litoral.
Ya el sol dejaba ver las tenues estrellas bajo su largo paso diario. Se despedía del día, de la mar y de las olas que calentó con sus rayos desde temprano. Las olas se tornaban grises y sólo un murmullo de rocas, espuma, arena y caracoles se escuchaban en el arrecife en un conteo sin fin, de ir y venir, de siglos y siglos...
Ella se veía cálida y dulce. Las palabras fluían solas, unas tras otras. Sentados en las toallas mirando el atardecer, despidiéndonos del día, dando gracias al sol. Sentíamos la brisa tornándose fría y húmeda. Los cuerpos secos de agua de mar sentían la llegada de la noche, ese inicio cuando el sol besa el mar en el horizonte en un abrazo que no desea soltar para prolongarlo en nuestras mentes. La cercanía de los cuerpos hizo que el roce de nuestros brazos se convirtiera en un tomarnos de la mano durante nuestra conversación.
El viento enfriaba su cuerpo, con calidez rodeé su cuerpo desde atrás, sentados, sintiendo su piel aún caliente y tostada en mis dedos. Ya su cabello movido por el viento bailaba en mi cara, mi boca cerca de su oído susurraba poéticamente. Sentía como su mejilla buscaba la mía en un roce, en un calor o una caricia. Casi con descuido. Desde mi posición veía sus senos más turgentes y hermosos. Ansiaba tomarlos entre mis manos, calentarlos .....
La playa quedaba a solas y ya el mar era negro con crespones blancos rompiendo en la arena. Su piel erizada por el viento y mi cercanía hicieron que mis manos acariciaran sus brazos mientras el abrazo inicial no cesaba. Ya las palabras desaparecían, sus ojos se cerraban de vez en cuando, ¿sintiendo?, ¿soñando?, ¿deseando?.
El riesgo era grande, mirar a mi amiga de otra forma, desearla, poseerla, nunca lo imaginé. Pero era el momento llevado a una calidez única que no habíamos vivido antes.
El dorso de mis manos rozaron sus senos en un movimiento arriesgado pero de una delicadeza insospechada. No sabía que seguía, solo lo que ella permitiera, mis manos estarían dentro de su traje de baño en cualquier momento.
Su cuerpo se dejaba caer hacia atrás totalmente recostada sobre mi pecho, mis caricias comenzaron a manifestarse desde el cuello hacia los senos. Atento a cualquier reacción, mis ojos y mis oídos percibieron el placer producido por mis manos, mas aún cuando mi mano derecha poseía perfectamente su seno izquierdo dentro del traje de baño y mi brazo rozaba su otro pecho. Para ese momento sus manos tocaban mis brazos y sus labios se entreabrían deseando gemir, suspirar, implorar.
Mis manos en sus pechos sentían su respiración. Ya sus labios se abrían sobre los míos y nuestras lenguas se unían en embates largos, cálidos mordía sus labios, su labio inferior carnoso que siempre me atrajo, en ese momento era mío, su cuerpo se volteaba hacia mi facilitándolo todo. Su nalgas rozaban mi pene erguido por la pasión y el deseo del momento.
Con su torso tocando mi pecho y sus manos sobre mis muslos, uno de mis brazos la rodeaba por la cintura, mi otra mano acariciaba sus vientre en el recorrido más atrevido de toda la travesía. No se si la soledad llegó a la playa pero nuestros sentido estaban aislados. Mi dedos en su bikini hurgaban entre sus labios húmedos con el calor producido por el deseo.
Mi dedo dentro de su sexo la hacía enloquecer, sentía sus fluidos, frotando de cuando en vez su clítoris agrandado, con seguridad, enrojecido. Ya la humedad era incontenible y la respiración de ambos no se podía silenciar, sólo el mar podía enmudecerlo. Con calma pero con hambre, mordía sus erguidos pezones, turgentes, llenos de sangre. Mordía y gemía; chupaba y acariciaba. Sus manos rodeaban mis testículos, mi miembro ya estaba fuera del traje de baño.
Nuestros cuerpos, totalmente desnudos entre la toalla y la arena, se resbalaban en una danza que aún la penetración inminente no podría parar. Sin darme cuenta me encontraba lamiendo su nido de amor, ...... divino, ....... delicioso; separaba los labios con mi lengua sólo para darle mas placer, ......... no quería salir de ahí; mientras, acariciaba sus muslos, sus manos, con los dedos enredados entre mis cabellos, presionaban sobre mi cabeza procurándose mayor placer.
La luna comenzaba a iluminar tras la montaña y podía ver el brillo plateado de las curvas de su cuerpo. Sus senos brillaban, ni hablar de su nido de amor, empapado y caliente. No suelta mi cabeza como pidiendo más y más........... Era rudo pero tierno, era como amarla y protegerla, amarla y desearla, entregarme todo a ella. Me incorporé un poco para seguir chupando sus pechos redondos y divinos que definitivamente me ofrecía para calmar mi sed (y la de ella).
Complaciente, sin decir una palabra, nuestros cuerpos se comunicaban sin nada que decir, yo casi sentado sentía su mano agarrando, apretando mi miembro, haciendo movimientos hacia arriba y abajo, su lengua giraba en torno al glande que bebía con cada movimiento. Lo hacía con fuerza pero era tierna al besarlo y al lamerlo. Mis testículos giraban en su boca movidos por esa lengua que no dejaba de dar placer. Ya la tensión del glande dolía pero no molestaba. Prensado, caliente.
Mis manos pedían más cuando la ayudaba a subir y bajar. Veía su boca sobre el pene, abierta al máximo intentaba sorberlo todo, mi excitación crecía. Me incorporé, sentado sobre no se si la toalla o la arena, la tomé de las nalgas y la senté sobre mi pene en una penetración larga, lenta, cálida, acompañada con un abrazo que ambos disfrutamos.
Con sus piernas detrás de mí, apretándome, mis manos en sus nalgas redondas, apretando, haciendo que sus pechos divinos rebotaran y se estrujaran contra mi pecho, un beso largo con nuestras lenguas entre lazadas dándonos placer ......... un placer interminable, húmedo, la respiración jadeante, haciendo frotar su clítoris, que estaba por reventar, contra el pene, a punto de estallar en cualquier momento.
Ya no aguantaba más. No aguantaba más, su apretón era inequívoco de cerrar el ciclo. Sentía sus vulva apretando el pene, como queriendo exprimir hasta la última gota de semen. Dejé una mano acariciando sus nalgas y la otra rodeándola, la ayudaba a seguir los movimientos.
Repentinamente, sin premeditarlo, como calculado, los dos nos quedamos quietos para sentir el espasmo más exquisito que jamás habíamos sentido. Inundó su vientre y se unió con su volcán, derramando sobre mi todo su fluido.
Su vagina apretaba y soltaba mi pene al igual que sus piernas apretando mi espalda. Sin percatarme, sus uñas apretaban mi carne sin herirme. Luego de esa explosión, de sus vibraciones, de su vientre estremecido por el placer y mi pene desahogándose en ella, la tumbé sobre la arena para seguir besándola sin romper la unión con su vientre divino, mágico. Sólo en ese momento su boca pronunció palabras de cariño infinito, expresó su deseo de haber querido sentirse así desde hacía mucho tiempo, pero nunca se imaginó que sería de esta forma, en la intimidad del mar, con solo la luna como testigo.
Sin tabúes, ni restricciones, nos amamos de nuevo con una calma que no podría describir jamás, sólo su cariño y ese amor que me inspiró, podían hacer de ese momento algo mágico.
Amanecía en calma sobre las costas del litoral.
Ya la Luna daba paso al sol luego de su largo navegar. Se despedía de la noche, las estrellas, de la mar, de las olas bañadas de plata y azul. Las olas comenzaban a verse, amarillas, naranjas entre el murmullo de rocas, espuma, arena y caracoles, se escuchaban en el arrecife en un sin fin de ir y venir, de siglos y siglos...
La playa desde ese día era otra, nuestra amistad ya era otra, nuestros amor era otro, nuestras miradas cambiarían, serían cómplices, la desnudaría con la mirada en cualquier lugar, la desee por siempre, desde ese día nuestros cuerpos fueron otros. Y nunca pararían de amarse como esa tarde en calma