Atada iv

La actitud de Max empieza ser algo extraña para Ana. Y en la soledad de la noche, llama a Cristian entre ellos el juego como siempre llega a lo más erótico.

CAPITULO 4 ¿Quieres que te folle?

Llegué a la tienda cuando eran justo las seis y cinco de la tarde, era la segunda

vez aquella semana que podía salir temprano y había decidido que iría a

buscar a Max al trabajo. Por el camino iba recordando cada uno de los

momentos vividos con Cristian. Después de que me hubiera pedido que fuera

solo suya, hacia un par de días, nuestra relación se había intensificado en

todos los aspectos. Iba pensando en como podría sacar el tema a Max de que

lo nuestro cada vez iba a peor y debíamos dejarlo. Aunque tenia ciertas

reticencias, pues estaba claro que su negocio se mantenía en buena parte por

lo que yo ganaba trabajando para Cristian. De pié frente a la puerta, leí aquel

extraño letrero que Max hacía dejado, decía: “Vuelvo en unos minutos”.

Me extrañó sobre todo por la hora y porque Max no solía ausentarte.

Llamé al timbre y observé por la puerta de cristal a ver si podía ver a alguien

dentro. Puesto que no obtenía respuesta, volví a llamar al timbre

insistentemente, y supongo que sería por la insistencia, pero finalmente vi a

Max acercarse azorado a la puerta para abrirme.

  • Hola, lo siento, estaba en el baño – me dijo, cuando finalmente abrió la

puerta. Lo observé y efectivamente iba un tanto mal vestido aún, como si

se hubiera arreglado deprisa y corriendo.

  • No pasa nada, pensé que estabas fuera.

Entré y dejé mi bolso sobre el mostrador:

  • ¿Quieres que te ayude? – Me ofrecí como había hecho la tarde anterior.

  • No, no hace falta. Oye, ¿por qué no te vas a casa y te das un buen baño

y luego haces la cena con tranquilidad? – Me dijo, como si me estuviera

echando de allí.

  • Bueno, sino me necesitas.

  • No, ya ves que esto está vacío. Puedo apañármelas solo.

  • Bien.

Repentinamente oí un ruido en la trastienda que me alertó:

  • ¿Qué es eso?

  • Se habrá caído algo – me dijo Max, dándome el bolso y

acompañándome hasta la puerta – Anda, ve y prepárame una buena

cena.

  • Si, bien. Nos vemos luego.

  • Si.

Y cerró la puerta detrás de mí. Me dejó sorprendida. Llegué a casa un cuarto

de hora más tarde, extrañada por la actitud de Max. Observé las cartas que

había recogido del buzón, entre las que había varias facturas. ¡Malditas

facturas, pensé!

Eran las diez de la noche, la cena se estaba enfriando, y Max aún no había

vuelto, llamé a la tienda por enésima vez pero nadie contestaba al telefono. Lo

llamé al móvil y tampoco me contestaba, estaba desesperada ya. Llamé a

Cristian, pensando que quizás él podría relajarme y tranquilizarme.

  • Hola princesa, ¿qué pasa? – Me preguntó extrañado.

  • Max no aparece, no ha vuelto a casa, y no está ni en la tienda ni me

contesta en el móvil – le dije

  • Tranquila, quizás ha salido con algún amigo, no te preocupes. ¿Quieres

que juguemos un poco?

  • Bueno – respondí condescendiente.

  • Esta bien. Quítate las braguitas.

  • Vale, ¿pero como sabrás que me las he quitado? – Pregunté desafiante.

  • Porque te harás una foto de tu sexo desnudo y me la enviarás por

whatsapp ahora mismo.

  • Bien – acepté.

Hice lo que me había ordenado y me quité las braguitas, me senté en el sofá

con las piernas abiertas y mi sexo destapado e hice la foto que inmediatamente

envié a Cristian, en cuanto la vió me respondió:

  • Muy bien, así me gusta. Ahora acaríciate el clítoris suavemente.

De nuevo obedecí y me acaricié el clítoris haciendo que mi sexo se

humedeciera, mi respiración era ahora más entrecortada y jadeante.

  • Bien, hazte otra foto de tu sexo húmedo y excitado y envíamela.

Obedecí sin rechistar, siguiéndole el juego y olvidándome de la tensión que

había sentido hasta aquel momento al ver que mi marido no volvía a casa.

Le envié la foto y Cristian me dijo:

  • Precioso, me encanta así, tan húmedo y excitado, ¿sabes? Si estuviera

ahí lo lamería y metería mi lengua en ese agujero tan tierno y excitado.

Esas palabras hicieran que me excitara aún más y sentí como mi sexo

palpitaba de deseo.

  • ¡Oh, Cristian, te necesito! – Le supliqué.

  • Mañana cuando vengas a casa te daré tu ración de chorizo, te la meteré

hasta el fondo y te haré gritar. ¿Sabes que estoy haciendo mientras miro

tu sexo húmedo y excitado en mi móvil?

  • No – respondí sin dejar de acariciarme el clítoris y gimiendo excitada.

  • Me estoy acariciando el pene con la mano, imaginando que es tu mano la que lo toca.

  • ¡Oh, Cristian! – Gemí excitadísima.

  • Vamos ahora métete dos dedos y me envías otra foto de tus deditos

dentro de ese maravilloso agujero.

  • ¡Ah, sí! – Gemí al introducir mis dedos. De nuevo hice al foto y se la

envié.

  • ¡Uhmmm! Perfecto – gimió él al otro lado del auricular – ahora muévelos,

siente como entran y salen, como te llenan como si fueran mi polla

dándote placer.

  • ¡Ah sí! – Gemí. Estaba a mil, ansiosa por liberarme.

  • ¿Quieres correrte, pequeña? – Me preguntó Cristian.

  • ¡Síii, sii!

  • Bien, hazlo – me ordenó.

Y lo hice, moví mis dedos más rápido y logré finalmente correrme, liberando un

demoledor orgasmo.

  • Muy bien, preciosa. Ahora, ¿ por qué no te acuestas? Es tarde y seguro

que estás cansada.

  • Si, será lo mejor – le dije – Gracias, señor. Buenas noches.

Apagué el teléfono y decidí irme a dormir.

A las siete de la mañana sonó el despertador, lo apagué y detrás de mi noté

que alguien se movía, supuse que era mi marido.

  • ¡Uhm, buenos días! – Musité - ¿Dónde estuviste anoche? – le pregunté.

  • Lo siento cariño, no pude avisarte, me quedé sin batería en el móvil,

estuve con Mario celebrando su cumple.

  • ¡Uhm, bien!

Me levanté y me dirigí al baño. Allí recordé que el cumpleaños de Mario había sido hacia ya un par de meses, de todos modos, preferí no darle demasiada

importancia. Me duché, me arreglé y me vestí.

Luego me marché, sin ganas de reprocharle nada a Max. Estaba claro que

nuestro matrimonio hacia aguas, pero ni siquiera me importaba, solo deseaba

ver a Cristian y estar con él.

  • Buenos días – dije desde la puerta, al entrar en casa de Cristian, pero no

obtuve respuesta.

Entré hasta la cocina y sobre la mesa vi una nota. La cogí y la leí:

“Buenos días, debes desnudarte y ponerte en cuatro sobre la cama.” Decía la

nota.

Hice lo que me había ordenado, así que me dirigí a la habitación y me desnudé

por completo, colocándome en cuatro sobre la cama. Y entonces oí su voz tras

de mí, viniendo de la puerta:

  • Buenos días, putita. Que hermosa te ves así. Bien, no quiero que te

muevas ni un pelo ¿vale?

  • Sí, señor – le respondí, expectante y excitada.

  • ¿Ves ese antifaz de dormir que hay frente a ti?- afirmé con la cabeza-

Póntelo.

Hice lo que me ordenaba y me lo puse quedándome a ciegas.

  • Veamos que tengo por aquí - dijo acariciando todo mi cuerpo con una

pluma.

La pasó primero por mi espalda, desde mis hombros bajando por la espina

dorsal, luego por mi sexo, haciéndome estremecer, subiendo luego por mi

vientre hasta mis senos y pasando la pluma por mi boca. Seguidamente hizo lo

mismo con una rosa haciéndome sentir sus suaves pétalos sobre mi cuerpo.

Seguidamente fueron sus dedos los que pasó a través de mi espina dorsal muy

suavemente, luego por mi culo y mi sexo y llegando a mis senos, los pellizcó y

amasó y finalmente metió sus dedos en mi boca diciéndome:

  • Vamos, chúpalos.

Hice lo que me ordenaba y los chupé y luego sentí como con ellos masajeaba

mi clítoris, y los pasaba por todo mi sexo hasta que finalmente los

introdujo en mí. Todo mi cuerpo se estremeció y gemí excitada.

  • Muy bien, zorrita, te estás portando muy bien. Ayer me pusiste a mil por

teléfono – me confesó, mientras movía sus dedos dentro y fuera de mi.

Y cuando empezaba a sentir que el placer creciendo en mi sexo, sacó sus

dedos. Solté un gemido de decepción, pero enseguida sentí algo duro sobre mi

espalda. Cristian acarició mi espalda con ello y luego mi sexo y llegó hasta mi

boca ordenándome:

  • Chúpalo.

Lo hice, era un vibrador, y no tardó en metérmelo entre los pliegues húmedos

de mi sexo y poniéndolo en marcha, me hizo estremecer de nuevo. Empecé a

gemir, estaba superexcitada, cada vez más. Cristian movía el vibrador dentro y

fuera de mi, y yo gemía y me estremecía de placer.

  • ¿Quieres que te folle? – Me preguntó susurrando al oído.

  • Síiii – logré responderle.

Inmediatamente sacó el vibrador y sentí como recostaba todo su cuerpo sobre

el mío y me susurró al oído.

  • Te deseo tanto.

Sentí su pene en la entrada de mi excitado sexo y como empujaba

suavemente.

  • ¡Ah, Cristian! – Gemí.

Sentí sus manos rodeando mis senos y masajeándolos.

  • ¡Dios, como me gusta estar dentro de ti! – Musitó y empezó a empujar.

Primero despacio, marcando el ritmo y haciéndome enloquecer, luego

aumentando el ritmo, cada vez más deprisa. Sentí como su polla entraba y

salía de mí, como empujaba cada vez más fuerte, cada vez más adentro. Y

empecé a sentir como el orgasmo nacía en mi sexo.

  • Cristian voy a correrme – le avisé.

  • Sí, córrete, querida, córrete.

Sentí como empujaba aún más fuerte, su sexo se hinchaba dentro de mí, sin

duda él también estaba a punto de explotar y eso hizo que mi orgasmo se

desencadenara y todo mi cuerpo se convulsionara en un maravilloso orgasmo,

al que se unió Cristian llenándome con su leche. Acabamos ambos acostados

sobre la cama, abrazados.

  • Tendré que enviarte fotos sexys más a menudo – susurré.

  • Si, fue un juego divertido. ¿Has hablado con Max?

  • No, anoche llegó tardísimo cuando ya estaba dormida y esta mañana

cuando he descubierto que me había mentido se me han quitado las

ganas de hablar con él.

  • ¿Te ha mentido? – Me preguntó sorprendido.

  • Sí, me ha dicho que estuvo con su amigo Mario celebrando su

cumpleaños y recuerdo perfectamente que hace tres meses que lo

celebraron.

  • Vaya, lo siento. Quizás....

  • Me pone los cuernos – sentencié.

Cristian me abrazó. Y nos quedamos así durante algunos minutos...