Atada III

Cristian atiende a una clienta y Ana escucha parte de la conversación lo que provoca los celos de Ana. ¿Tendrá un castigo?

CAPITULO 3 ¿Celosa yo?

Revisé los libros de contabilidad de la tienda por enésima vez, y de nuevo me salían perdidas.

-         Max, vamos a tener que poner dinero otra vez – le dije a mi marido mientras cerraba los libros.

-         Maldita sea – protestó Max – No lo entiendo.

-         No sé, Max, pero no podemos seguir poniendo dinero en tu negocio – le dije.

-         Lo sé, pero cariño, ya no sé que más podemos hacer. No quiero dejarlo, es mi negocio, he luchado mucho por él – afirmó Max.

-         Esta bien. Anda vamos a dormir. Mañana será otro día – dije.

-         Vístete, a las doce vendrá una amiga y no quiero que te vea así – Me dijo Cristian, tras sacar el arnés de entre mis piernas.

Era mi primer día de trabajo tras la semana de descanso que “supuestamente” me había recomendado el médico, llevaba sólo una hora trabajando y ya estaba a punto de tener un orgasmo.

-         Uff, estás supermojada. Me gusta, pero tendremos que esperar para hacer nada más. Venga, ve y vístete – me ordenó.

Entré en la habitación de matrimonio y me puse la bata de trabajo que había sobre la cama. Cristian la había dejado allí. Cuando salí Cristian me indicó:

-         Estaré en mi estudio, cuando llegue la Srta. Alvarez, la haces pasar ¿vale?

  • Sí, señor – respondí yo solicita.

Continué haciendo mi trabajo, limpiando, haciendo la cama, etc, mientras Cristian en su despacho trabajaba según él escribiendo tratados de medicina. A las doce en punto sonó el timbre de la puerta y fui a abrir.

Una chica rubia, alta, guapa y no más joven que yo apareció ante mi diciéndome con cierto aire de superioridad:

-         Buenos días, soy la Srta. Álvarez, el sr. López me está esperando.

-         Si, srta, pase.

La llevé hasta el despacho y llamé a la puerta.

-         Adelante – oí que respondía Cristian.

Abrí la puerta y asomándome le dije:

-         La Srta. Álvarez ya está aquí.

-         Bien, hazla pasar.

Me aparté de la puerta y la hice pasar. Luego pasé yo y le pregunté a Cristian:

-         ¿Desea que les traiga algo Sr.?

-         No, gracias, Ana. Y por favor, tanto si llaman por teléfono como si viene quien sea, no nos molestes,  ¿vale? Necesitamos tranquilidad absoluta.

-         Sí, señor.

Salí del despacho y cerré la puerta, extrañada antes aquella última orden, lo que me alarmó un poco. Seguí haciendo mi trabajo, pero vigilando desde fuera, y tratando de escuchar tras la puerta del despacho, hasta que oí aquellos gemidos de la mujer y eso me alarmó. No podía creer que estuviera... parecía que Cristian la estaba... follando. Y eso me puso sumamente nerviosa. Hasta que oí que la puerta se abría y tratando de disimular hice ver que barría el pasillo.

-         Gracias por todo, Cristian, me has aliviado un montón.

-         De nada, ya sabes, estoy aquí para lo que necesites – le dijo él, acompañándola hasta la puerta de entrada y sujetándola por la cintura. Yo me quería morir.

Cristian abrió la puerta y le dio un par de besos a la chica, uno en cada mejilla.

-         Nos vemos – le dijo tras eso.

Yo estaba que trinaba, no podía creer que él y aquella chica hubieran follado allí en el despacho y además en mis narices.

Cristian cerró la puerta y mirándome dijo:

-         ¿Qué pasa? Tienes cara de mala leche.

-         Creo que eso deberías decírmelo tú – le respondí con cierto retintín.

-         ¿Yo? No me digas que estás celosa.

-         Nooo, - dije yo aunque en realidad, si lo estaba y mucho.

-         Venga es solo una amiga – dijo Cristian -  y no hemos hecho nada, tiene marido y además no es mi tipo.

-         Pero yo os he oído... bueno, la he oído a ella gemir – dije empezando a sentirme arrepentida por haber dudado de él.

-         Ja, ja, ja, gemidos. No olvides que soy fisio, le hice un masaje en la espalda para aliviarle el dolor de cervicales. No tienes nada que temer, excepto mis castigos – sentenció.

Aquella revelación me hizo sentirme mal conmigo misma. Y arrodillándome frente a él le dije:

-         Perdóname, yo...

-         Levántate y ponte el vestido de zorrita, vamos a salir.

Iba a protestar, pero Cristian me cortó:

-         Y sin quejarse, has dudado de mí y no puedo permitirte eso. Venga, vístete y vámonos.

-         Si, señor – dije dirigiéndome a la habitación, sumisa.

Me puse el body de tiras de cuero y cuando estaba casi lista entró Cristian en la habitación.

-         Bien, estás perfecta. Pero te traigo algo que quiero que te pongas.

Me dio un paquete que abrí inmediatamente, dentro había unas braguitas con un vibrador y un mando.

-         Póntelas.

-         Pero Cristián...

-         Sin protestar, querida. Seguro que te gustará.

Obedecí y me puse las braguitas, Cristian cogió el mando y le puso un par de pilas y enseguida lo conectó, haciéndome sentir la vibración en mi entrepiernas y un dulce estremecimiento que cruzó mi cuerpo.

-         Perfecto – dijo. Luego me tomó en sus brazos y añadió: - Quiero que tengas bien presente, que tú eres la única para mí y que voy a hacer que hoy sea un día muy especial para ambos. ¿Vale?

-         Si, señor – respondí, luego nos besamos apasionadamente.

-         Venga, ponte la gabardina y salgamos a pasear.

Cristian cogió la gabardina y me ayudó a ponérmela. Luego salimos del piso y bajamos en el ascensor y durante el trayecto hacia el bajo Cristian no perdió ocasión de poner en marcha las braguitas vibradoras haciéndome estremecer.

  • Oh, ah, Cristian – gemí excitada

Y estábamos llegando al ultimo piso cuando sonó mi telefono móvil. Lo cogí del pequeño bolso que llevaba cuando Cristian y yo salíamos a pasear y tras mirar  quien era y decirle a Cristian que era mi marido él apagó el vibrador. Suspiré aliviada y contesté:

-         Hola cielo – dije.

-         Hola corazón, solo llamaba para ver como te encontrabas, como ha ido el dia.

Habia puesto el manos libres, para que Cristian escuchara lo que Max me decía.

-         Bien, estoy bien. Cristian se está portando muy bien conmigo hoy y no me ha hecho trabajar demasiado.

-         Me alegro, ya le dije que tenia que cuidarte.

-         Y lo está haciendo cielo – le dije a mi marido con la voz más dulce que pude, a pesar de que Cristian me estaba tocando le culo por debajo de la gabardina e intentaba meter uno de sus dedos en mi entrepierna.

-         Bien, luego paso a buscarte, ¿vale?

-         Sí cariño, tengo que dejarte – el dedo de Cristian estaba ya hurgando en mi agujero vaginal, intentando penetrarme – tengo que hacer la comida.

-         Si, hasta luego.

Apagué la llamada y suspiré, luego gemí al sentir otro dedo de Cristian penetrándome. Luego, Cristian sacó ambos dedos y dándome una palmadita en el culo me dijo:

-         Bien hecho, zorrita.

Estábamos en el parking del edificio y caminamos un par de metros hasta el coche de Cristian. Yo deseaba preguntarle donde íbamos, pero no me atrevía. Subimos al coche y justo antes de arrancar Cristian puso en marcha las braguitas vibradoras, haciendo que el placer empezara a crecer entre mis piernas extendiéndose por todo mi cuerpo.

-         No quiero que te corras, ¿me oyes? Quiero que disfrutes y te excites pero si sientes que estás a punto de correrte debes avisarme. ¿De acuerdo?

-         Sí, señor- le respondí, temblorosa y excitada.

Cristian arrancó y salimos del parking, yo no podía concentrarme en lo que tenía a mi alrededor, aunque lo intentaba, pues el cosquilleo de las braguitas hacia que todo mi cuerpo se excitara, y empecé a gemir justo cuando salíamos de la ciudad en dirección hacía el sur.

-         ¡Oh Cristian, creo que... me voy... a ...

Cristian detuvo la vibración de las braguitas.

-         Muy bien, preciosa – me animó.

Siguió conduciendo algunos kilómetros más y encendía y apagaba las braguitas cada dos minutos, torturándome con la vibración durante un largo minuto. Yo sentía mi sexo totalmente húmedo y caliente, ansioso por sentir algo más que el masturbador de las braguitas o quizás llegar a la liberación total del orgasmo.

Finalmente llegamos a lo que parecía un club nocturno. Cristian me hizo bajar del coche y nos encaminamos hacia la puerta y poco antes de llegar a ella, un hombre impecablemente vestido con un traje negro nos abrió la puerta y dijo:

-         Buenas tardes Sr. López, hacia tiempo que no venia por aquí.

-         Buenas tardes Juan, si, es cierto llevaba tiempo sin venir, pero es que no había encontrado a la compañía adecuada para hacerlo.

-         Pues me alegro que por fin la haya encontrado. Srta, ¿me permite su abrigo? – me dijo el hombre.

Miré a Cristian confundida y este movió la cabeza afirmativamente haciéndome entender que debía darle mi gabardina y por consiguiente, quedarme semidesnuda en aquel local público. Así que me la quité y se la dí a Juan, que tras dejarla en el guardarropía a una de las chicas que allí había nos indicó:

-         Por aquí señores, creo que su mesa ya está lista.

Nos llevó hasta unas puertas que abrió y que llevaban directamente a una gran sala llena de mesas y sillas, parecía un comedor normal y corriente de un restaurante, sino hubiera sido porque había varios hombres todos ellos vestidos con traje y corbata, al igual que iba Cristian, y sus parejas femeninas, todas ellas semidesnudas o completamente desnudas al igual que yo.

Juan, nos acompañó hasta una mesa que estaba justo en el centro de la sala. Lo que me alarmó un poco, sobre todo cuando vi una mujer tendida sobre una de las mesas a la que su amo estaba dando placer, introduciéndole un vibrador entre las piernas.

Cristian y Juan ni siquiera observaron la escena mientras yo no podía ni apartar la vista de esta. Juan nos ofreció sentarnos a la mesa y ambos nos sentamos.

-         ¿Estás bien, querida? – me preguntó Cristian.

-         Sí - respondí un poco insegura y sin dejar de mirar la escena que se desarrollaba un par de mesas más allá.

-         Es algo excitante ¿verdad? – me preguntó Cristian.

Pero no supe que responderle. Pensar en que en unos minutos o segundos yo podía estar en esa posición, expuesta a todos me excitaba, pero también me aterraba, sobre todo sabiendo que quizás estaría indefensa ante cualquiera que quisiera tocarme.

Y entonces apareció el camarero.

-         ¿ El menú habitual? – le preguntó a Cristian.

-         Sí, por favor – respondió es.

Y el camarero desapareció. Y justo en ese instante Cristian volvió a encender las braguitas vibradoras, haciéndome estremecer. Primero las puso con una vibración suave, que fue aumentando poco a poco y cuando me tenia al borde del orgasmo hacia descender la intensidad, haciéndome volver al estando tranquilo del principio, para de nuevo ir subiendo la intensidad poco a poco hasta colocarme al borde del orgasmo y así durante los siguientes minutos, hasta que nos trajeron el primer plato.

Nos trajeron un solomillo a la miel. Mientras comíamos Cristian iba encendiendo y apagando las braguitas para tenerme excitada. Tras el primer plato, vino el postre a base de chocolate y todo ello junto con un delicioso cava para refrescar la velada, cuando terminamos de comer, Cristian hizo despejar la mesa y me indicó:

-         Túmbate sobre la mesa bocaarriba.

-         ¿Qué? – pregunté sorprendida – No – respondí luego.

-         Venga, cielo, sabes que tienes que hacerlo. Es tu castigo, quiero que te expongas a todos nuestros amigos.

Obedecí sumisa y me tumbé sobre la mesa bocaarriba con las piernas abiertas. Tras lo cual, Cristian se acercó, me ató de pies y manos a las patas de la mesa y me quitó las braguitas, tenía mi sexo totalmente húmedo y excitado. Sus manos recorrieron mi cuerpo de arriba abajo, se detuvo en mis senos y los masajeó suavemente. En ese momento, miré a nuestro alrededor y pude ver algunas parejas observándonos lo que me excitó aún más, aunque también me hacia sentir un poco avergonzada. Cerré los ojos y traté de olvidar que estaba siendo observada y a tratar de concentrarme en las caricias de Cristian. Sus manos descendieron desde mis senos a mis caderas y luego deslizó una de ellas hasta mi sexo. Abrí de nuevo los ojos y le ví de pié entre mis piernas. Acercó su boca a mi oído y me susurró:

-         Si te portas bien te follaré salvajemente, como a ti te gusta.

Afirmé con la cabeza y luego pregunté:

-         ¿Qué deseas que haga, Amo?

-         Complacerme, por supuesto – respondió él – Quiero que te excites cuando te toque aquí – dijo introduciendo uno de sus dedos dentro de mi vagina.

Todo mi cuerpo se estremeció y Cristian sonrió triunfante. Me besó dulcemente en los labios y continuó tocándome. Masajeó mis senos y luego volvió a tocar mi clítoris, lo masajeó suavemente e introdujo un par de dedos en mi vagina, moviéndolos un poco. Me estremecí y gemí. Cristián sacó sus dedos de mí y los introdujo en mi boca diciéndome:

-         Chúpalos.

Hice lo que me ordenaba sintiendo el sabor de mi propio sexo en mi boca. Los sacó y volvió a acariciar mi clítoris haciéndome estremecer.

Y enseguida sentí su lengua, húmeda y caliente sobre los pliegues de mi sexo, un pequeño gemido salió de mi boca y no pude evitar mirar a mi alrededor. Varias parejas nos observaban, lo que hizo que mi excitación aumentara, aunque las caricias linguales que Cristian aplicaba a mi sexo húmedo y ardiente también ayudaban. Cada vez estaba más excitada y deseaba más a

Cristian y ya no me importaba que nos observaran. A punto de llegar al orgasmo, Cristian se detuvo y se puso en pie.

Me miró, le miré y ví como se bajaba la cremallera del pantalón. Inclinándose sobre mi y apoyando su mano a un lado de mi cabeza me preguntó:

-         Dime que quieres, zorrita.

-         Quiero que me folles, quiero tu polla dentro de mí – musité excitada.

Cristian hurgó con dos de sus dedos entre mis labios vaginales, comprobando la humedad y la excitación y añadió:

-         Bien, pues vas a tener tu premio, querida.

Todo mi cuerpo se estremeció empujando hacia Cristian. Miré hacia abajo, a su paquete y ví como sacaba su verga erecta y larga. Me encantaba verla excitada, altiva con la punta morada por el deseo. Vi como la acercaba a mi sexo, y empujé hacia él, ansiosa por sentirle dentro, pero él se detuvo unos segundos, me miró a los ojos y susurró:

-         Tranquila.

Traté de tranquilizarme y entonces él me besó profundamente, y mientras estaba distraída por su beso, sintiendo su lengua dentro de mi boca, empujó dentro de mí, llenándome con su falo. Gemí mordiendo su labio con pasión. Me sentía llena, feliz y ya no me importaba que nos pudieran mirar. Cristián empezó a empujar, primero despacio, haciendo que su falo entrara y saliera de mi con toda la parsimonia posible, mientras nuestros ojos se miraban embelesados. Luego poco a poco fue aumentando el ritmo de las embestidas, mientras ambos gemíamos excitados. Cristian suspiraba, jadeaba excitado, al igual que yo, que no dejaba de estremecerme en cada embestida, sintiendo que el orgasmo se iba aproximando poco a poco.

el orgasmo se iba aproximando poco a poco.

-         Me voy a correr, señor – le avisé.

-         Sí, córrete, vamos, córrete.

Y lo hice, me dejé ir sintiendo como el orgasmo se apoderaba de mí y recorría todo mi cuerpo, desde mi sexo hasta extenderse por todos los poros de mi piel haciéndome estremecer. Cristian dio un par de embestidas más y también él se corrió llenándome con su semen.

Cuando ambos dejamos de convulsionarnos, Cristian me besó. Se incorporó y me desató las manos y las piernas, cogió la gabardina que acababa de traerle el maître y me envolvió en ella, cogiéndome en brazos y sacándome de aquel local. Me llevó hasta el coche y una vez dentro de él me dijo:

-         Quiero pedirte algo

-         ¿Qué? – pregunté algo sorprendida.

-         Quiero que seas mía, solo mía. Te amo y creo que no tiene sentido que sigas casada con Max, sabes que no le amas. Porque si realmente le amaras no estarías aquí hoy.

Bajé mi mirada al suelo, no sabía que decir, pero Cristian tenía razón. No tenía sentido que siguiera con Max cuando estaba enamorada de mi jefe. Enfrenté de nuevo su mirada y le dije:

-         Tienes razón, pero no sé, sabes que el negocio de Max, depende del sueldo de tu me pagas, en realidad, el poder mantenernos cada día depende de lo que tu me pagas – sentencié.

-         Sí, pero no puedes salvarle cada dos por tres, no puedes justificarle, ya es mayorcito para asumir sus errores. Tu necesitas algo mejor, tu... quiero que seas mía.

  • Sí, seré tuya, solo tuya – le dije mirando sus oscuros ojos negros.

Tras eso Cristian arrancó el coche y volvimos a su casa. Allí me tomé una reparadora ducha y me puse la ropa de calle. Eran casi las seis cuando terminé, por lo que debía volver a casa.