Atada ii
Cristian decide torturar a Ana y llevarla de paseo a la tienda de fotografias de su marido Max ?ue pasará, se dará cuenta Max de todo lo que pasa entre Cristian y Ana?
CAPITULO 2 No me hagas eso
Me apoyo sobre el fregadero pues el movimiento lento del vibrador no me deja mantenerme firme, es demasiado para mí, sentir el placer así, a ráfagas. Cristian desnudo y sentando en la mesa frente a su café de después de comer, manipula el mando a su antojo; mientras yo trato de fregar los platos, pero la tarea se hace difícil cuando un vibrador colocado entre las piernas se mueve cada x tiempo haciéndome estremecer de placer. A Cristian le encanta torturarme de esta manera, se ha pasado la mañana haciéndolo y yo empiezo a estar ya a mil, estoy segura que si ahora mismo me penetrara con su potente verga me correría en menos de un minuto. Pero conociendo a Cristián sé que me tendrá en este estado de excitación permanente por lo menos hasta casi mi hora de salida. Trato de distraer mi mente, mientras sigo fregando los platos y sintiendo las oleadas de placer que me ofrece el vibrador cada vez que Cristian lo pone en marcha.
De repente Cristian enciende el vibrador por enésima vez, pero está vez a máxima potencia lo que hace que mis piernas tiemblen y sin darme tiempo a sujetarme en el fregadero, me caiga de rodillas al suelo. Voy desnuda, sólo con el arnés y el delantal de trabajar, como le gusta a Cristian. Gimo al sentir el placer que me proporciona el vibrador, y avergonzada trato de levantarme nuevamente cuando Cristián ha apagado ya el vibrador. Él sentado aún en la mesa, me ordena:
- Ya puedes coger la taza, ya he terminado.
Me acerco a la mesa, temerosa de que en cualquier momento haga funcionar el maldito mando. Cojo la taza y justo en ese momento Cristian pone en marcha el vibrador.
¡Aaaahhhh, no! – gimo y protesto.
¡Uhmmm que guapa estás con esa cara de placer, putita! – Me dice levantándose de la mesa.
Sube la intensidad de la vibración y de nuevo mis piernas flaquean, pero esta vez Cristian me sujeta para que no caiga y me hace apoyar el culo en el borde de la mesa. Quedo frente a él, con las piernas abiertas, el vibrador moviéndose y mi cuerpo estremeciéndose y en menos de diez segundos, Cristian ha desabrochado el arnés, ha quitado el vibrador y lo ha sustituido por su verga erecta e hinchada penetrándome hasta el fondo.
¡Aaaaahhhhh!
Estás a mil, ¿verdad zorrita? – Me pregunta, sacando su polla de mí nuevamente.
- Sí, sí – gimo esperando una nueva arremetida, pero en lugar de eso, Cristian se aleja de mí ordenándome:
- Colócate otra vez el vibrador entre las piernas.
Obedezco y tras recoger la taza que ha caído al suelo, vuelvo al fregadero. Friego la taza sin volver a sentir el vibrador moviéndose. No sé donde está Cristian, ni siquiera le oigo, pero sé que seguramente estará preparando la habitación de tortura o cualquier instrumento para seguir con el castigo.
Una vez recogida la cocina, me quito el delantal y salgo al comedor, y allí vestido está Cristian, sentado en el sofá con mi gabardina al lado.
- Vamos putita, hoy toca paseo, iremos de compras – me anuncia poniéndose en pie y ofreciéndome la gabardina que me pongo sin rechistar.
No me gusta el plan, como siempre, porque sé lo que significa y a lo que me expongo y más a las cuatro de la tarde, pero sé que no tengo otra opción.
Salimos de la casa y antes de llegar a la puerta, Cristian pone en marcha el vibrador. Todo mi cuerpo se estremece.
Salimos a la calle, Cristian me coge de la mano, y caminamos en dirección a la gran avenida que hay al final de la calle. Por el camino y cada medio minuto Cristian pone en marcha el vibrador durante unos 30 segundos para mantenerme en perfecto estado de excitación, yo aguanto como puedo las sacudidas que me produce la vibración. Llegamos a la avenida y giramos a la derecha, caminamos unas cuantas manzanas hasta llegar frente a la tienda de fotografías de mi marido. Al ver que Cristian se detiene frente a ella exclamo:
- No, aquí no Cristian.
¿Cómo que no? Claro que sí, creo que ya es hora de que tu marido y yo nos conozcamos y que mejor momento que este.
Pero yo... él... – trató de protestar, pero Cristian sigue firme en su decisión y me acompaña hasta la puerta.
No te preocupes, seré bueno, no te torturaré demasiado.
No me hacía ninguna gracia entrar en la tienda de Max, menos yendo desnuda bajo la gabardina, con el arnés de castigo y el vibrador entre las piernas. Para mí era el peor momento para que Max y Cristian se conocieran, pero obviamente, debía obedecer, estaba a merced de Cristian, era su esclava sexual y debía hacer todo lo que él me pidiera, incluso ir a que él conociera a mi marido en aquel momento, el sueldo que Cristian me pagaba dependía de eso, de que hiciera lo que él quería. Y él quería conocer a Max en aquel momento.
Entramos en la tienda, primero entré yo y cuando Max me vió, enseguida salió del mostrador para venir a saludarme.
Hola preciosa.
Hola, vengo a presentarte a mi jefe – dije con un hilo de voz – Este es Cristian
Ambos hombres se miraron, Max le tendió la mano a Cristian y Cristian la tomó con la suya.
Por fin conozco al hombre que hace tan feliz a Ana – dijo Cristian, mientras yo sentía como el vibrador empezaba a funcionar a una intensidad media – me ha hablado muy bien de ti tu mujer, se nota que la tienes totalmente enamorada.
Me alegro, yo no podría vivir sin ella – aumentó la intensidad del vibrador.
Te entiendo es una mujer maravillosa y muy trabajadora, te lo puedo asegurar – añadió Cristian.
Yo me mantenía en un segundo plano, junto a ellos, mientras hablaban, sintiendo como el vibrador se movía dentro de mí y tratando de disimular el placer que eso me causaba.
Sí, pero la haces trabajar demasiado – se quejó Max.
Bueno, pero le pago bien.
¡Ah! – Se me escapó un gemido de placer al sentir la intensidad del vibrador subiendo.
¿Te pasa algo? – Me preguntó Max visiblemente preocupado.
No, nada, sólo he sentido un pequeño pinchazo en el estomago, pero no es nada, no te preocupes – le dije a mi marido mientras el vibrador seguía moviéndose dentro de mi vagina y yo trataba de mantener la compostura para que él no notara nada.
Seguro que no es nada – agregó Cristian – Bueno, queríamos ir de compras porque yo quiero comprar una cámara y como sabía que tú tienes esta tienda y eres un experto en eso, pues le he pedido a Ana que me trajera.
Sí, claro, ven te enseñaré algunas. ¿Tienes idea de lo que quieres?
Bueno, quiero algo sencillo pero que haga buenas fotos – dijo Cristian, como si todo fueran la mar de normal y ni él tuviera el mando del vibrador, ni yo el vibrador entre las piernas moviéndose.
- Sí claro.
Mientras Max se giraba buscando algunas cámaras, Cristian aprovechaba el momento para meter su mano bajo mi gabardina. Gracias a Dios, Max estaba tras el mostrador y Cristian y yo delante, en la zona de clientes, lo que hacía que el mostrador tapara la mano de Cristian, que se escondia bajo mi gabardina, acariciaba mi culo e introducía un dedo dentro de mi ano.
- ¡Ah, ah! – gemí de nuevo, sin poder evitarlo ya que la excitación era máxima en mí, después de varias horas llevando aquel vibrador entre las piernas.
Max se giró inmediatamente hacía mí preguntándome:
¿De verdad estas bien?
S-sii... – traté de responder, pero Cristian subió al máximo la intensidad del vibrador haciendo que mis piernas flaquearan y me cayera de nuevo al suelo de rodillas y un intenso : - Aaaaahhh – escapara de mi garganta.
Ana, por favor, me estás asustando – me dijo Max saliendo el mostrador y acercándose a mí.
Cristian me sujetó con fuerza y apagando el vibrador, dijo disimulando:
- Ana, a mí también me estás asustando.
Arrodillada en el suelo y con ambos hombres a mi alrededor, traté de levantarme ayudada por ellos.
Sí, estoy bien, no es nada. Me han flaqueado un poco las piernas, nada más, será el cansancio.
Ana por favor, no seas cría. Anda siéntate en esta silla – me ordenó Max haciéndome sentar en una de las sillas que tenia tras el mostrador. – Voy a por un vaso de agua.
Mientras Max desaparecía en la trastienda para ir a buscar el vaso de agua al baño, Cristian aprovechó para besarme apasionadamente y decirme;
Lo estás haciendo muy bien – introdujo su mano por la gabardina y llegando a mi sexo, acarició la humedad que llenaba ni coñito – y estás supermojada. Me están entrando ganas de follarte ahora mismo.
Nooo, por favor Cristian, no me tortures más – le supliqué – no delante de mi marido.
Sabes que no puedo aceptar tus suplicas, querida, es el castigo por llegar tarde esta mañana, lo sabes.
Asentí con la cabeza y aparté la mano de Cristian de mi sexo justo en el momento en que ví que Max estaba apunto de aparecer por la puerta que llevaba a la trastienda.
Max llegó hasta mí con el vaso de agua.
Toma cielo – dijo ofreciéndomelo.
Gracias.
Tomé el vaso con mis manos y de nuevo la vibración del aparato volvía a actuar en mi húmeda vagina produciéndome un maravilloso placer. Traté de soportarlo como pude mientras bebía agua, pero Cristian iba aumentando la vibración poco a poco, hasta hacer que llegara al máximo en el mismo instante en que me terminaba el vaso de agua con lo cual me hizo estremecer y soltar un placentero:
¡Aaahh!
¡ Cariño! – Exclamó Max.
¡Ana! – Exclamó también Cristian tratando de disimular, mientras yo me escurría en la silla – Vamos a llevarla dentro – propuso Cristian cogiéndome en brazos.
Sí será lo mejor – afirmó mi marido. Pero cuando Cristian me entraba por la puerta a la trastienda sonó la campanilla que anunciaba que un cliente había entrado.
Max se quedo en la tienda, mientras Cristian me llevaba hasta el interior de la trastienda y me sentaba sobre una silla que había allí.
Muy bien, has sido muy buena chica, creo que tu marido no se ha enterado de nada, pero aún falta lo mejor – me susurró Cristian al oído, mientras yo oía como Max atendía a su cliente.
No, por favor, Cristian, ten piedad – le supliqué.
Pero de nada sirvieron mis suplicas, pues Cristian estaba decidido a terminar aquel castigo. Cristian subió la gabardina hasta mi cintura. Se bajó la cremallera del pantalón dejando libre su erecto y largo falo, que altivo y deseoso de placer se alzaba ante mí.
No, Cristian, puede vernos Max
No te preocupes por él, preciosa, estará ocupado un rato- dijo apuntando ya con su sexo a mi húmeda rajita y penetrándome de una sola embestida.
¡ Ah! – gemí al sentir como entraba, y sin dejar de mirar hacía la puerta; pero esta vez Max no apareció preguntando como iba todo.
Cristian me cogió por las caderas y empezó el movimiento de vaivén, enseguida empecé a sentir el placer que sus embestidas me producían, su sexo quemando dentro de mí, mi sexo ardiendo por aquel mástil que se clavaba en mí una y otra vez, y al que llevaba deseando todo el día. Empecé a sentir el orgasmo naciendo en mí, que se anunciaba potente, por lo que empecé a gemir temiendo que Max nos oyera, y al sentir como mi éxtasis alcanzaba la cúspide, me desmayé. Había sido tal la tensión y el deseo acumulados hasta ese momento que mi cuerpo reaccionó de aquella manera y perdí el conocimiento.
Cuando desperté estaba en mi casa, en mi propia cama, acostada, totalmente desnuda y Cristian estaba a mi lado, sentado esperando que me despertara.
Vaya, vaya, por fin te despertaste – fue lo primero que dijo al ver que abría los ojos.
¿Y Max? – pregunté yo preocupada. Asustada al verle allí en mi propia cama.
En la tienda, no te preocupes, me dio las llaves de aquí y me pidió que llamara a tu doctor, pero eso último no ha hecho falta. Ambos sabemos porque te has desmayado ¿verdad?
Sí, ha sido increíble, pero Max...
No te preocupes, no se ha enterado de nada.
Me moriría si se enterara.
Lo sé pero no te preocupes. Ahora esperaremos que vuelva y le diremos que el desmayo ha sido a causa del cansancio según nos ha dicho el doctor, ¿Vale? – me propuso.
Vale – acepté.
Sus ojos se quedaron clavados en los míos y en su fondo vislumbré el brillo natural que aparecía siempre que se le ocurría una idea.
- No, aquí no Cristian, por favor, no me hagas eso – fue todo lo que pude decirle.