atada en el bosque
Una joven que hace realidad su fantasia
Siempre he tenido la fantasía de ser atada y secuestrada en pleno bosque, pero es fácil de entender si digo que no me atrevo a buscar a nadie desconocido, porque se necesita una confianza 100%.
El verano del año pasado me fui a pasar parte de mis vacaciones a una zona montañosa que había oído que tiene mucho bosque, pero que no conocía.
El primer día lo pase conociendo los alrededores y dando una vuelta con el coche para ver la zona. El segundo día me levanté muy temprano, porque en el viaje había visto unas montañas y unos bosques que ni sé su nombre ni lo pregunté, pero tenían la impresión de ser espesos y muy grandes.
Salí a las nueve de la mañana, y hacia las once ya comencé a subir por unas carreteras que no tenía ni idea de dónde llevaban. Tampoco lo quería saber. Cuando ya había avanzado unos diez kilómetros por una carretera de muchas curvas, todo bosque y ningún pueblo cercano, me desvié por un camino de tierra. Apenas tenía tres metros de ancho, lo justo del coche y de abrir la puerta, y cuando había conducido unos trescientos metros camino adentro, sin ver ya carretera ni oírse nada, el camino acababa en un círculo, para poder girar y volver a salir.
Yo aparqué, dejando sitio por si venía algún coche pudiera girar. La carretera no se veía, porque el camino había girado 90º a derecha e izquierda un par de veces, y parecía estar perdido en ese bosque inmenso y muy espeso. Perfecto para mi fantasía. Estaba nerviosa, porque no tenía ni idea de dónde estaba, pero también muy excitada y puse en marcha mi fantasía como a mí me gustaría.
Primero, mi fetiche: mi fetiche de ropa son los tangas, blancos, lisos, pequeños y ajustados, entrado bien la cinta por la raja de mis nalgas. Entonces me quité toda la ropa menos el tanga, y la metí en el coche.
Segundo, la cinta: saqué la cinta de precintar y comencé a amordazarme yo slao. No importaba si gastaba el rollo, que tampoco son tan caros, pero quería asegurarme de hacer una mordaza perfecta, y apretando con fuerza comencé a taparme la boca. Menos mal que no tenía el pelo muy largo. No gasté todo el rollo pero la mitad creo que sí.
Tercero, las pinzas: cogí las pinzas de tender la ropa, y me puse alguna en los pechos y en cada pezón.
Cuarto, las esposas: Cogí las esposas de bisagra, buenas, que sólo se abren con llave, y me esposé las manos por delante, aunque hubiera preferido en la espalda pero pense que quizás no podría quitármelas con facilidad. Me había dejado la llave en las manos, para abrirlas después.
Ya estaba como yo quería. Esposado (me gustaría cuerdas, pero yo sola no podía), amordazada sufriendo el dolor que no me podía librar de las pinzas por estar atada, en realidad si podía, pero la fantasía era como era, tanga, sóla y descalza, en un bosque enorme, desconocido, solitario y silencioso. Comencé a fantasear en mi mente que me habían llevado en coche, por la fuerza, con el secuestrador detrás de mí, y que me hacía andar por el bosque camino de su cabaña, y eso hice. Sentí como mi sexo empezaba a humedecerse. Me propuse andar mucho, siempre siguiendo un estrecho camino que sólo pasaba una persona para no perderme. Era como pasear por el bosque, pero de otra manera. Y comencé a andar.
Andaba lento, porque descalza, se me clavaban las ramas en las plantas de los pies, las piedras, y las hojas pinchaban, y yo no sabía hasta ese día que las hojas pinchaban. Estaba en el paraíso de las fantasías, sufría y estaba muy excitada. Anduve como unos diez minutos bosque adentro. Quería el riesgo de perderme, y fui andando cambiando de dirección para desorientarme, y cuando llevaba como unos trescientos metros me dió la impresión de que sí me había perdido, porque al volver atrás no conocía ese árbol que vi grande.
Pensé en quitarme las esposas, las pinzas, dejarme de historias y salir de ahí, pero estaba demasiado cachonda, y me propuse buscar la salida atada y como estaba para masturbame en el coche, porque estaba muy excitada. Centré mi atención en los caminos, y comencé a volver atrás, rectificando porque me equivocaba, y miraba bien dónde estaba, que no acababa de encontrar el camino de regreso, cuando de repente escuché:
¿Qué estás haciendo?.
Me quedé parada. Una voz, cinco metros a mi derecha, y me giré. Allí había un tío de pie, quieto, parado, de unos cincuenta años, alto, se le veía fuerte, tirando a delgado, y con espárragos en su mano. Lo miré, y me quedé sin saber qué hacer. Me olvidé de todo, de las llaves de las esposas, de las pinzas, y de todo, murmuré un mmmmmppphhhh y di media vuelta para irme de allí bien rápido. Pero el tío me siguió, y le fue fácil atraparme. En diez metros lo consiguió y me cogió por un brazo.
Espera, espera, me dijo.
Me giró hacia él, y yo miré hacia el suelo.
Todo esto te lo has hecho tú misma, ¿verdad? ¿O te ha hecho una broma tu novio?, Me dijo riendo.
Yo hice que sí con la cabeza.
¿Sí qué? ¿Te lo has hecho tú misma?.
Y volví a hacer que sí.
El hombre se río, y me preguntó cómo me iba a quitar las esposas. Abrí la mano, enseñándole la llave de las esposas, y fue en ese momento que aprovechó para quitarme la llave de las esposas.
Nada, no te preocupes, me dijo, si te va este rollo dale un poco más de morbo, y se quedó la llave guardándola en la mochila que llevaba.
¿Qué vas a hacer sin la llave? Ahora la tengo yo, y estás sola en el bosque, que se ve de lejos que es lo que buscabas, tía. ¿Y si no te la doy?.
Se dio media vuelta y comenzó a caminar. Yo no podía hablar así que intente seguirle, pero poco a poco se fue distanciando. Le perdí de vista. Me pare y comencé a llorar. No sabia donde esta, sola, atada, desnuda y sin la llave de las esposas, menudo panorama. Me dolían los pies. Vi una piedra y me senté y comencé a frotarme las plantas de los pies.
No sé cuanto tiempo paso, pero para mi fue mucho, cuando vi que el tipo se me acercaba. Intente hablar, pero no podía, maldita cinta!!
Sin decirme nada, saco una cuerda de la mochila, la ato a las esposas y dijo: vamos.
Le seguí como pude, los pies ya ni los sentía. Al cabo de un rato llegamos a un pequeño claro, donde había una pequeña cabaña. Entramos
Era como un refugio, una mesa con sillas de madera era todo su mobiliario, al fondo una chimenea y tierra como suelo. En una de las paredes tenia una ventana.
Paso la cuerda por una viga del techo, tiro de ella, me alzo los brazos y quede colgada, tocando el suelo con la punta de mis dedos. El hombre se dirigió a la puerta, me miro y dijo, se te ve preciosa. Se marcho diciéndome que volvería o quizás no.
No puedo explicar lo que sentía, solo decir que llore todo lo posible y diciéndome que estaba loca y era imbécil.
Pasaron varias horas, tenia hambre, sed y unas tremendas ganas de orinar. Por la ventana vi anochecer, me decía que el tío volvería pronto pero también pensaba que igual moría allí, de hambre y sed, colgada. Cuando no aguante más me orine, sentí correr el liquido por mis muslos. Debo confesar que eso me excito.
Tenia frío, estaba dolorida, los brazos no los sentía y los dedos de mis pies, protestaban. No sé cuando me quede dormida.
Sentí como una descarga eléctrica que me despertó. Por la ventana entraba el sol y frente a mí estaba el hombre con una correa en la mano. O sea que me despertó con un correazo. Despierta bella durmiente, dijo.
Te has meado, guarra. Me dio otro correazo en los muslos. Quise gritar pero no puede por la maldita cinta de embalar.
Te voy a contar tu situación, me dijo. Tu coche ya no esta donde lo dejaste, esta bien escondido, nadie sabe donde estas, bueno ni tu, río. Hasta que no acabe el alquiler del apartamento, nadie te echara de menos. Tienes lo que te gusta, secuestrada, atada y desnuda. Seguro que eso te excita.
A continuación me dio de correazos, no sé cuantos, pero fueron bastantes, mi cuerpo ardía. Eso no entraba en mi fantasía.
A continuación aflojo la cuerda, con lo cual puede apoyar los pies en el suelo y los brazos no estaban tan estirados. Me preguntó que si tenía sed, afirme con la cabeza.
Te voy a quitar la mordaza, puedes hablar o chillar, nadie te va a oír, salvo yo y a mí me molesta el ruido –dijo- Si no quieres otra ración de correa no hables, ¿entendido?
Volví a afirmar con la cabeza.
Cuando termino de quitarme la cinta, me dio agua de una botella, una botella de litro, me la hizo beber de un solo trago, mientras me decía traga puta, traga puta. Luego me ofreció una fruta, la comí con ansia, tenia hambre. A continuación me puso una mordaza de esas que son una bola con una cinta. Esto es mejor que la cinta, me dijo.
Desato la cuerda, abrió las esposas y me puso las manos a la espalda. Me quito las pinzas de los pechos y me puso una pinza metálica que se podía regular en cada uno de mis pezones, y paso la cuerda por las pinzas. Dio un tirón de la cuerda y creí que me arrancaba los pechos.
Ahora –dijo- vamos a dar un paseo.
Me llevo a través del bosque, mientras que él, iba cogiendo espárragos o lo que fuera que cogía. Volvimos a la cabaña.
Me pregunto nuevamente si tenia hambre y sed, claro que tenia, sobre todo hambre, afirme con la cabeza.
Se apoyo en el borde de la mesa, se saco la pinga y me dijo, come. En una mano tenia la correa, no lo dude, no quería mas correazos y además estaba caliente y salida. Me arrodille, me quito la mordaza y le comí hasta que se vacío en mi boca.
Hizo que me sentara, de la mochila saco algunas cosas, puso un planto delante de mí –come-
Lo hice directamente del plato, ya que mis manos seguían esposadas a la espalda. El hombre también comió.
Cuando terminamos, me puso la mordaza, me doblo sobre la mesa, y sentí sus dedos en mi sexo. Estás mojada, eres una autentica puta –dijo-
Me penetro, me folló y consiguió que disfrutara del mejor orgasmo de mi vida. El no se corrió.
Al rato me giro sobre la mesa, con el culo en pompa y sentí su polla en mi ano, que era virgen aunque menos mal que yo misma lo había abierto un poco con consoladores y dildos, le costo trabajo entrar y me dolió un poco, pero al final se vacío dentro de mí.
Volvió a colgarme de la viga del techo y se despidió diciéndome volveré o quizás no.
Claro que volvió,. Todos los días me sacaba a dar un paseo por el bosque, me dejaba atada en algún árbol, me daba una ración diaria de azotes. Me usaba en cualquier lugar y momento, cuando le apetecía, así pase mis vacaciones. Un mañana me llevo a dar mi paseo, luego me azoto, me azoto y folló. En lugar de coger el camino de la choza, fuimos por otra zona que no conocía, al fondo de un claro vi mi coche con mi ropa. Me libero tres días antes de acabar mis vacaciones, mis mejores vacaciones aunque pase mucho miedo.