Atada
Me gusta que te dejes atar. Me gusta por la confianza que me demuestras. Por cómo te entregas a mí.
-Me gusta que te dejes atar. Me gusta por la confianza que me demuestras. Por cómo te entregas a mí.
Te lo digo mientras doy vueltas alrededor de ti. Estás atada por las muñecas. Las manos sobre la cabeza y una cuerda que te obliga a mantenerlas levantadas. Los brazos casi estirados. Me miras sin contestarme. No porque no puedas. No estás amordazada. No quieres. No quieres para que tu entrega sea mayor.
Acaricio tu cara, con suavidad. Aparto tu pelo para verte bien. Para ver tu expresión. Sonrío. Me miras pero no me devuelves la sonrisa. Soy sensible a que no me sonrías y mi mirada se endurece. Apartas la tuya. Sabes que si me sigues mirando me provocarías, tu mirada sería un desafío.
Me gusta verte desnuda. De algún sitio cojo unas tijeras y te voy rasgando la ropa. Creo que ya te has acostumbrado. Sabes que a cambio te regalaré otra. Te gusta lo que te regalo. Creo que estás cambiando tu vestuario gracias a nuestras sesiones. No sé dónde meter ya tantos trapos para el polvo.
Sigues sin hablar. Apenas has fruncido el ceño cuando has visto como más ropa iba a ser rasgada. Has encogido el estómago al sentir las tijeras. Miras como las tijeras rompen tu ropa. Tu mirada la sigue. Me miras también mientras lo hago. Me gusta ir viendo aparecer tu piel desnuda. Es casi un descubrimiento. Un nuevo descubrimiento cada vez.
No puedo evitar sentir la necesidad de acariciarte. Apenas pasar la yema de los dedos y sentir su calor. No tengo prisas. Parece que tu tampoco. Sé que sí. Eres más impaciente. Quieres el placer que sentirás. Quieres sentir más placer ahora. Quieres que el placer se demore. Quieres mucho placer mucho tiempo. Lo quieres todo.
Después me pedirás que no te deje correrte. Que lo retrase un poco más. Hasta que no puedas más. Hasta que te duela el cuerpo de deseo. Y aún así querrás retrasarlo. Para ver en mi cara como disfruto de la tuya. Del placer que se refleja en ella. Pero llegará el momento que serás egoísta. Y me pedirás. Me suplicarás que te haga correrte. Que te deje correrte.
Me odiarás en ese momento porque sabes que te negaré el placer. Y rogarás. Negociaremos. Tu voz rompiéndose por el deseo. Tu cuerpo tenso para no correrte sin mi permiso. Tenso para no dejar escapar el placer. Tenso para no perder un segundo cuando te lo permita. Te miraré todo ese tiempo. Disfrutando tu tensión.
Sonreiré. Me odiarás más. Cuándo comprenderás lo que puedo disfrutar al ver tu deseo tan en ti? Lo sabes también. Sabes cuánto me gusta. Quisieras darme más, más intensidad, más tiempo, más de tu deseo pero te duele. Te duele. Quisieras sonreír. Para devolverme la sonrisa. No. En ese momento no puedes sonreír. No quieres sonreír. Eres sólo deseo.
Pero aún queda mucho para ese momento. Ahora estamos empezando. Aún hay ternura en los gestos. Tu cuerpo no está marcado todavía. El deseo no te ha deformado el rostro. El sudor no te empapa. Aún piensas qué pena de ropa. O, por qué no me baja el tanga en vez de cortarlo?
Aún puedes mirarme y decirme con tu mirada lo que sientes. Me costó aprender de tus ojos. Tuviste paciencia y me enseñaste. De tus pezones aprendí más rápido. Ya están duros y se niegan a jugar a engañarme. No disimulan. Apenas los rozo al pasar la palma de la mano. Sabes que en cualquier momento la cerraré y apretaré hasta obligarte a gemir de dolor. Pero también de placer.
Me agacho entre tus piernas. Descubro tu sexo, tu coño. Me gusta el brillo que provoca tu humedad. No tiene sentido que cierres las piernas, lo sabes y aún así las cierras. Cuando pongo mis manos en tus muslos para abrirte siento tu musculatura tensándolos. Los recorro para disfrutarlos, subiendo y bajando mis manos. No necesitamos luchar. Los abrirás cuando te lo diga.
Sí. Sé que sientes la tentación de negarte. De negarme el placer de verlos abrirse. De ver aparecer tu coño mojado. De negarte a ofrecerme tu vergüenza. De obligarme a luchar por hacerte ceder. Hoy no. Hoy decidiste ofrecerte. Hoy esperas a sentir apenas mi presión para abrirlos y ofrecerme tu vergüenza con tu humedad.
Aún no te lo pido. Me levanto y miro tu cuerpo. Lo rodeo para disfrutar su contemplación. Me acerco a ti por detrás para susurrarte al oído…
-Me gustas.
Ladeas la cabeza en un gesto tierno. Como tratando de atrapar mis palabras. Tengo la tentación de agarrarte del pelo y tirar para encubrir mi debilidad pero no es necesario. Te acaricio a cambio. Recorro con mi mano tu brazo, tu dorsal, tu espalda hasta la cintura. Mientras, beso el hueco de tu hombro que provoca el brazo levantado.
Termino de dar la vuelta. Me miras. No acabes de mirarme, me dices con tu mirada. Y sigo tu consejo. Pero tardo. Me he quedado enganchado en tu mirada. Me ha parecido ver un gesto de sonrisa en la comisura de tus labios. Pero al mirarte entera no hay ese gesto. Estás seria.
Miro tu boca. Me acerco rápido para… besarla, morderla, no sé. Me detengo. Sabías que iba hacia ella. No quieres que la bese? Que la muerda? Te miro. Acercándome despacio. Terminando de comprenderte. Paso los dientes abarcando tus labios para terminar besándote. Dejando los labios pegados a los tuyos. Tanto que al separarme tratan de seguir unidos.
Miro tus ojos. Cerrados. Los dejas cerrados tanto tiempo que tengo que llamarte para que los abras.
-María!
Los veo abrirse y mirarme. Una de esas miradas que no puedes comprender porque hay tanto que el mensaje abruma.
Sonrío y sigues seria.
Mi sonrisa se ensancha.
-Estás preparada?
No necesito la respuesta. Nunca lo estarás bastante. O siempre lo estás un poco. Paso mis uñas, suave, por tu cuerpo. Al acercarme a ti apartas la cara. Tengo que coger tu mandíbula para obligarte a mirarme. Sabes que no quiero perderme ni una de tus expresiones. Me miras desafiante. Abres las piernas y sacas tu coño abultándolo para ofrecérmelo.
Te doy una dura palmada en él. La esperabas? La buscabas? Sabes que lo has abierto sin permiso. Dudas si cerrarlo. El golpe te ha hecho temblar. Mantienes las piernas abiertas, desafiante. Vuelvo a darte. No puedes reprimir un jadeo gutural, ronco. La boca abierta. Me miro la palma de la mano. Mojada de tu deseo. La paso sobre tu vientre de arriba abajo. Para limpiarla. Pero tú esperas una caricia. Tu cuerpo te traiciona buscando mi mano.
Limpio mi mano de tus jugos en tu pecho. El pezón está tan duro que casi puedes clavármelo. Lo cojo. Lo pinzo. Con los dedos. Juego con él. Con suavidad. Besándote. Retorciéndolo. Estirándolo. Tú lo miras. Yo os miro. No sientes vergüenza al sentirte observada.
-Te gustaría correrte ya?
Sabes que el juego acaba de empezar. Me miras. No es necesario hablar. No. Sé que no lo deseas. Quieres ver hasta donde llegaré esta vez. Hasta donde querrás llegar. Qué nuevo límite te haré superar. La curiosidad puede aún más. Sientes la tranquilidad de saber que podrás dar ese paso más.
Sientes la inquietud de no saber que será esta vez. Una nueva manera de dolor que te llegará hasta los pezones. Una nueva humillación que se agarrará a tu clítoris. Una nueva concesión que me harás y te hará comprender cuanto lo deseas. Agitas tu cabeza para negarte el deseo que va subiendo por tu cuerpo.
Te doy un azote en el culo. Me miras. Otro. Sabes que pronto estará rojo. En realidad todo tu cuerpo. Que tu coño acabará mojado. Por esa mezcla de azotes y caricias. No sabes cuándo serán unos y cuando otras. Miro tus pezones. Uno duro, el otro tenso.
-Te gustaría tener las manos libres?
Eres tonto o qué te pasa, expresa tu mirada con un cierto tono de enfado. Sacas los morros en el gesto. No lo puedo remediar, necesito morderlos. Mientras te acaricio con suavidad.