Atada. 3ª parte
Tercera parte de la saga "Atada". Después de la noche de sexo duro, me gané la recompensa del Spa. Pero jamás intuí la que se me venía encima cuando me "secuestró" la voz grave. Fue muy excitante ser dominada al aire libre. A le mejor hasta fui follada por algún conocido y no lo sé.
Había perdido la noción del tiempo. No sabía cuánto rato llevaba en el spa. Mi recompensa de la noche anterior me permitía acceso libre a todos los servicios que allí tenían, así que calculo que llevaría allí no menos de tres horas.
Me estaba sentando genial para que mis músculos, mis articulaciones, mis laceraciones… se fuesen recuperando. Sentía como si la esa noche me hubiese arrollado un tren, me dolía cada centímetro de mi piel. Allá donde mirara había una muestra de lo vivido durante la noche de sexo duro que tuve. Menos mal que el Spa estaba cerrado al público, solo lo podía disfrutar yo; porque de lo contrario, hubiera sido muy incómodo mostrar o esconder aquellas marcas a la gente.
En este momento, estoy disfrutando de un masaje con piedras calientes. Es algo que no se puede describir. Es totalmente reconstituyente. Y tengo una sensación tan relajante que me abandono y casi me duermo. Pero, siento que la chica que me da el masaje me separa las piernas y me susurra que me deje llevar, que ese será el magnífico fin de fiesta.
Enseguida mi clítoris empieza a palpitar. ¿Acaso esta chica me va a regalar un orgasmo? Y encuentro la respuesta cuando siento sus dedos hurgando entre mis labios vaginales. Los mueve con destreza y encuentra mi clítoris con rapidez. Yo me humedezco y el masaje de vulva es cada vez más gustoso. No puedo evitar soltar algún gemido, tímido al principio. Ahora estoy deseando que me meta sus dedos, que abra mi cavidad. Incluso muevo mis caderas dirigiendo mi coñito en dirección a sus dedos, pero no hay forma. Ella esquiva mis movimientos una y otra vez. Cuando estoy a punto de correrme, se para y sin decir nada, se va. Intento levantarme extrañada de su actitud. ¿Por qué me ha dejado así y se ha ido sin más? Pero no tengo oportunidad. Unas manos me ponen una bolsa en la cabeza y me atan a la camilla. Me inmovilizan por completo. Una voz grave, profunda, distinta a todas las anteriores que había conocido, me habla al oído y su tono de voz me hace sentir que debo hacer caso a sus órdenes.
- Buenas tardes, zorrita. ¿No tuviste bastante con lo anoche, verdad? ¡Ya ibas a correrte otra vez! Las que son calientes, como tú, nunca se sacian. Hoy te vienes conmigo.
Dicho esto, sentí cómo la camilla empezaba a moverse. No sabía dónde me llevaban, estaba expectante. Por el ruido intuí que me metían en un vehículo, montada en la camilla. Empecé a ponerme nerviosa. En ocasiones anteriores esos “secuestros” me habían hecho gozar mucho, más que cualquier otra cosa en mi vida. Pero, esta vez siento que va a ser diferente.
El vehículo ya lleva un rato haciendo un recorrido, no tengo ni idea de dónde voy. Sólo sé que los hombres que me acompañan en ese camino no dejan de hacer comentarios obscenos sobre mí y sobre lo que me espera mientras me dan nalgadas y me acarician la vulva y el clítoris. A pesar de todo, estoy excitada. No puedo evitar gemir y eso les da alas para ir más allá. Uno de ellos hace un agujero en la bolsa y me dice que me trague su polla.
- Abre la boca, te voy a dar un anticipo de lo que te espera cuando lleguemos. Menudo banquete te vas a dar.
Y empiezan a reírse todos los allí presentes. Yo obedezco, estoy muy excitada. Me quiero correr, pero las caricias que me hacen no son suficientes para ello y lo saben. Es como si quisieran mantenerme en continuo estado de excitación, pero sin dejar que me corra. Se van turnando las pollas dentro de mi boca, todas se empeñan en entrar hasta el fondo, quiero quejarme, decir que me van a ahogar, pero es imposible cuando tienes la boca llena de carne dura y caliente, así que me dejo hacer.
De repente el vehículo frena, se abre la puerta y tiran de mi camilla. Me bajan y siento ruido de calle durante el trayecto. ¿Estoy en mitad de la calle? Ya escucho comentarios de la gente al verme pasar.
Paramos en algún sitio. Me ponen en pie varias manos sin quitarme la bolsa y me hacen andar. El suelo no es liso, escucho ruido de ambiente. ¡Estoy en la calle! Ahora no me cabe ninguna duda. Paramos y empiezan a manipularme con cuerdas, con esposas… Al final de la manipulación, sentía que estaba atada a algo, con las piernas abiertas y el torso echado hacia delante, formando con mi cuerpo un ángulo de 90 grados. Los brazos estaban atados a algo, los tenía totalmente extendidos, abiertos. Me sentía muy expuesta. La voz grave y profunda volvió a dirigirse a mí.
- Espero que tu sesión de spa te haya puesto a punto. Anoche vi que te gustaba el sexo duro. Pues vas prepárate para lo que te espera. Te pondré al día. Estás en mitad de un parque, totalmente desnuda como sabrás. Te hemos atado a dos árboles y hemos difundido la noticia en el barrio de que hoy habría folladas y ricas mamadas gratis en el parque. Nos hemos asegurado de cerrarlo al público familiar para que ningún menor te vea follando como la perra que eres. Pero el resto del mundo podrá verte, follarte, azotarte… todo lo que desee. Cuando quieras parar solo tendrás que decirlo y la aventura se acabará. Mientras tanto entenderé que quieres seguir gozando y no daré la orden de finalizar.
Aquella idea me volvió loca. Una cosa era participar en aquellas fiestas privadas y controladas – aunque yo no conociera nadie y donde me sentía segura – y otra cosa era estar disponible para cualquiera que quisiera disponer de mi cuerpo en mitad de un parque.
La voz grave volvió a hablarme.
- Para empezar a atraer público, el requisito indispensable es que lo pidas. En voz alta. Tienes que decir: “Tengo hambre de polla. ¿Quién me sacia?”. ¿Lo has entendido? Asentí.
-Pues empieza a pedirlo. Ten en cuenta que si no lo haces como yo quiero, te empezaré a azotar hasta que lo hagas a mi gusto.
Dije la frase, no me salía la voz del cuerpo y la solté muy bajito. Primer azote. Plas. Más fuerte, me decía la voz. Grítalo más fuerte, que se oiga bien. La segunda vez lo quise decir más alto, pero igualmente me salió sin potencia. Plas, plas, plas, plas. Más azotes, Bien fuertes en mi culo. ¡Te he dicho que tienes que gritar! Escuchaba risas a mi alrededor. Yo moría de la vergüenza, pero al mismo tiempo sentía como empezaba a soltar los primeros jugos.
-¡Mírala! Ya se está poniendo cachonda. Si es que no tiene remedio esta perrita.
- Espera, que te voy a echar una mano, me dijo otra de las voces desconocidas. Y empezó a hurgar en mi clítoris al mismo tiempo que al oído me susurraba lo zorra que se me veía, lo calientes que los estaba poniendo a todos. Y me dijo, grita bien fuerte, porque como no le hagas caso es capaz de ordenar que nos vayamos y dejarte aquí atada toda la noche. ¡grita! Sin dejar de acariciarme ahora también mis pezones.
Y grité. Varias veces. Hasta que llegaron los primeros candidatos. Varios preguntaron que de qué se trataba aquello y la voz grave les contestó que no había de qué preocuparse, que era barra libre y que yo estaba de acuerdo. Asentí.
Entonces un montón de manos empezaron a inspeccionar mi cuerpo. Estrujaban mis tetas, estiraban de mis pezones, agarraban mis nalgas a manos llenas, frotaban la vulva con auténtica desesperación. Y llegó la primera polla. Semi flácida, pero que en pocos segundos se puso tan gorda que apenas me cabía en la boca. Esa polla me excitó mucho y comencé a la lamerla con lujuria.
De inmediato sentí la primera penetración, sin anestesia. Me daba bien fuerte, yo todavía no había dilatado lo suficiente. Me dolía el cuerpo todavía del fragor de la noche de antes, pero la excitación y las ganas de correrme eran superiores.
Por mi boca pasaron varias pollas más, casi todas se corrieron dentro. No sabría valorar toda la leche que tragué esa tarde. La voz grave cuando veía que desfallecía por el cansancio, me azotaba y me ordenada que las chupara bien, que todas esas pollas estaban allí por mí y que les debía dar las gracias por la visita. Debían irse bien ordeñadas. Yo obedecía.
Por mi coño y por mi culo también pasaron muchos hombres. A pesar de que tenía toda esa zona dolorida, seguía tragando por ambos orificios.
- Fijaos cuánta hambre de polla tiene la perra en su culo. No dice que no a ninguna.
Y era cierto, tenía el culo totalmente reventado pero siempre quería un orgasmo más.
- ¿tienes hambre en el culo? Pues, espera que te voy a dar de comer.
Y allá que iba otra empalada profunda. Sentía una dilatación muy bestia, y aunque agotada,
seguía muy excitada. Mi coñito no sufrió menos, estaba inundado de leche, de jugos…
-¿Y desde cuándo no le das de comer al conejo?, porque vaya coño tragón que tienes, perra. Decía uno mientras me follaba bien profundo.
- ¡desde anoche! - Decía otro – Y fíjate cómo las absorbe.
Yo escuchaba esas conversaciones y no podía evitar sentirme la más zorrita de todas. Estaba encantada allí atada y utilizada por todos aquellos desconocidos. Poco a poco, la cola de hombres se fue haciendo más pequeña, hasta que ya sólo quedaron los mismos que me habían llevado a aquel parque. No tenía constancia de las horas que llevaba allí, pero hacía ya rato que sentía mi cuerpo totalmente entumecido, por las ataduras y por la postura, ya que no había cambiado desde que me pusieron así.
- Muy bien, putita. Has aguantado como una campeona. No has querido cortar en ningún momento. Así me gusta – me decía la voz grave -. Para terminar el día me vas a regalar la última chupada de polla que vas a hacer hoy. Esmérate o te dejo aquí mismo atada hasta que alguien se apiade de ti.
Por supuesto que me esmeré, lamí, succioné, chupé… por nada del mundo quería quedarme allí abandonada. Y sentí la gran descarga en la garganta. La voz me estaba sujetando la cabeza mientras se corría y me ordenaba que tragase con gusto, con deleite. Aquello parecía no acabar, tenía la reserva de semen a tope. Tragué, como él me ordenó.
Después de eso, me liberaron. No podía mantenerme en pie, así que uno de ellos me cogió en brazos y todavía con la cabeza cubierta para no verles los rostros, me metió en un taxi. Pagaron al taxista por sus servicios, previa prohibición de hacerme nada. Debía hacer aquel servicios como los famosos tres monos: ver, oír, callar. Y llevarme hasta la dirección que le habían dado.
Me bajé del taxi desnuda, casi sin poder moverme ni andar. Aunque ya era de noche, todavía no era lo suficientemente tarde para no encontrar a gente por la calle. Me quité la bolsa y las luces de las farolas me molestaban en los ojos, después de tantas horas sin poder ver nada.. Me moría de la vergüenza ser identificada desnuda en mi barrio, así que aproveché las sombras y las esquinas para ir escondiéndome hasta llegar a mi casa.
Cuando abrí la puerta anduve unos pasos más y me dejé caer exhausta en el sofá. Estuve durmiendo más de 24h. Cuando por fin desperté, me duché y me miré en el espejo. Todavía quedaban muchas de las marcas, me acaricié cada una de ellas imaginando cómo me las hicieron y acabé llegando a mi clítoris.
¿Qué mejor forma de recuperarme de una resaca sexual que con una corrida?