Asuntos familiares 4

Nuevas sorpresas y cambios en la vida de nuestros personajes

Hacía ya un mes que Eva se había largado sin más. Por suerte entre el trabajo y mi hermana Sara estaba tan ocupado que me iba olvidando de ella si que la herida doliese demasiado.

Las mañanas las pasaba muy atareado y por las tardes solía recibir la visita de Sara, a veces acompañada de mi madre. Cuando venían las dos, pasábamos la tarde charlando mientras disfrutábamos de un café o una copa de vino. Cuando era sólo Sara quién venía, solíamos acabar follando. He de reconocer que deseaba sus visitas aun cuando no la llamase

para eso.

No es que me estuviese enamorando de mi hermana, pero disfrutaba tanto del sexo con ella que Eva desaparecía del todo de mi mente. Además a veces nos limitábamos a salir de copas y lo pasábamos muy bien. Sara es una mujer muy divertida, a veces incluso alocada, que logra que el tiempo a su lado pase volando.

Era consciente de que los tíos me miraban con envidia cuando estaba con ella. Su mirada felina y sus ojos de color miel la hacían resultar sexi sin necesidad de mostrar un centímetro de piel o marcar sus generosas curvas con ropa ajustada. Los dos nos reíamos cuando esto sucedía pensando en cómo reaccionarían si supiesen que éramos hermanos. Alguno pensaría que yo era un idiota por ir al lado de semejante monumento y no intentar meterle mano.

Un lunes recibí una llamada de Sara. Su voz sonó preocupada desde el primer instante. Algo grave debía haber sucedido. Me citó en casa de nuestros padres lo antes posible. Ella por lo visto ya estaba allí.

Cogí el coche preocupado. Hasta donde yo sabía, mis padres gozaban de buena salud. Y estaba en casa, no en un hospital. ¿Tal vez habían recibido la vista de unos ladrones? Dando vueltas a la cabeza con esta posibilidad y todas cuantas se me ocurrieron, volé hasta llegar a casa de mis padres. Vi el coche de Sara aparcado a la puerta. Aparqué justo detrás y salí disparado hacia el timbre. Contestó la propia Sara y me abrió al instante antes de decirme qué había sucedido. Cuando llegué a la puerta Sara ya estaba esperando. Su cara parecía una máscara. Seria, impenetrable. No me dijo nada y se limitó a señalarme la sala con la cabeza. Entré hecho un manojo de nervios.

En la sala estaba mi madre sentada en un sillón.

Llevaba un pantalón vaquero y un jersey de cuello alto. Era el tipo de ropa que usaba para estar en casa. Su rostro, limpio de maquillaje, parecía indicar que alguien había muerto. Sus ojos estaban rojos a causa del llanto y unas grandes ojeras me decían que lo que hubiese pasado no acababa de suceder. Me extrañó no ver a mi padre por ningún lado. En cuanto me vio, mi madre se levantó para abrazarme. Respondí a su abrazo con fuerza besándola en la mejilla.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde está papá? ¿Le ha pasado algo?

pregunté inquieto.

Eso quisiera saber yo

contestó mi madre con voz apagada.

¿Qué?

no entendía nada

—.

¿Cómo qué no sabes dónde está? ¿Qué ha pasado?

Mi madre se volvió a sentar en el sillón metiendo la cabeza entre sus manos para dar rienda suelta de nuevo al llanto. Sara se acercó a ella y la abrazó mientras me miraba.

Papá se ha largado

me informó señalando con la cabeza una carta sobre la mesa de café

—.

Ha dejado esa nota y se ha ido.

Tomé la nota como si quemase. Eso tenía que ser una broma. Si la relación entre mis padres era un camino de rosas. O eso creía yo. La nota decía que mi padre necesitaba un cambio de aires. Que se sentía oprimido en aquella relación y que necesitaba algo nuevo. Pedía perdón por hacerlo así y se despedía sin más.

Esto tiene que ser una broma. Papá siempre ha sido muy chistoso. Vale que no tiene ni puta gracia, pero tiene que ser una broma.

Me temo que no, cariño

dijo mi madre levantando sus ojos arrasados en lágrimas hacia mí

. La encontré anoche cuando volvía de hacer unas compras. No quise creerlo y esperaba que volviese durante la noche. Pero…

Releí la escueta nota varias veces más. Intentaba encontrar en aquellas palabras una pista que dijese que era mentira. Pero la realidad era testaruda. Se había ido sin más.

¿Pero había sucedido algo raro estos días?

pregunté.

M

i madre se limitó a mover la cabeza negando. Fue Sara quien habló.

Hoy a primera hora comprobamos las cuentas del banco. Ayer de noche retiró por medio de un traspaso la mitad del dinero.

No sabemos dónde está. Todo lo que hay es esa nota.

¿Pero qué cojones pasa en esta familia? ¿De repente la gente decide desaparecer sin más?

No lo sé, Nesto. Hasta ayer hubiese dicho que el nuestro era un matrimonio perfecto. Es más, por la mañana tu padre estaba como siempre. No sé qué ha podido pasar.

Primero Eva y ahora papá. No entiendo nada

dije sin pensar.

Tal vez estén juntos

insinuó Sara.

No creo

decidió mi madre

—.

Más bien creo que después de que Eva se largase, a tu padre se le ocurriese hacer lo mismo. Pero no creo que se fuesen juntos. En ese caso desaparecerían a la vez.

Yo tampoco lo creo. Coincido con mamá. De haberse largado juntos, lo harían a la vez.

Pues entonces no me lo explico

dijo Sara.

Me dejé caer en un sillón, abatido. De vez en cuando miraba a mi madre, que lloraba abrazada por Sara. Mi hermana me miraba con la interrogación pintada en la mirada. Pero no sabía que contestar. No sabía qué podíamos hacer. ¿Había algo que pudiésemos hacer para solucionarlo Nada.

Voy a dejar mi apartamento y me vengo a vivir aquí contigo

anunció Sara decidida.

No tienes por que hacerlo, cariño

contestó mi madre mirándola agradecida.

Sí. No te voy a dejar sola en estos momentos, mamá. Además el trabajo me queda a la misma distancia.

Yo también me vendré a pasar unos días

decidí

—.

Al menos hasta que estés mejor.

Cariño. Os quiero mucho y os agradezco que queráis estar a mi lado. Pero no es necesario. De verdad

insistió mi madre.

Sí lo es. Vaya mierda de hijos seríamos si te dejásemos sola en estos momentos

decidió Sara por los dos. Yo asentí dándole la razón.

Mamá. Tú siempre has estado ahí cuando lo hemos necesitado. Ahora nos necesitas tú. Y no te fallaremos

dije dando la razón a Sara.

Gracias, hijos, sois maravillosos

contestó mi madre con una triste sonrisa.

Porque salimos a nuestra madre

dijo Sara sonriente para arrancar una sonrisa a mamá.

Nos abrazamos los tres como para demostrarnos que siempre estaríamos juntos.

Ni Sara ni yo dejaríamos que mi madre pasase el infierno que le esperaba sola.

Sara y yo nos pusimos de acuerdo para compaginar nuestros trabajos y dejar a mi madre sola el mínimo tiempo posible. Por suerte los dos podíamos trabajar tanto por la mañana como por la tarde, e incluso en su caso, podría hacerlo desde casa. Mi madre opinaba que era demasiado sacrificio por nuestra parte pero no nos dejamos influir. Estábamos decididos a estar a su lado y lo haríamos. Lo hicimos.

Poco a poco logramos que su actitud cambiase. El golpe que supuso el abandono por parte de mi padre le arrojó diez años encima. Pero con cariño, firmeza y algún chascarrillo logramos que, aunque despacio, esos diez años desapareciesen y poco a poco lograse recuperar su lozanía y buen humor. Al cabo de seis meses todo parecía haber vuelto a la normalidad.

Mientras tanto Sara y yo habíamos decidido no tener sexo. Aunque suponíamos que a nuestra madre no le habría importado, sí que le dolería ver como nosotros disfrutábamos del sexo mientras ella no lo tenía. También discutimos si sería buena idea que yo le insinuase hacerlo, pero lo descartamos enseguida. Parecería un acto de caridad y ella no se merecía eso. Si alguna vez volvíamos tener sexo, sería porque surgía de un deseo mutuo. Así que de vez en cuando Sara y yo nos veíamos en mi piso, aunque fueron contadas ocasiones. Ambos estábamos más pendientes de recuperar a nuestra madre que del sexo.

Llegó el cumpleaños de nuestra madre y Sara y yo decidimos que merecía una fiesta. Lo celebraríamos en casa, los tres juntos. Primero la llevaríamos a comer a su restaurante y después en casa vendrían los regalos y la tarta. No contó demasiado convencerla para salir. Pro primera vez se vistió como solía hacerlo antes de que mi padre se largase. Un vestido ligero hasta la mitad de la pantorrilla y con un bonito escote que dejaba ver un apetecible inicio de su pecho y que se ajustaba como un guante a su cuerpo moldeando unas más que apetecibles curvas, se puso unos tacones por primera vez en meses y se animó a ir a la peluquería. Cuando llegó a casa estaba espectacular. Mi hermana y yo nos la quedamos mirando embobados. Nuestra madre había vuelto.

Durante la comida el camarero no sacaba la mirada del escote de mamá y a Sara y a mí nos hacía gracia.

Mamá. Creo que has ligado

decía Sara.

Calla hija, por favor. ¿El camarero?

decía mi madre con cara de

pena.

Si, mamá

seguía yo

—.

No te quita el ojo de encima. Lo tienes muy burro. Si le sonríes te pide el número de teléfono.

Ay no. ¿Pero tú lo has visto bien? Ese no me aguanta mi medio asalto

contestó mi madre provocando que Sara y yo nos riésemos.

Entre bromas y chistes pasó la comida en un ambiente de buen humor. Tal vez mi padre estaba en la mente de los tres, pero ninguno lo nombró. Pertenecía al pasado y nadie hablaría de él.

Cuando llegamos a casa nos pusimos

cómodos antes de abrir los regalos. Sara entró en la cocina a hacer café mientras mi madre y yo nos cambiábamos. En cuanto acabé fui a relevar a Sara. Cuando llegué al salón de vuelta con la bandeja y el café las dos mujeres estaban ya sentadas en el sofá. Volví a buscar la tarta y regresé al poco con una tarta con una sola vela y un mensaje: “Te queremos, mamá”.

Comimos la tarta y tomamos el café. Después, con unas copas delante que sirvió Sara, le dimos los regalos a mi madre. Yo le regalé un conjunto de pendientes y gargantilla que por lo visto le gustaron mucho. Sara por su parte decidió regalarle un conjunto de lencería muy sexi compuesto por un tanga negro de encaje con el sujetador a juego.

Vaya regalo

comenté sin mala intención

—.

Ese es un regalo que haría un

amante

. ¿No te parece?

Para nada

contestó Sara sin ofenderse

—.

Es hora de que se vea bonita también por dentro. Que va siendo hora de ponerse al día.

Hay hija. Ni que llevase años de sequía

rio nuestra madre

—.

Eso sí. Con esto puesto, aún puedo provocar un infarto

se burló.

Di que sí, mamá

la animé yo

—.

El que te lo vea puesto va a tardar en recuperar el aliento.

Pues me lo voy a probar, si no os importa

dijo ella levantándose feliz

—.

Me lo voy a probar todo junto.

Nosotros nos quedamos satisfechos al ver que nuestra madre sonreía y parecía feliz de nuevo. Los meses de cariño y compañía continua parecían haber dado sus frutos.

A los cinco minutos ambos nos quedamos con la boca abierta. Ante nosotros estaba nuestra madre luciendo satisfecha el conjunto de lencería. Llevaba la gargantilla puesta y había retirado un poco su pelo para poder lucir los pendientes.

¿Qué os parece?

preguntó divertida girándose para mostrarnos el modelito desde todos los ángulos.

Mírala ella

dijo Sara entre risas

—.

Si hasta se había depilado el felpudo. Y yo que creía que lo tenía abandonado.

Claro, hija. Nunca se sabe cuándo puede surgir la ocasión. ¿Tú qué dices, hijo?

Que estás espectacular, mamá

admití con sinceridad.

Ella seguía girándose frente a nosotros. Nos mostraba su culo desnudo, su pubis apenas cubierto por el triángulo de tela del tanga y su pecho intentando romper la tela del sujetador.

Estás para comerte, mamá

coincidió Sara sonriendo.

Gracias hijos. Sois maravillosos

agradeció ella yendo a abrazar a Sara.

Después se acercó a mí. Me levanté del sillón y la abracé con fuerza para besarla en la mejilla. Para mi sorpresa me besó en la boca.

¿Sabéis? Esperaba que los regalos fuesen al revés.

¿Al revés?

preguntamos los dos sorprendidos.

Sí. Esperaba una joya de Sara y el conjunto de Nesto.

¿Te gusta, hijo?

Me encanta, mamá. Y lo dentro más

afirmé rotundo.

Pues igual dejo que me lo quites…

insinuó.

Eh, cortaos un poco que estoy delante

rio Sara.

Calla envidiosa

se burló mi madre.

Creo que la hemos recuperado del todo

rio Sara

—.

Pero mamá. Por favor, deja algo para mí.

Hoy no. hoy lo quiero sólo para mí. Mañana puedes tenerlo tú. Pero hoy es mío

sentenció mi madre.

¿Y yo puedo decir algo?

pregunté simulando estar ofendido.

Tú pasa para el dormitorio, que tengo que ponerme al día

rio mi madre.

Por mí no os cortéis. Podéis montároslo aquí mismo

se burlo Sara.

Sin dudarlo, mi madre me empujó para tirarme de nuevo sobre el sillón. Después se arrodilló entre mis piernas y miró a Sara.

Pero es mío

dijo guiñando un ojo mientras sonreía con picardía.

Al menos disfrutaré de las vistas

contestó Sara.

Mi madre volvió a mirarme y me guiño un ojo antes de centrar su atención en mi entrepierna. Miré a Sara. Parecía divertida por el espectáculo que se avecinaba. Me lanzó un mudo beso con un guiño y abrió sus piernas mientras levantaba su vestido para enseñarme la diminuta pieza de tela que apenas cubría su sexo.

Mi madre tiró de mi pantalón y yo levanté el culo para ayudarle. En un santiamén mi miembro estaba mirando al techo. Ella se mordió el labio inferior mirándolo con deseo antes de depositar un dulce beso en el glande. Luego abrió la boca y despacio comenzó a tragarlo hasta la mitad. Después deshizo el camino antes de volver a engullirlo esta vez hasta el fondo. Cerré los ojos pero pude sentir su nariz en mi vientre. Lo apretó con la lengua contra su paladar y comenzó a mamar con maestría. Mientras tanto Sara había metido ya una mano dentro del tanga y se acariciaba el sexo con la mano. Su boca estaba entreabierta como si desease que una polla la invadiese.

Mi madre miró hacia atrás y sonrió al ver a su hija disfrutando de la escena.

Parece que lo hacemos bien, cariño. A Sara le gusta lo que ve

dijo satisfecha.

Y a mí me encanta lo que siento

afirmé también satisfecho.

Sin medir palabra y sonriendo, retomó la mamada con ansia. Sara gemía ya en busca de un orgasmo. La escena era lo más morboso que yo había vivido nunca y estaba en la gloria. Mi madre la seguía chupando como la experta que era y Sara nos acompañaba masturbándose al ritmo de la mamada de mi madre. Al cabo de un rato yo estaba ya a punto de reventar.

Me voy a correr, mamá. No aguanto más

advertí.

Hija. ¿Tú quieres?

invitó mi madre mirando a Sara. Ésta se levantó a tod

a

prisa y se colocó al lado de mi madre que siguió meneando mi polla hasta que soltó el primer chorro que cayó sobre su barbilla. Después giró un poco mi polla para apuntar a la cara de su hija.

Siguió maniobrando con mi polla para repartir los chorros entre las dos. Cuando se acabó el reparto, ambas se besaron limpiándose mutuamente los restos repartidos por ambos rostros.

Ahora me toca a mí

dijo mi madre tirando de mi brazo para incorporarme y ocupar mi lugar. Sara volvió a su sillón y se sacó ya el tanga. Se deshizo también del vestido y se sacó el sujetador. Ahora se masajeaba los pechos el tiempo que seguía masturbándose. Mi madre se sentó en el borde del asiento y apartó el tanga a un lado invitándome a entrar.

Acerqué mi boca a aquel coño que estaba ya encharcado de deseo y lo lamí con ansia. Ella correspondió con una sucesión de gemidos cada vez más fuertes. No podía verlo, pero sabía que a mi espalda, Sara se estaba ya metiendo los dedos con frenesí. Sus jadeos eran cada vez más intensos y competían en volumen con los de su madre. Seguí chupando y lamiendo obediente mientras la penetraba con un par de dedos hasta que sentí que mi madre alcanzaba un sonoro orgasmo. Poco después era Sara la que alcanzaba el final.

Ahora quiero mi regalo especial —dijo mi madre sonriendo con lujuria.

Pide lo que quieras. Hoy es tu día —contesté.

Por toda respuesta se giró y se abrió las nalgas con las manos mientras me miraba lujuriosa.

Rómpemelo —pidió ante la asombrada mirada de Sara.

Será un placer —admití poniéndome en pie para dar gusto a la asombrosa mujer que me ofrecía su culo abierto.

Pasé mi lengua despacio por aquel agujero dejándolo bien lubricado y arrancando los primeros suspiros de deseo ante lo que venía a continuación. Mi madre mantenía los ojos cerrados y una sonrisa expectante en la boca. Estaba deseando ser empalada por el culo. No la hice esperar. Agarrando sus caderas, arrimé la cabeza de mi rabo a su entrada. Ella misma se sirvió empujando su culo contra mí.

Cuando la cabeza hubo entrado se paró un instante mientras soltaba un gemido.

Dios, que ganas tenía de sentir una así —gimió satisfecha.

Comencé a bombear dentro de aquel maravilloso pandero. Sara se acercó para tener mejor visión del conjunto. Me besó con pasión cuando estuvo a mi lado y después se agachó para masturbar el coño de su madre. Carmen la miró agradecida y cerró los ojos de nuevo para concentrarse en las sensaciones que recorrían su cuerpo. Sara se movió hasta apoyar su espalda en el sillón y tener el coño de su madre al alcance de su boca y las manos libres para poder meterse los dedos. Vi que comía aquella golosina con devoción mientras se masturbaba. Yo por mi parte iba incrementando el ritmo a medida que sentía que mi madre lo deseaba. Enseguida todo mi rabo entraba hasta lo más hondo de sus entrañas. Mi madre gritaba ahora de placer, pidiendo que no se acabase nunca.

Pero a mí me quedaba poco fuelle. Desconecté mi mente para poder aguantar un poco más y logré, logramos entre Sara y yo, que nuestra madre tuviese un nuevo orgasmo brutal. Apenas segundos después yo me vaciaba en su interior con un gruñido de satisfacción.

¿Y yo qué? —protestó Sara—. Yo también quiero follar.

Ay hija. Déjame disfrutar, que hoy es mi cumpleaños —sonrió mi madre acariciando su cara.

Nesto. Esta noche duermes conmigo —ordenó Sara con cara de falso enfado.

¿Dormir? ¿Eso quieres?

Después de deslecharte —rio satisfecha de su propio chiste.

Acabamos los tres desnudos, tirados en la alfombra, mezclados nuestros miembros, acariciando cada uno el pedazo de piel que tenía más a mano. Estábamos felices y satisfechos. Nos habían dejado dos personas que habían sido muy importantes para nosotros. Pero habíamos descubierto que nos bastábamos los tres para ser felices.

Al poco tiempo decidí vender el piso y trasladarme definitivamente a casa de mi madre. Sara abandonó también su apartamento y desde entonces

comenzamos a vivir, y por supuesto follar, los tres juntos.