Asuntos de orfanato de chicas (fragmento)

Traducción de un fragmento de "La educación continuada de Anna" ("The Continuing Education of Anna", de Mme Sara de LaCoeur) ofrecido gratuitamente por PF

La educación continuada de Anna (fragmento)


Título original: The Continuing Education of Anna

Autora: Mme Sara de LaCoeur, (c) 2001

Traducido por GGG, octubre de 2002

¡Realmente es cierto! Todas las cosas que Sofía me contó al principio del trimestre no eran cuentos. Era la única amiga que tenía aquí en esta cloaca de escuela, sin otra cosa que chicas y todas ellas mocosas. Bueno, puedo defenderme en el terreno de la actitud, ¡gracias! Pero ERA agradable tener alguien con quien hablar, avanzada la noche. Nos intercambiábamos libros, compartíamos regalos del exterior, y de vez en cuando confidencias. No me lo contaba todo al principio. De hecho apostaría que se dejó algunas cosas, ahora que lo sé. Al principio solo hablábamos de cosas normales: ropa, y chicos, y besos, y zapatos, y películas, y chicos...

Me dijo que había visto al mozo de cuadra meando un día. Dijo que tenía su cosa en la mano como una salchicha gorda, y que se la sacudió cuando terminó. ¡Me dijo que era casi tan grande como la de alguno de los caballos!

Me impresionó que admitiera haber reparado en ellos, pero sabía exactamente lo que quería decir. Tres meses más tarde, cuando dejó súbitamente la escuela, se rumoreó que la habían pillado tanto la naturaleza como el Ama de llaves- que habían cogido a Sofía y al mozo de cuadra revolcándose en el heno avanzada la noche, y que ella estaba bastante preñada.

Podía creerlo, aunque ninguna de las otras chicas dijeran lo mismo, pero  entonces les había visto hacerlo varias veces antes. La parte que me resultaba difícil creer era que hubiera podido tomar tanto de su poste. Parecía enorme a la luz de la luna, incluso desde donde me tumbaba al abrigo de mi escondrijo, observándolos mientras me follaba a mí misma, con mi raja húmeda empapando mis dedos ocupados. Estaba muy bien dotado, era directo, y rápido y al grano, con pocos preliminares. Parecía de ideas fijas en sus propósitos, siempre levantándole las faldas y empezando a follar, ¡con una acción de pistón musculoso y sostenido que ella aceptaba voluntariamente! Tenían poco tiempo para estar juntos, y HABÍA que ser rápidos, pobrecillos.

Pero en esa última ocasión parecía que no habían sido suficientemente rápidos. Una de las chicas oyó que el Ama de llaves se lo decía a Cook, o eso se cuenta (y afortunadamente en esta ocasión yo no estaba espiándoles, o también me habrían encontrado, ¡pillada con las manos en las bragas y el punto muy húmedo!) Les encontró enganchados como perros, y les observó durante un rato; le dijo a Cook- él tenía una herramienta destinada a mayores trabajos, y necesitaba observar para su informe.

Esperó hasta que el chico empezó a embestir y agitarse, bombeando en la figura doblada y abierta de Sofía como un toro enloquecido, y luego avanzó silenciosamente y palmeó ruidosamente y con cruel dureza las nalgas al aire de él, con su mano de hombre, dejando marcas rojas brillantes la palma abierta y los dedos... o eso había oído yo.

Coincidió con su clímax. Se agitó aún más dentro de la pobre Sofía, clavada como una mariposa, esta vez desnuda en el heno (¡se habían concedido esa oportunidad!) y recibió su rociada en su interior, y luego todo sobre su espalda y muslos cuando fue tan rudamente retirado de ella. Siendo el Ama de llaves el gran y fuerte hipopótamo que es, los llevó directamente a la oficina del director, sin conceder a la desgreñada pareja el tiempo preciso para vestirse.

Allí les castigaron a los dos, y el Ama se llevó al mozo de cuadra; se fue al día siguiente, y no ha vuelto...

En cuanto a Sofía... me contó lo ocurrido entre cuchicheos sin aliento al día siguiente, el porte suave y lánguido, con un gran cansancio. Me había saltado francés, ¡cosa fácil cuando la Mademoiselle había bebido como era el caso la noche anterior! Fue en media hora robada después del desayuno cuando hablamos, cuando Sofía había vuelto al dormitorio, donde esperaba que llegase el coche que se la iba a llevar... porque realmente estaba embarazada.

El director le había hablado durante un buen rato después de que el Ama se hubiera llevado al chico. Le hizo estar de pie allí, desnuda ante su mirada, las manos enganchadas detrás de la cintura, los pies un poco separados y terriblemente abierta para su examen. Estaba pálida y aterrada, marcada solo un poco por las atenciones que había recibido previamente: los pechos un poco enrojecidos por los bastos dedos del muchacho, y del roce del áspero cobertor de lana cuando la había montado desde atrás y se había abierto paso como el chico de granja que era.

Sus labios, desde luego, estaban un poco magullados de besos apresurados. Su montículo, por otra parte, estaba bastante hinchado y todavía rojo de la fricción de su dardo mientras sondeaba sus profundidades. Olía a su propia excitación y a la resbaladiza, y todavía húmeda, capa de su potente esperma. Goteaba lentamente muslos abajo y le hacía sentirse puta y avergonzada.

El director no le iba a dejar que cerrara las piernas. Miró la piel brillante y sonrío mientras le miraba a los ojos. Se sonrojó vívidamente mientras él seguía mirándola en silencio, captando con los ojos cualquier detalle, y sabiendo exactamente qué era lo que decían de sus actividades. Había sido muy mala, esta pequeña ninfa desnuda. Así se lo dijo.

La llevó a una pequeña sala de observación, y la sondeó profundamente, comprobando que realmente se había entregado a un folleteo completo antes. Estaba horriblemente cortada, porque la corrida del muchacho se deslizaba por sus miembros desnudos, y su propia humedad se convertía en un flujo cuando él trabajaba su borboteante coño con los dedos mientras seguía en pie doblada por la cintura, con los brazos descansando sobre una camilla de piel.

Dijo que la hizo tumbarse, de espaldas sobre la angosta camilla y separar mucho las piernas. La hizo mantenerse muy abierta para él mientras yacía profundamente sonrojada, mortificada. Le dijo que mantuviera las rodillas todo lo separadas que pudiera y sobre su pecho. Si no lo hacía le dijo que utilizaría las correas y la ataría para que se estuviera así. Había en varios sitios a lo largo de la camilla robustas correas de cuero hechas para mantener en su sitio a los pacientes difíciles, y sintió que tenía que obedecer.

Gemía levemente mientras me lo contaba. Su respiración estaba acelerada, y parecía casi agitada cuando hablaba.

Dijo que la examinó durante MUCHO tiempo, con los dedos y con algún tipo de instrumento de metal y plástico. Le hizo preguntas muy personales durante todo el tiempo mientras la tocaba, y la pellizcaba, y restregaba su estirada piel allí en sus lugares más íntimos. Le hizo contestar a todo y con detalles espeluznantes, aunque ella apenas podía hablar.

¿Había tenido en la boca la gruesa polla del muchacho? ¿La había besado y chupado? Sí, lo había hecho. Todo su cuerpo se sonrojó y estremeció mientras lo admitía. (Yo sabía que lo había hecho, porque la había visto intentar engullir aquella cosa monstruosa antes de que él la deslizara entre sus piernas. Sus atenciones orales habían hecho que su polla creciera aún más alarmantemente, roja y turgente.) ¿Había probado su leche, la había bebido y tragado? ¿Le había recibido en el culo, mientras estaba de rodillas y abierta como la perdida que obviamente era? ¿Se había corrido mientras la rellenaba totalmente con su vástago carnoso y rociaba su útero con su semilla? ¿Estaba dispuesta a más? ¿Soñaba con ello? Su coño estaba tan húmedo que debía ser un receptáculo natural para pollas y semen. Le dijo todas estas maldades en un tono bastante de hechos probados, y me dijo que le hizo sentirse muy extraña. También estaba muy excitada y avergonzada de ello.

"Lo deseabas, ¿verdad?" le había dicho él. Le hizo que respondiera con palabras además de con las respuestas obvias y visibles de su cuerpo.

Mientras le decía estas cosas tremendas y le hacía contestar, la trabajaba con una mano sobre su montículo expuesto, allí donde sus piernas formaban una "v". Los dedos de la otra mano dejaron de explorar su chocho empapado y dejaron al descubierto lentamente el otro agujero. Dijo que él puso allí su dedo mojado en corrida. Lo empujó dentro y fuera, tan profunda y lentamente que sintió que no podía respirar, ni pensar. Primero un dedo, ¡luego dos! Después pareció volverse un poco loco- ¡le puso la boca! Hizo cosas que le hicieron retorcerse y gritar, aunque nadie oyó nada.

Dijo que algunas partes fueron increíbles, y que pareció durar horas. Fue como si estuvieran allí para siempre. Ella allí tumbada, expuesta y pasiva sobre aquella camilla de piel, y él chupándola y lamiéndola hasta que pareció que iba a desmayarse. Aún entonces siguió tocándola, y mantuvo el pequeño botón duro inflamado y tembloroso bajo sus dedos insistentes.

Dijo que luego la pellizcó con fuerza, justo en su coñito, retorciendo cruelmente la pequeña perla donde se escondía, bajo su caperuza. La hizo levantarse de la camilla y la empujó hacia abajo cruzada en sus muslos vestidos de lana. Siguió una estricta azotaina al viejo estilo, sobre el regazo, primero con la mano y luego aún más con una paleta. La madera y la goma hacían un ruido terrible y dolía como si fueran llamas, me dijo. Pero su voz era soñadora y llena también de placeres recordados.

Excitaba su carne temblorosa con suaves caricias y roces de vez en cuando. Luego volvía a usar la mano, tan dura, sobre sus globos maltratados. La obligó a estar en la esquina, con las manos enganchadas detrás de la cabeza y la mantuvo allí, con su ardiente trasero expuesto a él, con los muslos pringosos bien separados. Permaneció erguida en silencio, la postura hacía que sus pechos sobresalieran hacia delante, los pezones como cerezas pidiendo que las recogieran, mientras él se encargaba de los preparativos. Tendría que irse, ir a una especie de Hogar de la Madre, en una granja saludable, que sería más adecuada para sus necesidades que la escuela privada de chicas. La miró directamente mientras hablaba con otros sobre ella, diciéndoles que era una mala chica, que necesitaba observación y disciplina estrictas para mantenerla a raya, porque era lasciva. Realmente era una zorra, que seducía a los mozos de cuadra.