Asumiendo la derrota

Asimilar la derrota

ASIMILAR LA DERROTA

A las nueve de la mañana aparecieron los tortolitos por el ascensor, con esa mirada cómplice, propia de los que han follado bien, entraban divertidos compartiendo sus picardías. Él iba sobrio, con pantalon negro y camisa blanca y ella con un vestido celeste de tela liviana, que llovia sobre su cuerpo delineando su esbelta figura. Piernas descubiertas hasta las rodillas, culito bien parado y busto turgente marcando pezones sobre la tela, mostrando su excitación.

A pesar de estar mentalmente preparado para el momento y de haber vaciado mi alma de todo sentimiento violento, de haberme convencido que lo mejor era reaccionar racionalmente siendo consciente de haber perdido la partida, cada sonrisa, cada piquito, cada caricia que se prodigaban, era una puñalada en el corazón.

Venían abrazados por la cintura riendo felices en forma estridente, compartiendo vaya uno a saber que secretos íntimos, al pasar frente al conserje y ver su mirada seria y reprobatoria por el espectáculo, el macho decidió marcar su territorio y bajando su mano suavemente, la enterró en el culo de la hembra ante su total entrega y aprobación.

Y así, riendo a carcajadas, entraron al comedor.

Aún recuerdo el momento en que Blanca levantó sus ojos y me vio, como su risa quedó congelada, colgada en el rostro como una burda mueca, convirtiéndose una fracción de segundo más tarde en una expresión de terror.

De no haber sido una situación dramática y terminal, hasta hubiera dado para reirse, me miraba paralizada pensando furiosamente que decir, mientras permanecía con la mano del galán -que la observaba curioso- bien enterrada en el culo.

Cuando la sangre volvió a su cerebro, se separó de un salto como si el hombre estuviera apestado.

Haciendo acopio de una gran fuerza de voluntad, logré mantener una sonrisa en el rostro y sin molestarme en saludarla, los invité a compartir la mesa. Blanca se acercó cautelosa, como esperando un estallido de mi parte y solo atinó a preguntarme en voz muy baja

-Ca...Carlos... ¿q...qué haces aquí ?

-Vine a buscarte, pensaba pedirte que cambiaras tu pasaje para pasar el fin de semana juntos.

-¿Cu...Cuando llegaste ?

-Ayer a las diez de la noche.

-¿Ayer a la  noch......?

-¿No me vas a presentar a tu amigo?-

la interrumpí.

-Es Santiago, el asesor técnico del intermediario en la negociación

-Improvisó con rapidez.

-Se ofreció a venir a buscarme y llevarme al aeropuerto-

agregó.

-Pero tu vuelo sale a las dos de la tarde y son las nueve de la mañana

-Me regodeaba tristemente poniéndosela difícil.

-Es que quedaban algunos temas pendiente que pulir antes de mi partida

.

-Y trabajaron toda la noche?... Por lo que vi, vienen de tu habitación.

-Bueno...Si... No... En realidad.. empezamos bien temprano.

  • Hicieron rápido, por lo que veo les dio a tiempo a bañarse... Tienen el pelo mojado

-Estas insinuando algo ?

Intentó envararse mi mujer.

-De ninguna manera, es que los vi bajar tan felices que me hice a la idea de que todo salió muy bien. Sobre todo por la forma en que entraron al comedor.

-Solo era una broma para joder al conserje.

Intervino el maromo.

-

Espero no te haya molestado.

-Para nada, me tiene acostumbrado a ver que sus colegas le meten la mano en el culo

A esta altura Blanca estaba perdiendo los papeles, miraba hacia la mesa con la cara pálida y los ojos brillosos. Como si no me hubiera escuchado, las fichas le empezaron a caer y en un susurro, sin mirarme a los ojos me preguntó tratando de entender.

-Pero .... ¿Dónde pasaste la noche?

-En nuestra habitación, por supuesto, aprovechando que la reserva estaba a nombre de los dos, pedí la llave y subi.

-P...pero eso no es posible.

Reaccionó

al borde del colapso.

-No estabas allí cuando llegué.

-Cuando escuché que abrías la puerta, me oculté en el vestidor para darte una sorpresa, y como podrás suponer la sorpresa me la llevé yo....

A estas altura Blanca terminó de perder los papeles y bañada en llanto se paró y me increpó como recurso final…

¡NO MIENTAS! Esta mañana usé el vestidor y no estabas allí.

-No pensarás que me iba a quedar para ver todo el show. Aproveché para salir cuando te llevó empotrada al baño, no sin antes ver, desgraciadamente, como te sodomizaba contra la pared de la ducha.

No necesitaba ver más.

Al escuchar esto se derrumbó y quedó como en trance, mirando la mesa y llorando en silencio.

Su amante, mientras tanto, observaba todo pálido y sin emitir palabra, situación que aproveché para encararlo

-Debo reconocer Santiago que te luciste, lograste sacar de ella la puta que llevaba adentro, jamás la vi gozar tanto. ¿Quién hubiera imaginado que fuera capaz de entregarse así, con el primer hijo de puta que se la follara bien?

-Un momento, no voy a permitir que me insultes, que yo no te he faltado el respeto

. Me encaró el estúpido.

-¿A no?... Y que se supone que hiciste, al follarte a mi esposa ?

Tu Sabias que era casada

-Yo... yo...

tartamudeaba sin respuesta.

-Por otra parte... ¿Qué piensas hacer al respecto?¿Vamos a pelear?¿Podrías explicarle a tu mujercita, por qué vamos a terminar el día en un destacamento de la policía ?

Viendo el espectáculo, el conserje ya tenía el teléfono en la mano.

-No… tienes razón… discúlpame…es que todo esto me tiene muy nervioso,

me contestó.

-De todas maneras, ya vas a tener suficiente trabajo para explicarle a Julia  los videos que le envié esta mañana.

-¿Qué has hecho qué ??

-Enviarle los videos de lo que pasó anoche acá. ¿O pensabas que lo iba a dejar pasar? Que iba a ser un cornudo consentidor, comiendome el marrón sin reaccionar.

-Y con respecto a ti Blanca, te comunico que también se los envié a mi abogado, te va a llamar esta semana para llegar a algún acuerdo.

-Acuerdo para que ?

Me preguntó, pareciendo reaccionar.

-Para nuestro divorcio, por supuesto

.

Dicho esto me levanté de la mesa dispuesto a marcharme, pero al llegar a la puerta, recordé algo, me detuve y dándome vuelta la miré.

Ahhh, me olvidaba, no te molestes en volver a casa, ya no eres bienvenida.

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Después de tensas semanas, donde poco a poco fuí contemplando impotente el derrumbe de mis sueños y asumiendo la cruda verdad, todo había terminado. Tal como sucedió con la cruel enfermedad que se llevó a mi padre, después de meses y meses de sufrimiento, cuando llegó el final...con el dolor llegó la paz.

Salí a la calle y encarando la fresca mañana me subí el cuello de la campera. Con las manos en los bolsillos crucé la avenida y me asomé al mar. Con una extraña tranquilidad en el alma y mucho dolor en el corazón, dejé vagar mis pensamientos, contemplando absorto la furia de las olas castigando el murallón.

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Coincidir con Blanca en el camino de la vida, nos llevó a descubrir que éramos totalmente diferentes, pero absolutamente complementarios. Ella era la pasión, el fuego, la iniciativa suicida, el vértigo de lo incierto. Y yo aportaba la calma, la reflexión, el análisis meticuloso. Ante la sorpresa de muchos y la alegría de todos, juntamos nuestras vidas. Y nos fué bien.

Me dedico al análisis de riesgo, factibilidad de inversiones, asesoramiento de desarrollo inmobiliario y en ocasiones, fiscalización para la optimización de rendimiento en grandes empresas. Mi trabajo requiere sangre fría, poder de análisis y mucha concentración. Esa es la razón por la que lo hago en forma remota, evitando el contacto con el objeto de mi estudio. Poseo un máster en informática y otro en finanzas. He desarrollado mis propios algoritmos de evaluación, y me he ganado un nombre en el ambiente.

En cambio, el trabajo de Blanca, licenciada en humanidades y derecho empresario, es estrictamente de campo, basado en intuición y semblanteo. Se dedica mayormente al asesoramiento para la fusión de empresas. Compatibilizar management, equilibrar intereses y sobre todo negociar para equilibrar los egos de las capas directivas.

Nuestras visión conjuntas de las tareas del otro, equilibraban nuestras decisiones, humanizando las mías y sosegando las suyas. Largas charlas de sillón compartiendo un café, amenizaban nuestras trasnochadas tertulias.

Ese año, nuestros caminos profesionales se cruzaron por primera vez cuando a Blanca le encargaron compatibilizar la fusión entre una gran compañía inversora y la inmobiliaria más grande de la principal ciudad turística del país.

Debido a que los directivos de ambas empresas se encontraban entre mis clientes y respetando el secreto profesional, por primera vez no podía compartir con ella información, para no desequilibrar la balanza de inversiones con información reservada.

Julia Peralta, la cabeza visible de una de las familias fundadoras de la ciudad y dueña de Invercoop, era por lejos la empresaria que más confiaba sus inversiones a mi criterio profesional y cuyas comisiones más aportaban a mi economía. No la conocía personalmente, pero por referencias, sabía que era una mujer hermosa de treinta años, de aguda inteligencia, fría e implacable, y que no admitía réplica a sus decisiones ni dudas en su ejecución.  El poder en las sombras.

Su única debilidad aparente, era el guaperas advenedizo con el que estaba casada. Santiago era su representante en las transacciones. De labia fácil y simpatía desbordante, limaba mas asperezas con su carisma, que los técnicos con sus precisiones.

Por el otro lado Marprop, la inmobiliaria mas grande de la región, me contaba como su principal asesor para sus desarrollos inmobiliarios.

En vista de la posible fusión, ambas compañías  pretendían incorporarme como activo fijo  en la nueva empresa. Oferta generosa y abundante, como para pensar en abandonar la comodidad del cuentapropismo e ingresar en el mundo de los ejecutivos rentados. Pero con las ventajas agregadas de la previsibilidad de ingresos y el pasar a vivir en una ciudad de ensueño. Un salto importante en nuestro nivel de vida y nuestra evolución como pareja.

El único obstáculo para decidirme...era precisamente Blanca. No podía consultarla mientras durara la negociación. Al estar ella a cargo de la delicada operación, podía existir un conflicto de intereses que arruinara aquello por lo que tanto luchaba y que representaba un salto importante en su carrera.

Además, durante semanas, sus continuos viajes a aquella ciudad, apenas nos dejaban tiempo para conversar

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¿En qué momento comencé a sentir, que la sólida estructura, sobre la que basaba mi vida, podía ser un castillo de arena?¿Cuándo fue la primera vez que levanté la vista y descubrí la primera grieta en el cielorraso?¿O el día en que escuche el primer crujido en la estructura?¿En que momento desperté de mi sueño caribeño y descubrí que podía encontrar escorpiones dentro del zapato?

Quizás, cuando me extrañó el excesivo celo en controlar su celular. O las llamadas a deshora que atendía en el balcón. O quizás simplemente, durante esas dulces y placenteras charlas mañaneras, donde ya no me miraba a los ojos.

¿En qué momento esa mujer, todo fuego y desparpajo, empezó a agobiarse de tal manera?¿Cuál era el motivo por el cual, los problemas profesionales que antes quedaban en la calle, ahora se inmiscuían en nuestra intimidad?

¿Cuando empecé a desconfiar?

Quizás fue aquella tarde. En que a la vuelta de uno de sus viajes, se hallaba echada sobre el sillón, agotada y estresada por la intensa semana de negociaciones lejos de casa. Tarde en la que como tantas otras, se hallaba con su cabeza sobre mi regazo, recibiendo con los ojos cerrados esos masajes capilares que tanto le gustaban. Tarde en la que, con la sala en penumbras y mientras le susurraba cuanto la quería y lo que la había extrañado, vi rodar una lágrima por sus mejillas.

¿Cuando empecé a dejar de amarla ?¿Durante la agónica incertidumbre, esperando una llamada en soledad ?¿O al verla llegar y no saber la verdad?

¿Y a aceptar la realidad?¿Cuando decidí que no valía la pena luchar ?

Quizás cuando descubrí, que las mentiras fluían con facilidad

Todo muy tenue, nada terminal, solo un suave declive hacia un abismo sin final

Las señales estaban. Sutiles y disimuladas, pero marcando el camino. Y al final del mismo, el dolor y la soledad. Señales invisibles si prefieres no mirar. Pero yo tenía los ojos muy abiertos y no iba a esperar.

Entonces decidí actuar

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Una suave y fresca brisa del este, me devolvió a la realidad. Sacudí mi cabeza para despejarme de tantos recuerdos y preguntas sin contestar y encarando al sol, comencé a caminar.

Cuando estimé que Blanca ya habría partido, volví al hotel. Todavía tenía mucho por hacer. Pedí la llave de la habitación donde había pasado el resto de la noche en realidad, me vestí con un pantalón corto y una remera, me puse un par de zapatillas y salí a correr por el boulevard.

Corrí hasta Av. Constitución ida y vuelta, quince km a trote mediano, luego diez minutos de elongaciones frente al mar y a la ducha. Después de tantas tensiones logré relajarme un poco y enfocarme en la entrevista del lunes.

Resistí la tentación de una buena siesta y me mantuve trabajando en mi presentación hasta la hora de cenar. Me cambié de ropa, salí a caminar por Güemes y paré a tomar una cena liviana en una parrilla al paso, al regresar a la habitación, casi no tuve tiempo de desvestirme que ya estaba durmiendo.

El domingo me desperté temprano, desayuné en el bar del hotel, alquilé una bicicleta y salí a pedalear rumbo a Chapadmalal, ida y vuelta, cuarenta y cinco km a ritmo moderado, ducha, y como no tengo la costumbre de almorzar, vuelta a trabajar hasta la hora de la cena, la cual tomé directamente en el restaurante del hotel.

El lunes a las nueve me presenté en las oficinas de la compañía, trabajamos toda la mañana, con solo un par de intervalos para picar algo y dejamos todo abrochado para mi incorporación la semana siguiente.

El martes me presenté en una clínica céntrica para los exámenes médicos de rigor y el miércoles en una inmobiliaria de la zona buscando departamentos para alquilar.

Me decidí por uno muy bonito en Playa Chica frente al mar, dos dormitorios, cochera y baulera, en un sexto piso de una torre de reciente construcción, dos años de contrato a buen precio, con opción a compra. Como estaba amueblado con lo básico, encargué a la inmobiliaria que se ocupe de completarlo y agregarle todos los servicios, sobre todo internet y wi-fi. Dejándome un bolso con lo imprescindible, guarde el resto de mi equipaje en la baulera y me dispuse a marchar.

Esa misma tarde regresé a Buenos Aires, y aprovechando que mi madre estaba de vacaciones, me instalé en mi viejo dormitorio para descansar del ajetreado día. Llamé a mi hermana poniéndola al tanto de la novedad y quedamos en encontrarnos el viernes a la tarde para cenar, comí algo liviano y me fui a descansar.

Bien temprano por la mañana me fui al club a nadar unos tres mil metros, luego un poco  de musculatura en el gimnasio y me fui a a almorzar. Comí algo liviano y volví a casa a las dos de la tarde para seguir puliendo mi programa en la computadora ubicada en el estudio de mi padre.

Abrí sus puertas y estaba todo igual. Me inundé de nostalgia y buenos recuerdos, ese lugar y esos libros habían sido mis mejores compañeros durante gran parte de mi vida. Sin pensarlo, llevé mis manos al colgante que me entregó mi padre  en su lecho de muerte, una extraña llave doblada en forma de collar.

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Se me hace difícil pensar en mi familia como algo distinto a un torbellino de felicidad.

María, mi madre. Mujer alta y elegante, luce un un físico cuidado y las curvas en su lugar, tanto por su alimentación sana, como por su dedicación al gimnasio. Psicóloga de profesión y con una visión optimista de la vida, siempre está dispuesta a ver el lado positivo de las cosas. Alegre por naturaleza, es de pensamientos simples y modernos, y como madre, más dada a dar libertad con responsabilidad, que a controlar y castigar.

José, mi padre, era cinco años mayor que mi madre, hombre alto, delgado pero fibroso, corredor de seguros de profesión. De palabra suelta, mirada franca y risa fácil, más amigo que padre y siempre atento a lo que pudieras necesitar.

Debo decir que como pareja, irradiaban bienestar. Se conocieron muy jóvenes y se casaron al cumplir mi madre los dieciocho años de edad. Aficionados a la actividad física, los fines de semana compartían largas caminatas o excursiones en bicicleta recorriendo la ciudad.

Amantes del baile, eran los animadores de todas las fiestas familiares y de las de sus amigos, no había fin de semana en que no tuvieran alguna reunión con su grupo de amistades y volvieran -muchas veces achispados- a altas horas de la madrugada.

Al año de casados nació Magda, mi hermana. La joya de la familia, mujer hermosa si las hay, de curvas sinuosas y alegría desbordante, capaz de comprarte con una sola mirada. Inteligente, pero de estudiar lo justo para no suspender, logró titularse de abogada, sin descuidar su afición a la gimnasia y a las fiestas, ya que amante del baile como mis padres, no tardó en acompañarlos en sus juergas en cuanto tuvo la edad suficiente. De hecho, allí conoció a Jesús, su actual pareja, hijo de un amigo de la familia.

Dos años después nací yo, la excepción que confirma la regla. Poco amante de relacionarme con los demás, dedicaba mis horas libres a investigar y experimentar y el resto –influido por la educación de mis padres- a ejercitar mi cuerpo. Era común, en verano, que bien temprano a la mañana, mientras yo salía a ejercitarme, me cruzara con mis padres o mi hermana que volvían de bailar.

Los Domingos por la tarde, sin falta, encerrados en el estudio, mi padre y yo jugábamos largas partidas de ajedrez y hablábamos de todo lo que se puede hablar. El dolor por su pérdida, solo quedó atenuado por el alivio de que librase de su terrible enfermedad.

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Respiré profundo para alejar nostalgias, y me puse a trabajar.

El Viernes a la tarde, cuando llegó Magda, bonita y alegre como era habitual, nos fundimos en un abrazo y nos pusimos a conversar. Se interesó en los detalles que nos llevaron a la ruptura y sabiendo como soy, aún siendo ella muy amiga de Blanca, aceptó mi decisión sin comentar.

Básicamente le pedí que fuera a mi departamento, que retirara mis cosas y que luego se encontrara con ella para que pudiera llevarse las suyas y las comunes a los dos que se quisiera llevar, lo que le interesara del resto, que Magda se lo quedara y donara lo demás.

Desarmar toda una vida y volver a empezar, huele a aventura, a desafío, suena tentador, pero cuando es el resultado de tu fracaso, causa mucho dolor.

Y yo no tenía voluntad.

Desde que siendo muy joven compré ese departamento, previsor por demás, dejé firmado un poder a nombre de mi hermana, por si se presentaba alguna urgencia. Se lo di y le pedí que lo pusiera en alquiler. Iba a necesitar esos ingresos para pagar el de la costa.

Cenamos en silencio cruzando miradas de cariño y comprensión. Tomamos un café y nos despedimos, con un abrazo eterno de amor fraternal.

Dado ese paso ya nada me ataba a la ciudad. Solo el recuerdo de cómo pasó todo, causando tanto mal.

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El de esa semana sería el último viaje de Blanca a la ciudad, el acuerdo se iba a firmar el viernes y se festejaría con una cena agasajo para todos los participantes en la negociación. No me había invitado y era un detalle más, de todos modos no podía estar. Mi intervención en el acuerdo era confidencial. Asesoré a las partes en forma individual, ni ellos sabían que era mi esposa, ni ella que yo estaba al tanto de todo.

El Domingo anterior me pidió, como en todos los viajes anteriores, que le reservara hotel. Esta vez contraté una suite para dos frente al mar, en un hotel cerca de la peatonal. Cama king size, jacuzzi y vestidor. Era una despedida, para qué ahorrar.

El lunes partió y el sábado la iba a enfrentar. Lo que iba a ser una sorpresa por mi incorporación a la sociedad, ahora sería una cruda realidad. Ni yo sabía que iba a pasar.

En la semana acepté la propuesta de la nueva sociedad, y quedamos en reunirnos el Lunes con el nuevo gerente de personal. Terminé mis trabajos pendientes, desconecté la terminal. Y me dispuse a dejar mi hogar

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¿Es asi nomas? ¿Empacas y te vas? ¿No es mejor hablar?

¿Para qué? Si ya está.

Para cerrar.

Mi cabeza dudaba, se resistía a enfrentar. Porque duele saber, pero mucho más confirmar. Recorrí lentamente lo que fue mi hogar, repasé cada rincón, me despedí de cada lugar, me despojé lentamente de los años compartidos, de los momentos de felicidad. Uno a uno fuí dejando los recuerdos en algún lugar. Sabía que no iba a volver. Ya no podía estar. Para ver, solo necesité mirar.

Preparé mis maletas, todo lo que podía llevar, el resto se verá. Previsor, cargué la mini cámara wi fi. Sabía que iba a ser una charla dura y la quería documentar.

El viernes, partí para la costa. Sabía que ella empezaba a trabajar a las nueve de la mañana y que a las seis de la tarde tenían un brindis final. A las cuatro me presenté al hotel con mi documento y pedí una segunda llave, verificaron la reserva y me la entregaron sin dudar, sabía que el conserje cambiaba a las seis y no me interesaba que le informaran mi arribo a la ciudad.

Subí a la habitacion y verifique el lugar. Una cama amplia mirando al mar, en un lateral una cajonera con espejo sobre el que ubiqué la cámara y la puerta del vestidor sobre el otro lateral.

A cada costado del cabezal una puerta que comunicaba con la amplia sala de baño, con jacuzzi, ducha escocesa y antebaño con toilette y sala de servicio

Verifique el funcionamiento de la cámara y baje al bar.

A las siete de la tarde la vi llegar. Venía en un taxi, hermosa como siempre y con look  profesional, pelo recogido, maquillaje justo, traje chaqueta y zapatos de medio taco.

A las diez volvió a bajar, vestido de noche, cartera al tono y zapatos aguja. Hermosa y sensual.

La pasó a recoger un hombre elegante en un BMW X6, al subir le dio un beso en la boca, acariciándole la pierna por el corte lateral.

¿Morbo? ¿Excitación? Odio? Nada de eso, solo tristeza de comprobar la realidad.

Salí del bar y subí a la habitación a prepararme para el final.

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