Asistente sexual por solidaridad 3
Semanas después, Carlos me invita a colaborar con una ONG para invitar a personas sin techo a un albergue. Carlos me pedirá que utilice mis encantos para conseguir los objetivos.
Antes de nada, muchas gracias a todos por vuestros correos y comentarios. Es verdad que me pone mucho leerlos. También pedir perdon si hay algún error ortográfico, pero es que... debo confesar que recordar esto me pone caliente y me toco mientras escribo. Intento corregirlo, pero, alguno se me escapará.
Y dicho esto, voy a recordar como soy, por si se os ha olvidado, y recomiendo leer las confesiones anteriores para entender todo mejor. Tengo los ojos verdes, soy rubia natural, normalmente siempre he llevado el pelo largo y liso, y tengo una cara que todo el mundo me dice que es muy bonita. De cuerpo soy muy normalita pero muy proporcionada, mido 1,65, soy delgada, tengo un culo redondito y unas tetas acorde a mi físico, se pueden abarcar con la mano y están, todavia, muy firmes y bien colocadas.
Semanas después del campamento, Carlos me invitó a ayudarle en una ONG que se dedicaba a ir visitando a los sin techo que no querían ir a los albergues, e intentar convencerlos para que fueran. La idea era que allí se podían duchar, comer caliente y los trabajadores sociales les podían ayudar, pero muchos no quieren porque se sienten controlados o se llevan mal con otros o simplemente se han alejado tanto de la sociedad que no quieren estar con más gente cerca. La ONG donde estaba Carlos también, tenían varias campañas para ir de visita a los sitios de la ciudad donde duermen y darles información.
Carlos y yo habíamos coincididos más veces después del campamento en la ONG de los niños, pero, aqunque la tensión sexual era evidente, nunca habíamos hablado de la masturbación cara a cara que nos hicimos.
Yo acababa de cumplir 18 años, y en una pequeña fiesta que me hicieron, Carlos se acercó y me dijo si quería ayudarle con la otra ONG. La persona que iba a acompañarle al final no podía y hacerlo solo era muy penoso. Yo le dije que sí. Nunca había trabajado con personas sin techo y era una experiencia más para mi futura vida laboral.
Quedamos cuando estaba anocheciendo, que es cuando empiezan a buscar su sitio para dormir. Creo recordar que me habia puesto unos leggins negros, una camiseta de tirantes negra también y una blusa finita vaquera en la cintura. El pelo, como casi siempre, recogido en una cola de caballo. Empezamos la ronda. Yo llevaba una mochila de bocadillos. El proceso era que le abordábamos con delicadeza, le dábamos un bocadillo, le contábamos las ventajas del albergue y si estaba de humor, charlábamos un poco con él. Si le encontrábamos en el suelo tumbado, nos poníamos en cuclillas frente a él, para estar a su altura, y le contábamos lo mismo. Eso era importante, según me dijo Carlos, porque hablarle desde arriba es más intimidatorio. Debo decir, que muchos me empezaron a decir cosas, como "yo voy si tú estas allí" y cosas así. Todos bastante educados, eso sí, y ninguno me dijo ninguna obscenidad. Carlos los toreaba muy bien cuando se ponían pesados o cuando no paraban de hablar y debíamos continuar la ronda. Yo al principio estaba más callada, pero fui aprendiendo de Carlos y me mostraba muy simpática con ellos, y ellos aceptaban mejor hablar conmigo e incluso alguno nos prometió que iría a probar al albergue.
Terminada la ronda, estábamos agotados y afortunadamente Carlos tenía moto y me llevó a casa. Cuando nos despedíamos hasta el día siguiente, empezó a hablarme un poco inquieto, dando muchas vueltas, con ganas de decirme algo y sin saber cómo. Al final me dejó caer que había sido un acierto llevarme a mí, pues al ver a una chica guapa estaban más receptivos, pero que si...me ponía falda, ellos... tal vez se animarían más a ir al albergue, que al fin y al cabo era de lo que se trataba. Dicho esto arrancó la moto y se fue, mientras que yo me quedé delante del portal, dándole vueltas a la cabeza. Ya en la cama, sabía que ir con falda suponía que al ponernos en cuclillas me iba a resultar difícil evitar que se me vieran las bragas. Eso debía saberlo Carlos, y era lo que me estaba pidiendo, que le dejara ver mis bragas a los vagabundos.
Por la tarde, cuando tuve que vestirme para ir con Carlos, durante un segundo pasó por mi mente no porneme bragas, si quería espectáculo, ese sería el mejor, pero me acobardé. Desde pequeña, a las chicas, nos inculcan cómo hacer para que que no se nos vean las bragas cuando llevamos falda, y me costaba un poquito pensar en enseñar el coño así, de esa manera. Así que me decidí por unas bragas amarillas, que llamarían la atención pero no se me veía nada. Luego tenía el problema de las faldas, yo nunca llevaba faldas, así que lo único que tenía era un vestido negro, corto, a medio muslo, que había llevado a la boda de mi prima. Era entallado, y arriba el escote terminaba en una tela transparente que se anudaba en el cuello. Precioso, pero fuera de lugar a donde iba. Así que la parte de anudar la metí por debajo del vestido, quedando como palabra de honor, y me puse un jersecito de cuello redondo muy mono. Me puse zapatillas y la cosa disimulaba un poco.
A Carlos le debió de gustar, por la sonrisa que puso al verme. Aunque no me dijo nada. Nos repartimos las mochilas de los bocadillos y empezamos la ronda por otras calles diferentes al día anterior, obviamente. Yo iba de los nervios y un poco excitada también. Llevaba así prácticamente desde el día anterior. Cuando nos acercamos al primer sin techo en el suelo, yo me quedé de pie. Carlos me miró, pero no se atrevió a decirme nada. El chico era relativamante joven, aunque en la cara se le notaban el frío y el sol. No paraba de mirarme las piernas y casi no hacía caso a Carlos. Al final nos fuimos, pues no hacía mas que darnos largas.
El siguiente era un hombre mayor que me dio mucha ternura, así que me puse en cuclillas, intentando cerrar las piernas. Tantos años de colegio evitando que mis compañeros me vieran las bragas me había condicionado el cerebro, pero, me sorprendió cuando, al ver que el señor ni se fijaba en mí, me molesté. Me sentó mal que no me mirara, que no intentara descubrir mis braguitas. Abrí un poco más las piernas, también porque mantenerlas cerradas era muy cansado, y nada. Cuando nos fuimos, me sentí herida en mi orgullo.
Así que con el siguiente no tuve miramientos, me puse en cuclillas como si nada y mis rodillas se abrieron de forma natural. Mi falda/vestido, como era entalladito, se corrió hacia arriba por los muslos y al indigente, de mediana edad, se le abrieron los ojos como platos, asi que debía estar viendo mis bragas amarillas sin problema. No tuvo ningún inconveniente en darnos su nombre, por donde solía estar y a prometernos que iría al albergue, tras decirle que yo solía ir de vez en cuando, aunque fuera mentira. Él no dejó de mirarme las bragas y de tocarse el paquete en todo el rato.
Después de esa experiencia y de que Carlos dijera que qué bien nos había ido con este, seguí haciendo lo mismo con todos, pero esta vez sí que escuché comentarios más sucios. Evidentemente verme a mí, jovencita, guapa y enseñando las bragas, les hacía motivarse y me decían cosas como: "por qué no te tumbas conmigo un ratito", "yo solo me ducho si te metes conmigo", o ya proposiciones abiertamente sexuales, "si me limpias la polla tú, yo voy todos los días al albergue", "yo me como tu bocadillo y tu me comes la polla aquí, en un momento" y todas las formas posibles de decir que me iban a comer el coño.
Afortunadamente, si la cosa se ponía tensa, Carlos sabía calmarle perfectamente, acabando todos prometiendo que irían al albargue a probar. Yo, por otra parte, acabé con un calentón como hacía tiempo no recordaba, tanto por pensar que había enseñado las bragas por media ciudad, como por escuchar todas las cosas que me dijeron, tanto que me comerían el coño durante horas a que me la iban a meter hasta reventarme.
Carlos se ofreció a llevarme a casa, pero yo le pedí que me llevara a tomar algo, no podía irme así a la cama. No teníamos mucho dinero, asi que fuimos a un bar de barrio que por las noches se llenaba de chavales para empezar la fiesta, pues los cubatas eran muy baratos. Estaba lleno y había mucho ruido, así que para hablar había que acercarse al oido. Carlos me empezó a preguntar que qué tal me había sentido, y yo le recriminé que lo de la falda era para que me vieran las bragas. Me lo reconoció, pero no por él, que al fin y al cabo no me las había podido ver, sino por el bien de los sin techo. El resultado era que yo me había calentado mucho y él me reconoció que también, desde que me había visto llegar con falda. Entonces se produjo un silencio. Estoy segura de que los dos pensamos en el campamento. A Carlos se le veía con ganas de decirme algo, y no se atrevió hasta que casi habíamos terminado el cubata, muy cargado y de alcohol muy malo.
-- Si quieres, me masturbo y me ves
¡Madre mia!, me lo soltó así, y no supe cómo reaccionar. Yo pensaba llegar a casa y masturbarme, pero pensar que podía vérsela e incluso yo masturbarme también delante de él, como en el campamento, cuyo recuerdo también había aparecido en alguna de mis fantasías, ¡jo!. Le dije que sí con la cabeza y todo se precipitó. Me cogió y me llevó al baño. Nos metimos en el de chicas, que estaría más limpio. Carlos se sacó la polla que estaba super dura y mirándome descaradamente se empezó a pajear. uff, yo no pude más y me levanté la falda, me quité las bragas amarillas más deseadas de media población de indigentes de la ciudad. Me empecé a masturbar también, tenía el clitoris ya hinchado y listo y estaba muy húmeda. Me apoyé en la pared y cerré los ojos de placer cuando noté la mano de Carlos. No sabía muy bien dónde tocar pero le guié un poco. Seguí con los ojos cerrados. Imaginé que era un indigente que me había seguido hasta el baño, uno que fue especialmente soez. Alargué la mano y agarré la polla, empecé a pajearle mientras él me pajeaba a mí. Empezó a gemir como un perrillo y yo también. Me sorprendí a mí misma imaginado a varios indigentes detrás, mirando, con sus pollas en la mano, diciéndome guarradas, entonces noté semen caliente en mi mano, abrí los ojos y vi la cara de Carlos, con una expresión de placer y felicidad como nunca le había visto, y me corrí yo también. Le apreté la mano para que no la quitara y sentir su mano caliente en mi coño. Se pegó a mi apoyados contra la pared y me dijo que al día siguiente, el último de la campaña, no llevara bragas. Yo le dije que con indigentes no me atrevía, ¿y con ancianos? preguntó, con ancianos sí, contesté yo.
Nos limpiamos las manos y salimos. Me llevó en la moto y fue tocándome la pierna casi todo el trayecto. Al día siguiente se añadió otro colaborador, así que yo me quedaba de pie detrás, pero por la noche me masturbé igual, recordando y pensando en qué había querido decir Carlos con ¿y con ancianos? Pero eso os lo contaré otro día.
No olvidéis puntuar y mandarme comentarios y correos para saber si os gustan y si debo seguir contándoos mis experiencias. Un besazo enorme.