Asistente sexual por solidaridad 10
Hoy cuento cómo me aproveché de mi cuerpo para mi propio beneficio en lugar de para el beneficio de otros.
Bueno, como hace unos cuantos relatos que no os recuerdo cómo soy y para que me tengáis en la mente, soy rubia natural, tengo los ojos verdes, el pelo largo y liso, y tengo una cara que todo el mundo me dice que es muy bonita. Mido 1,65, soy delgada, tengo un culo redondito y unas tetas acorde a mi físico, se pueden abarcar con la mano.
He contado por aquí siempre situaciones en que ayudaba a otros con mi cuerpo. Tengo una cierta obsesión por ayudar a los demás, lo que me produce mucho placer y, cuando me di cuenta de que con el sexo podía ayudar muchísimo a algunas personas, lo hice. Tener sexo o exhibirme sin amor y a veces con desconocidos, hace que se rompa una barrera invisible. Si las primeras veces me sentía mal por hacer cosas que no eran normales, que no podía contar a mi madre o a mis compañeros de trabajo, llegó un momento en que ese tabú se rompió, para bien o para mal, y ya no volví a sentirme mal por tener esta vida sexual diferente.
Cuento esto para que entendáis cómo hice lo que hice sin pensarlo mucho, aunque esta vez fuera solo para mi beneficio. Vamos a ello.
En un momento de mi vida, tuve un contrato con una empresa de servicios que parecía que iba para largo, así que me independicé y me fui a un chalet compartido, es decir, era un chalet pequeñito de dos plantas en un sitio bonito, pero cerca de la ciudad, cuya planta de abajo estaba dividida en dos. Tenía una habitación-cocina-salón, baño completo y lo más chulo era la mitad del jardín que rodeaba la casa. En la planta de arriba vivia el dueño, un tío de unos 50 años que se había divorciado y había hecho obra para poder alquilar y pagar la hipoteca de la casa. Molaba porque lo había dejado de tal manera que los tres podíamos entrar a nuestras partes de forma independiente. Yo no convivía con la otra chica que tenía alquilada la otra mitad del piso de abajo, podía no verla en semanas, de hecho, y el casero también podía acceder de forma independiente, así que no molestaba.
No sé si os hacéis una idea.
Era caro, pero como tenía trabajo y me pagaban bien, podía permitírmelo. La otra inquilina, como digo, era una chica más o menos de mi edad, que trabajaba de camarera por las tardes, así que coincidíamos poco, hasta que un día la vi cargando sus cosas en una furgoneta. Pregunté que si se iba y me dijo que yo debería hacer lo mismo. Resulta que ella solía tomar el sol desnuda en su parte de jardín, puesto que la valla impedía que se viera nada desde fuera, pero un día a través del reflejo en la pantalla del móvil, vio cómo en una ventana del piso de arriba que en principio estaba cerrada y con una cortina tupida, había cierto movimiento rítmico, lo que la hizo sospechar que, de algún modo, el casero la estaba viendo y se estaba masturbando. Fue a hablar con él, le gritó, le llamó de todo, y aunque lo negó rotundamente, ella había decidido irse.
Y yo, debía haber hecho lo mismo, pero... pero el caso es que en la empresa había empezado el rumor de que no se iba a renovar el programa de acompañamiento a ancianos y que por tanto nos iban a despedir a unos cuantos. Y a mí la casa me gustaba un montón.
En mi parte del jardín, arriba, también había una ventana que siempre estaba cerrada y con las cortinas echadas, por eso yo no me había preocupado. No tomo el sol desnuda ni de ninguna manera, no me llevo muy bien con el sol, pero sí era habitual que tendiera la ropa solo con un tanga, pues es así como me gusta estar en casa cuando estoy sola. Como tengo tetas pequeñitas, estoy más cómoda sin sujetador.
Si al final me echaban del trabajo, tal vez me vendría bien que mi casero no quisiera dejarme marchar y me permitiera dejar de pagarle unos meses hasta que encontrara otra cosa, ese fue mi razonamiento, como veis, ya sin el tabú de lo que que marca la sociedad de bien. Así que esa misma tarde me quedé en tanga y estuve paseándome por el jardín, sin saber muy bien si mi casero estaba o no en casa y si estaba o no mirando.
Todas las tardes, ponía música y hacía mis ejercicios en tanga, con las tetas al viento y con el cristal de la mesa de jardín colocado estratégicamente para ver la ventana. Al tercer día, vi un ligero movimiento de la cortina. Después de lo sucedido seguro que tenía más cuidado, pero ya sabía que estaba ahí. La música sería mi señal para que se asomara.
Tres semanas después, como suponía, me despidieron. Mi sueldo bajó a nada en un momento. Era la manera de saber si de verdad el casero me estaba mirando todos los días o si las ganas de verme superaban su necesidad del dinero.
Cuando subí a hablar con él, me recibió un poco mosca, pero cuando le dije que me habían despedido y que tendría problemas para pagar ese mes, que me diera un poco de tiempo, se relajó y me dijo que sin problema. La cosa funcionaba. Yo esperaba que pudiera contratarme la misma empresa para otro proyecto, y que la cosa sería por poco tiempo, pero no fue así. Al mes siguiente volví a subir para pedir otra prórroga, pero esta vez me puso pegas. Había tenido problemas para alquilar el otra parte del piso de abajo y había tenido que bajarlo de precio, quedamos en hablar en un par de días.
Estaba perdiendo la batalla.
Tenía que echar más fuego al horno, así que me quité el tanga y empecé a hacer mis ejercicios desnuda completamente. A los dos días subí de nuevo y me dio una nueva prórroga de un mes sin ningún problema, pero necesitaba encontrar trabajo y la cosa se estaba poniendo difícil, solo encontraba cosas pequeñas, que me permitían comer y vestirme, pero no pagar ese alquiler. Como estaba más tiempo en casa, hacía bastante vida en el jardín. Leía, tendía la ropa, hacía mis ejercicios, desnuda, moviéndome con gusto. Era una representación y sabía que cualquier movimiento normal, podía conseguirme una prórroga en aquel sitio; si me tocaba en un momento los pezones o levantaba la pierna como mirando si tenía algo en la planta del pie, dejando mi coño expuesto, podía suponer no pagar durante un mes más, pero eso, debo reconocer, me ponía bastante caliente en algunos momentos y decidí no hacer en la intimidad lo que iba a hacer de todos modos, así que un día, mientras leía sentada en la tumbona, abrí las piernas y empecé a masturbarme despacito hasta que me corrí entre convulsiones.
Tuve otro mes más sin ningún problema.
Pero el otoño llegó. Ya no podía ir desnuda a riesgo de pillar un catarro, así que mi casero empezó a poner pegas, que si llevaba mucho tiempo sin pagar, que si con el invierno, los gastos de calefacción suben... En este punto podréis pensar que lo lógico hubiera sido ofrecerme a chupársela o follar con él, pero eso, que es muy normal en las películas porno, en la realidad, para una chica, no es tan fácil, pues entras en una dinámica que no me gustaba. El tío no estaba mal para su edad, era limpio y normal, solo que teniendo esas visiones, las aprovechaba, pero siempre era muy educado y discreto. Tener sexo con la persona que está al lado de mi casa, le hubiera dado unas expectativas que yo no quería. No quería tener una relación con él, ni quería tener que follar con él cuando él quisiera bajo la amenaza de echarme, ¿y si llevaba a un chico a casa? ¿Se pondría celoso y me echaría? Perdonad, pero yo no estaba para esas mierdas.
Así que pensé que, si no podía verme en el jardín, habría que buscar la manera de que me viese en casa. Aproveché que habían robado en el chalet de al lado para comprar como pude una cámara de vigilancia por wifi, la coloqué de tal modo que se veía la puerta y una parte del sillón. Le di la clave con la excusa de que si, pasaba algo, él pudiera ver si pasaba algo en la casa, porque yo estaba asustadísima. Me sentí muy orgullosa de mí misma por la estratagema.
No me podía permitir ir desnuda por casa, por la calefacción, pero ese otoño la parte del sillón que se veía en la cam fue el rincón de las pajas. Allí, viendo la tele, metía mi mano por dentro de los leggins y me tocaba el coño despacio o fuerte, o usaba mi consolador unos días antes de fin de mes para asegurarme otra prórroga. Cuando no quería que me viera, me sentaba en la parte oculta del sillón y la cama estaba fuera de su campo de visión, por si quería llevarme a alguien allí.
Así, de pajillera exhibicionista, pasé un verano y un otoño sin pagar alquiler. Luego conseguí un trabajo a tiempo completo, pero al final acabé dejándo esa casa porque el precio seguía siendo muy alto. Es verdad que me sentí un poco puta a veces cuando me masturbaba en la esquina del sillón, pero realmente era un intercambio. Él conseguía mejores pajas y yo podía vivir sin pagar. Un trueque.
Un besito tierno tierno a todos