Asistente sexual. Madrid, enero de 2017

Voy a intentar contaros algunas de mis experiencias como masajista sensitivo.

Contemplando el dibujo de su cuerpo desnudo escribiéndole una dedicatoria a las sábanas, me pasó como un relámpago los pasos que me habían llevado hasta allí. Sentía en las manos la sonrisa de mis dedos ante la cercanía de esa tentación tan humana de tener la oportunidad de dar placer y hacer sentir bien a otra persona. También me latía la responsabilidad de cumplir con la expectativa generada en su deseo de encontrarse aquella mañana con la culminación de un anhelo sexual mucho tiempo perseguido. Era bella, era cierto, más allá de lo que me había prometido su hábil descripción de sí misma envuelta en un correo que firmaba la diosa Hera. Mucho más de lo que me había imaginado, máxime cuando mi pretensión de belleza se alojaba únicamente en la predisposición de su piel de abrirme de par en par la puerta de sus sentidos. Me hubiera importado muy poco que no cumpliera con mis estereotipos de belleza, especialmente porque el reto era otro. Ser capaz de dar placer a un cuerpo desconocido, fuera cual fuera. Por eso, cuando me abrió la puerta y la luz, que de manera lateral, me descubrió su gesto, tuve la tentación de marcharme. No esperaba que en mis ojos mi desconocida superara en atractivo cualquier previa fantasía. Habría preferido que su mirada hubiera más ligera, en el sentido de que hubiera podido incluso vencerla, pero no. En el ancho territorio de sus ojos se mezclaban el desafío, la ternura, lo valiente y lo profundo del principio de un abismo. Sí, tuve la tentación de marcharme descubriéndome tan débil después de esta primera batalla. Pero la sonrisa inclinada que desabrochó de su boca, dejaron en el aire un perfume de alegría que me llevó a abandonarme en esa aventura que anunciaba el recorrido de un amplio pasillo.

'Por favor, cierra la puerta'. Si hubiera gozado de más experiencia, si me hubiera dotado de ese escudo que otorga el haber estado en muchos otros cuerpos en circunstancias parecidas, no me habría descubierto cierto temblor al dar portazo a una posible escapatoria. Uno se cree preparado para ciertos desafíos novedosos, pero hasta que no se está cara a cara con la realidad, qué difícil saberse y comprenderse en ciertas situaciones. Distinto hubiera sido si nos hubiéramos conocido en un bar nocturno y nuestras necesidades sexuales se hubiesen puesto de acuerdo. Pero la situación era otra, los dos habíamos intercambiado varios mail, tras descubrirme en un anuncio, y nuestras letras habían anticipado algunas cosas que ahora tenían que encontrar su forma lejos del papel. Yo me había ofrecido como un masajista sensitivo, y ella había contactado conmigo sugiriendo algo más, un asistente sexual que le prestara la vida que no albergaban sus brazos. En su silueta avanzando sigilosamente por el pasillo advertí que sus brazos no respondían al mismo ritmo que el resto de la comitiva. Fue una brevedad, pero en 5 segundos caben demasiadas cosas para aquel que sabe observar. El vaivén de su trasero dejando entrever las medias lunas de sus nalgas, apenas escondidas e increíblemente sugerente es aquel pantaloncillo corto, la frondosidad y robustez de sus piernas avanzando por territorio conocido, y el leve movimiento de su pelo negro aleteando por su cuello desnudo, subrayaban aún más ese dejarse llevar de manera inerte de sus brazos. 'Te voy a pedir solo una cosa, que me acaricies entera y me lleves hasta el cielo que prometes. Pero, sobre todo, te voy a pedir que no temas por el frío de mis brazos'. Ya en su primer correo me había dejado un 'necesito un asistente sexual que no lo sea, no quiero un profesional de la discapacidad, sino un experto en la caricia, un incitador del despertar sexual'. Si hubiera tenido la decencia suficiente me hubiera negado en rotundo, al estar muy lejos de poder asegurar satisfacer tales expectativas y, de alguna manera, aunque sin ser tajante, le avancé mis inseguridades ante sus requerimientos. 'Me temo no ser tanto, aunque nada me gustaría más que encontrarte el placer que has perdido y ser capaz de rescatarte los sentidos, pero me temo que no soy tanto y no puedo asegurarte un final de fuegos artificiales, solo puedo prometerte que si me invitas a tu cuerpo, buscaré con ganas hacerte volar y que vueles, pero todavía me faltan horas de aprendizaje a ciertas alturas'. Pensé que con ese correo ella cerraría la puerta y a mí me otorgaría el alivio de centrarme en otras dos solicitudes de un par de damas, en principio más asequibles a primera vista, pues solo pretendían un masaje sensorial con final plausible. Una de ellas, incluso aseguraba tener un convenio firmado con el orgasmo. Pero, ni diez minutos pasaron antes de que apareciese otro mensaje de Hera. Este fue el más escueto y sugerente de todos, una invitación irrechazable: 'Vente'. Y fue como un latigazo en mis adentros, porque dentro de ese 'Vente' había muchas más cosas de las que ella imaginaba cuando lo estaba escribiendo. Y me recordé en un concierto de Carlos Chaouen hace apenas 15 años cuando una morena bajita que se iba a hacer muy grande en mi vida, después de escuchar la canción de 'Vente' me pidió, tras habernos follado sutilmente de lejos con la mirada (como me hizo saber después), que la invitara a un vente con hielo en alguna playa. Ese recuerdo y la voz de Sabina en mi Ipod diciendo 'No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió', fraguó mi posicionamiento. Por lo que me atreví a decirme a mí mismo y a mi desconocida que sí, que iría. Quién le dice no a un posible escalofrío?

Así que cuando sus pasos le dieron el finiquito a aquel interminable pasillo y un movimiento de sus muslos posó su rodilla en la manivela de la puerta haciéndola retroceder, supe que aquella habitación y aquella cama se merecían otro techo bien distinto. 'Me desnudas, Alegría? Escuché que decía su espalda cuando su cuerpo intentaba escapar de aquel pantaloncillo corto. Aquel Alegría me pareció en ese instante el mejor nombre del mundo. Mis manos se aproximaron a sus caderas y lentamente descorrieron hacia abajo aquella minúscula tela, a la que ella ayudó dejándose caer sobre la cama, habilitando a mis manos para que la desenredaran de sus tobillos y quedarme por fin a solas con su geografía imperfecta. 'Eres un mapa del tesoro' se me cayó de la boca. 'No digas muchas tonterías vaya a ser que luego te arrepientas, y desnúdate, que estemos los dos en las mismas condiciones'. En principio llevaba la pretensión de no desnudarme totalmente y hallar sus placeres abrigado por mis boxer, pero esa voz era un disparo seco y allí no había espacio para una negociación absurda. Le fui diciendo adiós, ante su amplia mirada, a mis argumentos textiles. Y cuando me disponía a quedarme en plenitud de igualdad de oportunidades, ella se tumbó boca abajo dejando que sus brazos reposaran inertes a la vera de sus caderas.

(Continuará)