Así te veo
El sello indeleble de la memoria de la carne está presente: Sus manos han encendido el caldero y tu alma se deshace. Su saliva inventa mieles en los poros de tu piel y la vieja sensación eléctrica te toma por doquier.
Así te veo
A la amiga de todos los días, que, a veces, deja de serlo recordando viejos tiempos.
Así te veo, entregada, después de tanto tiempo,
de tanta costumbre amañada en días repetidos, ahora te veo, despertándote.
Tu piel, extrañada, se tensa y se relaja es la onda erótica del pasado que renace.
Así, dispersa, olvidada de ti misma, como antaño.
El sello indeleble de la memoria de la carne está presente:
Sus manos han encendido el caldero y tu alma se deshace.
Su saliva inventa mieles en los poros de tu piel y la vieja sensación eléctrica te toma por doquier.
El mágico canal de las ensoñaciones se humedece y se dilata como entonces.
Después de tanta contención, licuada, parte de tu alma se derrama.
Sus labios te besan y es un beso eterno, nuevo, que jamás habías sentido.
Desnuda, entregas tu cuerpo en ofrenda viva.
Tus manos demandan la integridad de su dermis y deslizan la última prenda que rueda hasta sus pies.
Liberado, su sexo enhiesto señaló tus curvas y tus manos supieron de la suave textura de la divina lanza.
Su presión y tu consentimiento ayudaron a que te hincaras a sus pies, sumisa.
Su olor de mancho caliente taladró tu esfera de placer acrecentando tus fuegos a sitios nunca antes arribados.
Miraste hacia arriba y lo viste cuan gigante, cual prestancia varonil y bien plantado.
Reconociste en él, en aquella fuerza contenida, a aquel que nunca había llegado.
Tus labios besaron cada uno de los intersticios de su sexo hasta acunarlo en la húmeda y cálida cueva de tu boca.
Como una cureña tu lengua trabajaba aquel formido arrancándole gemidos de delicia.
En un estremecedor esfuerzo de voluntad separó de ti su espada.
Te izó como una pluma hasta depositarte en el borde de la cama, abierta en V con tu vulva en florecida
De un solo golpe te clavó hasta el fondo todo su machismo, tan largo como ancho.
La sorpresa y el gemido de tus labios fueron uno solo
y tus piernas se prendieron alrededor de su cintura
y su boca de tus senos
y tus manos de sus nalgas.
El pistoneo fue una mutua conjugación de energías compartidas.
Toda abierta, recibiendo.
Todo piedra, golpeteando.
El movimiento en uno, mete y saca.
Se acelera y zarandea
Y más adentro y más afuera
Y bamboleas tu cintura.
Y más profundo y más adentro.
Su ariete te entronca ardiente hasta el cogote
Y tu vagina lo devora.
Los cuerpos, los gemidos, el sudor, son solo uno y ambos a la vez.
Se agitan y se tensan como arcos.
Y allí está él, sobre tu cuerpo, cimbrándose y penetrándote,
Y tu recibiéndolo en luengas contorsiones.
Todas sus ansias contenidas explotan en cuatro, cinco, riadas ardientes, plenas.
Tu ser íntegro siente los estertores de la eyaculación vehemente
Y se libera tu energía en ondas de colores, en múltiples orgasmos que se extienden hasta el alma, embriagándola.
Él ha quedado tendido sobre tu cuerpo, desarmado, pequeñito. Lo arrullas con ternura, apretando su torso ya vencido En tus entrañas, siente su sexo perder su consistencia y caer de la cúspide del placer a la nada del colgajo yerto.
Un beso tierno o cómplice y te abandona.
Lo ves vestirse silencioso, estás como borracha.
Entre el dejado nubadal de la sesión erótica, desde los algodones abandonados del intenso orgasmo, ves su retirada: la ancha espalda, la apretada cintura, el prominente culo.
Estás como ausente, despatarrada en la cama.