Así pasó... (3)

. Y, de nuevo, sentí sus brazos rodearme por detrás la cintura, y recargando su barbilla en mi hombro, más como un suspiro, dijo: -Aquí estás

Sentí una paz increíble en ese momento. Quise prolongar esa sensación lo máximo posible, así que no dije nada, cerré los ojos y comencé a acariciar sus manos. Ella respiraba lentamente en mi nuca, casi ronroneando y de vez en cuando,  me regalaba un tierno beso en los hombros y el cuello.

-¿Cómo te llamas? – pregunté, aún con los ojos cerrados.

-En este momento, ¿realmente es importante? – me contestó pausadamente. Lo pensé sólo unos instantes y, sinceramente, no era tan importante; aunque tampoco entendía el misterio. La pasión hizo muy a un lado a la razón, y solamente respondí un entrecortado “…no…”.

En ese momento cesó la música. Ella se separó de mí y tomándome de las manos, se despidió.

-Debo irme, pero nos veremos mañana, ¿cierto?

-Supongo que sí. Mañana aún debemos hacer la selección de fotos y después hay que preparar las entrevistas y conseguir… - un rápido beso me impidió terminar la frase.

-Un simple “sí” me basta… - resumió, dejándome ahí parada , con la adrenalina corriéndome por todo el cuerpo.

Mi amiga salió unos minutos después y haciéndome una seña, me indicó que iría por el coche. *Quien ha pasado por algo así, deberá entender a la perfección mi estado de ánimo: indefinible. Una mezcla entre nerviosismo, alegría, miedo, mareo, euforia… en fin, una ruleta rusa de emociones. Aún con esto, seguía encantada y dispuesta disfrutar la experiencia. Lo único que me pesaba en ese momento, era que mi hermosa desconocida se hubiera marchado; pero, como dicen, de lo bueno, poco. Así que esa pequeña dosis de ser, había sido increíblemente satisfactoria para esa noche.

Subimos al auto y nos dirigimos a casa de Mario. En el camino platicamos de cosas sin importancia, aunque sentía que debía contarle algo de esto a mi amiga, por lo menos para averiguar el nombre de la ninfa. La corta distancia entre las casas me robó el tiempo y, confieso, me sentí aliviada.

Entramos en la casa y directamente nos dirigimos al jardín. Demasiada gente, demasiado ruido, demasiado alcohol. Mi amiga, como una loca, se desprendió de su ropa y brincó a la alberca, también plagada de gente. Yo caminé un poco por el jardín, tomé otra cerveza, fumaba y pensaba; después de un rato, decidí marcharme de ahí. Me acerqué a la alberca, donde mi amiga chapoteaba y charlaba con desconocidos.

-Me voy. Nos vemos mañana para las fotos – dije en tono algo serio y cortante

-¡Estás loca! Tú no te vas, ni traes coche, jaja – alcancé a distinguir entre el ruido y los borbotones de agua que medio escupía

-Para eso existen los taxis; además, estoy muy cansada – terminé de decir esto, cuando un imbécil me aventó al centro de la alberca. Cuando floté a la superficie, las carcajadas de todos me pusieron de pésimo humor. Salí atropelladamente de la alberca y me dirigí hacia la casa a buscar un baño. Me quité los zapatos y mientras buscaba, mi mente comenzó a maquilar algún tipo de venganza maquiavélica. No llegué a urdir completo mi plan completo, cuando una ya familiar mano, me jaló hacia uno de los cuartos. Mi primera reacción fue levantar la mano como para asestar un tremendo golpe y cuando miré, mi hermosa desconocida me miraba entre fascinada y asustada.

-Soy yo, no te asustes… - dijo ingenuamente, con una vocecita de niña.

Ella me asustaba más que cualquier bromista ebrio. *Hay algo fascinante, mezcla entre temor y excitación, cuando uno se da cuenta que está siendo cazado, predado.

Inmediatamente mi corazón subió su ritmo y la temperatura se elevaba.

Esta vez, no dije nada; porque NADA pasaba por mi cabeza, solamente me limité a mirarla. Ella tomó mis manos y me fue guiando hacia uno de los cuartos. Cerró la puerta sin soltarme y lentamente se fue acercando a mi boca. Creo que jamás he sentido un eso como aquel. Al primer contacto, una descarga de electricidad me recorrió completo el cuerpo, provocándome una sensación de mareo. Sentía al corazón en todo el cuerpo. ¡Qué mujer tan hermosa! Y qué manera de besar. Sus labios eran firmes pero suaves, de un gusto desconocido y delicioso. Su lengua buscaba la mía y solamente la rozaba tiernamente, mientras sus manos comenzaban a buscar mi cintura.

Cerré mis ojos y mis manos se convirtieron en seres independientes. La atraje hacia mí, me apoderé de su espalda, la quería todavía más cerca; quería aprenderla y aprehenderla, también. En un certero movimiento, desabotonó mis jeans, bajando con cautela el cierre y deslizándose junto con él toda la prenda. Mi rumbo fue su escote, apenas sugerido, por lo que uno a uno, fui quitando los botones de la blusa que cayó dejando ver un feminísimo brassiere negro, con sus respectivos ocupantes.

En este punto, sin darme cuenta, ella nos fue dirigiendo hacia un sofá del cuarto. Me sentó en él y después montó sobre mis piernas desnudas su escultural cuerpo, dejando su perfumado pecho a merced de mi boca. Aún nerviosa, removí la negra prenda y pude apreciar totalmente la perfección de sus senos; no demasiado grandes, sino justos, blancos, suaves y esculpidos con maestría. Comencé a besarlos con ternura y ella respondió con apagados gemidos que me invitaban a seguir. Me retiré un poco para deshacerme de mi blusa y, de paso, ayudarla a desaparecer esos jeans que me privaban de tocar de nuevo esa piel.

Se recostó en el sofá y me quedé admirando su belleza unos segundos. Ella con un gesto me llamó hacia su cuerpo y delicadamente me recosté a un lado, haciendo que nuestros cuerpos se presionaran mutuamente, lo que me provocó una excitación que desde hacía mucho, no sentía con tal intensidad.

Comenzamos otro intercambio de besos, más pasionales y húmedos. Las caricias eran ahora más intensas, y en ocasiones, dejaba mi boca para susurrarme algo al oído que nunca logré identificar y jamás me quiso confesar; esto, aunado a los sensuales gemidos que le provocaba, eran un pase de entrada a todo su cuerpo. Con movimientos rápidos pero delicados, me deshice se su ropa interior, el último obstáculo, y ella procuró lo mismo conmigo. Lentamente fui bajando mis caricias por su espalda, deteniéndome un momento en la cadera, aspirándola y besando los ángulos de su cuerpo con los que ya deliraba; su vientre se contraía con cada beso o caricia, su temperatura y humedad crecían con mi deseo. Sus piernas me fueron dando paso hacia ese esperado grial, y todo lo posterior fue disertación.

Mi boca comenzó a recorrer su intimidad, inhalando ese delicado aroma, besando y lamiendo, las fronteras de su centro. Ella acariciaba mi espalda, presionando cuando yo provocaba alguna descarga de placer, y con finura y firmeza, atraía mi cabeza a su rostro para dejar en el recuero otro húmedo beso cargado de erotismo, terminando el movimiento regresando mi cabeza al que se convirtió en mi oficio favorito.

Podría haberme pasado la eternidad en ese juego de caricias, una sensual simbiosis de emociones y pasiones, pero el cuerpo tiene un límite. Pasé entonces de los besos delicados, a una caliente danza entre su clítoris y mi boca, dando paso a caricias con más propósito. La humedad de su sexo me tenía fascinada y de pronto mi lengua recogía la miel que emanaba aquel insaciable fruto.

Comenzó ella a responder mis incursiones; arqueaba su espalda, lo que me permitía acariciar sus nobles pechos y bajar hasta posar mis manos bajo ese redondo y firme trasero. Su respiración era más agitada y con un lenguaje de manos, me indicó que quería besarme. Me recosté un poco sobre ella y nos besamos de nuevo, ella envolviendo mi cuerpo con su piernas y yo, buscando con mi mano aquella  húmeda tarea que había empezado. Mis dedos reencontraron la caliente hendidura y como aleccionados, comenzaron movimientos profundos y punzantes. Ella me hablaba con su idioma indescifrable al oído, y aún sin entenderlo, provocaba las más eróticas sensaciones. Bajó una de sus manos de mi espalda hacia mi vientre, para después encaramarse a mi palpitante sexo que pedía su contacto desesperado.

Nuestros cuerpos parecían dos antiguos amantes que se reencontraban después de años de ausencia; yo sabía lo que ella quería, traduciendo su balbuceo en mi cabeza; y ella parecía adivinar cuanto pensamiento produjera mi aturdido cerebro. Después de unos minutos de frenéticos movimientos, sentí una semilla de calor que explotaba dentro de mí, haciendo que mi cuerpo se contrajera incontrolable, al mismo tiempo que ella, estallaba en placer empapando los dedos que se refugiaban dentro de ella. Arqueaba aún más su espalda y me proporcionaba los más húmedos besos de la noche, comiendo mis labios y mi lengua, atrapándola entre sus labios.

Nos quedamos abrazadas unos minutos, dejando a nuestros cuerpos regresar a la realidad y reponerse del espasmódico episodio.

-Debemos marcharnos, ¿no crees? – su voz era aún más dulce, más infantil, lo que me provocó una ternura incontenible y la besé de nuevo.

-Vamos, – dije, aún escaza de aliento –me visto y salgo yo primero; nos encontramos en la terraza, ¿te parece?

-Claro, apresúrate – me dijo, con un tono ahora un poco más serio.

Rápidamente me vestí y con cautela salí de la habitación, para dirigirme a la terraza. En el camino tomé una cerveza y me senté a esperar a… *!!Demonios!! Créanlo o no, olvidé por completo preguntar su nombre. Esperarla, punto.

Pasaron más de 10 minutos y no aparecía, así que decidí darme una vuelta por la casa. Nada. Subí a la habitación. Nada. Busqué fuera, dentro, alrededor, por todos lados en la casa. Nada.

Esto no pintaba nada bien… y una punzada en el estómago me descompuso hasta dejarme a la orilla de la terraza sin saber qué pensar.

*Casi termina; creo un episodio más y estará listo. Espero este les guste. Sinceramente me ha descompuesto un poco recordar y revivir esta anécdota, pero al mismo tiempo es gratificante.

Gracias a los lectores!!